tag:blogger.com,1999:blog-82788917361272871932024-02-06T20:42:03.567-08:00Los relatos del acompañanteLa literatura no es otra cosa que un sueño dirigido. BorgesFELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.comBlogger29125tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-17661265246654465822012-05-26T09:33:00.001-07:002012-05-26T09:37:58.745-07:00Cuestión de márketing<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPvAJPlI_E7GyJ2kIEz-TiVrh0BlkJvsTh4Yf__dkTdRUckv0_S-_xi1v27MVAUs87QC7zxZAuqH-cpwtW64lagrGQKW2naL87yR-ZdCwYK5qVWu8sZsgu4tcV8mvv09KipOlMjJqMSfZf/s1600/Online-Marketing.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPvAJPlI_E7GyJ2kIEz-TiVrh0BlkJvsTh4Yf__dkTdRUckv0_S-_xi1v27MVAUs87QC7zxZAuqH-cpwtW64lagrGQKW2naL87yR-ZdCwYK5qVWu8sZsgu4tcV8mvv09KipOlMjJqMSfZf/s400/Online-Marketing.jpg" width="400" /></a></div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Estoy empezando a cansarme de
esperar. Cuando les veo venir hacia mí, me pregunto si tendré suerte. La pareja
perfecta. Él, medio calvo, con unos cuantos mechones descuidados a los lados,
de color negro entreverados de blanco, y un bigote de morsa del mismo tono.
Arrastra el carrito con desgana, rodeando con los cortos brazos su propia
barriga cervecera. Lleva gafas de nácar con cristales de culo de botella.
Anacrónicas. Todo en él refleja anacronismo. Lleva como bandera, bien visible,
su desprecio hacia todo lo que signifique glamour. Su barba de tres días, sus
grandes manchas de sudor en las axilas, su desmañada forma de caminar, su ropa
barata, lo dicen todo de él. Sólo le faltaría un mondadientes bailoteando en la
boca para certificar el conjunto de su mediocridad, de su naturaleza
miserable.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span></span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ella es diferente. Alta, morena,
erguida, camina con los brazos cruzados y pasos largos, más lenta que el
becerro que lleva al lado. Lleva media melena, tachonada de regueros blancos,
pero muy cuidada. Es elegante, y siempre lo ha sido. Tiene la mirada triste y
madura de toda mujer que presiente su cenit como tal, o que incluso ya lo ha
sufrido. </span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Una pareja contrapuesta, como
tantas otras que he conocido. A veces pienso que buscamos el contraste en la
persona con la que deseamos compartir el resto de nuestra vida, sin saber
explicar muy bien el porqué. Meto la cabeza en el maletero del coche, como si
estuviera colocando algo. Ellos se acercan al punto, situado a unos cinco
metros del lugar en que me encuentro. Sí, es posible que hoy tenga suerte.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me incorporo al tiempo que ella
resbala en el aceite que he vertido un par de horas antes. Una mancha apenas
perceptible en la oscuridad del hormigón pulido del aparcamiento. La caída es
brutal. Se agarra al lateral del carro mientras sus piernas, muy esbeltas por
cierto, se levantan separadas en el aire, con las puntas de los pies mirándose
la una a la otra. Su cuidada melena se desmadeja, y su elegante fisonomía se
transforma por un instante en una mueca de terror. Grita sin fuerzas, un
quejido corto, pero rotundo. El becerro sujeta el carro para que no se vuelque
sobre ella. Yo acudo presto y la ayudo a levantarse. Ha debido hacerse daño en
algún punto de la cadera, porque se lleva la mano derecha a la espalda mientras
esboza un gesto de dolor. La agarro con fuerza. Primer contacto. Es necesario
que perciba mi firmeza. Es el paso previo a la confianza, como el apretón de
manos entre dos hombres que se acaban de conocer. Ese apretón es muy importante
para cerrar un buen acuerdo, como el contacto que estoy ejerciendo ahora sobre
ella.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—¿Se encuentra bien, señora?</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El marido me mira mientras la
agarra también por el otro lado. Primer contacto visual. Es importante que
perciba que quiero ayudarle, que estoy de su lado, que no soy un rival. Me deja
hacer.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Creo que asimilé bien los tres
años de márketing comercial, y que me voy superando día a día. Es importante
desarrollar todos los conocimientos adquiridos, en todo momento y en todos los
órdenes de la vida. Dar confianza para recibir confianza, no existe otro
misterio en este campo. </span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Mirada profunda por parte de
ella. Gesto de contrición por la mía. Queda claro en un efímero instante que me
solidarizo con su dolor, que lo comparto como si fuera mío. Es importante este
primer contacto visual. Se relaja.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Estoy bien, estoy bien, gracias.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Poco a poco aflojo la presión. No
conviene prolongar este primer contacto físico, para evitar que ella o su
marido sospechen otras intenciones menos solidarias. Me agacho y toco el suelo
con la punta de los dedos.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Aceite. Seguramente algún coche
lo ha perdido.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me incorporo de nuevo y sonrío.
Ellos me miran, pero no corresponden a mi gesto. Tengo que romper esa barrera,
la barrera de la confianza. Eso es lo que más cuesta, pero una vez superada, se
puede decir que hemos realizado más del setenta y cinco por ciento del trabajo,
y en algunos casos, un porcentaje mayor. La mirada de ella se desvía hacia mis
blanquísimos dientes. Se queda fija, como perdida, seguramente, después de años
de estar contemplando la del becerro, sorprendida de encontrarse con una
dentadura que no sea amarilla. Y entonces se obra el milagro. Una sonrisa
esplendorosa ilumina poco a poco su rostro.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Gracias.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—Por favor, señora, no hay de
qué.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Percibo cierto recelo en la
mirada del marido. Jamás ha llamado señora a su esposa, y no le gusta que un
extraño lo haga. A ella sí, a ella sí le gusta. La mitad de la pareja ha roto
la barrera de confianza, de eso no hay duda. Sólo queda la otra mitad. Me
dirijo al marido. </span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— ¿Me permite que le ayude a
colocar la compra en su coche? Parece que su mujer no está en condiciones de
coger peso.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ahora sí. Me sonríe. Acabo de
romper la barrera de desconfianza. Trabajo cumplido.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Si no le importa…Tenemos el
coche aquí mismo.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No le ayudo a llevar el carro.
Podría pensar que desconfío de su fortaleza. Les acompaño. Su coche,
casualmente, está muy cerca del mío. Siempre he pensado que existe algo, algún
ente superior, que vela por mis intereses desde el limbo. No creo en la suerte.
A la suerte hay que ayudarla con la voluntad de que se produzca el hecho
apetecido.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El maletero es grande, y está muy
desordenado, con bolsas y papeles desperdigados en desorden por el espacio. Una
muestra más de la calidad humana del marido, dueño y señor del vehículo.
Mientras les ayudo a colocar los paquetes, pongo en marcha la primera fase.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— ¿Saben ustedes que lo que le ha
pasado a la señora podría ser motivo de indemnización?</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Sí —dice ella con un gesto de
resignación—, Ya me imagino, pero llevaría tanto papeleo, que no merece la
pena.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Eso es lo que piensa todo el
mundo —contesto mientras saco del carro una enorme caja de detergente—, y sin
embargo, resulta de lo más sencillo. Yo me dedico precisamente a eso.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los dos me observan mientras me
hago el distraído. Tardarán menos de cinco segundos. Es la ley del márketing.
Una vez despertada la curiosidad, buscarán satisfacerla. Uno, dos, tres…</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— ¿A qué se dedica usted? —pregunta
él. Bingo. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span></span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Seguros y reaseguros —sonrío
mientras saco del bolsillo la tarjeta que ya tenía preparada. Se la entrego a
él. Es vital mantener viva en su conciencia la posición de macho dominante que
cree tener—. Salvador Villar, a su servicio. ¿Tienen hijos?</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— No —responde ella mientras su
marido esconde la mirada. Resulta evidente que tiene algún tipo de problema
para tenerlos—. No podemos tener hijos.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— ¿Vive alguien en casa con
ustedes?</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— No —responde él—. Nadie.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sigo colocando bultos. Empiezo a
sentirme algo cansado. El carro parece no tener fin, pero es prioritario no
mostrar interés alguno. Serán ellos lo que se ahorquen con el trozo de cuerda
que les he dado.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— ¿Qué tipo de seguros? —pregunta
ella.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— De todo tipo, señora. Desde
seguros del hogar, hasta un seguro que la convertiría en millonaria con lo que
le acaba de suceder. </span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los dos se miran. He pronunciado
las palabras mágicas. Nadie, por muy sensato que sea, es capaz de sustraerse a
la posibilidad, por muy remota y absurda que pueda resultar, de convertirse en
millonario de la noche a la mañana. Otra de las leyes del márketing. Hay que
saber despertar la codicia que todos los seres humanos llevamos agregada a
nuestros genes, a nuestro mapa de especie.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— ¿Y sale muy caro un seguro así?</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ni en la mejor de mis
ensoñaciones se me hubiera ocurrido jamás que me iba a resultar tan sencillo.
La pareja parecía de los desconfiados a ultranza, y me están abriendo sus
corazones tras un par de frases. La desconfianza se eclipsa ante la codicia,
artículo tres. El hombre ha formulado la pregunta con los ojos entornados, como
dando por sentado de antemano que la respuesta no le va a satisfacer en
absoluto.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Más barato de lo que le cuesta
un café diario. Y no de bar, sino el que se toma en su propia casa. Está
demostrado.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">He contestado rápidamente y con
seguridad, para eliminar sus dudas de un mazazo. De repente, una ayuda
inesperada me cae del cielo. La mujer se lleva el dorso de la mano a un costado
y lo acaricia levemente de arriba hacia abajo.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">—El caso es que me duele,
Antonio…</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Otra barrera que cae. Ella le ha
llamado a él por su verdadero nombre.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Tengo precisamente el seguro
que mejor se adapta a lo que le acaba de pasar. Lo llevo aquí mismo, en el coche.
No le resultaría nada caro. Una cuota de setenta euros al año.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Los dos se miran. Tienen que
igualar apetencias, sensaciones. La codicia de uno tiene que hermanarse con la
del otro. Es necesario para que se produzca un resultado positivo para
nosotros. En este caso son dos. Los resultados son más tangibles en un grupo de
personas. Cuando uno de ellos cae, los otros se ven obligados a seguirle, por
motivaciones tan peregrinas como la envidia, el ansia de superar al otro, la
mezquindad… Resulta gratificante comprobar cómo personas que se suponen maduras
se convierten de repente en lemmings descerebrados.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Pero no valdría, no nos
pagarían si hacemos el seguro después de que mi mujer se haya caído.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La incitación a nuestra
sacrosanta picaresca nacional. También hay un apartado importante sobre eso en
el manual. El español entrará en picado en nuestros objetivos si le ofrecemos
la chapuza de poder engañar a la compañía. Están en mis manos. Sonrío y guiño
un ojo, tal y como muestran las fotografías de ejemplos de nuestra biblia.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— No se preocupe, señor.
Pondremos fecha de ayer, y arreglado.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La beatífica sonrisa que se
dibuja en sus caras mientras ambos se miran con los ojos brillantes, no deja
lugar a dudas. Han caído en mis redes. La posibilidad de coger un buen pellizco
de una compañía de seguros les enturbia el alma y la conciencia. No importa
nada lo que les cueste, lo importante es estafar a alguien o a algo de una
forma oficial, conmigo como asesor. Lo llevamos en los genes.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Nos interesa —dice la mujer.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Junto las palmas de las manos,
como dando por cerrado el trato. Comienza la segunda fase, la más importante.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Muy bien. Me pongo a su
disposición. ¿Podemos ir a algún lugar tranquilo para rellenar los papeles? —les
concedo unos segundos para meditar. Como veo que no se deciden, les tiendo el
anzuelo para llevarles a mi terreno— ¿Viven muy lejos?</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se miran otra vez, pero esta vez
sin sonreír. Se han percatado de la segunda intención que encierra mi pregunta,
y dudan. Al fin y al cabo, soy un desconocido para ellos. Abrirme la puerta de
su casa no les agrada. Aunque claro, tampoco van a desperdiciar la oportunidad
de trincar una considerable cantidad de pasta. Me imagino que el interior de su
cerebro es un tobellino en estos momentos, con la codicia luchando contra la
prudencia.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— No —contesta el hombre—, la
verdad es que vivimos aquí mismo.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Bueno, si no les importa, no
tengo ningún inconveniente en que nos acerquemos a su casa a firmar los
papeles. Así, de paso, estudiaremos también algún seguro de hogar que les puede
resultar interesante.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— No sé…</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La mujer está dubitativa. Ha
llegado el momento de la falsa resignación. En estos momentos recuerdo cuántos
quebraderos de cabeza me costó dominar esta técnica.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Claro. Entiendo perfectamente
sus dudas. Soy un completo desconocido, y están pasando tantas cosas… No se
preocupen, voy a por los papeles y los rellenaremos aquí mismo.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me vuelvo y avanzo unos pasos.
Uno, dos, tres…</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Espere, por favor.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Es ella la que me llama. A veces
me pregunto qué intrincado mecanismo del cerebro humano es el que nos empuja a
confiar en alguien que nos ha hecho una referencia al peligro que entraña
confiar en él. Los absurdos recovecos de la mente humana son inescrutables. Me
vuelvo despacio, convencido de que la fase dos está a punto de empezar.
Contesto mientras exhibo la más encantadora de mis sonrisas, mostrando de nuevo
los dientes.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— ¿Si?</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Vamos a nuestra casa —dice ella
mientras lee la aprobación en los ojos del marido—. Estaremos más cómodos.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Como ustedes prefieran. Les
sigo.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Tras unos minutos, llegamos a una
zona de viviendas adosadas, parecidas a todas las viviendas adosadas que se
desperdigan sin orden ni concierto por el país. Al fin y al cabo, la
manipulación de las conciencias es un arte, y los colegas promotores son tan artistas
como nosotros en esto de vender motos. No hay nada mejor que apelar al superior
estatus que proporciona ser propietario de uno de estos monstruos, a pesar de
que su precio resulte sensiblemente inferior al de un piso situado en una buena
zona de la capital.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Ellos entran en el garaje. A
media rampa, el marido detiene el vehículo y saca medio cuerpo por la
ventanilla.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Aparque en la puerta. Ahora
mismo le abro desde dentro.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Cuando bajo del coche, suena la
chicharra de la cancela exterior. La empujo y accedo a una zona ajardinada en
plan cuento de hadas, con enanos de piedra de color blanco, tortugas con luces
en el caparazón, plantas de todos los colores mezcladas sin orden ni concierto,
y un césped lleno de calvas. Deben de llevar bastante tiempo viviendo aquí,
cuando ya se han aburrido de cuidar el jardín.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Subo los tres peldaños de la
entrada y pulso el timbre, situado a la derecha de una enorme puerta de chapa
pintada en tono marfil, con cuarterones y adornos de tipo inglés. La hoja se
abre, y me encuentro frente a la mujer, que sonríe mientras se pasa la mano por
su sedoso pelo.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Pase, por favor.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Miro el felpudo que estoy
pisando. Al levantar el pie derecho y traspasar con el mismo el umbral, noto
una repentina sensación de inusitado placer que me recorre la espalda. Ya está.
</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Con su permiso, señora.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El marido me espera en el
vestíbulo. Los abigarrados muebles que lo llenan, uno de ellos con un espejo en
el que no puedo evitar mirarme, apenas dejan entrever el blanco gotelé de las
paredes. Me señala una puerta, seguramente la del salón, y me invita a
seguirle.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Por aquí, por favor.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Les ruego que me disculpen.
¿Podría beber un vaso de agua antes? Estoy muerto de sed.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Claro que sí —contesta ella—.
Pase aquí, a la cocina. También podemos firmar ahí, querido.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">La cocina es amplia, con el
fregadero a la izquierda, bajo la ventana que da al frente de la vivienda, y
una mesa de pino con cuatro sillas, pegada a la pared de la derecha. Dejo sobre
el tablero los papeles que he traído. La mujer me tiende un vaso ancho, con una
imagen de Homer Simpson incrustada en él. Me acerco al fregadero y abro el
grifo del agua fría. Pongo la mano bajo el chorro. Sí, sale lo suficientemente
fría para mi gusto. Lleno el vaso y me lo llevo a la boca. Bebo mientras observo
que el marido mira atentamente los papeles que he dejado sobre la mesa. Se cala
las gafas para verlos mejor. La mujer, cruzada de brazos y sonriente, se
mantiene junto a mí, esperando probablemente a que acabe de beber. El marido
entorna la mirada.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">— Pero… Dios mío, ¿qué es
esto?...</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Todo sucede a la velocidad del
rayo. Casi sin dejar de beber, me quito las fundas de los dientes. Al volverme
hacia la mujer y mostrarle mi verdadera dentadura, se le borra la sonrisa de la
cara, transformándose en una mueca de terror. Quiere gritar, pero no puede. No
noto la menor resistencia cuando le arranco la mitad del cuello de un mordisco.
Mientras su sangre salpica por todas partes y empapa mis manos, que la sujetan
para que no caiga al suelo, la vida se le escapa en un momento, y sus ojos se
tornan blancos. El pelo se desmadeja. Ya no es tan sedoso como cuando se lo
acariciaba un momento antes. Jamás entenderé por qué el pelo humano se
desmadeja de repente ante una situación de terror, pero ocurre. Lo he
comprobado en tantas ocasiones…</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Su carne sabe extraña,
ligeramente amarga, pero no me disgusta. No entiendo qué necesidad tiene la
gente de perfumarse el cuello para ir al supermercado, a menos que se haga para
evitar olores corporales desagradables. Mientras la mastico con placer, me
vuelvo hacia el marido. Lo que yo suponía, está paralizado. Pálido, con la boca
abierta, es incapaz de hacer nada. Dejo a la mujer con cuidado en el suelo, y
me dirijo hacia él. Me está esperando, no puedo defraudarle.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Escupo el pedazo de carne de su
esposa mientras clavo las uñas en su garganta. No quiero morderle, porque me da
un poco de asco su barba de tres días. Le quito las gafas y las deposito con
cuidado sobre la mesa. Voy a estrangularle. Su garganta es gruesa, y late bajo
mis garras como un caballo desbocado. Me cuesta. Miro a la izquierda, y cojo un
largo cuchillo de cocina del cuchillero negro de plástico situado al lado del
fregadero. ¿Para qué voy a seguir haciendo fuerza con los dedos?</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sus manos no se mueven cuando
apoyo la punta del cuchillo bajo el esternón y hundo la hoja rápidamente hasta la
misma empuñadura. Mantiene la mirada clavada en mis puntiagudos dientes. Un
abundante borbotón de sangre surge de la herida cuando retiro el cuchillo para
clavarlo de nuevo, esta vez desde el bajo vientre hasta la tetilla derecha. Sus
ojos se entrecierran y se quedan blancos cuando la pupila se retira lentamente
hacia arriba y las tripas salen disparadas hacia las baldosas . Pesa mucho, me
resulta imposible sostenerle. Le dejo resbalar hasta el suelo.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><span style="mso-spacerun: yes;"> </span></span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me siento en una de las sillas de
pino. El cuadro no ha quedado del todo mal. Más tarde colocaré el cadáver de él
junto al de ella, para mejorar la escena. El salpicado ha quedado muy chulo. El
color del azulejo hace que la sangre destaque mucho, como en la sala del
matadero en la que trabajé durante tantos años. </span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Creo que haré un par de
fotografías, para acompañar a las otras que he dejado sobre la mesa, metidas en
una carpetilla de plástico. Luego me liaré con los cuerpos, hasta la noche. Una
maravillosa merienda cena, y lo que sobre, a las bolsas refrigeradas que guardo
en el coche. </span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Todo ha salido según lo esperado,
y en menos tiempo de lo que me imaginaba. Se me ha dado muy bien, no me puedo
quejar, pero también es verdad que voy depurando la técnica día a día.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Al fin y al cabo, sólo es
cuestión de márketing.</span></div>
<span style="font-family: Verdana, sans-serif;">
</span>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-73782728424773099182012-01-15T08:23:00.000-08:002012-01-15T08:23:27.468-08:00Treinta años<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh1RemWmFUwTCFCcdCqpiw5DLjFChUEvW08b7rVy2ebQc8WFiTsWufTO5H3L0HqtuijzdQFWDHqh6rLJjrsIF85N2Xs-lubwAuk4WakUzZf_6uLAiXa5sUsV8aT2xbiDm7LGC80DhOGJCds/s1600/MALTRATO_EN_LA_VEJEZ.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh1RemWmFUwTCFCcdCqpiw5DLjFChUEvW08b7rVy2ebQc8WFiTsWufTO5H3L0HqtuijzdQFWDHqh6rLJjrsIF85N2Xs-lubwAuk4WakUzZf_6uLAiXa5sUsV8aT2xbiDm7LGC80DhOGJCds/s400/MALTRATO_EN_LA_VEJEZ.jpg" width="267" /></a><span style="color: #323d4f; font-family: "Arial","sans-serif"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No pudo evitar contemplar su imagen en el e</span></span><span style="color: #323d4f; font-family: "Arial","sans-serif"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">spejo situado frente a la barra, justo detrás del camarero mal encarado, con barba de tres días y palillo bailante asomando entre los labios. El hombre la contemplaba de reojo, mientras limpiaba los vasos con un paño de cocina tan renegrido como su alma. Sus miradas se cruzaban a cada momento. Del espejo, al camarero, y de este, rápidamente, de nuevo al espejo. Los dos en silencio, los dos observándola, los dos aburridos a causa de la falta de clientes. De vez en cuando, el camarero desviaba la mirada hacia la vitrina situada sobre la barra, como tratando de incitarla a consumir algo más que el café con leche que había pedido. “Si todos los clientes fueran como ella”, supo ella que estaba pensando aquel hombre, “no le iba a quedar más remedio que cerrar muy pronto”. Con una cierta sensación de culpabilidad, que sabía absurda y que sin embargo no podía evitar, centró su mirada en el espejo.<o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 12pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;"><span style="color: #323d4f; font-family: "Arial","sans-serif"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Recordó los lejanos tiempos en que los iba buscando. Amigos silenciosos, que le devolvían una imagen gratificante de sí misma. Estaban por todas partes. En los comercios, en las tiendas de ropa que le gustaba frecuentar, en la luna de cualquier escaparate… Con el tiempo se habían vuelto crueles. Seguían igual de silenciosos, pero aparecían como por sorpresa, como si esperaran agazapados a que ella pasara para saltar a su encuentro, mostrando una imagen deteriorada por los años y la vida. Ahora no los buscaba, pero se encontraba con ellos. Seguían estando por todas partes. Este no era de los peores. Dentro de lo malo, la capa de suciedad y humo solidificado que lo cubría, atenuaba la profundidad de sus arrugas y sus labios mal pintados.<o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 12pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;"><span style="color: #323d4f; font-family: "Arial","sans-serif"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">¿Por qué la habría citado Armando en aquel lugar tan sórdido? ¿Había perdido tal vez,<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>con los años, la pasión por los locales de moda que tenían cuando eran novios? Podían haber quedado en Chicote, o en Fuentesila, o en la misma cafetería de El Corte Inglés, pero no en este tascucio, gris, sórdido, vacío y poco iluminado. ¿Lo había hecho por el precio de la consumición? Si era eso, era absurdo. Armando no había sido nunca precisamente agarrado. De hecho, era ella la que ponía orden en las cuentas de la casa. Por un par de euros más, o incluso menos, se podía estar más a gusto en cualquier otro lugar. Las cuentas de la casa. Recordó los malabarismos que tenían que realizar para llegar a fin de mes, con el escuálido sueldo de un marido, que veía cómo sus compañeros de oficina le iban adelantando por los lados. Armando siempre había sido un cobardón para reclamar lo suyo, y ella lo sabía, pero no le decía nada porque cada vez que sacaban el tema, Armando se hundía. Ella dejó de echarle en cara su cobardía. Se arremangó la blusa y se hizo una experta en buscar ofertas de ropa y de comida. Hacía virguerías con el presupuesto, y se permitían incluso algún viaje de vez en cuando, o pasar parte del verano en la playa, algo que a ella le encantaba, y ante lo que Armando solía protestar tímidamente hasta que se daba cuenta de lo que su mujer era capaz de hacer con el escaso dinero que entraba en casa. Y siguió siendo así hasta que la cosa cambió, hasta que el jefe, posiblemente avergonzado ante la situación de Armando, le subió el sueldo hasta igualarlo con el del resto de sus compañeros. <o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 12pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;"><span style="color: #323d4f; font-family: "Arial","sans-serif"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">No, no entendía la razón por la que Armando había elegido este siniestro lugar. Pensaba decírselo en cuanto le viera, entre otras muchas cosas. Estaban empezando a amontonársele en la conciencia las cosas que tenía que decirle, pero iba a empezar por esta. Se sentía incómoda sentada en aquella barra, con aquel bandido de cine cerca de ella, que más que limpiar los vasos los ensuciaba. Ella era una señora, y siempre lo había sido, y eso era algo que Armando sabía de sobra, de siempre, y que no debería haber olvidado. Una señora, a pesar de que había tenido que ponerse a trabajar, o precisamente por eso todavía más, para sacar a sus cuatro hijos adelante, al día siguiente de que Armando se fugara con aquella bailarina del teatro, poco tiempo después de aquella subida de sueldo que provocó que su cerebro se fugara a la entrepierna. Una señora, que nunca perdió la delicadeza de sus manos, a pesar de los productos abrasivos que se había visto obligada a utilizar en aquella fábrica de envases de plástico. Una señora, siempre una señora, a pesar de todo y a pesar, sobre todo, de Armando. Los maridos y las esposas de sus dos hijas y sus dos hijos la llamaban desde siempre así, señora, a pesar de que ella les daba confianza. Su fortaleza y serenidad de espíritu ante la cobardía de su marido habían provocado de inmediato un gran respeto hacia ella por parte de los hijos, que transmitieron a su vez a los suyos. Los nietos la respetaban, pero no la llamaban señora, por supuesto. Ella no lo hubiera consentido. Prefería mil veces aquel “abuela” que provocaba casi siempre un brillo en sus ojos.<o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 12pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;"><span style="color: #323d4f; font-family: "Arial","sans-serif"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Escuchó un murmullo de admiración a sus espaldas. Se volvió, con una mezcla de curiosidad y de fingida molestia. Tres obreros, enfundados en sus monos azules, observaban su espalda desde la mesa a la que se habían sentado a almorzar. Al ver la cara de ella, la sonrisa de ellos se desdibujó de sus labios, <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>y la mirada se tornó huidiza. Últimamente solía ocurrir. Mantenía una trasera sugerente a los ojos de los hombres, que se eclipsaba al mostrar la delantera, con esas terribles arrugas en el cuello y la parte superior de los senos. Con esas arrugas en la cara. Tenía que acostumbrarse. Al fin y al cabo, estaba en esa edad en la que la lujuria que despierta una mujer va cediendo su lugar al respeto hacia las personas mayores.<o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 12pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;"><span style="color: #323d4f; font-family: "Arial","sans-serif"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Iba a decirle tantas cosas... ¿Qué esperaba de ella este hombre, después de treinta años sin tener noticias suyas? Ni siquiera se había molestado en llamar jamás a los hijos, para felicitarles por su cumpleaños, o el día de la boda de cada uno de ellos. Después de romper del todo con todo, de echar por la borda su vida, sin importarle en absoluto lo que ocurriera con la de ella, ¿qué esperaba? Tal vez se presentara con su aire de Don Juan y su sonrisa de película, que fueron ensombreciéndose con los años a causa de las obligaciones familiares. Tal vez se presentara así, como el gallo del gallinero que era antes de la primera arruga bajo los ojos, convencido de que ella se iba a arrojar rendida a sus brazos. Probablemente pediría disculpas. Unas disculpas que ella no estaba dispuesta a aceptar. Posiblemente, en su demencia, quería presentarle a su última amante. ¿Qué esperaba este hombre de ella? ¿Qué quería? ¿Qué podía esperar que hiciera ella? ¿Recibirle con los brazos abiertos, como si no hubiera ocurrido nada? Se había vuelto loco si pensaba así. Ella sabía que la bailarina le había abandonado muchos años atrás, y que después vino otra mujer, y luego otra, y otra, que satisfacían sus bajos y no le causaban molestias con hijos llorones. Al principio ella se interesaba por su trayectoria, a través de amigos y conocidos, porque el muy “huevazos” ni siquiera se había tomado la molestia de irse a otra ciudad, pero con el tiempo dejó de hacerlo. Dejó de hacerlo cuando descubrió que la vida de sus hijos, infinitamente más valiosa que la de Armando, tiraba de ella.<o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 12pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;"><span style="color: #323d4f; font-family: "Arial","sans-serif"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Miró el reloj. Tarde, como siempre. Era su costumbre. El mundo estaba concebido para esperarle. Recordó aquellas cenas con los amigos, cuando él tardaba media hora más en arreglarse que ella. “Es que a ti no te hace falta, querida. Es lo que tenéis las guapísimas del Universo”, le decía zalamero cuando salían de casa. Llevaba más de media hora esperándole. No iba a venir. Llegó a esa conclusión de repente, convencida de que la cobardía de Armando era más fuerte que sus deseos de volver a verla. Ahora estaba segura de que no pensaba venir desde el mismo momento en que la llamó para citarla en este lugar. Dos frases huidizas, pronunciadas sin fuerza, sin el aplomo que mostraba Armando de joven, cuando parecía que se iba a comer el mundo. Probablemente llamó convencido de que ella no iba a aceptar la cita. Probablemente el corazón le pegó un vuelco en el pecho, del susto, cuando ella contestó, con un aplomo infinitamente más acusado que el de él, “sí, Armando, allí estaré”. No, no iba a venir.<o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 12pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;"><span style="color: #323d4f; font-family: "Arial","sans-serif"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Apagó el cigarrillo, y observó que la mirada del camarero se dirigía fugaz al carmín de la boquilla. Siempre le había sorprendido la extraña fascinación que el carmín en la boquilla de un cigarrillo solía provocar en la mayoría de los hombres. Se levantó, dejó un par de monedas en la barra, y se dispuso a salir.<o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 12pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;"><span style="color: #323d4f; font-family: "Arial","sans-serif"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Entró en aquel momento.<o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 12pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;"><span style="color: #323d4f; font-family: "Arial","sans-serif"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Era Armando, no cabía duda. Ella volvió a sentarse. En cuanto la vio, el hombre se dirigió a la barra, a su lado. Caminaba con pasos cortos, de piernas en retirada. Con pasos de persona anciana. Ligeramente inclinado hacia adelante. Ligeramente doblado, más bien.<o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 12pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;"><span style="color: #323d4f; font-family: "Arial","sans-serif"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El color de su cara era indefinido, entre aceitunado y ceniciento, como de moribundo. Grandes bolsas se habían formado bajo sus ojos. Cuando sonrió al acercarse, por un instante fugaz, ella pudo contemplar la blancura perfecta de una dentadura postiza. Llevaba sombrero. Al quitárselo y dejarlo en la barra, ella no pudo evitar un respingo ante aquella fascinante pelambrera que había desaparecido, dejando en su lugar unos cuantos jirones de pelo blanco, que luchaban por sobrevivir en el desierto en que se había convertido el antaño frondoso cuero cabelludo. <o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 12pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;"><span style="color: #323d4f; font-family: "Arial","sans-serif"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Se sentó a su lado, tropezando y tosiendo. La miró sin hablar. Ella abrió la boca, pero no emitió sonido alguno. La mano temblorosa de él recorrió parte de la barra, quedando a medio camino entre los dos. Su expresión se tornó triste. Infinitamente triste. Ella no recordaba haber visto jamás una expresión tan triste en el rostro de él. Los ojos de Armando se volvieron aguanosos. Abrió también la boca, pero no dijo nada.<o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 12pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;"><span style="color: #323d4f; font-family: "Arial","sans-serif"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Después de un momento, que a los dos se les hizo eterno, ella colocó su mano sobre la temblorosa mano de él.<o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 12pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;"><span style="color: #323d4f; font-family: "Arial","sans-serif"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Sobraban las palabras.<o:p></o:p></span></span></div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 12pt; text-indent: 35.45pt;"><br />
</div><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"> </span>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-28393834072551733912011-12-08T08:38:00.000-08:002011-12-08T08:38:15.304-08:00Saudade<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjzwmq7GDyKElU-7oyWx-gwbrzZkOaaRU6yt_mNfiMITiY1QG8KH6qM-3kbP9KqdhTTaEwgSuKWpoq6_AxZTNRXTfO03IRr8JJSVONxuMbYRtcvDeYEtFYvTdP5vTXDzPkVOKunY62H1O4A/s1600/fado_cartel.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjzwmq7GDyKElU-7oyWx-gwbrzZkOaaRU6yt_mNfiMITiY1QG8KH6qM-3kbP9KqdhTTaEwgSuKWpoq6_AxZTNRXTfO03IRr8JJSVONxuMbYRtcvDeYEtFYvTdP5vTXDzPkVOKunY62H1O4A/s400/fado_cartel.jpg" width="283" /></a></div><div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Después de cenar, Francisco, el cojo, se empeñó en seguir con la juerga. Al fin y al cabo era temprano, y viernes. Al día siguiente no había que madrugar. No es que me hiciera mucha ilusión, pero al ver los ojos de los dos ecuatorianos, Edgar y su hermano Jack, supe que no me quedaba más remedio que aceptar.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Subimos de la Baixa al Bairro Alto en el tranvía, como debe ser. La gente nos miraba. Sin duda formábamos un grupo variopinto y multirracial, aunque no cosmopolita porque de lejos se notaba que no teníamos un euro. El cojo, ese extremeño alto, delgado y seco como un sarmiento, a punto de jubilarse, lucía en la cara las arrugas fruto de la azarosa vida que había llevado, primero como contrabandista y después en la construcción. Uno de sus ojos parecía seco a causa de un poco de cal que la cayó una vez. Los dos hermanos, bajos y tochos como todos los de su raza, tenían la piel suave. Oscura, pero suave. Se veían pocos sudamericanos en Lisboa. Por eso les miraba la gente mientras se mantenían agarrados como mandriles a la barra del tranvía, atentos a sus carteras. Yo, un madrileño que había conocido tiempos mejores, trataba de mantener en su lugar, a cada latigazo del vehículo,<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>la ingente cantidad de bacalao dorado que había comido en un infecto tugurio de un callejón de la Baixa. Era el cumpleaños del cojo, y había que cumplir.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Llevábamos un par de meses en Lisboa, pero apenas conocíamos la ciudad. La crisis en España nos había obligado a buscarnos la vida fuera. La pequeña constructora en la que llevábamos el cojo y yo algo más de diez años nos ofreció dos alternativas: o el despido, o una obra de <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>rehabilitación de poco más de ocho meses en un antiguo edificio de la Avenida Liberdade. Los dos nos decidimos a venir, junto con los hermanos ecuatorianos, que acababan de entrar. Todos estábamos sin lazos familiares. El cojo, viudo, y yo, recién separado. Los hermanos tenían a toda la familia al otro lado del charco. Pronto me nombraron como líder de la cuadrilla, en una especie de acuerdo tácito y con permiso del cojo, que por edad debería de haber asumido un cargo que sin embargo le venía algo grande por su falta de conocimientos en lo que se refería a planos y números. Y aquí estábamos, alojados en una pensión de la Baixa, sencilla pero muy limpia, a unos trescientos metros de la obra. Aquella noche se produjo, a instancias del cojo, la primera salida nocturna en aquella ciudad.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">El Bairro Alto estaba muy animado. Nos sorprendió comprobar la gran cantidad de jóvenes y no tan jóvenes que llenaban las calles. Después de deambular un rato sin decidirnos a meternos en ningún sitio, bien porque la mayoría estaban llenos de gente o vacíos del todo, nos paramos a la puerta de una infecta tasca situada en la rua Diario de Noticias, en la que un cartel anunciaba que se cantaban fados. Con aquel local ocurría lo que en otros muchos lugares de la ciudad: su interior decadente estaba enmarcado por una entrada de cierto prestigio, con un arco de piedra de granito sobre la puerta y un elegante revoco de color amarillo en la fachada. En Lisboa se estaban gastando bastante dinero en la rehabilitación de edificios, y eso se notaba en el aspecto general de la ciudad. <o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Debatíamos si entrar o no, tratando de que el reguero de líquido que bajaba por el centro de la calle no nos mojara los zapatos, cuando del interior salió un individuo que me pareció cuando menos pintoresco.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—¿Españoles?<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Nosotros dos sí —contestó agrio el cojo—. Estos dos, ya lo ve, pero como si lo fueran.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Pasen, por favor. Tengo una mesa para ustedes.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—¿Cuánto nos va a costar? —aunque era su cumpleaños, el cojo seguía siendo pragmático en ese sentido.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Vamos a empezar a cantar fados. Diez euros consumición mínima. Una botella de Oporto para los cuatro.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Una botella de Oporto no vale cuarenta euros.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">El entusiasmo con el que había salido el personaje pareció irse disipando poco a poco. Resultaba muy exagerado en sus ademanes. Era grueso, y bastante bajito. Tenía las manos pequeñas y regordetas. Las movía mucho. Siendo calvo, tenía una mata de pelo en la parte de atrás de la cabeza, negra y engominada. Los ojos, saltones, se movían nerviosos de un lado a otro. Cuando hablaba gesticulaba hasta el punto de dar la impresión de que la mandíbula se le iba a caer al suelo en cualquier momento. Cambió la sonrisa por un gesto de cierto desdén, acompañado de unos movimientos que me recordaron los de un tentetieso.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Cantamos fados. Una botella de Oporto para los cuatro, cuarenta euros. La mesa está preparada.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Mientras decía aquello, dirigía miradas a otro grupo situado unos pocos metros más abajo.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—¿Qué hacemos? —preguntó el cojo.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Es que cantan fados, cojo.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—¿Y qué coño importa eso? Hemos venido a beber, no a escuchar gorgoritos. Con una botella de Oporto no tenemos ni para empezar.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—A mí me gustan los fados —dijo Edgar.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—¿Los has escuchado alguna vez, tontolaba? —escupió el cojo mirándole con su ojo seco.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Al lado de mi habitación en la pensión hay un tipo que los pone a todas horas.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">El hombre se impacientaba. Juntó las manos y comenzó a frotarlas con fuerza.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Bueno, me voy…<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">El cojo le detuvo.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Vamos para adentro —mientras decía aquello, miró a Edgar, como nombrándole culpable oficial de la decisión que acababa de tomar—. Una botella de oporto, cuarenta euros, pero de diez años por lo menos.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">El hombre puso gesto de fastidio.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Un oporto de diez años vale mucho más. Un tawny, pero de buena marca.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">No había marcha atrás. Entramos tras él, que caminó bamboleante hasta la mesa que nos tenía preparada. El resto del local estaba lleno hasta la bandera. Cinco largas mesas situadas en el lado opuesto al que se situaba el escenario, si es que se le podía denominar así. Consistía en un chal negro con algún que otro jirón y algún bordado dorado, colgado de dos escarpias clavadas al azulejo de la pared, a una altura de unos dos metros. Al pie, dos sillas de anea que parecían a punto de deshacerse y salir corriendo, y todo el conjunto al lado de la minúscula abertura, de poco más de cincuenta centímetros de ancho, que daba acceso a los aseos.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Nos sentamos a la mesa, los hermanos a un lado y el cojo y yo al otro. Tras comprobar el aspecto general del local, el cojo me miró sonriendo.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Parece una churrería, coño. Y no se te ocurra ir al baño, porque te puedes quedar incrustado entre los azulejos de la entrada.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Parecía contento. El individuo que había salido a buscarnos nos trajo la botella y cuatro copas de cristal. El cojo miró la marca y se puso serio. Después de que el hombre la abriera, se dirigió a nosotros.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Esta marca de oporto no la conoce ni su padre.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">La cosa empezaba mal. El camarero iba y venía moviéndose como un tentetieso. Me recordaba a un maestro de ceremonias de un circo decadente, sacado de un cuadro de Lautrec o Seurat. Entiendo algo de pintura. Tuve una época en la que me encantaba, a la hora del bocadillo, ojear libros sobre el tema. El cojo le miraba con odio asesino. Cuando llevábamos media botella de oporto, detuvo al camarero al pasar a su lado y le preguntó.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—¿Cuándo empiezan los fados?<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Diez minutos —contestó el maestro de ceremonias extendiendo sus diez dedos regordetes.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Nada más alejarse, me acerqué al cojo y le susurré al oído.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Este hombre tiene cara de llamarse Eduardini.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">El cojo me miró y sonrió.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Eduardini. Es verdad. Tiene gracia. Eduardini.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">El vino no estaba malo, desde luego. Ninguno entendíamos un carajo de vino de oporto, así que no podíamos saber si nos habían estafado miserablemente. A los ecuatorianos les encantaba. Se lo bebieron casi de un trago. <o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Al lado nuestro se sentó una pareja de turistas. Eran una mujer y un hombre chinos, jóvenes los dos. Cenaron aprisa y comenzaron a beber la botella de vino verde que habían pedido. El cojo miró a la china y después se inclinó hacia mí.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Es guapa, la chica. Joder, entre los hermanitos estos y la pareja de chinos, esto se está pareciendo a la ONU.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">El cojo miró su reloj. A los diez minutos justos, se apagó el incómodo fluorescente del techo. Del fondo del local surgieron dos hombres, de bastante edad, ataviados con “trajes regionales”, según los denominó el cojo, de color negro intenso, y botas, también negras, con travillas. Uno llevaba una guitarra y el otro una especie de bandurria grande. Se sentaron en las sillas de anea, que crujieron bajo su peso, y comenzaron a afinar los instrumentos.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Al cabo de unos minutos, se levantó de la mesa del fondo, situada junto a la barra, un hombre alto, con gafas, ataviado con una chaqueta de color gris. Se dirigió al escenario. El cojo y yo nos dimos cuenta entonces de que en aquella mesa estaban los cantantes que nos iban a amenizar la noche.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Haciendo un gesto, el hombre indicó a los instrumentistas que empezaran. Tras un par de compases en los que el cantante pareció reconcentrarse y meditar sobre lo que iba a hacer, hizo ademán de empezar, pero se detuvo. Los otros siguieron tocando como si no hubiera pasado nada. Otros dos compases, y el hombre finalmente se arrancó.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Apenas tenía voz. Escuchamos el primer tema atentamente. El cojo le observaba con un gesto que no supe interpretar, pero se notaba a todas luces que no le gustaba. Cuando terminó la primera canción aplaudimos, y al terminar la segunda, también.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Esos fados que ha cantado no son como los que pone mi vecino de habitación —dijo Edgar consternado—. Estos son mucho peores.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—A ver si lo que pone tu vecino son coplas, capullo —dijo el cojo.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Sé de sobra distinguir una copla de un fado, cojo, no te burles de mí.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">El cojo se dio la vuelta y se dirigió hacia mí mientras apuraba su copa de oporto y se servía otra.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—El caso es que nos han estafado.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Su siniestra mirada no dejaba lugar a dudas. Iba a liarla. Ya le conocía de sobra. Se remangó y volvió a coger del brazo al maestro de ceremonias cuando pasó a su lado.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Oye tú, Eduardini, ¿qué es la saudade?<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Uno de los peones portugueses de la obra en la que estábamos no paraba de hablar de la saudade. Era de Oporto. A la hora del bocadillo, nos daba la murga. Saudade por aquí, saudade por allí… Eduardini levantó las manos y movió los dedos.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Ah, la saudade… Es algo que no se puede explicar. <o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Se giró con un rápido movimiento y se dirigió a otra mesa.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">La china estaba totalmente borracha. Había cogido un tablón como un piano con el vino verde. Se descalzó y se dirigió al aseo. El cojo dio un respingo al verla.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Será guarra… Mírala, se va a meter en el aseo descalza. Está como una cabra. ¡Y encima se ha equivocado y se ha metido en el de tíos!<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">El cojo no paraba de reír. Estaba empezando a estar a gusto, más que nada porque de una forma u otra pensaba liarla, y probablemente aquella china borracha le iba a servir de excusa o de detonante para ello.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">El segundo artista era otro hombre de pelo blanco, vestido con un jersey de color rosa que le quedaba pequeño. Parecía que se iba a ir al colegio al terminar de cantar. Lo hizo mejor que el primero, o eso nos pareció al menos. Al tiempo que cantaba, movía una mano mientras mantenía la otra en el bolsillo del pantalón. <o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">La china no dejaba de hablar en medio de las dos canciones. El público no paraba de chistar para que se callara, sin ningún resultado. Su belleza quedaba eclipsada por completo gracias a su desagradable y chillona voz. El chaval que la acompañaba daba muestras visibles de sentirse incómodo al lado de su ruidosa compañera.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">El cojo me miró sonriendo al terminar el segundo artista. Yo no sabía muy bien qué significaba esa mirada, pero no me esperaba nada bueno.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Entonces salió ella.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Era una mujer bastante madura, mayor de cincuenta y menor de sesenta, sin llegar a gruesa pero rotunda, con pelo rubio y un chal verde sobre los hombros. Sin duda, en tiempos había sido guapa, muy guapa. Sin demasiada convicción, le hizo una seña a la china para que se callara. Los músicos comenzaron a tocar sus instrumentos. Tras los primeros compases, empezó a cantar. Lo hacía muy bien, sin duda la mejor de la noche. Tras las dos primeras estrofas, comenzó la tercera, con una potente subida de voz.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">A mí se me puso el vello de punta. Sentí que el corazón me daba un vuelco en el pecho. El cojo se irguió en su asiento, con gesto muy serio. Sin duda aquella voz le había calado tanto como a mí. Resultaba increíble. De repente, el escenario dejó de ser el escenario cutre que habíamos visto al entrar, transformándose por obra y gracia de la aterciopelada voz de aquella mujer en un gran teatro en el que se homenajeaba a la canción portuguesa. Hacia la mitad de la actuación, sucedió algo que hizo que los cuatro nos incorporáramos para mirar. De la mesa del fondo, la ocupada por los cantantes, surgían coros a boca cerrada que acompañaban de forma perfectamente acompasada la melodía que estaba desgranando su compañera. Era una forma sin duda de homenajear su buen hacer.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">De forma inexplicable, algo que al principio me asustó, el ojo seco del cojo comenzó a humedecerse. No me podía creer lo que estaba sucediendo. Los dos hermanos miraban a la cantante embelesados, disfrutando de cada una de sus frases a pesar de no entender absolutamente nada de lo que decía. No hacía falta. La letra era lo de menos. Lo importante eran la música y la forma de cantar.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Cuando acabó, el cojo se levantó de su asiento y aplaudió entusiasmado. Sin duda, aquella mujer había conseguido eclipsar con su arte las ganas de liarla de mi compañero. Nunca le había visto emocionarse por nada, hasta aquella noche mágica. <o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">La mujer saludó con alegría los aplausos y los “bravo” que gritaron los demás cantantes. Una rosa voló de una de las mesas y calló a sus pies. Eduardini se acercó a nuestra mesa, bamboleante y aplaudiendo fuertemente con las dos manos, como una morsa. Parecía mentira que de unas manos tan pequeñas surgiera un sonido tan estruendoso como el de sus aplausos. Sin dejar de palmotear, se agachó hacia el cojo.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Esto es saudade.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">El cojo sonrió y afirmó lentamente con la cabeza.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Después de varios minutos, la mujer emprendió su segundo tema. Nada más comenzar, la china empezó a hablar. El cojo clavó sobre ella una mirada asesina. Ella le miró a su vez y empezó a reír. Traté de detenerle, pero no me dio tiempo. Antes de que le cogiera del brazo, el cojo se levantó de la silla como impulsado por un resorte. Se dirigió directamente a la mesa de la china, la cogió en volandas como si fuera una novia, y salió a la calle. Yo salí corriendo tras él.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—!!Cojo, cojo, cálmate, que nos vas a meter en un lío!!<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">No anduvo mucho. Se detuvo a unos diez metros del local, frente a un ingente montón de bolsas de basura de color negro. Sin pensarlo ni siquiera un momento, arrojó a la chica sobre aquel improvisado lecho de mierda. No pasaba nada, pensé. Al fin y al cabo, a ella no le había importado meterse descalza en el baño de caballeros. Cuando el cojo volvió, sacudiéndose las manos y colocándose la chaqueta, le puse una mano sobre los hombros.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Estás loco, cojo, coño.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Al entrar, nos dimos de bruces con el novio de la chica, que salía con el bolso y la chaqueta de ella en la mano. Nos miró con una expresión extraña, mezcla de miedo y odio. Por un momento pensé que nos iba a dar una patada en la nuez, o algo así. Con esa gente nunca se sabe. Optó por salir corriendo a socorrer a su amada, que gritaba como una loca desde el montón de bolsas sin poder salir de allí, a causa sobre todo de la tremenda tajada que llevaba.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Pensé que nos iba a dar una paliza.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—¿Ese? —dijo el cojo— Para eso hay que ser hombre, y un hombre no es un hombre si no es capaz de mantener callada a su mujer.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Amén, pensé mientras entrábamos y tomábamos asiento de nuevo. Sin dejar de cantar, la mujer sonrió y le dedicó al cojo una mirada de agradecimiento. Este levantó su copa en su honor e inclinó la cabeza. Sin duda estaba sembrado. Se ladeó un poco y me susurró al oído.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">—Esta es la mejor noche de mi vida.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Me lo creí. Aquel tugurio infecto, más semejante a una churrería que a un cabaret, se había convertido en un hervidero de sentimientos a flor de piel por obra y gracia del fado bien cantado. O más bien gracias al duende, pensé, que surge en cualquier lugar del mundo, ya se escuche jazz, bossa nova, flamenco o lo que sea. Cuando el duende aparece, nada le detiene. Como solía decir el cojo, ni en Roma, ni en Pekín ni en Madagascar. Los ecuatorianos lloraban a moco tendido, acordándose sin duda de la gente que habían dejado en su país. Yo recordé mi casa, mis amigos… Eduardini tenía razón, aquello era saudade.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">La mujer acabó y el público volvió a romper en aplausos. Eduardini palmoteaba chillando “bravo” como un poseso. El cojo se levantó y gritó a su vez un par de veces. La mujer le miró y volvió a sonreír, agradeciendo su sentimiento.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Los dos policías aparecieron, acompañados de la china y su novio, justo cuando estaba cantando un hombre invidente, cuya voz parecía surgir directamente del alma. La china señaló al cojo y gritó algo, pero el policía le hizo un enérgico gesto con la mano para que guardara silencio hasta que el hombre terminara de cantar. La chica, ajena por completo al duende, se cruzó de brazos con la insolencia del ignorante, del que es incapaz de percibir el sentimiento. Miraba alternativamente a los policías, que escuchaban embelesados, y al cojo. Cuando el hombre terminó su actuación, el cojo aplaudió. Una vez que se hizo de nuevo el silencio, comenzó a levantarse para dirigirse a la puerta.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Eduardini surgió de repente de la nada, como lo había hecho a lo largo de toda la noche, y colocó un fuerte brazo en el hombro del cojo, obligándole a sentarse de nuevo. Se dirigió directamente hacia los policías, hablando en portugués. Se estableció un diálogo a gritos, en el que la china señalaba al cojo de vez en cuando y Eduardini juraba y perjuraba, por lo que conseguimos finalmente entender, que era la primera vez que veía a aquella chica. La policía entró y preguntó a varios clientes. Todos dijeron lo mismo, que no la habían visto nunca. Eduardini gritó que todos los bares de la zona eran parecidos, y que seguramente, con la tajada que llevaba —todo el mundo rió ante su ocurrencia—, la buena mujer se había equivocado de lugar. Al final, los policías y la pareja de chinos se fueron por donde habían venido. Ella comenzó a darle golpes a su novio, que seguramente había decidido prudentemente no intervenir en absoluto en todo aquel lío.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">La noche mágica se prolongó hasta las doce. Tras escuchar a todos los cantantes, emprendimos lentamente el camino a la pensión. No intercambiamos una sola palabra. Estábamos bien, serenos y tranquilos, con ese bienestar que produce el hecho de haber pasado una noche inolvidable. Edgar se agarró del brazo de su hermano. Al verles así, acaramelados, el cojo soltó una risotada y me cogió del brazo a mí.<o:p></o:p></span></div><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: normal; margin: 0cm 0cm 6pt; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt;">Al mirarme, pude contemplar perfectamente la saudade reflejada en sus ojos.<o:p></o:p></span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-2040610573721654882010-05-06T07:09:00.000-07:002010-05-06T07:09:19.392-07:00El regreso<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiZ_8DXbku53dId4bpFf0eaEjEY8xxF_Ivya6rLUaJYqpBqIGrpxS1H66k0rER4QHQS8CUXcsJDLZeNXnJUW8Gd4n7_kfTqH2pQ1eQp6uXWMiFbR8qmwimxywEL_no85c3wVRCAuvDh-Jhc/s1600/John_Singer_Sargent_hombre_leyendo.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; cssfloat: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiZ_8DXbku53dId4bpFf0eaEjEY8xxF_Ivya6rLUaJYqpBqIGrpxS1H66k0rER4QHQS8CUXcsJDLZeNXnJUW8Gd4n7_kfTqH2pQ1eQp6uXWMiFbR8qmwimxywEL_no85c3wVRCAuvDh-Jhc/s400/John_Singer_Sargent_hombre_leyendo.jpg" width="345" wt="true" /></a></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Veamos, veamos...Hace más de treinta años que no escribo nada. El movimiento se demuestra andando, como dice Marisol, la profesora de la terapia de recuperación. Junto unos adverbios con unas proposiciones. “Aquí, ante vos”. Adverbios, proposiciones...!!No, proposiciones, no, preposiciones!! A, ante, bajo, bajo el volcán... Palíndromos: “dábale arroz a la zorra el abad”. ¡Vaya! Eso sí que ha sido un destello de memoria.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me secuestraron. Cuando era pequeño, me secuestró una pareja de brokers fanáticos de Megamadrid. Al parecer, por aquella época estaba de moda secuestrar niños del campo. El esperma se les había convertido en mermelada a los hombres, y no les servía para procrear. Achacaban esa metamorfosis al stress, a la mala alimentación y a la contaminación, pero mi nuevo padre me susurró una vez al oído que seguramente sería por algún producto nocivo que las empresas colocaban en los “fucking rooms”, dignos sucesores de las antiguamente denominadas zonas de “vending”.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Algunos brokers fanáticos necesitaban poner un punto de humanidad en sus vidas, y se compraban un perro o secuestraban un niño en el campo. Ya crecidito, para evitarse la fase llantinas nocturnas, pañales nauseabundos, y adolescencia granulosa de masturbación compulsiva. Mis secuestradores me confesaron una vez, pasados los años, que habían preferido un niño del campo a un perro, porque no se creían capaces de enseñarle a un perro a no cagarse en la alfombra indostaní de 600.000 euros que tenían en el salón. Cuando me secuestraron yo ya sabía leer y escribir. Tenía una edad lo suficientemente madura como para saber de letras, y lo suficientemente infantil como para que se me olvidara rápidamente, en compañía de mis nuevos padres, todo lo que había aprendido de pequeño.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Marisol nos dice que nos dejemos llevar por lo que dicte nuestro interior, que escribamos, aunque no tenga sentido lo que digamos. Que lo importante es hacer gimnasia con la pluma. Mientras dice eso me fijo en su sonrisa, en sus ojos expresivos, en esas manos que no dejan de moverse, llenas de vida, algo casi imposible de ver en Megamadrid. Siento latir el corazón cuando la escucho arengarnos con pasión. Y siento después, cuando observo sus largas piernas, cómo me late una parte de mi cuerpo situada en otra zona más baja que mi corazón. Reminiscencias sin duda de mi larga noche en Megamadrid.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Mi abuelo me decía que las cosas antes no eran así, que la gente del campo se dedicaba a cosas del campo, a cultivar, a las vacas... y la gente de ciudad a la cultura, al trabajo en oficina, y a viajar de tarde en tarde al campo, a relajarse y a cargarse de ganas de volver otra vez a la locura de la ciudad. Un buen día, un lugareño se cansó de su ignorancia, y de que se descojonaran en su cara los señoritingos de la ciudad. Cambió el azadón por una pluma, y ahí empezó todo. Hoy en día vivimos de la literatura. Lo único natural que todavía cuidamos son los eucaliptos, imprescindibles para obtener el papel necesario para editar los libros. A los pocos que vienen ahora a visitarnos les entregamos un libro, les metemos a uno de los innumerables teatros o cines que infestan la zona, para que vean una buena función, o les recitamos versos de Rimbaud. Cuando los pobres empiezan a ponerse verdes, a sudar y a sufrir incontrolables espasmos, les sugerimos que vuelvan a Megamadrid, a por su dosis de ignorancia, tan necesaria para ellos como la vida. A los dos días de cambiar nuestra agua de manantial por agua de iceberg de Islandia embotellada, a 300 euros la botella, están otra vez como nuevos. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">El cambio fue radical en ambos sentidos. Los urbanitas, cada vez más abducidos por absurdos programas de televisión, comenzaron a sufrir urticaria, vahídos y extraños temblores cada vez que agarraban un libro. Se embrutecieron de la noche a la mañana. Faunos miserables que acosaban y se dejaban acosar, los ciudadanos se convirtieron en bestias lujuriosas ansiosas de sexo, de pasta y de poder. En los albores de la primavera se podía escuchar en mi pueblo, a poco que uno le prestara algo de atención, un bramido similar a la berrea de los ciervos, procedente del bróker fanático en el punto álgido de su celo, que por otro lado duraba todo el año.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">“Platero es pequeño, peludo, suave, que vive sin vivir en él...” No, por Dios, no. Creo que me estoy liando. Tengo que concentrarme si quiero recuperar mi verdadera naturaleza.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Me recuperaron el Salustio y la Mandanga, cuando fueron a Megamadrid hace un par de años, a uno de esos mercadillos anuales, decadentes y cada vez con menos público, en los que tratamos de vender nuestros libros. Menos mal que nos salvamos gracias a la exportación a otros pueblos de Europa y de todo el mundo. El caso es que me encontraron frente a un escaparate de televisores, junto a otros muchos ciudadanos, embobados y babeantes ante el magnífico discurso que estaba soltando en pantalla Belencita Esteban, digna descendiente de una megaestrella del siglo pasado. El Salustio me agarró del brazo. Me dejé llevar sin ninguna resistencia. Ya todo me daba igual. Desde que mis nuevos padres se habían divorciado, diez años antes, la vida había perdido todo sentido para mí. Ninguno de ellos me soportaba durante más de dos semanas en su casa, y empezaba a verme a mí mismo como un bulto inservible.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;">Y ahora os tengo que dejar. Voy a acercarme al centro cívico de la plaza Mayor, a tomarme unos chatos de vino y a darle una palmadita en la espalda los amiguetes. Vicente, el alcalde, va a abrir una jornada internacional sobre “Kierkeegard, ese hombre”.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><br />
</span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-64910743544460702162009-05-05T10:17:00.000-07:002009-05-05T10:26:55.062-07:00Veinte sesiones (amores no confesados)<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgV3OmV8XCDfQ8G5sxnirmJxYtU_5D24rx5UIo3bD4JvMgu8S05mPHFJ8jvATRyVyI_cU2ypPhspw0CrJ3pLRStxwy0olqYRhNI8065EGyBiirn_fv5wUDyFfCcz_7EdTWetXnk-81MnFsx/s1600-h/cupido_bebe.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5332392569602287074" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 343px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgV3OmV8XCDfQ8G5sxnirmJxYtU_5D24rx5UIo3bD4JvMgu8S05mPHFJ8jvATRyVyI_cU2ypPhspw0CrJ3pLRStxwy0olqYRhNI8065EGyBiirn_fv5wUDyFfCcz_7EdTWetXnk-81MnFsx/s400/cupido_bebe.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">¿Cuántos amores no ya anónimos, sino ni siquiera confesados a nadie, acaban esfumándose en la nada? ¿A dónde va a parar toda esa energía desperdiciada, todo ese torrente de sentimientos no correspondidos? ¿Cuántas vidas podrían haber salido de cierta mediocridad amorosa, si nuestro estúpido orgullo no nos hubiera impedido declararle nuestro amor a la persona que lo encendió?.Los protagonistas de esta historia de encuentros, desencuentros y casualidades, se llaman Isabel, Roberto y Vanesa. Los tres están entre los dieciocho y los veinte años, esa edad incierta en la que las hormonas, sin dejar de hervir desde los catorce años, empiezan a calmarse para dejar paso a otros sentimientos más profundos. Los tres han vivido su correspondiente época de roces, calentones y bofetadas varias, primeros novios y primeras novias, todos ellos corroídos por el acné, la masticación compulsiva de chicle, los cigarrillos mal fumados, y las vomitonas provocadas por alcohol de garrafón. Los tres han resurgido como el ave fénix de sus cenizas, con un aspecto renovado, angelical, perfectamente engrasado y preparado para poder comerse el mundo. El más retrasado, no hace falta decirlo, es el pobre Roberto, quien, a pesar de ser el mayor de los tres, acaba de abandonar recientemente ese universo de Playstation, Warcraft y Xbox que le había abducido nada más cumplir los cuatro años. Después de una sana terapia, basada en las bofetadas de su padre obligándole a que hiciera algo positivo con su vida, y de sobrevivir al correspondiente mono, Roberto decidió practicar un deporte, el pádel, con tan mala fortuna, que en el primer partido tropezó y se dobló ligeramente el cuello. El traumatólogo determinó veinte sesiones de rehabilitación.Para llegar a la clínica, Roberto cogió la costumbre, desde el primer día, de atravesar el centro comercial más importante de su barrio, un Hipercor del que no debemos dar el nombre por cuestiones de no hacer publicidad gratuita. Fue así como conoció a Vanesa, una chica morena, de pelo cortado estilo francés, y perfectamente maquillada. Vanesa estaba enamorada en aquel momento de su jefe de sección, un individuo nebuloso, más que cuarentón, con su vida ya montada, con un descapotable (en la cabeza), y cuyo nombre no nos interesa por lo gris de su naturaleza. El caso es que Vanesa, en un intento de hacerse la interesante, decidió regalarle a su jefe cada día una muestra diferente de las colonias pour homme más prestigiosas del mercado mundial. Y con eso ya tenemos montado nuestro circo de amores y desamores, encuentros, desencuentros, y casualidades, que condujeron a ese desperdicio de energía amorosa.El jefe de Vanesa llegaba al departamento a las cuatro en punto. Roberto tenía la sesión a las cuatro y diez, y pasaba por el departamento en el que trabajaba Vanesa a eso de las cuatro menos dos minutos. Vanesa abría el frasco correspondiente a cada día a las cuatro menos dos minutos. Su belleza casi animal no le pasó desapercibida a Roberto, quien desde el primer día la identificó en su desquiciado cerebro, podrido por los videojuegos, con el alter ego de Lara Croft. El día de la primera sesión, Roberto se detuvo frente a Vanesa, que oteaba el horizonte, a la búsqueda de su jefe, con un frasco de “eau de lechons” abierto. Roberto sonrió, y Vanesa sonrió. Aquella sonrisa comercial fue un flechazo directo al corazón del muchacho. La chica, amable, le roció la cara, y parte del cuello, con una buena dosis de colonia.Sentado en su banqueta, Roberto recibía en su cuello, algo más tarde, los diestros manejos de Isabel, una joven estudiante de fisioterapia recién contratada por la clínica. A la chica no se le escapó el dulce aroma que exhalaba el cuello de Roberto. Ella le sonrió, él la sonrió a ella, y aquello fue un flechazo directo al corazón de Isabel. Después de la sesión, y cuando nadie podía observarla, Isabel olió sus manos, que habían estado en contacto con el cuello de Roberto, y sintió un repentino mareo, que achacó al ritmo desbocado que había adquirido su corazón ante aquella fragancia de intensa masculinidad.Cuando al día siguiente se repitió la operación, esta vez con una colonia diferente, Isabel interpretó esa actitud de Roberto como una especie de jueguecillo amoroso. No pudo encontrar otra explicación al cambio de aroma. Otra vez se olió las manos, y de nuevo escuchó, con la misma intensidad que un concierto de música clásica, la llamada del amor.La historia se repitió en otras diecisiete ocasiones, con los mismos movimientos por parte de los tres protagonistas, y colonias diferentes en cada ocasión. Cada día pensaba Roberto en declararse a Vanesa, cada día pensaba Isabel en que Roberto se le iba a declarar, cada día pensaba Vanesa en declararse a... bueno, a ese. Los tres se saludaban cada día con una sonrisa, cada vez más intensa, a causa de la costumbre y el roce diario rutinario.El último día, el de la sesión número veinte, Roberto se había decidido por fin a decirle algo a Vanesa. Ya no le quedaba tiempo. Al llegar a su altura, intentó abrir la boca, pero sintió una vergüenza tan profunda, que no fue capaz. Sentía que las sienes le latían alocadas, y que el corazón se le ponía a doscientas pulsaciones por minuto. No pudo decir nada. Cuando Vanesa, con su sonrisa habitual, le roció una nube de “Machote di mare”, Roberto supo que jamás volvería a verla.Isabel acarició por última vez el cuello de Roberto. Esperó a que el muchacho se le declarara por fin, pero al ver que se levantaba y se disponía a marcharse, supo que no era esa su intención. En aquel instante, tomó una decisión heroica: declararse ella. Intentó hablar, pero las palabras no la salían de la boca. Minutos después, a solas, se olió las manos por última vez, y después lloró, porque no había sido capaz de declararle su amor al ser querido. Jamás llegó a entender la razón que le empujaba a Roberto a cambiar de colonia cada día.Ni que decir tiene que ni Vanesa se había fijado para nada en Roberto, ni Roberto en Isabel. Los tres estaban enamorados hasta las cachas, pero de la persona equivocada. Los tres cantaban frente al espejo sus canciones románticas preferidas después de ducharse, pensando que, si la otra persona los viera en ese momento, caería enamorada de ellos sin remedio. Es algo normal, lo hemos hecho todos, no tiene porqué avergonzarnos.Se me olvidaba. Vanesa, que era la más lanzada de los tres, decidió un buen día declararse al cuarentón. Cuando abrió la boca, el otro aprovechó para llamar a otro cuarentón, igual de gris que él, jefe del departamento en el que, a partir de aquel mismo momento, iba a trabajar Vanesa. Con muy buen criterio, la chica decidió que el primer cuarentón no merecía la pena comparado con el nuevo.</span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-33251338651986511422009-02-18T08:20:00.001-08:002009-02-18T08:25:23.256-08:00Tres relatos cortos<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjBktdjXRmL_RKTmvF0iob12kG2ybxQBdkoxlAudOSmD_mytHSaIXpIpQ1K-WQy6O90OALcjFi7rg27FFJ55W614pXjcWkuKdLenYXVEv71HzSB6kG79LDirss9DxywCXHvH7lkWV6UrJd0/s1600-h/1695049134_06f6936698.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5304173816572455618" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 282px; CURSOR: hand; HEIGHT: 400px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjBktdjXRmL_RKTmvF0iob12kG2ybxQBdkoxlAudOSmD_mytHSaIXpIpQ1K-WQy6O90OALcjFi7rg27FFJ55W614pXjcWkuKdLenYXVEv71HzSB6kG79LDirss9DxywCXHvH7lkWV6UrJd0/s400/1695049134_06f6936698.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">Os pongo a continuación tres relatos cortos que he escrito en exclusiva para uno de los foros en los que participo de vez en cuando. La razón para colgarlos aquí es que no quiero que se acaben perdiendo. Un saludo a todos, y espero que os gusten.</span></div><div align="justify"><span style="font-family:verdana;"></span> </div><div align="justify"><span style="font-family:verdana;"><strong></strong></span> </div><div align="justify"><span style="font-family:verdana;"><strong>Vidas ejemplares: Servando Castelar</strong><br /><br />La meteórica carrera de Servando Castelar hacia la cúpula de la alta dirección de una conocida multinacional norteamericana, se vio truncada hace cinco años, en el transcurso de un exclusivo curso para altos ejecutivos, impartido por el prestigioso anacoreta Feng-on-my-Biang en un monasterio de las faldas del Himalaya.Castelar había sido elegido, junto a otros diez altos cargos de la compañía, para realizar el curso, cuyo precio oscilaba entre ocho y nueve mil euros la jornada, en régimen de pensión completa, y con ocho horas lectivas diarias. Las características del curso, enfocado a mentalizar positivamente a ejecutivos de alta dirección, le conferían una calidad tal de contenidos, que la compañía decidió transmitir algunas de sus partes por videoconferencia al resto de los empleados de la compañía.Quiso la casualidad que aquella nefasta tarde, se transmitiera la clase de ananga-yogy-bear. Servando realizó a la perfección la postura de la mantis subrepticia, y la del junco mecido por el viento, e incluso la del muérdago en tensión, pero cuando estiró sus brazos, retorció su cuerpo, y abrió las piernas para adoptar la postura de la luna romántica, un enorme cuesco, provocado por el esfuerzo, pero sin duda también por el frugal régimen seguido aquellos días a base de semillas de soja, semillas de sésamo y semillas en general, se escapó de su desgarrado esfínter, con gran sonoridad y desparramo consiguiente general.Servando Castelar es actualmente un cotizado vocero de la lonja de pescado del puerto de Camariñas. Los que le han escuchado alaban su dicción, “similar a la de su antepasado político, ese que daba discursos”, al decir de la mayoría.El vídeo con la ventosidad estuvo varias semanas como el más visto del portal Youtube.<br /><br /><br /><br /><strong>Alegrame la noche<br /></strong><br />Del aseo de caballeros sale primero María, la mujer de la limpieza, una sudamericana trigueña a la que ya le tengo echado el ojo, que insinúa unas formas increíbles en su cuerpo, a pesar de ir siempre vestida con un anodino y enorme uniforme de color azul claro. Su mirada se cruza con la mía un momento, y se ruboriza. Lleva en la mano la bolsa de plástico con el contenido de la papelera. Un encuentro que no hubiera significado nada de no haber salido casi al instante detrás de ella Ramón, “el cigüeña”, el vigilante de seguridad, abotonándose el cuello de la camisa y con una intensa palidez que se acrecienta en su rostro al verme.Ha tenido que pasar algo en este aseo. La pareja ha aprovechado que el edificio debería estar vacío, sin imaginarse que todavía quedaba el de siempre, el pringado que no tiene otra cosa mejor que hacer que quedarse a echar horas, porque se aburre en casa. Entro frenético, buscando señales. Mi vida sexual es tan patética, basada únicamente en mi mano izquierda, que me paso la vida babeando a la caza de situaciones que después, pensando en ellas, me inspiren para humedecer mis preámbulos al sueño. Es posible, si encuentro algo, que mi paja de esta noche se la dedique a esta sugerente pareja.Nada. Ni pelos en ninguno de los tres retretes, ni marcas de sudor, ni siquiera marcas de dedos. Encontrar un tanga usado de María ya habría sido la rehostia. Le habría servido a mi podrida imaginación durante más de dos meses. Excitado, imaginando lo que probablemente nunca ha ocurrido, olisqueo el ambiente como el protagonista de “El perfume”, con el mismo nerviosismo que un chihuahua buscando un bombón de chocolate. Nada. Me resigno a la realidad. No ha ocurrido nada. La humanidad es más decente de lo que le gustaría a mi enfermo cerebro.Bajo a recepción. María está frente a la garita de Ramón, barriendo un resto de polvo. El silencio monacal queda roto únicamente por el sonido de mis pasos, que resuenan en el mármol pulido. Cuando paso frente a ellos, me saludan tímidamente, deseándome un buen fin de semana. Cuando giro a la izquierda, para bajar al aparcamiento, miro a María de reojo. En un instante fugaz, la mujer le dirige a Ramón la mirada más lasciva que he visto en toda mi vida. El corazón me da un vuelco en el pecho. Para rematar, María pasa su lengua por el labio inferior, humedecido para la ocasión. María tiene unos labios increíblemente sensuales. Sin poder evitarlo, un fuerte y casi doloroso bulto se va formando en mi entrepierna. El “casual wear” de los viernes me está jugando una mala pasada. De llevar los pantalones chinos en vez de estos tejanos, no sentiría el malestar que estoy sintiendo. Cuando entro en el ascensor, el dolor se hace insoportable, y no me queda más remedio que abrir la bragueta, para aliviar la tensión. Finalmente, y sin saberlo, la buena de María me ha alegrado la noche<br /><br /><br /><br /><strong>Vidas ejemplares: Bernarda Moreno<br /></strong><br />La simpática a la par que agradable Bernarda Moreno, actualmente vendedora a domicilio de productos de limpieza, perdió su oportunidad de triunfar en el mundo del cine el mismo día en que empezó, a finales de la década de los setenta, como ayudante de producción de una coproducción hispano-italiana rodada en el desierto de Tabernas, en Almería. El por aquel entonces apreciado galán Servando Molina, encorsetado a partir del suceso en papeles de monstruo de feria, enterrador macabro, jorobado de Notre Dame o simple gañán, recibió del extra Porfirio Urrutia, ex-camionero, ex-estibador de puerto, y campeón durante quince años de levantamiento de piedra de molino, un soberbio puñetazo que le destrozó por completo el rostro, y afectó a gran parte de sus funciones motoras. El inesperado puñetazo se produjo después de que el reconocido director Michael Tarantini le hiciera repetir veinticuatro veces a Porfirio una escena en la que, después de beberse un Whisky de un solo trago, amenazaba a Servando con romperle la cabeza.Fue entonces cuando Bernarda Moreno aprendió que, en las películas del oeste, el whisky siempre se substituía por té frío.</span> </div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-22639718551087010802008-12-09T13:11:00.001-08:002008-12-09T13:14:28.316-08:00El evento<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhqD9tTPJDcisT1z2QTpEuLmdggoMyk2RmyQsvMafByZ-iWSzrGMPXz1qT75frKS6s3Td7BoUoTWxCFlEKo3PSK0JYcjb3nRU4ZlwJLs1YXP8U8pi6b67WUxEguY0v3acwNg_am6xjE6Kl4/s1600-h/rest.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5277901578782097938" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 340px" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhqD9tTPJDcisT1z2QTpEuLmdggoMyk2RmyQsvMafByZ-iWSzrGMPXz1qT75frKS6s3Td7BoUoTWxCFlEKo3PSK0JYcjb3nRU4ZlwJLs1YXP8U8pi6b67WUxEguY0v3acwNg_am6xjE6Kl4/s400/rest.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;"><span style="font-size:85%;">Dedicado con todo mi cariño a Michael P. King y Belly, que saben transmitir a la perfección su alegría de vivir a los pocos privilegiados que tienen la suerte de poder compartir con ellos unos cuantos días.<br /></span></span></div><span style="font-family:verdana;"></span><br /><p><span style="font-family:verdana;"></span> </p><p><span style="font-family:verdana;"> </p><div align="justify"><br />Rafael Salazar observó atentamente el armario de trajes del vestidor de su casa. Se decidió finalmente por una elegante chaqueta azul cobalto, que armonizaba con la camisa verde pistacho claro y la corbata azul claro que había elegido para la ocasión. Después de la chaqueta sacó el pantalón. Le gustaba ese pantalón especialmente, porque nunca rozaba los tirantes que se ponía para mantener en su lugar los calcetines de ejecutivo.<br /><br />Mientras se ponía la camisa, se deleitó pensando en el día que le esperaba. Adolfo, su hijo mayor, notario como el, les iba a invitar a comer a el y a Adriana, su esposa y madre de Adolfo. en el restaurante “más elegante de la ciudad”, según sus propias palabras, con ocasión de sus bodas de plata. Irían también Bárbara, la mujer de Adolfo, y sus dos hijos adolescentes, Borja y Vanessa.<br /><br />Abrió el primer cajón de la mesilla en busca de sus gemelos, pero no encontró nada en aquel batiburrillo de guantes, mecheros elegantes, pañuelos de encaje y llaves de coche de repuesto.<br /><br />_Adriana, cariño, ¿dónde están mis gemelos?<br /><br />Los altos tacones que se había puesto Adriana para la ocasión repiquetearon alegres en la tarima del pasillo. Una tarima de verdad, de las que crujían, de las que se colocaban únicamente en los selectos pisos del barrio de Salamanca. Adriana apareció por la puerta del dormitorio colocándose con las dos manos un pendiente de oro. “Que guapa está”, pensó Rafael sin poderlo evitar. Todavía conservaba esa elegancia felina de su juventud, y en cuanto al sexo, a medida que la capacidad de procrear se le había ido escabullendo por la edad, su libido aumentaba de manera inversamente proporcional. Rafael estaba muy orgulloso de su mujer.<br /><br />_¿Dónde crees que pueden estar, cariño?<br />_No lo sé. Por eso te pregunto.<br />_Segundo cajón, Rafa, segundo cajón.<br /><br />Rafael encontró por fin la cajita forrada de piel con los gemelos que le había regalado Adriana el día que aprobó las oposiciones a Notarías.<br /><br />_¿A dónde crees que nos llevará Adolfo? Estoy tan ilusionado...<br />_Con el dineral que está ganando nuestro hijo, y la fortuna que acaba de heredar Bárbara, supongo que como poco nos invitará a Horcher, a Lardhy o a alguno de esos.<br />_Horcher... Dios mío. Hace más de treinta años que ni siquiera paso por delante de la puerta. Y pensar que antes íbamos casi todas las semanas...<br /><br />Rafael se colocó al lado de su esposa, frente al gran espejo de marco dorado situado en una de las paredes del dormitorio. Observó a su mujer mientras esta se colocaba con maestría unas cuantas horquillas estratégicamente dispuestas, de forma que su pelo adquirió el mismo aspecto que el de una actriz cinematográfica preparada para la entrega de un óscar. Su pelo era muy diferente. Largo por los lados, pero inexistente por arriba, con un casquete de piel que crecía a un ritmo de varios centímetros al año. Rafael disimulaba el páramo existente entre el final de su nariz y su labio superior, rasgo genético de toda su familia, con un bigotillo a lo Gilbert Roland bastante atractivo, según palabras de Adriana.<br /><br />Llamaron al portero. Rafael descolgó y escuchó unos segundos.<br /><br />_Ya están aquí. Vamos.<br /><br />Todos estaban guapísimos. Adolfo vestía una chaqueta cardigan y pañuelo anudado al cuello, con pantalones de pinzas de color beis, Vanesa un elegante vestido morado claro de Arman, con collar de perlas incluido, y los niños ropa de “The little Liverpool”, en tonos verdes y amarillos. Los cuatro llevaban zapatos de charol relucientes. Después de los saludos y abrazos de rigor, subieron los seis al Crhysler Voyager, que Adolfo había lavado en profundidad para la ocasión. Rafael se sentó al lado del conductor. Al ver que su hijo salía de la ciudad, le preguntó, no sin cierta sorpresa.<br /><br />_¿No vamos al centro, hijo?<br />_No, papá. Me han dicho que está en un centro comercial de las afueras. Ya he metido la dirección en el GPS.<br />_Pensaba que íbamos a Horcher, o a Lardhy. Como dijiste que nos ibas a invitar en el mejor restaurante de la ciudad...<br />_Y es lo que voy a hacer, papá. Por Dios –Adolfo parecía un poco irritado-, estamos en el 2022. Horcher y Lardhy desaparecieron cuando el centro se convirtió en un getto amurallado. Hoy en día no se puede visitar si no es con escolta, y solo para realizar alguna inspección de un edificio histórico por motivos de seguridad o de inventario. El restaurante al que vamos es el más caro, con mucho, de todo Madrid, y posiblemente de toda España.<br />_Hace mucho que no paseo por Madrid, hijo. Ni tu madre ni yo conocemos esa muralla.<br />_La muralla está muy cerca de tu casa, papá. El barrio de Salamanca se quedó fuera, aunque algunas zonas no se sabía muy bien como catalogarlas.<br /><br />El GPS de última generación les indicó “destino alcanzado” con su voz metálica cuando el coche estaba en el centro de un gran aparcamiento.<br /><br />_¿Es aquí? –preguntó Adriana-.<br />_Aquí es, dijo Adolfo. Justo a vuestra espalda.<br /><br />Todos miraron antes de salir del coche. Los chicos soltaron casi al unísono un “!!guauuu!!” de admiración. Se trataba de un edificio enorme, lleno de carteles de colores, globos de madera en la parte alta y grandes cristaleras a través de las cuales se podía ver el interior. Un gran payaso de metálico señalaba con su dedo índice, que se movía de arriba abajo, una hamburguesa casi tan grande como el.<br /><br />_Papá, mamá, esta es mi sorpresa –dijo Adolfo sin poder contener apenas la emoción-. Hoy vamos a comer en el “Burgui Dundy”.<br /><br />Bárbara no se pudo contener. Se levantó del asiento trasero y abrazó a su marido riendo y gritando como una posesa. Rafael y Adriana miraban a su hijo y a su nuera con una sonrisa forzada, sin saber muy bien qué hacer. Los niños no paraban de dar saltos de alegría.<br /><br />Bajaron del coche. Vanesa y Borja salieron corriendo. Bárbara cogió el brazo de su esposo sin poder contener la alegría. Rafael y Adriana caminaban de la mano, detrás de la pareja. Cuando llegaron, los niños estaban sujetando la puerta de cristal.<br /><br />Adolfo se adelantó hasta el encargado, un joven con los brazos cruzados, ataviado con un mandil rojo y una gorra roja sobre la que se podía leer “Burgui Dundy Staff” grabado en un hilo amarillo brillante.<br /><br />_Buenas tardes. Tenemos una mesa reservada a nombre de Adolfo Salazar.<br />_Déjeme ver... Sí, aquí está. Muy bien, pase.<br /><br />Adolfo hizo un gesto de desconcierto.<br /><br />_¿No nos acompaña?.<br /><br />El joven se encogió de hombros con aire de autosuficiencia.<br /><br />_No hace falta. Está vacío. Han llegado ustedes muy pronto.<br /><br />Pasaron a una gran sala sobre la que se disponían mesas de patas metálicas y tablero melaminado en blanco, y sillas de plástico de diferentes colores. Al sentarse, Adriana se desplazó hacia la izquierda y estuvo a punto de caer de la silla. Rafael la sujetó con mano firme.<br /><br />_Ten cuidado, querida. Las sillas no parecen muy fuertes que digamos.<br />_Ya lo veo, cariño.<br />_Papá, mamá –dijo Adolfo-, estoy tan contento de compartir con vosotros este momento... Bueno, vamos a pedir la comida.<br /><br />Rafael miró a su hijo con sorpresa.<br /><br />_¿Es que no te atienden?.<br /><br />Adolfo levantó la mano y sonrió, como perdonándole la vida a su padre.<br /><br />_¿Qué dices, papá? Eso es una costumbre ancestral. Ya no lo hacen en casi ningún lugar, por muy cutre que sea el restaurante. No está bien visto que no puedas ver tú mismo el lugar en el que se elaboran los productos.<br /><br />_Bueno, hace un montón de años, mientras estuve destinado en Barcelona, cené muchas veces en “El Bully”, y tuve la oportunidad de ver su laboratorio. Yo pertenecía a un grupo de privilegiados que cenábamos en un reservado. Adriá nos preparaba, en exclusiva para nosotros, unas fabes con almejas, huevos con morcilla y cosas así. Pagando casi el doble, claro.<br />_Fabes con almejas, huevos con morcilla –dijo Bárbara poniendo cara de asco-... Por favor, Rafael, no digas esas cosas delante de los niños.<br />_Hoy vas a tener el enorme privilegio de probar la “Burgui Dundy Special crunchy”, papá. Es un producto carísimo, pero la ocasión lo merece. Venga, vamos a la caja.<br /><br />Rafael se levantó. No sabía muy bien como ponerse. Acompañó a su hijo a la caja. Cuatro jóvenes ataviados con la misma ropa que el encargado, pero con la gorra roja sin bordado amarillo, esperaban los pedidos delante de un mostrador con cuatro cajas registradoras de aspecto moderno y cuatro micrófonos cromados. Adolfo se colocó delante de uno de ellos y comenzó a pedir.<br /><br />_Buenas tardes. Seis “Burgui Dundy Special Crunchy”, por favor.<br />_¿Menú, o sueltas?.<br />_Sueltas, sueltas. Cuatro cocas, y... Papá, ¿Qué bebéis mamá y tu?.<br />_Dos copas de rioja, por favor.<br /><br />El joven desvió la mirada por un momento de Adolfo, y la posó sobre Rafael. Parecía ligeramente enfadado.<br /><br />-¿Me está vacilando?.<br /><br />Rafael miró consternado a su hijo, y se encogió de hombros. Adolfo se dirigió al joven tratando de quitarle hierro al asunto.<br /><br />_Perdone. Es que mi padre no tiene costumbre. Dos cocas para ellos también, por favor. Dos de jalapeños con salsa Crusty y.... Si, y una de aros de cebolla “Special Size”.<br />_¿Algo más? ¿Postre, poteitos “marvel men”, algún “Sindy lover Nacho”?<br /><br />Adolfo abrió la boca sin saber muy bien qué contestar. Empezó a sudar ostensiblemente, una característica familiar que surgía ante la adversidad de momentos como el que estaba viviendo. El hombre que se había colocado en la caja de al lado le miraba, a el y a su padre, con gesto divertido.<br /><br />_N...No, gracias, nada más.<br />_Dos mil setecientos cincuenta euros, por favor.<br /><br />Rafael dio un respingo y se acercó a la oreja de su hijo.<br /><br />_Hijo, por favor, eso es una barbaridad. Anula el pedido y vámonos a otra parte.<br />_No te preocupes, papá. Está todo previsto. Me ha salido más barato de lo que me esperaba.<br /><br />El joven dispuso seis bandejas de plástico sobre el mostrador, una hamburguesa y una bebida sobre cada una de ellas, y los entrantes en las dos últimas. Adolfo cogió tres, y su padre otras tres. Volvieron a la mesa y se sentaron en las mesas de plástico. Antes de abrir su caja de cartón, Rafael miró a su alrededor.<br /><br />_Parece que esto se está llenando.<br /><br />Le sorprendió ver a un joven, que caminaba como un egipcio hacia el mostrador mientras una gran camiseta le cubría las rodillas.<br /><br />_Es un público exclusivo, papá. Aquí ves marcas de ropa y coches que no puedes encontrar en ningún otro lugar.<br />_La gente no viste como nosotros, hijo. Son ropas de marca, sí, pero modernas, de sport. Nos podías haber avisado a tu madre y a mi.<br />_Hay mucha gente de sport, papá, no lo niego, pero fíjate en aquel señor del rincón. Lleva una chaqueta cardigan muy parecida a la mía.<br />_Se habrá equivocado. Esto no tiene nada de exclusivo, hijo. Es una cadena de hamburgueserías repartida por todo el mundo.<br />_Papá, por favor, ¿existe algo más exclusivo que el hecho de que la “Burgui Dundy Special Crunchy sepa exactamente igual aquí que en Madagascar?.<br />_Bueno. Mirado así...<br />_El niño tiene razón, Rafael –dijo Adriana-. Eres un poquito retrógrado. Siempre lo has sido.<br /><br />En aquel momento, una niña de unos cinco años vestida con un exclusivo vestido de lunares de Monchita Ferrán, se sentó detrás de Rafael, y se le quedó mirando fijamente con una sonrisa. Rafael se volvió antes de abrir la caja de su hamburguesa. La niña le gritó a bocajarro.<br /><br />_¿Eres “Burgui Crunchy”?.<br />_No, preciosa, no soy “Burgui Crunchy”.<br />_No me engañes. Llevas el pelo igual que el.<br /><br />Rafael recordó al enorme payaso metálico situado sobre la fachada del local.<br /><br />_No soy “Burgui Crunchy”, niña, así que cómete tus jalapeños y déjame en paz.<br /><br />A la niña se le borró la sonrisa de la boca. Rafael abrió su caja de cartón, sacó la hamburguesa, leyó una nota plastificada en la que figuraban los ingredientes, que venía en el interior del envoltorio de cartón, y a continuación levantó la rebanada de pan con sésamo de Irán, observó el pepinillo de Croacia cortado a mano, la cebolla de las montañas de Nepal, la lechuga de las huertas de la luna, los tomates formados en la falda del Krakatoa, y la espectacular hamburguesa de carne de vacuno criado a su bola en las calles de Nueva York, a imitación de una antigua costumbre hindú. Cerró los ojos, y se dejó extasiar por los aromas que le llegaban a la nariz. En aquel momento se sintió feliz. Mordió su hamburguesa con verdadero placer. Su boca quedó marcada con un ribete de ketchup. Involuntariamente, se volvió. Su mirada se cruzó con la de la niña del vestido de lunares, que empezó a sonreír otra vez.<br /><br />_Lo sabía. Eres “Burgui Crunchy”.<br /></div></span>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-19710041512695185462008-11-23T12:31:00.000-08:002008-11-23T13:13:11.764-08:00Las guerras frikis<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXj7aQ2ZwsssmnMFjNm5MVk8GpbjStETg8KMmaeibOI2eKgLuHR35ezaCSL1vjS4AVa3HxQNExSx67di2LWKzWvZK3FG60ome0vyl0Kv8M1jiEKvSS77yp0jpmTCL7WOBL5a4SFbIYY0tS/s1600-h/friki.bmp"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5271954132449934690" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 266px" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXj7aQ2ZwsssmnMFjNm5MVk8GpbjStETg8KMmaeibOI2eKgLuHR35ezaCSL1vjS4AVa3HxQNExSx67di2LWKzWvZK3FG60ome0vyl0Kv8M1jiEKvSS77yp0jpmTCL7WOBL5a4SFbIYY0tS/s400/friki.bmp" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">No se muy bien como empezó la locura. Al principio nos reíamos, eso sí que lo recuerdo. La gente los señalaba por la calle, y todos reían menos ellos, que asumían su personalidad sin complejos, sin ataduras, sin ningún prejuicio social. No respondían a las burlas, pero lanzaban miradas retadoras algunas veces, algo que nos tenía que haber hecho sospechar. El hecho de que tampoco tuvieran ningún sentido del ridículo también debería habernos hecho sospechar.<br />Creo que los primeros pertenecían a la saga de la guerra de las galaxias. Y al segundo bombardeo de la misma, a la serie de tres películas hechas con ordenador, en las que no se notaba que la luz láser del sable no era más que un truco barato, como en las primeras. Al primero que vi yo, el día que la estrenaron en un cine de la Gran Vía, fue a un Darth Maul de opereta, un muchacho rechoncho, extremadamente bajito, de cabeza hundida y piernas cortas y regordetas. La cabeza pintada de rojo parecía un tomate incrustado en un guante de cuero negro. Supongo que no se había disfrazado de Yoda porque se había autoimpuesto una especie de reto personal que desde luego no había conseguido superar con dignidad. La gente se reía en su cara, le señalaba con el dedo y algunos, los más atrevidos, incluso le echaban palomitas. Hasta el amigo que le acompañó al cine caminaba a un par de metros de él, como si aquello no fuera con él, por lo que pudiera pasar.<br />Después se hizo más normal verlos. A casi todos los estrenos acudían unos cuantos. La mayoría de las veces relacionados con películas de ciencia ficción o fantasía, porque claro, hubiera resultado ilógico, y sumamente complicado, disfrazarse de friki de “Los puentes de Madison”, por ejemplo, aunque habría tenido mucho mérito.<br />Ya nos habíamos acostumbrado a ellos, cuando fueron ellos los que empezaron a dejar de acostumbrarse al resto de la humanidad. Una vez, un espectador se retorció de risa ante un improvisado Neo que doblaba su espinazo, vestido con un traje de cuero de una calidad deleznable, curvándose hacia atrás como si estuviera esquivando una hipotética bala. Ante la risa de aquel pobre infeliz, de la fila de gente que esperaba para sacar la entrada surgieron veinte tíos vestidos de cuero, con gafas negras, y le rompieron al pobre transeúnte los brazos y las piernas a cámara lenta, como en la película.<br />Aquello empezó a desmadrarse. No había viernes que no estrenaran alguna película que diera lugar a toda una legión de frikis decididos a convertirla en su fundamento vital. Los primeros enfrentamientos se dieron en las salas multicines, y el más sonado fue el que reunió a los frikis de Hairspray, todos vestidos con sus trajes popis y sus melenas a lo B-52, y a los frikis de Mad Max 3, armados con cadenas ellos y salvajemente vestidas de Tina Turner ellas. Ni que decir tiene que los seguidores de Mad Max regresaron esa noche a su casa cantando, bebiendo y con los bolsillos llenos de mechones de pelo de los inocentes seguidores de Hairspray.<br />Los frikis de “La guerra de las galaxias” se hicieron legión. Con sus espadas de acero pintadas con pintura luminiscente lograron acabar con los frikis de la saga de “El señor de los anillos”, normalmente gente muy bajita que se podía disfrazar de Frodo sin ningún complejo, y con pocas armas, ya que se basaban mucho en una hipotética magia que claro, no existía. A estas alturas, la gente normal ya nos resguardábamos en nuestra casa durante un par de semanas, hasta que pasara la euforia del estreno, porque las calles empezaban a alfombrarse de muertos de verdad, de frikis que llevaban su pasión hasta el mismo final.<br />La situación dio un giro de ciento ochenta grados el viernes en que estrenaron la tercera parte de las “Las crónicas de Narnia” a nivel mundial. Miles de Darths Vaders completamente fuera de si, que al parecer se habían puesto de acuerdo gracias a Internet, arremetieron contra miles de jóvenes indefensos disfrazados de príncipe Caspian. Los Darths Vaders, enloquecidos por el olor de la sangre que habían derramado, siguieron aquella terrible noche matando, y entre matanza y matanza, se hicieron con todos los centros de poder. Los ejércitos del mundo, aletargados después de tantos años de inactividad, no pudieron hacer nada contra un grupo perfectamente organizado y sumamente letal.<br />Los Darths Vaders acabaron rápidamente con sus competidores. Todos los frikis sucumbieron ante su empuje excepto los frikis de Gollum, personas de una mentalidad más solitaria y menos sectaria que sus compañeros de saga. Los Gollum, en un acto más coherente con su propia filosofía que los frikis de Gandalf, por ejemplo, huyeron en manadas a las pocas cuevas que habían quedado libres después de los sucesivos desastres inmobiliarios que habían asolado el panorama mundial. Aquello fue el comienzo del fin. Cada vez más frikis ocupaban los puestos importantes, las alcaldías, los parlamentos... Las campañas de propaganda estaban plagadas de carteles de alguien disfrazado de algo, que recordaban a los estrenos de películas que yo había visto en mi juventud. A la gente normal se nos perseguía, se nos adoctrinaba, se nos vapuleaba moralmente, hasta conseguir que cada uno de nosotros creyera que el friki era el, y no los Neos, los Hellboys o los Indiana Jones que nos atendían en la ventanilla del registro o en las salas médicas de consulta. Poco a poco, nos fuimos convirtiendo en una rareza. Pasear por la calle se convirtió en un homenaje a la ciudad de Los Angeles que había imaginado Ridley Scott cuando rodó “Blade Runner”, allá por las catacumbas de la memoria.<br />Hoy soy consciente de que todo ha terminado. Estoy aquí, en mi casa, sentado, vestido con mi pantalón vaquero y mi camisa de cuadros rojos, como de leñador. Mi hija, de doce años, embutida en un traje de Lara Croft con prótesis mamarias especiales para un disfraz de Lara Croft de niña de doce años, me apunta con una Uzzi auténtica. Mi hijo es más pequeño. Tiene seis años. Se ha subido a la banqueta y me amenaza mientras me apunta con su mano de tijeras de verdad, como la de Eduardo Manostijeras. Grita como el vietnamita que amenazaba a Robert de Niro obligándole a que se pegara un tiro en la sien en “El cazador”. Frente a mi, en la mesa, han colocado un ridículo traje de Pedro Picapiedra, reservado para aquellos normales recalcitrantes que no se resignan a disfrazarse de nada. Que Dios acoja mi alma en su seno...</span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-73835337661100422512008-10-19T12:43:00.000-07:002008-10-19T12:50:51.568-07:00La erótica del poder<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhhzLFHwrH8N4cKpqGhdWDsUPjnW3tfBiERLKmYRSvayIvNq7r2Qp9EAh2HjRUObRc7tuncbwngh2s0Wg1uHtxRN6umf_6jEymEHVRvhRRNWSIrdIWuk-RTsynj_KpevT9gQH4T-Mw8Abj5/s1600-h/chaplin.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5258954814818381410" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhhzLFHwrH8N4cKpqGhdWDsUPjnW3tfBiERLKmYRSvayIvNq7r2Qp9EAh2HjRUObRc7tuncbwngh2s0Wg1uHtxRN6umf_6jEymEHVRvhRRNWSIrdIWuk-RTsynj_KpevT9gQH4T-Mw8Abj5/s400/chaplin.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">De repente le invadió una extraña sensación, mezcla de euforia casi incontenible y de lujuria mental. Se notó los nervios a flor de piel, los cabellos erizados a causa de la emoción, las lágrimas a punto de irrumpir como cataratas de sus brillantes ojos. Se tocó la mano izquierda con la derecha, y aprovechó aquel sutil movimiento para pellizcarse enérgicamente en el dorso, para convencerse a sí mismo de que no estaba soñando.<br /><br />Repitió el pellizco varias veces, para convencerse de que no estaba soñando. Llegó a hacerse una herida con las uñas. Le gustaba el dolor. Ese dolor punzante, agudo, que se autoinflige uno mismo para demostrarse que está vivo. En el colegio se había hecho famoso porque no pestañeaba cuando se trataba de pincharse la yema del pulgar para sacar una gota de sangre, al objeto de observarla en el microscopio. Probablemente, la sangre de Sadorf Lansker había sido la más analizada al microscopio de toda la historia del elitista colegio de Mankerstein ob der Lingen.<br /><br />Su entrepierna empezó a abultarse, imparable, juguetona, como no lo había desde varios años atrás. Estaba, sin duda, ante la manifestación más nítida de lo que algunos analistas denominaban “la erótica del poder”. En su caso, ese erotismo se estaba manifestando realmente, imparable, fogoso, ardiente y brutal. Llegó a temer por un momento que pudiera llegar a manchar los pantalones. Jamás, ni ante la mujer más hermosa del mundo, había tenido su cuerpo una reacción similar a la que estaba sufriendo en aquel momento. Se mordió los labios con fuerza, para contenerse, hasta sentir otro profundo dolor. Consiguió así, al menos, que su entrepierna dejara de ponerle nervioso.<br /><br />Ladeó la cabeza, con un gesto de euforia mal contenida dibujado en el rostro. Allí estaba su fiel Maring, con el uniforme de gala, plagado de antiguas medallas, conteniendo a duras penas su grasienta naturaleza. Parecía que iba a reventar, el cerdo de Maring, y que sus medallas, al salir propulsadas por la explosión, iban a impactar contra sus compañeros de tribuna. Miró a su derecha y observó de reojo a Hiding, tan delgado, tan diferente a Maring, con su uniforme negro repleto de cartucheras y adornos de cuero perfectamente brillante, perfectamente negro. A Lansker siempre le costaba un triunfo que su ayuda de cámara mantuviera sus correajes negros más brillantes que los de Hiding, pero en esta ocasión lo había conseguido. Hiding le miraba a punto de reventar de envidia. El brillo de los correajes de Lansker, sus botas, su cinturón, y la visera de su gorra de plato, estaban tan brillantes este día, que si hubiera hecho sol, el brillo reflejado habría provocado la ceguera inmediata de los asistentes. Detrás de Maring y Hiding, todos los demás. Los de siempre. Los dueños de las empresas más potentes de Potosia, contemplando felices el triunfo absoluto de Lansker.<br /><br />Todo era perfecto aquel día. La música, estridente y perfectamente coordinada, marcaba el paso marcial de los cincuenta mil soldados que iban llenando, desde primera hora de la mañana, el inmenso espacio de la Plaza de Noviembre. Desfilaban como un solo hombre, marcando el paso con la precisión absoluta que habían conseguido después de varios meses de entrenamiento. Al pasar por delante de la escalinata de trescientos peldaños sobre la que se habían situado Lansker y su séquito, miraban hacia la derecha y saludaban llevándose la mano a la frente con un chasquido, con un latigazo más bien, de su brazo derecho. Todo se estaba desarrollando a la perfección. Lansker estaba contento, muy contento, eufórico, excesivamente eufórico. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para calmarse, cuando el último soldado ocupó su puesto en la Plaza de Noviembre. Para distraerse, observó las colosales columnas de hormigón que el famoso arquitecto Calatravich había diseñado para cerrar por su lado norte la famosa Plaza, rematadas por un águila bicéfala de bronce de cincuenta y siete metros de altura. Las gigantescas banderas de trescientos metros cuadrados que se repartían por los otros tres lados del recinto, ondeaban con una marcialidad comparable a la que habían desarrollado los soldados para colocarse.<br /><br />Un solemne silencio se apoderó repentinamente de aquel lugar. Los altavoces de tres mil watios desperdigados por todas enmudecieron de repente. Había llegado el momento de la verdad. Todos esperaban entusiasmados las palabras de su líder, de su padre, de su Dios. Lansker saboreó sus propias palabras antes de pronunciarlas. Escuchó su propia voz, ampliada por la desmesurada potencia de los altavoces, y se sintió otra vez abrumado por el peso de la púrpura.<br /><br />- Somos una gran nación. Nacimos casi sin equipaje, a raíz de la miseria que se propagó por el universo a partir de la crisis del 2008, pero nuestro esfuerzo, nuestro tesón, y nuestra poderosa industria, nos han llevado a convertirnos en una nación de referencia en el mundo. Necesitamos crecer, desarrollarnos, limpiar nuestra tierra de todo aquel que no pertenezca a la pura raza laria. Dios nos ha encomendado una gloriosa tarea: la de enseñarle al mundo el camino de la verdad, de la pureza de espíritu, del valor del trabajo y la dedicación personal a una causa justa. Estamos comprometidos con Dios en esta tarea, y tenemos que cumplirla aunque para ello tengamos que entregar nuestra propia vida. ¡! Jair Lansker ¡!.<br /><br />Las cincuenta mil gargantas profirieron un solo ¡! Jair ¡!, con tanta pasión y fuerza, que retemblaron los cimientos de la tribuna sobre la que se mantenían Lansker y su gobierno. Lansker pasó la lengua por sus labios, sintiendo de nuevo el sabor de la victoria absoluta. Después siguió hablando.<br /><br />- Ser lario es un privilegio. Un regalo directo de Dios. La capacidad reproductora de nuestras mujeres se ha convertido en paradigma natal del mundo civilizado. Es preciso que le demostremos al mundo que nuestra tierra se ha quedado pequeña para tanto lario. Potosia debe crecer en proporción a su índice de natalidad. Nuestras fronteras limitan ridículamente el terreno sobre el que movernos, y la culpa de eso la tienen los gobiernos que nos rodean, títeres inmundos de la cobardía impuesta por los dirigentes de la revolución del 2020. Esos gobiernos no se dan cuenta de que necesitamos crecer, de que nuestro espacio vital es exiguo, de que nuestra legitimidad expansionista nos da derecho a ampliar nuestro territorio de una manera inmediata, si no queremos morir por amontonamiento de unos sobre otros. Tenemos dos metas, impuestas por Dios. Una, la de crecer. Otra, la de eliminar cualquier elemento interior a nuestras fronteras que impida el normal crecimiento de nuestra sagrada raza laria. ¡! Jair Lansker ¡!.<br /><br />El segundo ¡!Jair!! proferido por los cincuenta mil resonó en el cielo con más fuerza si cabe que el anterior. Lansker estaba a punto de sufrir un colapso de placer. Todo un país rendido a su pies. Algo que no hubiera sido capaz de imaginar apenas cuatro años antes, cuando se metió en política aconsejado por el profesor de ética política de la Universidad de Mankisten que le había acogido bajo su ala como a un polluelo desvalido. Un profesor del que tuvo que desprenderse Lanski cuando empezó a adoptar actitudes que chocaban frontalmente con la filosofía de las enseñanzas del otro. Lansker recordó la partida de su amado profesor, desde la estación central de Nuborg hacia un destino desconocido. Después siguió hablando.<br /><br />- Nuestro desarrollo como nación nos exige ampliar nuestras fronteras. Para ello, no nos queda más remedio que invadir Fanosia, nuestro país vecino. Las tropas serán movilizadas mañana mismo para llevar a cabo tan gloriosa misión.<br /><br />- ¿Cómo dice usté?.<br /><br />La voz surgió de la primera fila del ejército que formaba frente a la tribuna. Rompiendo la formación, un soldado de color se adelantó unos metros, con el fusil al hombro, pero sin marcar el paso. A Lansker le costó distinguirle a causa de la distancia que le separaba de el. El soldado siguió hablando mientras señalaba la tribuna con la mano izquierda.<br /><br />- ¿Qué vamos a invadir Fanosia?. Anda ya. Que te den por culo. Yo no voy.<br /><br />Lansker no podía asimilar lo que estaba escuchando. Su boca se quedó abierta, con el labio inferior medio colgando. Se rehízo rapidamente, mientras el soldado arrojaba al suelo el mosquetón y volvía de nuevo a su lugar en el pelotón correspondiente.<br /><br />- Fusilen inmediatamente a ese hombre. La primera fila, colóquenlo delante de la tribuna, y fusílenlo.<br /><br />De la primera fila surgieron, como un solo hombre, siete hombres dirigidos por uno de ellos, que tenía un par de galones más que los otros. Agarraron del brazo al hombre de color, y le colocaron frente a la tribuna. El hombre de color se reía. No trató de huir. Se mantenía de pie, con las manos en los bolsillos, mirando alternativamente a los hombres que le iban a fusilar, y a la tribuna. Lansker se erigió por iniciativa propia en director del pelotón de ejecución.<br /><br />- Preparados...Aaaaaapunten... ¡!!Fuego!!!.<br /><br />Los siete soldados, incluido el de los galones de más, miraron hacia la tribuna empezaron a descojonarse de risa. Uno de ellos, un ecuatoriano, se adelantó un poco y se dirigió hacia el consternado Lansker.<br /><br />- Pero vamos a ver, hermano. ¿De verdad te estás pensando que nos vamos a cargar al “Pachá”?. No me jodas, hermano. ¿No sabes que no hay otro que baile Hip Hop como el?. Sería un crimen, hermano, te lo digo de veras.<br /><br />El de los tres galones se adelantó también a la tribuna, y señaló poniendo los dedos de forma rara.<br /><br />- ¿Qué coño es eso de la pura raza laria, hermano?. Aquí somos todos de Ecuador, de Marruecos, de Venezuela, de Brasil, de la India, de Camerún, de Perú, de Tailandia, de Camboya y de China, pero lario... Yo no conozco a ningún lario, amigo. Al menos en mi destacamento.<br /><br />Lansker estaba empezando a ponerse verde. Miraba a uno y otro lado, y nadie parecía poder darle una explicación a lo que estaba ocurriendo. El de los galones siguió hablando.<br /><br />- ¿Y qué querías decir con eso de que hay que eliminar a cualquier elemento interior a nuestras fronteras que impida el crecimiento normal de nuestra pura raza laria?. Hay, amigo, eso me huele muy malito.<br /><br />Lansker alzó los brazos y vociferó como nunca lo había hecho. Sus ojos brillaban a causa del odio que le estaba embargando.<br /><br />- ¿Es que no hay ningún lario en mi ejército?.<br /><br />De un destacamento situado a la derecha surgió un hombre pequeño, de tez morena, con bigote. Se situó rápidamente en el centro.<br /><br />- Yo soy lario, su eminencia. Y todo mi destacamento, también. ¡!!Jair Lansker!!!.<br /><br />Lansker respiró tranquilo.<br /><br />- Menos mal. Por favor, haz que tus hombres rodeen a esta muestra de la escoria de la raza humana, y que los fusilen de inmediato. A ver si acabamos de una vez con esta tontería, que se está haciendo tarde.<br /><br />- Es que...Veréis, majestad... No va a ser tan fácil. Lo de desfilar así, con el paso de la oca y los mosquetones al hombro, pues está bien, es muy bonito y agradable, y además, el que más y el que menos, pues hace un poco de ejercicio, que siempre viene bien. Pero de ahí a fusilar a nuestros compañeros... Eso es muy fuerte, eminencia, tiene usted que comprenderlo. Como lo de invadir Fanosia. Eso es una salvajada. La mayoría de los habitantes de Potosia pasamos los fines de semana a Fanosia a comprar tabaco, licores y chocolate, o a ligar con sus mujeres, que son más altas que las nuestras, aunque no tan fértiles. ¿Cómo vamos a invadirles ahora?. ¿Con qué cara?. Imagínese la escena. “Hola, Virgil. No, no me des la botellita de Calvados de todas las semanas. Es que vengo a invadirte”. Un poco surrealista, ¿no le parece, don sultán?. Además, lo de la pura raza laria... Vamos a ver. Yo estoy casado con una pakistaní, y mi hermano con una francesa. Va a resultar un poco difícil conseguir eso de la pureza, a menos que nos elimine a todos y empecemos otra vez. Mejor lo dejamos, si le parece.<br /><br />- Sí –dijo el hombre de color que había empezado con esto-. Mejor lo dejamos. Yo ya me he cansado de jugar a soldaditos. Me piro. En la feria que hay al otro lado de la ciudad han puesto una pista de baile con luces de colores. Yo me piro, chicos.<br /><br />Poco a poco, sin ninguna marcialidad, los cincuenta mil soldados fueron abandonando la plaza, entre murmullos de desaprobación, silbidos, cantinelas y chascarrillos. Los cincuenta mil mosquetones alfombraron el asfalto con un silencio desgarrador. Lansker se volvió a sus colaboradores, Hiding y Maring, con una infinita tristeza reflejada en el rostro.<br /><br />- ¿Y ahora que hacemos?. Me habéis engañado miserablemente, como a un chino. Me dijisteis que me iba a resultar muy fácil, con mi sagrado carisma, hacerme con las riendas de una nación como la nuestra.<br /><br />Maring se encogió de hombros.<br /><br />- Las condiciones eran las ideales, gran Lansker. Mediocridad económica, paro, y alguien a quien echarle la culpa de nuestras desgracias. Ese ha sido siempre el caldo de cultivo perfecto para manejar a las masas. La verdad es que no lo entiendo.<br /><br />Hiding habló con su voz profunda de guardián carcelario.<br /><br />- Ya no existen las masas. Si quieres dominarlos, ofréceles un concurso de baile, y dominarás a una parte. Ofréceles fútbol, y dominarás a otra, pero no podrás dominar a todos los grupos al mismo tiempo. No será porque no os lo dije. Venga, vámonos para casa, que empieza a hacer frío, y mañana tenemos que volver a currar.<br /><br />Lansker, Hiding, Maring, y todos los demás, comenzaron a bajar los trescientos peldaños de la escalinata. Lo hacían en silencio, con la cabeza gacha, ensimismados en sus pensamientos, y rumiando desconsolados la rutina que creían haber dejado atrás. Para colmo, y como una burla del destino, empezó a llover.<br /></span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-34097052519543027122008-06-21T03:25:00.001-07:002008-06-21T03:29:43.081-07:00Que bonito es el amor...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEippyFR4-vZH1xVOnwQXI-HUYztb7tqguJusEuzkfGIK9DmlqJY1h_MIXePyp4T0Z71pKHHixN6oiaRqErDB4Dk-kMiuZf7pGoZTs-ZXz3RdKGwjCPETSubzXiY71q-tD58_P_C-_2jmYEL/s1600-h/PAULET%20(11)-SystemPaulet.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5214279991798758578" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEippyFR4-vZH1xVOnwQXI-HUYztb7tqguJusEuzkfGIK9DmlqJY1h_MIXePyp4T0Z71pKHHixN6oiaRqErDB4Dk-kMiuZf7pGoZTs-ZXz3RdKGwjCPETSubzXiY71q-tD58_P_C-_2jmYEL/s400/PAULET%2520(11)-SystemPaulet.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">Fabiola miró por la ventanilla situada a su izquierda. La gente seguía entrando en el avión, cada vez más lentamente. Miró su Raymond Weil de la serie cuarzo. Apenas faltaban quince minutos para el despegue del aparato. Quince minutos para dejar atrás todo su mundo. Quince minutos para que su vida diera un vuelco de ciento ochenta grados. Miró otra vez por la ventanilla.<br /><br />Y entonces le vio.<br /><br />Si. Estaba segura. Era Estéfano, sin duda. Alto, moreno, repeinado, le vio a través de las ventanas de la sala de espera que comunicaba con el pasillo de embarque al avión. No podía creerlo. ¡Había venido!. Después de dos semanas de crisis, de apenas verse, de haberse tirado los trastos a la cabeza, Estéfano estaba allí, corriendo en la sala de espera, con un ramo de flores en la mano. Fabiola se levantó del asiento como impulsada por un resorte. Los otros pasajeros de business class se asustaron ligeramente al ver a aquella chica lanzarse de nuevo a la puerta de salida.<br /><br />- Tengo que salir del avión.<br /><br />La azafata se dirigió a ella con la mejor de sus sonrisas.<br /><br />- Señorita, ya no se puede salir del avión. Vamos a despegar. Señorita, por favor...<br /><br />Fabiola, sin intención, tuvo que darle un empellón a la azafata, para poder salir entre ella y una señora gruesa con camisa hawaiana que entraba en aquel momento. Fabiola no escuchó los gritos que dejaba a su espalda. Su corazón, que latía desbocado, no le permitía escuchar nada. Estéfano había venido a buscarla, y eso era lo único que le importaba en la vida.<br /><br />- ¡!! Fabiola ¡!!<br /><br />El desesperado y desgarrador grito de Estéfano le puso alas en los pies. Corrió por el pasillo de embarque, ante la sorpresa de los últimos pasajeros que subían al avión, que tenían que apartarse para dejar paso a aquel huracán femenino que corría desesperadamente hacia el amor de su vida.<br /><br />Allí estaba. Fabiola saltó ágilmente la barrera que habían colocado para cerrar el pasillo de embarque. Estéfano, con sonrisa radiante, visiblemente alterado a causa de la carrera, la recibió con los brazos abiertos.<br /><br />- ¡!! Fabiola ¡!!. Te quiero, Fabiola.<br />- Estéfano. Estéfano...<br />- Por favor, no te vayas. No puedo vivir sin ti, Fabiola.<br />- Pues claro que no, Estéfano, pues claro que no me voy. Yo también te quiero, Estéfano, amor mío<br /><br />Fabiola y Estéfano se fundieron en un interminable abrazo. Estéfano la cogió entre sus fuertes y bronceados brazos, y giraron, giraron mientras sus labios se fundían en un beso de amor eterno.<br />Un beso que se interrumpió cuando se escucharon, fuertes y claras, las palmadas que estaba dando el comandante del avión. Unas palmadas sonoras, secas, lentas. Estéfano y Fabiola miraron extrañados sin dejar de abrazarse.<br /><br />- Bravo, bravo –dijo el comandante. A su lado estaban el copiloto, con los brazos cruzados, y dos azafatas. Una de ellas se frotaba el hombro derecho-. Estoy radiante de felicidad. Que bonito es el amor.<br /><br />- Ha sido ella, comandante –la azafata que se frotaba el hombro señalaba a Fabiola con la mano-. Al salir me ha dado un empujón, me he ido hacia atrás y me he golpeado el hombro con el extintor.<br /><br />- Muy bonito, muy bonito –dijo el comandante-. Y ahora, después de este espectáculo, ¿qué vamos a hacer, señorita?.<br /><br />Fabiola dejó de abrazar a Estéfano. Este se alejó ligeramente, con el ramo todavía en la mano. Cuando se dio cuenta, se adelantó y se lo entregó a Fabiola, que lo recibió con una sonrisa. Una sonrisa que se borró al instante de su cara cuando empezó a responder al comandante.<br />- ¿Cómo que qué vamos a hacer?. No le entiendo.<br />- Pues eso, que qué vamos a hacer, que qué va a pasar. Que si sale el avión o no sale, vaya.<br />- Bueno, yo me quedo, y el avión sale, supongo...<br />- Pues supone usted mal. Vamos a ver como está la situación. Por favor, sobrecargo, dígame qué ha facturado esta señorita.<br />El sobrecargo miró la lista que llevaba en la mano.<br /><br />- Tres trolleys grandes y un baul de cuero.<br /><br />El comandante hizo un gesto de fastidio.<br /><br />- Vaya por Dios. La señorita...-miró la lista que le enseñó el sobrecargo- Fabiola de la Peña viaja con cuatro bultos. No podía llevar solo el equipaje de mano, no. Es de las que salen con toda la casa a cuestas.<br /><br />Fabiola cogió de la mano a Estéfano.<br /><br />- Estéfano, cariño, vámonos. No entiendo nada.<br /><br />El comandante avanzó un par de pasos, hasta ponerse a la altura de la pareja. Por la puerta del pasillo apareció la cabeza de una señora con gafas de montura de carey.<br /><br />- ¿Pasa algo, comandante?. Ya llevamos unos cuantos minutos de retraso.<br /><br />El comandante se volvió irritado hacia la pasajera.<br /><br />- Usted vuelva a su asiento, señora, por favor. Nadie le ha dado vela en este entierro.<br />La mujer desapareció para volver al avión.<br /><br />- Mira, Fabiola –el comandante hablaba en voz baja, conciliador-. La situación es la siguiente: tú te quedas, pero tienes cuatro bultos bastante grandes en el avión, y hay que sacarlos, y eso nos va a retrasar más de lo deseado. Hay pasajeros en ese vuelo que tienen que tomar otros aviones en su destino, que viajan con hora, ¿entiendes, Fabiola?.<br /><br />A Fabiola se le iluminó el rostro.<br /><br />- Pero eso tiene una solución muy sencilla. ¡!!Quédense con mis maletas!!!: No me importa en absoluto. Tengo a Estéfano, y con eso me basta.<br /><br />La pareja volvió a fundirse en un abrazo.<br /><br />- Te quiero, Fabiola –dijo Estéfano a punto de estallar de alegría-.<br />- Ya, ya -dijo el comandante colocando tímidamente una mano en el hombro de Fabiola. La pareja volvió a separarse-, pero es que resulta que no es tan sencillo. No podemos permitir que nadie que haya facturado se quede en tierra. Compréndalo, amiga. Sería muy sencillo que cualquier terrorista hiciera eso para volar un avión. Las nuevas normativas aéreas no nos permiten hacer eso.<br /><br />En esta ocasión fue Estéfano el que se encendió. Su rostro se enrojeció, lo que unido a su tratamiento de rayos UVA, le proporcionaba un aspecto bastante raro, como si su cara se hubiera puesto en technicolor.<br /><br />- ¿Está usted insinuando que Fabiola podría ser una terrorista?. Mire, no le consiento...<br />- Que me consienta usted o no me la trae bastante floja –dijo el comandante sin levantar la voz-. Les estoy contando las cosas como son.<br /><br />En aquel momento se presentó en la escena un hombre gordo, medio calvo, con la camisa sudada y con visibles manchas de grasa fuera del pantalón. Al llegar a la altura de la pareja preguntó.<br /><br />- ¿Qué ha pasado?.<br /><br />Estéfano se volvió sonriendo y abrazó a Fabiola.<br /><br />- Me quiere.<br />- ¿Quién es este hombre? –preguntó Fabiola-.<br />- El taxista que me ha traído hasta aquí. Ha tardado quince minutos desde Serrano hasta el aeropuerto. Un figura.<br /><br />Fabiola sonrió.<br />- Encantada. Pues si, le quiero.<br />- Pues entonces –dijo el taxista-, todo arreglado. Qué bonito es el amor. ¿Les llevo a algún sitio?.<br />- Usted –intervino airado el comandante- váyase a cuidar su huerto (1), y déjese de historias.<br /><br />El taxista miró a Estéfano.<br />- ¿Pero qué dice este tío?.<br /><br />Estéfano se encogió de hombros.<br /><br />- No es tan fácil. Fabiola tiene sus maletas en el avión, y hay que esperar a que las saquen.<br />- ¿Pero qué cojones les están contando?. ¿Es que son ustedes tontos?. Ustedes están enamorados, salen del aeropuerto y comienzan a vivir una vida feliz juntos, y fin de la historia.<br />- Usted vaya a cuidar su huerto –volvió a decir el comandante-.<br />- El huerto que lo cuide su puta madre –los ojos del taxista se convirtieron en dos brasas-. No te jode...Después de la carrera que me ha dado este tío, que venga, que corra, que corra, que no llegamos, que venga, que si Fabiola por aquí, que si Fabiola por allá...Por culpa de Fabiola es muy posible que me haya pegado un subidón de adrenalina de puta madre, y a ver quien que me compensa a mi si me pega un infarto, no te jode... Y resulta que na, que todo eso, pa na, que por un capricho del piloto, se va a joder una historia de amor como esta.<br />- Es que da la puñetera casualidad de que no es la primera vez.<br /><br />La voz procedía del pasillo de embarque. Un hombre alto, joven pero con el pelo canoso, situado al lado de la mujer con gafas de montura de carey, se dirigía decidido hacia el grupo.<br /><br />- Venga, Fabiola, diles la verdad a estos señores.<br /><br />Fabiola enrojeció sin poderlo evitar.<br /><br />- ¿Qué haces tu aquí?<br />- Pues lo mismo que pretendías hacer tu. Rehacer mi vida. Comandante, esta mujer ha parado ya, en lo que lleva de vida, tres aviones, siete trenes y un barco. Le encanta eso. Once hombres completamente enamorados, que han jurado amor eterno, han llegado a última hora para cogerla entre sus brazos. Eso, sin contar los efectos colaterales de esos once hombres y los respectivos taxis que tuvieron que jugarse la vida entre las calles para poder hacerles llegar a tiempo. Yo fui uno de esos hombres. Fuimos felices durante casi cuatro meses, pero la cosa se acabó. Supongo que porque ya no tenía sentido que siguiéramos paralizando medios de transporte. Lo siento, Fabiola, pero cada vez te va a resultar más complicado seguir jugando a esto. Las normas son cada vez más estrictas, las puertas de los trenes ya no se pueden abrir para saltar en el último momento, los andenes son cada vez más cortos, y no te dejan correr mientras gritas tu amor...Esta cuestión se está complicando. Cuando había que bajar a la pista para subir al avión, o cuando los aviones eran tan pequeños como el de “Casablanca”, el amor resultaba sencillo. A veces, hasta el comandante del avión oficiaba la boda, pero hoy en día es imposible. Lo siento, Fabiola.<br /><br />Estéfano soltó la mano de Fabiola. Parecía entristecido.<br /><br />- Fabiola, ¿es eso verdad?.<br />- Si, Estéfano, pero yo te quiero.<br />- Y yo a ti, Fabiola, pero podré sobreponerme. Anda, coge ese avión. Hoy serías feliz a mi lado, pero mañana te arrepentirías. Lo importante es que seas feliz durante toda tu vida.<br />- Gracias por comprenderme, Estéfano. Adiós.<br />- Adiós, Fabiola. Hasta la vista. Perdona. ¿Te importa devolverme el ramo?.<br />- A, no. Claro, perdona. Toma.<br /><br />Estéfano se alejó con el taxista.<br /><br />- ¿Quiere que le lleve a algún sitio?.<br />- Si. Al club de tenis Chamartín. Es posible que Purita Cepeda todavía no haya empezado sus clases y quiera tomar una copa conmigo.<br /><br />El taxista sonrió.<br />- Qué bonito es el amor.<br /><br />El comandante puso una mano amable en el hombro de Fabiola mientras enfilaban el pasillo de embarque.<br /><br />- No se preocupe. Ya verá como todo se arregla.<br /><br />Fabiola sonrió y le dirigió una tierna mirada al hombre del pelo blanco, que se había puesto a su lado.<br /><br />- ¿Sigues con Amalia Tejedor?.<br />- No. Aquello se terminó. Amalia se enamoró de su profesor de Pilates.<br />- A, vaya. Que interesante.<br /><br />Cerrando el grupo caminaba el copiloto con la azafata del hombro dolorido, que no podía contener unos gruesos lagrimones.<br /><br />- ¿Porqué lloras? –preguntó el copiloto-.<br />- No puedo soportar las historias de amor con final feliz.<br /><br />(1) Verídico. Los taxistas de la T4 del aeropuerto de Barajas cuidan un pequeño huerto para amenizar la espera.</span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-11203877783066031212008-06-07T16:03:00.000-07:002008-06-07T16:05:53.384-07:00El sabio y los califas<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgf3cRYf85JqlHvW_HESBy2hMQ2n14Rjh9Uanq6iN7gSI-AQHQhofVudqkpD8M8RjRaEynMTfiSt37VzjN_jDBXkAA6KFqyyCOFkMVQZTTGObnF6z3Sz4I5OhptJqJjhPE971ei8tp8ciyK/s1600-h/sabio.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5209279679675714706" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgf3cRYf85JqlHvW_HESBy2hMQ2n14Rjh9Uanq6iN7gSI-AQHQhofVudqkpD8M8RjRaEynMTfiSt37VzjN_jDBXkAA6KFqyyCOFkMVQZTTGObnF6z3Sz4I5OhptJqJjhPE971ei8tp8ciyK/s400/sabio.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">Ciertamente, su aspecto era el de un intelectual.<br /><br />Cara curtida, gafas con montura de diseño, una mirada siempre escrutadora, atenta, felina... Así es como se ve a sí mismo Norberto Cuesta.<br /><br />No se detuvo hasta conseguir parecerse a aquel Tabucchi, ya maduro, que apareció una vez en un soberbio documental sobre Lisboa, junto a otro grande, Cardoso Pires, ya fallecido, el pobre. No se detuvo, decía, hasta que logró que el tiempo y la voluntad tallaran sobre su rostro, una por una, las arrugas que lucía el insigne escritor en aquel documental, protagonizado por una prácticamente ya olvidada cantante de fados, Misia, y por un en aquel momento desconocido Gonzalo de Castro, gran actuación la suya, ejerciendo el papel de camarero enamorado a punto de suicidarse. Más tarde le llegarían a Gonzalo la fama y los laureles, como protagonista de la serie de televisión “Siete vidas”.<br /><br />Ni la fama, ni los laureles. Donato, argentino ilustre, gran intelectual también, y gran amigo de Norberto, lo decía a cada momento, atribuyéndole la frase no sabía muy bien si a Perón, a Borges o a ninguno de los dos: “los laureles son para el ravioli, amigo”. Tanto Norberto como Donato despreciaban la fama, el dinero, la frivolidad y el poder, a partes iguales, y por ese orden o por cualquier otro. Los dos eran capaces de pasarse noches enteras, con un vaso de Grappa en la mano (Donato tenía la doble nacionalidad argentino-italiana, y grandes amigos en Milan que le enviaban cajones de grappa casera, más fuerte que el aguardiente gallego), divagando sobre lo divino, sobre lo humano, y sobre las mujeres que conseguían levantarse, enamoradas a gran velocidad del porte caballeroso, intelectual y maduro de los dos amigos, y desenamoradas a una velocidad si cabe mayor ante la escandalosa falta de dinero y de orden hogareño de la pareja.<br /><br />No es que Norberto y Donato vivieran con estrecheces, no. Lo que ocurría más bien es que su absoluta falta de ambición había conseguido enquistarles en un puesto mediocre de una empresa mediocre, y a base de mediocridades, su cuenta bancaria se resentía un mes si y otro también, pasando del amarillo al rojo sin un aviso de cortesía. Alguna vez habían valorado la posibilidad de irse a vivir juntos, pero la pereza que les acometía ante el hecho de tener que desplazarse, el uno o el otro, cargado con los miles de libros que poseía cada uno, daba al traste con cualquier elucubración en ese sentido. No. Cada uno en su casa, y Dios en la de todos. Cuando ligaban en el Ateneo o en la casa regional correspondiente después de una conferencia (que es donde ligan los intelectuales a mujeres a las que la edad, por haberles quitado la capacidad de procrear, les ha compensado con el pleno disfrute de una sexualidad experta y sin complejos), iban a casa de uno o de otro indistintamente, en función de la conferencia o la exposición a la que hubieran asistido y del libro que se hubieran comprometido a enseñar. Ya se sabe que en estos asuntos, a las mujeres les gusta ir en pareja, casi tanto o más que cuando visitan el baño, y el sex apeal de Norberto era muy similar en su decadencia al de Donato, lo que acababa de raíz con el problema de envidias y rivalidades que suele despertar en cualquier especie la lucha por la hembra. Una simple mirada, una señal de ojos, bastaba para que los dos amigos hicieran el reparto, que casi siempre solía coincidir con el que habían pensado por su cuenta las mujeres.<br /><br />Una falta de ambición que le había empujado a Norberto a comprarse, por cuatro euros, el más barato de la marca más barata de los coches coreanos existentes en el mercado. Un coche que debía fabricarse no ya en un barco, como es fama de ese tipo de coches, sino en la más miserable herrería de pueblo de toda Corea. Ya le había dado varios disgustos a Norberto su adquisición. Al final, le estaba resultando más caro, avería tras avería, que si se hubiera comprado un coche más decente, con la desventaja, añadida, de que solamente existían cuatro concesionarios en toda la península, y los talleres concertados de otras marcas ya estaban empezando a hartarse de la no ya baja, sino existente calidad de los vehículos asiáticos.<br /><br />Cuatro concesionarios, si, y el más cercano al lugar en donde le había dejado tirado el coche, después de soltar un extraño humo verde por la zona delantera, aquella tarde nefasta, probablemente a más de mil kilómetros.<br /><br />El dueño del taller que le atendió le mostró todo su repertorio de gestos de incertidumbre, desde frotarse los ojos con los dedos llenos de aceite de motor hasta cruzarse de brazos meciéndose la barbilla con la mano.<br /><br />- Para mi que va a ser circuito electrónico, que se ha quemado.<br />- ¿Y no puedo circular sin circuito electrónico?. Para andar se necesita el motor, la gasolina y las ruedas. Los coches antes no tenían circuito electrónico y circulaban sin ningún problema.<br />- Antes era antes. Es como los ordenadores. Con el Amstrad que me compré en los ochenta iban los programas más rápidos que con el Vista ese de los cojones. Un pasito para adelante y dos pasitos para atrás. Estamos en la era Yenca.<br /><br />A Norberto le sorprendió la agudeza del mecánico, al que le había supuesto nada más verlo esa cortedad mental que se les supone a los hombres del campo. A pesar de ser un intelectual, Norberto también tenía su puntito de prejuicios. Una cosa no quita la otra.<br /><br />- ¿Y que puedo hacer?. Tengo que estar mañana en Logroño para una conferencia.<br />- El coche no se puede quedar aquí. Hay que llevarlo a una ciudad grande. Si quiere, le llevo esta tarde con la grúa a Logroño, y allí da usted su conferencia y arregla el coche.<br />- Perfecto. ¿Dónde puedo comer algo?.<br />- En este pueblo solo hay un bar. Está a la entrada. Tenga cuidado: no se siente en el centro. Esta tarde entenderá porqué le digo esto. Tampoco puedo darle más explicaciones, porque está prohibido por la comisión de festejos. Deje aquí el coche, y a las cinco nos vamos para Logroño. La grúa ahora está haciendo un servicio.<br /><br />Norberto encaminó sus pasos al bar del pueblo, un feo edificio de ladrillo visto, revoco, mucho aluminio y mucho cristal, que desentonaba a todas luces con el aspecto rural de las casonas que le rodeaban. “Símbolo inequívoco de la riqueza y el poder sobre los concejales de algún lugareño”, pensó Norberto. Mientras entraba, ya albergaba la idea de hacer caso omiso de las palabras del dueño del taller. Jamás le había gustado sentarse en una esquina, en un rincón o pegado a la pared. Donato decía no comprender ese aire de exhibicionismo social, porque Donato era bastante más tímido. A veces decía que a Norberto le hubiera gustado ser como el personaje principal de “La tertulia del Pombo”, el famoso cuadro de Solana. A Norberto le hubiera gustado, como a Ramón Gómez de la Serna. Soltarle cada día la homilía a sus fieles seguidores.<br /><br />Se sentó pues Norberto en todo el centro de la sala, a una mesa cuadrada con un mantel blanco inmaculado, frente a una pared estucada y con aparatosas molduras de escayola que proclamaban el nefasto gusto del dueño de todo aquello, por si a alguien le había quedado alguna duda al contemplar la fachada. Frente a sí le observaban cuidadosamente, como suelen hacer las personas de todos los pueblos de España con todos los forasteros sin cortarse un poco pelo, tres hombres de mediana edad, gruesos, con cara de becerro y las gafas de sol colocadas en lo alto de la cabeza. Norberto comprendió enseguida que se trataba de cuatro hombres de negocios locales, probablemente cuatro constructores de locales tan horteras como ese. No es que la agudeza de Norberto se saliera de lo normal, sino que al lado de uno de ellos descansaba sobre la mesa un catálogo de hormigoneras.<br /><br />- Buenas tardes. Que aproveche –le dijo uno de ellos cuando el camarero colocó delante de Norberto un cuenco con pan tostado untado de ajo. Norberto se había abalanzado sobre uno de los trozos con visible ansiedad. Es muy mala la costumbre de salir de viaje sin desayunar nada-. Parece que hay hambre.<br /><br />Norberto observó tanto a su interlocutor como a sus compañeros, casi clones, mientras devoraba el pan con ajo, que estaba buenísimo, todo hay que decirlo. Le extrañó el hecho de que estuvieran los cuatro sentados de espaldas a la pared, como las muchachas que esperan en el baile a que alguien las saque a bailar. Le extrañó también su envaramiento, que al parecer les empujaba a mantener la espalda pegada al muro, y a no despegarla ni siquiera cuando se metían entre pecho y espalda una cucharada del platazo de judías con chorizo que tenía delante cada uno de ellos. Pero lo que más le extrañó a Norberto fue el exagerado estrabismo que mostraban los cuatro, como si de una enfermedad endémica se tratara. Cada uno de ellos mantenía un ojo mirando al norte y el otro al sur, y provocaban en Norberto ese extraño nerviosismo que te obliga a colocarte en el lugar que crees apropiado cuando te encuentras con alguien de fuerte estrabismo.<br /><br />- Pues si, si que hay hambre –contestó Norberto sonriendo-.<br />- ¿A Logroño? –le preguntó otro, con ese laconismo también característico-.<br />- Si. A una conferencia.<br />- ¿Y como le ha dado por detenerse en este villorrio?- le preguntó el tercero. Aquello estaba empezando a parecerle a Norberto el tribunal de las aguas-.<br />- El coche, que me ha dejado tirado.<br />- ¿Qué coche tiene?.<br />- Un Tanewoo.<br />El primero de la izquierda levantó el brazo con gesto despectivo mientras sacaba el cucharón de su boca.<br /><br />- Ese coche es una mierda, hombre de Dios. Para comprarse eso, no se compre usted nada. Para ir por carretera, hay que ir seguro. De Mercedes para arriba.<br /><br />- Bueno, ¿cómo le diría yo –contestó Norberto. Su sonrisa estaba empezando a entumecerse en su boca-. Es que para mi el coche no es algo que tenga la más mínima importancia.<br /><br />- Eso se nota. Tan poca importancia tiene, que le ha dejado tirado.<br /><br />Los otros tres becerros celebraron con oportunas risotadas la ocurrencia del tercero empezando por la izquierda. Norberto comprendió que estaba a punto de sufrir en sus carnes otra de las características que, según el, mantenían desde tiempos ancestrales los que vivían en el campo: su temprana pérdida de respeto hacia los interlocutores, por muy recién llegados que estos fueran.<br /><br />- Si, la verdad es que no he tenido suerte.<br />- Bueno, no pasa nada. Un par de horas más, y el Fulgencio le lleva a Logroño. Allí, seguro que encuentra un cuadro electrónico para el Tanewoo ese que se ha comprado.<br /><br />Tercer axioma de fe. Norberto no pudo hacer otra cosa que sentir auténtica admiración hacia el sistema de comunicaciones de aquel lugar, fuese cual fuese. La noticia de su aventura, con pelos y señales, les había llegado a aquellos cuatro hombres antes de que el entrara en el bar.<br /><br />- Y así –dijo el segundo guiñándoles el ojo a los otros tres-, a lo mejor le da tiempo a jugar un turno de “puta cuchilla”.<br />- ¿”Puta cuchilla”? –dijo Norberto cada vez más relajado. Había caído en la cuenta de que era Fulgencio el que iba a conducir por la tarde, y para celebrarlo se había bebido ya tres vasos de vino tinto de buena calidad-. ¿Qué es eso?.<br />- Ya lo verá, ya. Oiga, usted que tiene cara de saber bastantes cosas, ¿sabe que tres huertas famosas hay en España?.<br />- Pues no, no caigo en estos momentos.<br />- La huerta murciana, la huerta valenciana y la “huerta” ciclista a España.<br /><br />Esta vez, hasta el camarero soltó la risotada mientras colocaba delante de Norberto un plato de sopas de ajo con el correspondiente pulgar metido dentro. El vino estaba empezando a hacer estragos en el ánimo de nuestro amigo. Una densa nubecilla de placer se empezaba a adueñar de sus sentidos.<br /><br />- ¿Y saben ustedes lo que dijo Chateaubriand?.<br /><br />Los cuatro se pusieron serios y se miraron unos a otros, si es que se podía llamar mirar a aquel errático movimiento de ojos. El tercero se encogió de hombros.<br /><br />- ¿Y quien es ese “Chato”?. No le conocemos. ¿Algún concursante de Gran Hermano?.<br />- Si, pero cuando el gran hermano se llamaba Robespierre –Norberto se rió de su propia ocurrencia como solo un intelectual de casta suele hacerlo, es decir, en solitario-. Bueno, pues dijo: “Talleyrand no era más que una mierda envuelta en medias de seda. Ja, ja, ja. Una mierda envuelta en medias de seda.<br /><br />El tercer hombre le hizo una seña al camarero. Cuando se acercó, le sugirió que no le diera más vino al forastero. En aquel momento, se escuchó un desaforado grito procedente de la cocina.<br /><br />- ¡!! Puta cuchilla ¡!!.<br /><br />Norberto se encontró de repente mirando al techo, decorado con estrafalarios frescos, muy saturados de color, que intentaban reflejar querubines. Su vista discurría de forma circular, mirando ahora a la pared situada a la espalda. No entendía esa capacidad de visión, hasta que pudo ver, bajo el, y mientras seguía subiendo, su propio cuerpo sentado en la silla, con los brazos extendidos, los cubiertos en la mano, y un gran chorro de sangre, que surgía del lugar que había dejado de ocupar la cabeza.<br /><br />Y fue en ese momento cuando Norberto comprendió, mientras observaba a los cuatro hombres agachados y pegados a la pared, lo que significaba “puta cuchilla”, lo que significaba el exagerado estrabismo de aquellos hombres, que tenían que mirar por fuerza hacia todos los ángulos por los que podía surgir esa “puta cuchilla”, y lo que significaba el consejo del bueno de Fulgencio, que no debía de ser la primera vez que se lo daba a un forastero. Todo eso comprendió Norberto mientras su cabeza giraba, giraba y giraba, en lo que a el le parecía un lento movimiento, cada vez más lento y cada vez más gratificante, y siguió comprendiendo Norberto hasta que la sangre terminó de salir del todo de su cráneo y la oscuridad se enseñoreó de su conciencia.<br /><br />Hasta el último momento había estado comprendiendo Norberto. Al fin y al cabo, era todo un intelectual.<br /></span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-62975531643365175512008-05-30T13:48:00.000-07:002008-05-30T13:57:51.735-07:00Volvemos después de la publicidad<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTq2Yig5fCSSIPFZL6bYh_OuSSLVkSiO8z_ps7e2b5Tim_5rX2jT6JjKToixopvQ70mLL3oCTa188h8WwIzsnMlPsfFnz1Seeuu0ROqilyi29yyQ1AWnRdwinR6Ftr4lPJlvNf6YlNwRh2/s1600-h/10623-450x-modern_3.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5206277977763187186" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTq2Yig5fCSSIPFZL6bYh_OuSSLVkSiO8z_ps7e2b5Tim_5rX2jT6JjKToixopvQ70mLL3oCTa188h8WwIzsnMlPsfFnz1Seeuu0ROqilyi29yyQ1AWnRdwinR6Ftr4lPJlvNf6YlNwRh2/s400/10623-450x-modern_3.jpg" border="0" /></a><span style="font-family:verdana;">La agencia de viajes “El destino” le ofrece a continuación su gran oferta de paquetes combinados para el año en curso.<br /><br />Para todos los bolsillos, con más de mil variantes opcionales que podrá contratar, todas juntas o por separado, para hacer su estancia en el destino elegido lo más agradable posible, porque usted, sin duda, lo merece. 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Déjese llevar por nuestra experiencia, y le aseguramos que usted le sacará el máximo partido a la cantidad que finalmente decida invertir en cualquiera de nuestros miles de productos, una pequeña muestra de los cuales le ofrecemos en este folleto informativo.<br /><br />Mediante las más avanzadas técnicas científicas y naturales, compaginadas con la necesaria dosis espiritual en función de la zona elegida, le llevaremos a lugares de ensueño, playas paradisíacas, desiertos calcinados, bosques espesos, montañas inexpugnables, ciudades superpobladas, aldeas infectas, zonas devastadas o a punto de devastar, paraísos fiscales, monumentos históricos, fronteras sembradas de minas, campos de refugiados o países en conflicto permanente. Una vez en el destino elegido, y después de un corto período de indefensión absoluta que viene a durar de cuatro a doce años en función de la zona, más o menos, podrá usted moverse a su antojo, bajo su responsabilidad, por otras muchas zonas de nuestro programa vacacional, disponiendo, si así lo desea, de los sabios consejos de nuestros guías espirituales, que podrá utilizar, cuantas veces quiera, por un módico suplemento anual.<br /><br />Y pasamos si más opción a exponerle la forma de actuación que viajes “El destino”, pensando siempre en la absoluta satisfacción de sus clientes, ha elaborado para usted.<br /><br />¿Cuál es el truco para disfrutar de las felices vacaciones que le proponemos?. Muy sencillo: todo depende de la cantidad que usted esté dispuesto a pagar. Nada de multipropiedad, ni de cuotas anuales, ni mucho menos mensuales. Un único pago, que se puede aplazar en cómodos plazos durante el tiempo que usted desee, y que se puede abonar con la práctica totalidad de las tarjetas que a los efectos de pagar existen actualmente en el mercado. Y nada más. Una vez ingresada la cantidad, en un plazo inferior a un par de días, nuestro departamento científico en su totalidad procederá a realizar la conexión, y desde ese mismo momento, usted comenzará a disfrutar de su aventura vital.<br /><br />¿Qué cantidad?, se preguntará usted con toda lógica. No se preocupe por este pequeño detalle. Nuestras tarifas están divididas en seis segmentos claramente diferenciados. Todo depende de su capacidad adquisitiva y de su espíritu de aventura, a partes iguales. Podemos hablarle de muchos clientes que escogieron a priori alguno de los segmentos más baratos de nuestro programa y acabaron en el más alto escalafón del segmento más alto. Queremos serle absolutamente francos, y en este sentido nos vemos obligados a confesarle que también existen bastantes casos en el sentido contrario, alguien que ha contratado nuestro servicio especial VIP y ha terminado en las cloacas de la sociedad. En esa amplia gama de posibilidades radica precisamente el encanto de nuestra oferta.<br /><br />Vamos a resumirle a continuación, de una forma sintética y agradable, las características principales de cada uno de nuestros segmentos económicos, ordenados desde el de coste más elevado hasta el más asequible para todos los bolsillos.<br /><br />- Servicio especial VIP: el segmento conocido con las siglas SEVIP le ofrece dos opciones: elegir un país situado entre los diez primeros del ranking mundial de tranquilidad y nivel económico, o elegir entre una familia acaudalada, que puede pertenecer a uno de esos diez países privilegiados, y que en ningún caso pertenecerá a un país situado por debajo del puesto número treinta del ranking anteriormente mencionado. Si el máximo representante de la familia elegida aparece en la revista FORBES en la edición correspondiente a la fecha en la que usted realice la reserva, dará lugar a un suplemento cuyo importe se detalla en las tarifas adjuntas a este folleto. Este es también el caso de que usted elija países que, no figurando en el ranking de los diez mejores, sean considerados paraísos en todos los sentidos, como Mónaco, Liechtenstein, San Marino, Luxemburgo, Isla Mauricio y muchos otros que podrá usted encontrar en el suplemento SEVIP, que con mucho gusto le enviaremos si es esta la opción elegida. A pesar de las numerosas peticiones recibidas por parte de nuestros clientes, nos hemos visto obligados a eliminar de nuestro catálogo al Vaticano, ya que, a pesar de ser un país, nuestros científicos no han encontrado todavía una forma ni fiable ni legal de hacerle aparecer a usted en el.<br /><br />En caso de que el país elegido por usted se sumerja por motivos ajenos a su voluntad en la oscuridad de las guerras, la penuria económica o la concatenación de causas naturales adversas, le devolveremos su dinero. En caso de que se sumerja en cualquiera de las antedichas circunstancias a causa de su voluntad, recibirá usted la medalla especial de Viajes “El destino”, concedida a nuestros clientes que han conseguido, merced a su esfuerzo y dedicación, convertirse en líderes absolutos de los países que han elegido.<br /><br />La características principales de su estancia en esta categoría se pueden resumir en los siguientes conceptos: derroche, frivolidad, lujo y un inmenso poder que le permitirá mirar por encima del hombro a todos sus semejantes. A menos que se convierta usted en un auténtico gilipollas, como le ocurrió a personajes como Patty Hearst, Paul Getty y otros inmaduros que no supieron asumir su privilegiada posición, gozará usted siempre de la eterna sonrisa que proporciona la seguridad económica y el prestigio social.<br /><br />¡! Disfrute de la vida!!. Llevará usted relojes, que sustituirá a los tres o cuatro meses por cuestiones de moda o de mercado, cuyo precio superará con creces el presupuesto necesario para alimentar a toda una familia del tercer mundo durante un año. Sienta un escalofrío de placer al tomar conciencia de que su propio perro tiene el privilegio de disfrutar de servicios médicos, estéticos y culturales a los que ningún ser humano del tercer mundo tiene acceso. Gástese alegremente trescientos euros, doscientas libras esterlinas o quinientos dólares, en una comida ejecutada a base de nitrógeno y trocitos de hierbas raras, por el simple gustazo de presumir en su entorno, Valore, en definitiva, su altísimo estatus como ser humano.<br /><br />- Servicio especial, a secas: uno de los segmentos sin duda más apreciado por nuestros clientes. Una vida sencilla, en cualquiera de los diez primeros países del mundo, pero en una zona rural. Siempre le queda la posibilidad, mediante un minúsculo desplazamiento, de acceder a los beneficiosos privilegios de vivir en una gran ciudad. Mientras tanto, disfrute de sus años rodeado de una virginal naturaleza, y de una fértil tierra que le proporcionará, a poco que se lo proponga, más alegrías que tristezas, regalándole productos que podrá consumir usted mismo y compartir con sus amigos y clientes. Por un pequeño suplemento adicional, le haremos llegar a un prestigioso viñedo de fama mundial con su “chateau” y todo.<br /><br />- Servicio especial español. Permítase el lujo de viajar a uno de los países considerados tradicionalmente como entre los más felices del mundo. Siesta, toros, Almodóvar, pandereta, sol, sangría y corrupción urbanística. Acceda al privilegio de poder dejar abierto el grifo del agua en un país en continua guerra por tan preciado elemento. Conviértase en un sufrido ciudadano, y aguante con beatitud mariana los interminables atascos, las interminables colas a la hora de realizar cualquier gestión, las interminables envidias de sus vecinos o las interminables listas de espera de la Sanidad Pública (esta opción a punto de desaparecer de nuestra oferta).<br /><br /><br />Por un minúsculo suplemento, disfrutará usted del privilegio de pertenecer a alguna de las rancias familias que se reparten el territorio como si de una tarta de arándanos se tratara, a alguna de las rancias familias cuyos miembros llenan las revistas del colorín y los programas del corazón, o a alguna de las rancias familias que se llevan su dinero a países pertenecientes al segmento SEVIP. Valore usted la posibilidad de acceder a ese segmento mediante un simple movimiento de capitales. Como advertencia, comunicarle que no nos responsabilizamos si su empresa se ve envuelta en algún asunto de corrupción, si su vivienda se inunda por las repentinas crecidas de los ríos o si decide viajar a zonas consideradas como de alto riesgo de actividad terrorista.<br /><br />- Servicio normal primera: dese usted el gustazo de viajar a ciudades de ensueño situadas en países en vías de desarrollo, como Dubai, China, Malasia, Emiratos... Los más altos rascacielos le esperan. Siendo más económico que los segmentos anteriormente mencionados, este segmento tiene un sobrecoste especial, debido a la extrema precisión que tienen que desarrollar nuestros científicos para hacerle llegar al lugar adecuado. Un pequeñísimo error de cálculo podría hacerle dar, Dios o lo que sea no lo quiera, con sus huesos en un puto desierto, o en una aldea infecta en la que llueve a todas horas y en la que una piara de cerdos vietnamitas comen, arrasan y destrozan todo lo que encuentran a su paso.<br /><br />- Servicio normal segunda: este segmento es el que más amplitud tiene. Comprende toda China, India, amplias zonas de Rusia, Nueva Zelanda y la práctica totalidad de cualquier país del sudeste asiático, exceptuando las grandes macrociudades del segmento anterior. Su vida puede convertirse en toda una experiencia para los sentidos. Disfrute del orgullo de servir con su esfuerzo y su sudor al bienestar del primer mundo. Trabaje de sol a sol, saltándose el empalagoso periodo que comprende la infancia, por cuatro miserables rupias. Déjese empapar por la lluvia persistente de los monzones. Déjese embadurnar por el gratificante polvo de los caminos antiguamente conocidos como “La ruta de la seda”. Con un poco de suerte, y después de haber realizado una inversión ínfima, podrá usted, gracias a algún turista del primer mundo que se haya prendado de su belleza, acceder de manera inmediata al segmento SEVIP. Si elige India, disfrutará usted de la sinrazón de una mezcla de religiones ancestrales, que marcarán su vida en uno u otro sentido. Dispondrá usted en este caso, sin que le cobremos por ello ningún tipo de suplemento, de varias posibilidades en cuanto a su zona de llegada, sin que hasta el momento nuestro departamento científico haya sido capaz de convertirlas en una opción a elegir por usted, ya que las posibilidades no están limitadas ni por zonas geográficas, ni lingüísticas, ni de cualquier otro tipo. Lo mismo puede usted caer en el seno de una familia de Bollywood, que en el seno de una familia que lo primero que haga, si es usted mujer, sea arrojarla sin piedad al infecto río más cercano. Pasando, claro está, por la posibilidad de que llegue usted a una familia de parias, lo más lejano al ambiente de Bollywood descrito más arriba. La India es un microcosmos de todas nuestras ofertas, sazonado con un intenso colorido, con sabores exóticos y con un sentido religioso que supera cualquier tipo de racionalidad.<br /><br />- Servicio cutre luxe: el más económico de nuestros segmentos vacacionales. Especialmente diseñado para los amantes del riesgo, la aventura y las ganas de vivir. Llegará usted a un país tercermundista o en plena crisis de conflicto armado. La naturaleza especial de este servicio nos impide ofrecerle la posibilidad de caer en alguna de las familias que controlan la situación. Nuestra desgraciada experiencia con el señor Idi Amin Dada nos hizo prescindir de esta posibilidad, a la que solo se puede acceder mediante el segemento SEVIP, sección Grandes Esquilmadores.<br /><br />Viva usted la singular experiencia de no tener ninguna posibilidad en la vida. Forme parte del mayor porcentaje de seres humanos que pueblan la Tierra: el de los paupérrimos. Pase hambre, necesidades, peligros animales y humanos. Sienta en sus carnes la mordedura del racismo más exacerbado, de la miseria, de las enfermedades más sugerentes y de imposible curación por falta de medios. Aprenda a esquivar las balas, los machetazos, las innumerables minas enterradas fabricadas en países del primer mundo. Piense que, si sobrevive a todo esto, cosa poco probable que sin embargo alguno de nuestros clientes ha conseguido, estará usted más que capacitado para emprender un éxodo hasta el primer mundo, cada vez más cercano en la distancia pero más alejado en el espíritu, y se habrá ahorrado usted una pasta gansa.<br /><br />Con esto le hemos resumido las características de nuestros segmentos vacacionales actualmente en vigor. Independientemente del que usted elija, podrá contratar paquetes suplementarios de imprimación de carácter personal, que se ordenan, desde el más barato al más caro, en las siguientes categorías: simplón (casi límite. Es el mínimo posible a contratar. De momento no se nos permite acceder a categorías inferiores), inocentón, normalizado (es el espectro más amplio), espabilado, listo, listorro, hijo de puta e hijo de la gran puta (máxima categoría. Reservado a traficantes de armas del primer o del tercer mundo, narcotraficantes, señores de la guerra , dictadores, asesinos y demás ralea). Piense usted que una elección acertada por su parte le permitirá acceder con mayor o menor comodidad de un segmento a otro, o disfrutar con más intensidad del entorno que haya elegido. Por ponerle un ejemplo que le pueda clarificar su posible elección, podríamos decirle que un simplón en SEVIP no necesita una categoría superior para pasarlo bien, mientras que a un viajero SCL (servicio cutre luxe) le vendría muy bien comprar un carácter al menos de espabilado para poder aprender a manejar un cayuco, por ejemplo.<br /><br />Creemos que, a estas alturas, no es necesario advertirle que, a medida que se desciende de segmento, aumentan proporcionalmente las posibilidades de regresar al limbo en menos tiempo. Usted se ahorra dinero, pero se arriesga a tener que volver a empezar.<br /><br />Esperamos haber sido capaces de aclarar sus posibles dudas, y no nos queda más que despedirnos de usted, no sin antes recomendarle encarecidamente que, para su próxima experiencia vital, nos elija a nosotros, ya sea por nuestra reconocida experiencia en el mercado o porque, seguramente, habrá usted comprobado que, cualquier consideración que mezcle la religión con el hecho de vivir, es a la larga un absoluto fracaso. Créanos. Hemos sido capaces de convertir la opción de nacer en tal o cual lugar en una simple cuestión de dinero. No se caliente la cabeza con otras consideraciones.<br /><br />Sin más, recomendarle finalmente, la mejor opción posible: nazca con nosotros, o siga usted en el limbo, amigo. Usted decide.</span>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-77371071964223433912008-05-14T11:44:00.001-07:002008-05-14T11:49:12.758-07:00Diálogos de Carmencitas<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi_emwY8w2gWJjvXF3lKYsLpWeB-eK-iUMhx1rN3nIDTzaU7iLEHeOIgVS_iDeoktJDuwee1pI3PEBByg-LUkxheTcbCHSuzsCyGX9r1Rk-_Vf86vXvJbTSDXRwGnKm5O7RaSUTKJB7GQHX/s1600-h/carmencitas+grande.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5200307376284474754" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi_emwY8w2gWJjvXF3lKYsLpWeB-eK-iUMhx1rN3nIDTzaU7iLEHeOIgVS_iDeoktJDuwee1pI3PEBByg-LUkxheTcbCHSuzsCyGX9r1Rk-_Vf86vXvJbTSDXRwGnKm5O7RaSUTKJB7GQHX/s400/carmencitas+grande.jpg" border="0" /></a><br /><br /><br /><div><br /></div><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">He decidido recopilar en un libro quince de los dieciséis relatos escritos hasta el momento en mi blog “Los relatos del acompañante”. Los amigos de BUBOK brindan la oportunidad de publicar tu libro a tu gusto, controlando la portada, el tamaño, el tipo de papel...Creo que el resultado es lo bastante digno como para comprarlo, y a un precio asequible. La forma de pago también es una novedad, pues se puede pagar con cualquier tarjeta, y también mediante el sistema Paypal.<br /><br />Los relatos van desde el primero, “Dulce Navidad”, publicado en Diciembre de 2007, hasta “Amaretto sensual”, que apareció en Marzo de este año. He utilizado uno de los relatos, “Al viento le pregunto”, dividiéndolo en dos partes y modificándolo ligeramente, para añadir a la recopilación una presentación y un epílogo. Hay una dedicatoria especial a Edda, fiel lectora de mi blog, que con sus inteligentes comentarios y sus apreciadas palabras de ánimo me ha animado cada semana a seguir con el blog.<br /><br />La dirección para comprar los libros es la siguiente:<br /><br /></span><a href="http://felixon.bubok.es/"><span style="font-family:verdana;">http://felixon.bubok.es/</span></a><span style="font-family:verdana;"><br /><br />También tenéis la opción de leer los relatos, gratis, en el blog, cuya dirección es la siguiente:<br /><br /></span><a href="http://relatosdefelix.blogspot.com/"><span style="font-family:verdana;">http://relatosdefelix.blogspot.com/</span></a><span style="font-family:verdana;"><br /><br />Aunque lo más seguro es que, cuando leáis un par de relatos, estaréis deseando comprar el libro.</span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-35404515392180903772008-05-12T15:10:00.001-07:002008-05-12T15:27:16.238-07:00El hombrecito azul<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgqsXKa-4z0YWyAONshrgqg8JqkeMGJDLVSzAI9KmvGihDmLOMRP74zyVjjVS4dqcSpv6vZHVnqMx1Cjz4XZUGK4eAhGVklFuhMeC0_4x5DFt0l3x07OpBbhomhB7A55_YKm7yr_w9E8f-3/s1600-h/juguetes_para_perros.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5199621461417368914" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgqsXKa-4z0YWyAONshrgqg8JqkeMGJDLVSzAI9KmvGihDmLOMRP74zyVjjVS4dqcSpv6vZHVnqMx1Cjz4XZUGK4eAhGVklFuhMeC0_4x5DFt0l3x07OpBbhomhB7A55_YKm7yr_w9E8f-3/s400/juguetes_para_perros.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">Gustavo cogió al hombrecito azul y acarició su mejilla con la cabeza del muñeco. Tuvo una repentina sensación de bienestar. La calma, la paz, y una cierta laxitud mental, se apoderaron de su espíritu con la misma fuerza que si se hubiera fumado una pipa de opio.<br /><br />El hombrecito azul acompañaba a Gustavo desde su más tierna infancia. Se trataba de un muñeco de tela que le había hecho su madre, con la forma de un ser humano, los brazos y las piernas ligeramente abiertos, la cabeza redonda y ningún rasgo que le caracterizara. Ni orejas, ni ojos, ni ningún otro elemento que sobresaliera de aquella superficie clara y limpia. Un trozo de tela azul claro, liso, formando un cuerpo que se deformaba, y recuperaba después su forma, gracias al sabio relleno, mezcla de arroz y serrín, que le había colocado la madre de Gustavo en las entrañas.<br /><br />Al principio eran los dos casi del mismo tamaño. Cuando llegaba del colegio, Gustavo subía directamente a su habitación, agarraba al hombrecito azul, al que por aquel entonces llamaba “el pelele”, y le sometía durante más de dos horas a una soberana paliza, compuesta principalmente de puñetazos, mordiscos, estrangulamientos y temibles llaves de una especie de jiu-jitsu inventado por Gustavo, cada vez más perfeccionadas, que acababan con el pobre muñeco estrellado contra el techo o contra el marco de la pesada puerta de madera de la habitación. Gustavo, criaturita, se enardecía ante la pasividad del “pelele”, que encajaba las torturas de su amo con un estoicismo digno de figurar en cualquier tratado de filosofía. Lejos de apiadarse de su esclavo, Gustavo proseguía con sus vejaciones hasta terminar literalmente agotado, sudoroso y satisfecho de su supremo poder sobre el muñeco.<br /><br />La beatífica sonrisa que caracterizaba sus momentos de paz interior, se dibujó en el rostro de Gustavo, y ya no se borraría en una larga temporada. Se probó el smoking, que le quedaba perfecto, se colocó la pajarita, se ató los cordones de sus perfectos zapatos de charol negro, y todavía le sobró tiempo para darles un par de consejos a sus padres, en especial a su madre, la madrina. Miró su magnífico reloj Patek Philippe. Todavía sobraba tiempo. Se permitió el lujo de volver a su habitación a darle el último abrazo al hombrecito azul.<br /><br />Las palizas al muñeco fueron perdiendo intensidad a medida que Gustavo crecía y el muñeco se le iba quedando pequeño. Algún estudioso de los recovecos de la mente humana hubiera podido aventurar una teoría, tal vez un cierto sentido de la decencia que se iba desarrollando poco a poco en el privilegiado cerebro de Gustavo, que comenzó a despuntar en el colegio gracias a su inteligencia y a su desarrollada capacidad para las matemáticas. Debía de parecerle un signo de crueldad innecesario ensañarse con algo que no le podía responder, y además de un tamaño cada vez más inferior al suyo. El caso es que, un buen día, Gustavo agarró del cuello a su hombrecito azul, pero en lugar de soltarle la bofetada de rigor, le sentó con sumo cuidado en la almohada de la cama, y se limitó a observarle. Jamás volvió a darle una paliza a aquel trozo de tela, que con tanta resignación y piedad cristiana había soportado su salvajismo durante todos aquellos años.<br /><br />Todo transcurría según lo previsto. Su padre condujo el Audi de un modo perfecto hasta Los Jerónimos, a pesar de la incipiente demencia senil que se iba apoderando de su cerebro. Su madre, nerviosa como un flan, estaba radiante con aquel vestido de Pedro del Hierro. Sus compañeros de carrera, ingenieros de caminos como el, le recibieron con los brazos abiertos y abrazos de felicidad. La Iglesia, luminosa, parecía contenta de albergar su enlace con Rebeca Sotillos, la hija del famoso armador Francisco Sotillos, a la que había conocido mientras ambos estudiaban su master de dirección de empresas en Boston.<br /><br />Rebeca llegó radiante, como un sol esplendoroso. La ceremonia se desarrolló de forma tranquila y reposada. La sonrisa de Gustavo había conseguido transmitirle a la novia la misma paz de la que disfrutaba el novio. Todo el mundo estaba tranquilo y contento aquella tarde. Hasta la madrina, que se había mantenido como un flan hasta llegar a la iglesia, parecía ahora mucho más sosegada.<br /><br />Y después de la ceremonia, la cena, en el Casino de la Calle Alcalá, con sus entraditas de diseño y sus menús artísticos. Los invitados recibían cada plato con un “ooooohh” de admiración, y algunos, los más atrevidillos, se permitieron incluso el lujo de aplaudir a la llegada del postre, un suflé coronado con tejas de trufa y láminas de turrón caramelizadas. Aplaudieron de una forma sutil y elegante, por supuesto.<br /><br />Todo se desarrolló según lo previsto, sin estridencias, con la elegancia propia de los amigos y familiares de una pareja con tanta clase y savoir-faire como la formada por Gustavo y Rebeca. Los discursos que dieron los mejores amigos de la pareja, llamando la atención de los invitados con ligeros tintineos en las copas de cava, tuvieron una altura sentimental fuera de lo común. El que ya no estuvo tan acertado fue el padre de Rebeca, el armador, que había abusado bastante del Pesquera y desbarró un poco al tratar de hacer ver a todo el mundo que no perdía una hija, sino que ganaba un hijo.<br /><br />Los invitados fueron abandonando poco a poco los abigarrados salones del Casino para bajar a la discoteca, en el sótano del edificio, donde se sirvió una barra libre compuesta de los más prestigiosos licores de marca. Rebeca y Gustavo aprovecharon el álgido momento de la Conga de Jalisco, que se dejó escuchar a altas horas de la madrugada, para despedirse tímidamente de sus familiares y amigos y abandonar la fiesta que se había montado en su honor.<br /><br />Tampoco se borró la beatífica sonrisa del rostro de Gustavo durante las cuatro semanas siguientes, en las que la pareja disfrutó de un soberbio viaje a la Patagonia, Japón y la costa Oeste de los Estados Unidos, financiado casi en su totalidad por el adinerado padre de Rebeca. Durante los gloriosos momentos en los que los naturales escarceos amorosos de la pareja remitían, tuvieron la ocasión de contemplar con sus propios ojos algunas de las zonas más descaradamente bellas de todo el planeta.<br /><br />A su vuelta a la realidad, con el cansancio acumulado del viaje de novios, la pareja se tomó un par de días de descanso en la casa del barrio de Salamanca que habían comprado para desarrollar, como mandaban los cánones, su vida en pareja. Al final del merecido descanso, prodigaron las visitas a sus respectivas casas, durante una semana más, al objeto de recuperar su objetos amados. La extensa librería del salón, de más de veinte metros cuadrados, albergó sin problemas la colección de libros, tanto técnicos como lúdicos, que cada uno de los contrayentes había ido acumulando a lo largo de su vida. Los amplios armarios tampoco tuvieron ningún problema para guardar en su interior el extenso catálogo de ropa de marca de cada uno de ellos.<br /><br />El domingo por la tarde, Gustavo sacó por fin al hombrecito azul de su bolsa de viaje, y lo colocó en la cama de matrimonio, entre los dos cojines, sobre el edredón decorado con flores de lis y tulipanes reales. Rebeca entró en aquel momento en la habitación.<br /><br />- ¿Qué haces?.<br />- Pues mira. Colocar al hombrecito azul.<br /><br />A Gustavo le pareció que el rostro de Rebeca, tan radiante desde hacía más de un mes, se ensombrecía de repente y adoptaba una extraña expresión, mezcla de asco y tristeza, al tiempo que le decía:<br /><br />- Pero Gustavo, por el amor de Dios, digo yo que el hombrecito azul no pega mucho con el edredón de La Redoute, tienes que comprenderlo...<br /><br />Aquel fue el preciso momento en el que la beatífica sonrisa de Gustavo se borró de su rostro para siempre.<br /><br />La policía irrumpió en la vivienda, avisada por las nerviosas llamadas de varios vecinos que, dado su estatus, no estaban acostumbrados a convivir con los salvajes gritos que se habían dejado escuchar, apenas una hora antes, procedentes del piso de Gustavo y Rebeca. Al avezado oficial que llegó en primer lugar al dormitorio de matrimonio, el corazón le dio un repentino vuelco en el pecho, al tiempo que le temblaron tanto las piernas, que no le quedó más remedio que sentarse a la orilla de la cama, agarrándose con las dos manos al edredón para no caerse. Los dos oficiales que le acompañaban, más bisoños que su compañero, tuvieron el tiempo justo para darse la vuelta y vomitar sin ningún pudor, y sin poder contenerse, sobre la soberbia tarima de madera antigua que algún decorador de alta cuna había colocado en las habitaciones nobles de toda la casa.<br /><br />Lo que apenas unas horas antes había constituido el cuerpo lleno de vida de una persona de gran belleza llamada Rebeca Sotillos, colgaba ahora, como un amasijo informe, de la barra de hierro fundido de la que caían las cortinas. Gustavo se las había arreglado para ensartarla, como en un espetón, cogiéndola en vilo y empujándola brutalmente contra el extremo puntiagudo de la barra. No contento con eso, le había descerrajado el estómago, y esparcido los intestinos desde su posición hasta la lámpara de araña del techo de la habitación, de la que pendían oscilantes, sanguinolentos y todavía templados, como si de unos macabros adornos de feria se tratara. Gustavo contemplaba su obra sentado en el suelo, con la cabeza apoyada en el lateral de la cama y el hombrecito azul firmemente abrazado. Sus ojos, vacíos, contemplaban las dos palabras, al principio incomprensibles para el policía, que había escrito en la pared con la sangre de Rebeca: “Hombrecito azul”.<br /><br />Cuando le encerraron, sin que nadie se hubiera preocupado de arrebatarle de los brazos al hombrecito azul, Gustavo pasó su mano por las suaves paredes acolchadas de la celda.<br /><br />- Mira. Vamos a ser felices aquí, hombrecito. Son azules. Como tu.</span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-77037052545357217862008-03-31T14:23:00.001-07:002008-03-31T14:31:22.396-07:00Amaretto mortal<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXw-v-zUJt__gnbXbqVT1Q5pB53bOkSzEoMFPQloXZ7JGqfmtH22FbMzKR84wFoe6UZEAIl4xzOdKL9HeMMxm3pOfnbQwJ7Y_ZqrrGacqEnkdyh_imYvf8_doqBeM46iEGlZBxrBF9LV1_/s1600-h/nadienoshavisto79.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5184021530784309954" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXw-v-zUJt__gnbXbqVT1Q5pB53bOkSzEoMFPQloXZ7JGqfmtH22FbMzKR84wFoe6UZEAIl4xzOdKL9HeMMxm3pOfnbQwJ7Y_ZqrrGacqEnkdyh_imYvf8_doqBeM46iEGlZBxrBF9LV1_/s400/nadienoshavisto79.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">Es extraña la amistad entre dos mujeres, si es que existe tal concepto. De niña me costaba hacer migas con alguien. Enseguida me sentía traicionada, sobre todo cuando veía a mi amiga de toda la vida, a mi amiga “de la muerte”, como decíamos en el colegio, del brazo de otras dos chicas, normalmente enemigas del alma. La hasta entonces amiga me miraba, me señalaba con el dedo, y se reía de mi, se descojonaba, hasta el punto de que a más de una le salía el aparato bucal despedido por la risotada, y así una y otra vez, un par de amigas del alma por curso, más o menos, que no me duraban ni cuatro meses.<br /><br />Con la edad, una va aprendiendo, entendiendo la naturaleza humana, tan sencilla en los tíos y tan complicada entre tías. Tu amiga del alma al principio te soporta, después te lleva de compras, sales con ella de copas un par de veces, y ya se puede decir que es tu amiga para toda la vida. Hasta que le dices que ese grano en el culo la hace muy fea, o que tiene el mismo pelo que un paso de una procesión. Todas las confidencias que le hayas hecho hasta ese momento pasarán automáticamente al capítulo de armas en tu contra, y por una simple apreciación fruto de la sinceridad que se supone que tiene que existir entre dos amigas.<br /><br />Para eso de la amistad, los hombres son más simples. Mi Tono, por ejemplo, es íntimo amigo de Juanmi, el de la pescadería, y cada sábado por la noche, después de la sexta copa, más íntimo todavía. En ese momento, con la boca pastosa y los ojos lacrimosos, Juanmi y mi Tono se abrazan, emocionados, diciéndose esa frase que tantas veces he escuchado: “Eres un tío...Eres un tío...De puta madre, coño. Eres un colega de verdad. Pídeme lo que quieras, tío. Eres auténtico, joder, tío. Dame un beso...” y aquí es donde ya nos interponemos Charo, la novia de Juanmi, y yo, porque si no, aquello puede acabar como el rosario de la aurora.<br /><br />Y fíjate, con Charo no me llevo ni medio bien, porque es una tía demasiado fashion, demasiado Holiday gim, qué se yo. Solo sabe hablar de Pantenes y de Loreales, “porque yo lo valgo...”, parece que te está diciendo a cada momento, y ya me tiene harta, siempre con la misma cantinela, cansina ella.<br /><br />Con la que me llevo fenomenal es con Puri, la farmacéutica. Y la cosa empezó como si nada, por un par de veces que quedamos para tomar café, porque cuando yo salía de la peluquería, ella cerraba también la farmacia, y nos cruzábamos, y un día me dijo eso, que si quería tomar un café, y yo accedí, y resultó que era una tía de lo más simpática. No es que sea guapa, que no lo es, sino más bien fea, pero es que le importa un carajo. Tiene un novio majísimo, según las fotos que me ha enseñado, y siempre está abriendo la boca, exagerada, cuando le enseño fotos de los abdominales de mi Tono, que es que se los curra todos los días. Bueno, pues así empezó la cosa, y de ahí no ha pasado todavía, y no sé porqué, pero me da la impresión que la amistad con la Puri va a continuar, porque la amistad, la amistad de verdad, entre dos mujeres, empieza con las confidencias, y confidencia más grande que la que le hice yo a la Puri, hace ya tres meses...Confidencia más grande que esa, es complicada de imaginar<br /><br />- ¿Porqué no te pones las gafas en la cabeza? –me preguntó la Puri mientras nos tomábamos un frapuccino con chocolate- con lo bien que te quedan, mujer.<br /><br />Ahí sentí algo. Sentí un impulso que no había sentido desde que le enseñaba, a mi amiga del alma de turno del colegio, mi colección de tebeos de “Esther” y mis libros de los “Hollister”. Y sentí también que en aquella ocasión, la Puri no me iba a abandonar agarrada a los brazos de las dos tías más pedorras del colegio.<br /><br />Claro, que había una diferencia: lo que le enseñé a Puri tampoco tenía mucho que ver con los tebeos de “Esther” o los libros de “Los Hollister”. Me levanté el lado derecho de las gafas. Solo un poquito, y sin decir nada. Puri empalideció tanto, que el colorete que se había dado antes de salir de la farmacia pareció que se ponía en tres dimensiones.<br /><br />- ¡Madre del amor hermoso!. Pero criatura, ¿quién te ha puesto el ojo así?. Y no me digas que te has dado contra una puerta, que no me lo creo.<br />- No, hija, que más quisiera yo. Con un armario, si acaso. Ha sido mi Tono –cuando dije “mi Tono” gimoteé un poquillo, como unas verdadera profesional-.<br />- Pues menudo hijo de puta que está hecho.<br />- Lo sé. Ya no aguanto más.<br />- ¿Te pega desde hace mucho tiempo.<br />- No. Desde ayer, pero ya no aguanto más. Cada día está más violento. Todos los días viene mamado a casa. Sale del parking, encabronado, porque a todo el que entra le ascienden a los dos días y se lo llevan de segurata a un banco o a un hotel, y el sigue ahí, chupando monóxido, que lleva ya más de veinte años bebiendo de la manguera del garaje y vomitando después, que esa agua no hay quien se la beba, y claro, sale y se emperejila, porque tiene la moral por los suelos, y la tiene que poner otra vez en su sitio, y se enrolla con uno y con otro, y se coge una cogorza de padre y muy señor mío.<br />- Y llega a casa y te da una paliza.<br />- No. Hasta ayer no. Ayer discutimos, y me soltó una leche. Yo le solté a el otra, y se echó a llorar. Después hicimos el amor, como siempre, como ya te he contado –la forma en que hacemos el amor con nuestra pareja creo que es una de las cosas que primero se le cuentan a una amiga, por muy reciente que sea-, en plan sesenta y nueve, el amorrado al pilón, después de embadurnármelo de Amaretto di Saronno, y yo a su picha, a palo seco. Es lo que más le gusta, y a mi también la verdad.<br />- Ese licor es muy caro.<br />- El oficial. El que tenemos nosotros lo compramos de oferta en el Lidl. Sale muy bien de precio.<br />- Bueno, pues con Amaretto o sin Amaretto, con sesenta y nueve o sin el, no se lo puedes consentir, Carmen, mujer, que esto siempre va a más.<br />- Le voy a dar una oportunidad, y ninguna más. La próxima vez que me toque, me divorcio.<br /><br />Y así quedó la cosa. Y el hijo de puta del Tono, que cada vez estaba más cabreado con su jefe, pero no se atrevía a levantarle la voz porque, en el fondo, el Tono, mucho musculito y mucho gimnasio, pero era un auténtico gilipollas, me respetó durante un par de días, pero al tercero me volvió a amoratar un ojo, esta vez el izquierdo, para compensar, y cuando lo vio, la Puri se puso hecha una fiera.<br /><br />- ¿Pero es que se ha atrevido a tocarte otra vez?.<br />- Ya lo ves, mujer.<br /><br />La Puri cada vez empalidecía menos. La fuerza de la costumbre de verme hostiada cada día, supongo. Porque, a las tres semanas, los moratones se repetían diariamente. Para aquel entonces, Puri y yo éramos ya amigas para toda la vida, íntimas, pero de verdad, así que no dudé ni un momento en decirle lo que le dije, mientras ella sorbía ruidosamente (Puri es muy viajada y sabe perfectamente que sorber es un signo de educación en Japón) su frapuccino de fresa.<br /><br />- Ya estoy hasta el mismísimo moño. Voy a cargarme a Tono. Ya no puedo aguantarlo más. Entre el puñetazo y el sesenta y nueve regado en Amaretto, me tiene hasta las narices.<br />- ¿Y como vas a hacerlo?. Tono es muy fuerte.<br /><br />Probablemente, otra cualquiera me hubiera dicho “no, tía, eso es una barbaridad”, o “ni se te ocurra, que luego vas tu a la cárcel”, o incluso “venga, mujer, dale otra oportunidad”, pero Puri no. Ahí, Puri me demostró que era una amiga de verdad. No dejó ni de sorber mientras me preguntó eso con toda naturalidad, sin levantar siquiera la vista del vaso. La verdad es que me descolocó un poco, porque no tenía nada pensado.<br /><br />- Pues la verdad es que no tengo nada pensado.<br />- Pues yo si. Desde que me contaste la situación, desde el principio, se me ocurrió la idea. Venga, tómate tu Brownie, y acompáñame un momento a la farmacia.<br /><br />Aquella noche, Tono llegó a casa más pasado de vueltas que de costumbre. Su jefe había decidido, así, el solito, que Tono no tenía porqué llevar hombreras en su uniforme de segurata, y Tono se había mostrado arisco. Todo esto me lo contó Tono mamado perdido, con la parte de debajo de la mandíbula para un lado y la de arriba para el otro, como un auténtico engendro. Después, se fue calentando el solo, como todos los días desde hacía poco tiempo, y me soltó dos bofetadas, a las que le respondí con una patada en los huevos que le dejó tirado y llorando en el suelo. Hasta me dio un poco de pena, pero se lo merecía, el muy cabrón.<br /><br />Me tumbé en la cama mientras Tono aullaba de dolor, y me embadurné con el Amaretto. Esa noche me había puesto un sujetador de cuero negro que habíamos comprado a través de un catálogo que le había dejado Juanmi a Tono. Era el que más le gustaba. Poco a poco, los bufidos de dolor cedieron su lugar a bufidos a secas, a bufidos de camionero en celo. Poniendo la voz más putanesca que pude, y pasándome la lengua por los labios, le dije:<br /><br />- Ven a la cama, cariño. Te estoy esperando.<br /><br />Tono iba tan salido, que aquella noche terminamos pronto. Por un momento tuve miedo de que no le hubiera dado tiempo a lamer todo el Amaretto, pero no fue así. El ansia le perdió.<br /><br />Se puso boca arriba, como siempre, pero esta vez, en lugar de sonreir como un abúlico, como hacía siempre, se le crispó la boca, se puso, por este orden, blanco, amarillo, azul celeste, y cuando llegó al morado (un tono muy bonito de morado, todo hay que decirlo. Seguro que el próximo bolso que me compre lo busco de ese tono), se retorció como una rama de olivo, que parecía que se iba a partir por la mitad, se cayó de la cama, se le pusieron los ojos como platos, y dejó de respirar, la criatura. Por un momento me dio un poco de pena, pero ya no había vuelta atrás.<br /><br />Puri tenía razón. La cosa había sido bastante rápida. Me fui al baño, y me lavé bien los restos de Tono y de Amaretto. Supuse que también tendría razón Puri, por la cuenta que me traía, cuando me dijo que el brebaje que me había dado no dejaba huellas, y que en cualquier caso, siempre podría decir que Tono se había suicidado, aunque fuera sin darse cuenta, el pobre.<br /><br />Al fin y al cabo, resultaba muy sencillo equivocarse. Tanto el brebaje como el Amaretto despedían un fortísimo aroma a almendras amargas.</span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-57471593646635166372008-03-23T05:51:00.001-07:002008-03-23T05:57:05.394-07:00La segunda cena<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgxD8EURBiPxj2s89Dtk3GGnbTvDf36KhiXCwFU8zChs3zESbvCUi-JJhg3lneOjwk2LxgMgPcGbYloOuHo71KYRXeKYe3MKfhjkz8aL7ZPy1FIl-Ms9JYsz4XP74UU1osEmKpaPpnJSL-6/s1600-h/cena2.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5180920074770326082" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgxD8EURBiPxj2s89Dtk3GGnbTvDf36KhiXCwFU8zChs3zESbvCUi-JJhg3lneOjwk2LxgMgPcGbYloOuHo71KYRXeKYe3MKfhjkz8aL7ZPy1FIl-Ms9JYsz4XP74UU1osEmKpaPpnJSL-6/s400/cena2.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">Luis y María, pareja 1<br />Jose y Pilar, pareja 2<br /><br />Luis.- No, Pilar, por favor, no saques más cosas, que voy a reventar, mujer.<br />Pilar.- Anda, no te hagas la víctima, que tu eres de buen comer. Venga, estas morcillitas de burgos me las han traído especialmente para mi unos amigos que tienen familia allí. Les he puesto un pimiento de piquillo con un trocito de ventresca, por la cosa del adorno.<br />Luis.- es que estos dos no ayudan nada, hay que joderse. Al final soy yo el que se pone como un cerdo.<br />P.- Luis tiene toda la razón. Jose, María, es que no coméis nada. Vaya dos.<br />Jose.- Mujer, claro que hemos comido. Lo que pasa es que eres una exagerada. Tu, la del pobre, antes reventar que sobre, y venga a hacer comida, venga a hacer comida. Te lo digo todos los días, que te pasas cuatro pueblos haciendo comida.<br />L.- Nada, Pilar, olvídate, que estos no saben comer. María tampoco. Cuando llego a casa, se ha comido un par de sanwichs de jamon york y queso, y con eso tiene bastante. Yo me tengo que preparar algo más sustancioso si no quiero morirme de hambre. Menos mal que estoy aprendiendo a cocinar.<br />P.- ¿A, sí?. ¿Y eso?.<br />María.- Se ha apuntado en una academia del barrio. Nada del otro mundo, no te creas. Un individuo con ínfulas de ferrán Adriá, que les está enseñando a hacer unos platos extrañísimos.<br />J.- Anda, que curioso.<br />L.- Ferrán Adriá, Ferrán Adriá...No tienes ni puta idea. Ferrán Adriá hace decostrucciones, y este se dedica a las espiritaciones.<br />M.- Lo que tu digas, pero yo lo único que sé es que te has gastado una gasta en probetas y cosas de laboratorio. Mira, Luisito, los útiles de cocina se compran en el Carrefour, en la sección de menaje. No conozco a nadie que se haya tenido que desplazar a una fábrica en un polígono industrial para comprarse una redoma para caldificar, por el amor de Dios.<br />L.- El Carrefour, el Carrefour...Estás más anticuada que la Chelito.<br />M.- Sí. Será eso<br />P.- Pues a mi me parece muy bien que un hombre se meta a aprender a cocinar. Ya era hora de que se dieran cuenta de que eso no es una actividad exclusiva de las mujeres.<br />J.- De eso nos hemos dado cuenta hace mucho tiempo, cariño. De hecho, los mejores chefs del mundo son hombres.<br />P.- Ya, ya, pero la que cocina en casa soy yo.<br />J.- Porque te gusta y porque lo haces muy bien. Si no fuera así, cambiaríamos el tercio.<br />P.- Si, pero tu serías incapaz de aprender a cocinar. Mira a Luis. Cuando se propone algo, lo consigue. No me negarás que tiene mucho mérito apuntarse a una academia de cocina.<br />J.- No, no lo niego.<br />P.- No lo niegas, pero tu no lo harías.<br />J.- Si tuviera que hacerlo, probablemente lo haría.<br />P.- No, tu no lo harías, porque no tienes espíritu.<br />L.- Pilar, estas morcillas están de muerte.<br />M.- Es verdad, Pilar, me he comido un trocito y están de muerte.<br />L.- Un trocito, un trocito...Esta sí que no tiene espíritu.<br />J.- Vaya. Menos mal. Pensaba que era yo solo.<br />M.- ¿En qué plato estamos?. A, sí, en el segundo. Ya le tocaba salir al tema del espíritu.<br />J.- Bienvenida al limbo de los que no tenemos espíritu.<br />L.- Jose tiene más espíritu que María, pero vamos, de aquí a Lima. Esta es tan tonta, que cuando va a comprar algo la engañan, porque no revisa las vueltas que le dan.<br />M.- Claro. Eso es verdad. ¿Para que?. Me da pereza ponerme a contar la calderilla con la bolsa de la fruta en la mano.<br />J.- Estás de coña.<br />M.- ¿Tú que crees?.<br />P.- Eso no es nada comparado con Jose. Cuando vamos de viaje, soy yo la que tiene que hacer las maletas, meterle los calzoncillos, los calcetines, porque es que a el no se le ocurre. Se tumba en la cama hasta el crítico momento de salir de casa. Es increíble.<br />L.- Bueno, bueno, no saques el tema de los viajes, porque en ese tema, a María hay que echarla de comer aparte. Es una inútil integral. Cuando salimos, soy yo el que tiene que marcar la ruta, mirar el plano, preguntar las direcciones de los monumentos. Esta se desorienta hasta en la pescadería del barrio. Desde luego, tiene toda la razón el que dijo que los hombres son de Marte y las mujeres no entienden los mapas.<br />M.- No es así, Luis, querido. Es “porqué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas”. Se trata de un libro.<br />L.- O que las mujeres son de Venus, me parece. Algo así.<br />M.- ¿Veis?. La prueba viviente de que los hombres no escuchan. No me ha hecho ni puñetero caso a lo que le he dicho.<br />J.- A ver si va a tener razón el libro...<br />P.- Pues no, no tiene razón, porque en nuestro caso pasa justo lo contrario. Soy yo la que organiza, la que hace la maleta, la que contrata los viajes. Jose no se ocupa absolutamente de nada. Hasta soy yo la que compra los carretes para las fotografías.<br />L.-¿Carretes?. ¿Es que todavía hacéis fotos en papel?.<br />J.- Pilar es una maniática de la fotografía tradicional. Aborrece las cámaras digitales.<br />P.- Es que es un coñazo eso de poner el dvd, ahora no funciona el sonido, con este sistema de televisión no se ven...No. Donde esté un álbum de fotografías tradicional, con sus fotos amarillas, esas esquinas que se despegan, sus plastiquitos para cubrir las hojas...<br />M.- Pero mujer, eso mismo lo puedes hacer con una digital, y con la ventaja de que puedes tirar todas las fotografías que te de la gana, sin temor a equivocarte, y luego elegir las que más te gusten. Y con los programas informáticos que hay ahora, te curras un álbum en sepia en un pis pas, si te da la gana.<br />P.- Si, pero yo no me convenzo. Es que además tenemos una cámara estupenda, y sería una pena desecharla.<br />J.- No os molestéis, que no la vais a convencer. Yo no tengo espíritu, pero es que Pilar no tiene evolución.<br />L.- Osea, que eres tu la que organiza los viajes, ¿no es así, Pilar?. Oye, voy a dejar de comer morcilla, porque voy a terminar poniéndome como un auténtico cerdo. Es que están buenísimas.<br />P.- Pues si. La última vez, el año pasado, en verano, nos fuimos a Port Aventura, y fui yo la que se encargó de todo.<br />L.- A, Port Aventura. Que bonito. Nosotros estuvimos hace un par de años, y lo pasamos de fábula. La verdad es que se lo han montado muy bien, el parque. Montamos en casi todas las atracciones. En las suaves, claro, porque no me iba a montar yo solo en el Dragon Khan, por ejemplo. Es que María es muy cobardona para eso. No le gusta nada desgastar adrenalina. Se la debe de estar guardando en un bidón para cuando le haga falta.<br />P.- Igual que Jose. A veces me da un poco de vergüenza montar el número cuando quiero que se suba a algo. La gente nos mira, extrañada de que sea yo la que empuje a un hombre a subirse a una atracción de más o menos riesgo.<br />J.- No tengo ninguna necesidad de arriesgarme a vomitar dando vueltas como una peonza.<br />M.- Eso es lo que pienso yo. Exactamente lo mismo. Y estoy convencida de que a Luis le viene bien la excusa de que a mi no me guste pasar un mal rato, porque si quisiera, montaría el solo. Lo que ocurre es que el está tan acojonado como yo, y me pone a mi de pantalla, porque sabe que, cuando me propone subir a una cosa de esas, voy a decirle que no. El día menos pensado voy a darle una sorpresa, y le voy a decir que si, que me apetece un montón subir a la lanzadera. A ver entonces si es tan valiente como lo que presume de serlo.<br />L.- Eso no lo verán mis ojos, querida. Sería yo el primero en no dejarte subir a la lanzadera, no fuera que te diera un infarto. Con lo acostumbrada que estás a moverte, a hacer algo de deporte...<br />P.- Yo estoy apuntada a clases de aeróbic, y la verdad es que me siento genial. El ejercicio viene muy bien. Intento que Jose haga algo de deporte, pero no hay manera.<br />L.- Yo me he apuntado a pádel. María se vino conmigo un par de días, pero se aburrió y lo dejó. Es que no hay manera de meterle en la cabeza que el deporte es vital para mantenerse en forma.<br />M.- Tus clases de pádel no eran más que una reunión de pijos. De dos horas que estabais, jugabais veinte minutos, y el resto del tiempo lo malgastabais hablando del último modelo de raqueta o de lo bien que le sentaba la faldita a aquella rubia de las tetas grandes.<br />L.- ¿Rubia de las tetas grandes?. No la recuerdo...<br />M.- Venga ya, Luis, que nos conocemos. Si quieres hacerte el gracioso delante de tus amigos del pádel, hazlo, pero sin que esté yo delante.<br />L.- Lo que pasa es que tu eres anti deporte. Nunca lo has practicado, y no te gusta nada.<br />P.- Igualita, igualita que Jose. Ni siquiera lo ve por televisión. Cuando ponen un partido, cambia de canal refunfuñando.<br />L.- Si, es que tu marido es muy culto.<br />J.- No tiene nada que ver una cosa con la otra. No me gusta el fútbol, y punto.<br />L.- Pues le gusta a todo el mundo.<br />J.- ¿Y por eso me tiene que gustar a mi?. Vaya una razón simple que me das.<br />L.- Es que si le gusta a todo el mundo es porque es bueno.<br />J.- No es ni bueno ni malo. Simplemente, o te gusta, o no te gusta, y a mi no me gusta. No creo que por eso sea ni bueno ni malo el fútbol<br />L.- Claro, no te gusta por lo que dice Pilar, porque eres antideportivo.<br />J.- Si porque no juegue al pádel o no vaya a mover el culo a una clase de aeróbic soy antideportivo, pues si, soy antideportivo.<br />L.- Como María.<br />M.- Si, Luis, cariño. Lo que tu digas.<br />P.- Bueno, y volviendo al tema de los viajes, ¿cuál es el que más os ha gustado de todos los que habéis hecho hasta ahora?.<br />L.- La costa Da morte, y toda la parte esa de Galicia. Lo pasamos estupendamente. Además fuimos con un grupo muy bueno. No se despistaba ninguno. Todos a la hora para salir del hotel, y todos en el autocar a la hora de volver. Es la vez en la que más suerte hemos tenido. En otras ocasiones nos ha tocado alguno que siempre llegaba tarde, o que armaba jaleo en el restaurante a la hora de comer.<br />M.- Es que nosotros siempre viajamos más o menos de la misma manera. Por España, y en grupo. Viaje organizado. A Luis le encanta esa forma de viajar.<br />L.- Porque es una tontería hacerlo de otra manera. A ver. Es lo que yo digo. Si no conoces tu país, ¿para que vas a salir fuera?.<br />J.- Si, visto así, tiene su sentido.<br />L.- Y no digas que no hemos salido de España, María, porque el año pasado estuvimos en Lanzarote.<br />M.- Eso es España, querido. Al menos de momento.<br />L.- Pero no es la península.<br />M.- Yo no he dicho que no hayamos salido de la península. He dicho que no hemos salido de España.<br />P.- Yo estoy de acuerdo con Luis. Donde esté la facilidad de que te lo den todo hecho. Te llevan, te traen, y te enseñan lo más interesante de cada sitio. Es muy cómodo viajar así. Nosotros tampoco hemos salido de España, pero el año que viene a lo mejor busco algo por el sur de Francia, o algo así.<br />L.- Buscas, claro, porque Jose no se moja.<br />P.- A, no, no, por supuesto.<br />J.- Yo voy donde diga mi mujercita.<br />L.- Joder, Jose, que fácil lo tienes todo. Como se nota quien es la que organiza la casa. Porque todo lo que estamos hablando no es más que eso, que uno de los dos es el que tiene que organizar, y en vuestro caso es Pilar.<br />M.- Y en el nuestro tu, querido.<br />L.- Hombre, yo creo que está claro.<br />P.- Vosotros dos os vais al lado cómodo. Os dejáis llevar.<br />J.- Claro. Es lo más cómodo. Y si intentáramos otra cosa, no nos dejaríais.<br />M.- Eso dalo por hecho.<br />P.- Bueno, Jose, hoy os toca fregar a María y a ti. Pon la cafetera, que Luis y yo nos vamos a repanchingar en el sofá.<br />J.- A tus órdenes, jefa. Vamos, María. Ayúdame a fregar y a preparar el café para los señores.<br /><br />María y Jose se levantan y entran a la cocina, cerrando la puerta. Inesperadamente, Jose coge la cabeza de María y le estampa un largo beso en la boca. Su mano izquierda se desliza por la espalda de ella y se introduce, con la palma abierta, por el ajustado pantalón de cuero.<br /><br />J.- Te has puesto el tanga que te regalé en Estocolmo, hija de puta.<br />M.- Sabía que te ibas a dar cuenta. Se le marca un poco la hebilla en cualquier cosa que te pongas.<br />J.- No he podido resistirme a besarte. Me moría de ganas. Espero que tu marido no lo note.<br />M.- No te preocupes. Mi pintura de labios es indeleble. No se corre.<br />J.- Estoy deseando que llegue el lunes. Yo salgo por la mañana, voy al congreso, doy un par de charlas, y el resto de la semana para nosotros. Lo vamos a pasar de vicio.<br />M.- ¿Has reservado ya el hotel?.<br />J.- Claro, mujer.<br />M.- ¿Dónde?.<br />J.- En Avoriaz, en los Alpes franceses, al lado del hotel de hace dos años.<br />M.- ¿Y hay nieve?.<br />J.- Claro, mujer. Eso está asegurado en esta época del año.<br />M.- ¿Vas a llevar las tablas de snowboard?.<br />J.- No. Sería una cantada. Es preferible alquilarlas allí. Y he concertado también un vuelo en ala delta.<br />M.- Woau...Lo vamos a pasar fenomenal.<br />J.- Pues si. Casi una semana entera para nosotros, cariño.<br />M.- Es una suerte que sea yo la que organice mis propios viajes en mi empresa, ¿no te parece?.<br />J.- Vaya si lo es.<br /><br />Jose vuelve a besar a María. La cafetera empieza a sonar.<br /><br />J.- Venga, vamos a servir el café, fregamos rápido y volvemos con estos dos. Ya llevan mucho rato sin ponernos a parir.</span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-11274196853136496722008-03-18T15:51:00.000-07:002008-03-18T15:56:59.151-07:00El otro especialista<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiF6Ly_ouY1OzlPH6NuXBCoR3hjvPFJS3Ouldl7S_ZkElAaG5EuDUn9vBjA7G9DSoLSAX__j1E7jwn0SkqnsUg19qvp5LRB1XlOtheiTYpbH8zsJ5zlOaE6uiavHmZWKJy-YgwzTK6uJarb/s1600-h/548020_normal.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5179219459335549826" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiF6Ly_ouY1OzlPH6NuXBCoR3hjvPFJS3Ouldl7S_ZkElAaG5EuDUn9vBjA7G9DSoLSAX__j1E7jwn0SkqnsUg19qvp5LRB1XlOtheiTYpbH8zsJ5zlOaE6uiavHmZWKJy-YgwzTK6uJarb/s400/548020_normal.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">- Tenemos esta noche el placer de presentarles a Secundino Pallarés. No creo que haga mucha falta presentarle. Secundino es un personaje de fama mundial. Hace poco se colocó por méritos propios en el número tres de la revista “JORDES”, por detrás únicamente del emir Satrapi y del líder mundial de la informática, el noruego Olaf Gandersen. Una gran alegría, ¿no es verdad, Secundino?.<br />- Pues si. Así es. Una gran alegría. Después de estar toda una vida trabajando, uno agradece que se le reconozca el esfuerzo.<br />- Bueno, Secundino, “JORDES” no reconoce nada. Se limita a sacar una lista de los más ricos del mundo, sin comentarios y sin premios añadidos. Faltaría más, que encima de ser usted el tercero más rico, le dieran un premio.<br />- No, no me han dado un premio, pero como si me lo hubieran dado. Solo salir en la revista ya es un premio para mi. Aunque solo sea para darles en los morros a los cuatro desgarramantas, que eran más de cuatro, que se descojonaban en mi pueblo cuando era yo nada más que un zagal.<br />- Así es, amigo Secundino, y llegamos así al principio de toda esta historia, la historia de su vida, de su lucha por la vida, más bien, porque dice la leyenda que usted, de joven, pasaba hambre.<br />- Yo y mis catorce hermanos. En mi casa no había de nada, como en ninguna.<br />- Usted es de Catastrillo, un pequeño pueblo de la provincia de Toledo. Por aquel entonces, claro, porque ahora tiene más de doscientos mil habitantes, y se va a construir un aeropuerto que lleva su nombre.<br />- Claro, hombre. Había cuatro desgarramantas que no me podían ver, pero el resto de la gente era buena. Empecé hace treinta años a hacer casas, y la gente me lo agradecía. El pueblo está en una zona muy bonita, con río, montaña y coto de caza, y no era cosa de desaprovechar un paraje tan bien agradecido.<br />- Transformó Catastrillo hace treinta años, cuando ya er arico gracias a su arte.<br />- Si. Ya era yo muy ducho en esto.<br />- ¿Y como empezó?. ¿Cómo fueron sus comienzos?.<br />- Pues jodidos. Muy jodidos, como los de todo el mundo. Yo era la oveja negra de la familia. Todos mis hermanos iban al colegio, pero yo me escapaba. Aquello no era para mi. Me dolía la cabeza cuando el maestro me metía en la sesera más de tres números seguidos. No estaban los tiempos para pensar, con el hambre que pasábamos. Mientras mis hermanos se sorbían los mocos, yo me pasaba el día por los alrededores, cogiendo frutas silvestres y cazando conejos muertos para alimentar a la familia.<br />- ¿Cazando conejos muertos?. ¿Y era muy complicado?.<br />- No me sea irónico, que a mi, ironías, las justas.<br />- No, Secundino, hablo en serio. ¿Cómo podía ser, eso de cazar conejos muertos?.<br />- Pues muy sencillo. Los conejos se morían por el sol, y porque tampoco tenían nada para comer, así que yo aprovechaba y los cogía. Pues gracias a eso que hemos salido toda la familia adelante. Ahora, mis hermanos no dejan un solo día de agradecerme que cogiera aquellos conejos.<br />- Claro, no es para menos. Porque además, sus hermanos trabajan ahora para usted. Ha montado usted un holding familiar en toda regla, Secundino. Cualquiera que lo viera desde fuera le compararía con un auténtico clan. Y así, además, la continuidad está garantizada. Sus hijos seguirán con su negocio.<br />- No lo crea. Mis hijos, y los hijos de mis hermanos, van por otros derroteros. No dan un palo al agua. Se han matriculado todos en la Universidad, y a verlas venir.<br />- ¿En que Universidad?. ¿En la arcaica, o en la moderna?.<br />- Quite, quite, por el amor de Dios. Pues en la moderna, ¿dónde si no?. La Universidad arcaica no sirve absolutamente para nada. Ya me dirá usted el dinero o la fama que da entender de filosofías, historias, físicas o matemáticas, o tener una cultura. Eso no sirve para nada hoy en día. La prueba está en que solo los hijos de los iluminados se matriculan en la arcaica, y que solo un cinco por ciento de estudiantes eligen esa Universidad.<br />- Pero los iluminados juran y perjuran que son felices.<br />- Nos ha jodido. Eso dirán ellos, pero la mayoría no llega a fin de mes, y además muchos no se casan. Y mejor, en realidad, porque sus pobres hijos, si es que los tienen, no tienen la culpa del vicio de sus padres.<br />- Hombre, Secundino, adquirir cierta cultura tampoco es tan malo.<br />-Las cuatro reglas, y para de contar, porque luego le da a uno por meterse en más berenjenales, y se acabó lo que se daba. Conozco a un matrimonio de iluminados, y no hay quien les aguante. No se puede mantener una conversación con ellos. Solo saben hablar de arte, de libros, de películas...Cuando me da por invitarles a una barbacoa en mi casa, porque en el fondo soy bueno, y me dan mucha pena, los pobres, se quedan ahí, en un rincón, sin ser capaces de hacer migas con nadie, sin saber de qué hablar, porque no están en el mundo, esa es la verdad. Están en su mundo, con sus libros, con sus tonterías, y nunca llegan a nada. Esa es la pura realidad.<br />- Algunos ocupan buenos cargos en empresas de renombre.<br />- Pero no por su vicio, amigo, y eso tiene que reconocerlo. Todo el que está en un buen cargo es porque se lo ha trabajado desde pequeño, como es mi caso, o porque tiene algún conocimiento entre la gente importante. Yo, por mi parte, jamás metería a un iluminado a trabajar en una de mis empresas. Dios me libre. Una vez se me ocurrió meter a una chica, por hacer una gracia, y a las tres semanas tenía a todo el departamento leyendo libros, unos que si el Cervantes, otros que si el Auster, otros que si su puta madre... Quite, quite, Dios nos guarde de los iluminados y de sus tonterías. El mundo es de los currantes o de los que van a la Universidad moderna. De ahí salen pocos, pero los que salen salen muy preparados.<br />- ¿Sus dos hijos van a la Universidad?.<br />- Si. El chico a “Great House” y la niña, que es dos años más pequeña, pero mucho más espabilada que el gañán, a “Sweet Island Paradise”.<br />- Ah, claro, los tiene usted estudiando en Yale.<br />- Bueno, para mi la educación de los hijos es fundamental, y cuando me dejaron muy claro que no les apetecía seguir mi camino, les obligué a que estudiaran. A lo que no estoy dispuesto es a que se pasen todo el santo día en casa, mano sobre mano. En ese sentido, tanto mi mujer como yo lo tenemos muy claro. Y si además dispone uno de un poco de dinerillo de sobra...Pues si, mire usted. Creemos que en EEUU están a años luz de nosotros en esto de la Universidad moderna, así que nos liamos la manta a la cabeza y les largamos del nido. Además, estar fuera les viene muy bien. Así se espabilan y aprenden a desenvolverse en la vida, que buena falta les hace.<br />- Podrían haber ido a estudiar juntos, ¿no?. “Great House” es muy diferente a “Sweet Island Paradise”, y además, una facultad está muy lejos de la otra. Casi ni se verán en todo el día.<br />- Pues no. Casi, no. Es que no se ven. Para nada. El chico está alojado en una hermandad de chicos, y la chica con las chicas, como tiene que ser. Ya tendrán tiempo, cuando se gradúen y empiecen con lo suyo, a hacer todas las cochinadas que quieran pero ahora, de momento, no. O al menos, eso es lo que queremos mi mujer y yo. Ya son mayorcitos para saber lo que hacen, así que ellos verán, y además hay mucha distancia entre Catrastillo y Yale, así que, ya lo dice el refrán, ojos que no ven, corazón que no siente.<br />- ¿Y a que se debe que cada uno haya elegido una facultad diferente?.<br />- Pues mire, eso tiene una explicación. De niño, mi hijo se quedaba conmigo viendo un programa que se llamaba “Gran hermano”, y de ahí le vino la afición. Ya de muy pequeño imitaba a los concursantes, ponía los pies en la mesa, eructaba, gritaba a todo el que se le pusiera por delante, y se paseaba por toda la casa mirando a las esquinas, como si hubiera cámaras. Su hermana, que le veía en esas, le imitaba, pero le gustaba más el programa ese de famosos en una isla, “Supervivientes”, que además era el que le gustaba a mi mujer. Fíjese que tontería: en cuanto nos descuidábamos mi mujer y yo, la muy puñetera agarraba un tizón de la chimenea de mármol yugoeslavo y se tiznaba todo el cuerpo, los muslines y los brazos, como las participantes de ese programa. Iba al colegio con la camisa abrochada con un nudo, y el ombligo al aire. Mi hija, con el ombligo al aire, desde que era una cría. Otra cosa no tendrá, pero estilo, un rato largo.<br />- ¿Y en qué fase están de sus estudios?.<br />- El chico casi acabando. Está un poco jodido con la asignatura de “Diálogo”, del último curso, pero seguro que la aprueba. Es que es muy tímido, y claro, le cuesta poner a parir a un compañero delante de las cámaras, pero bueno, va a clases particulares, y su madre y yo tenemos mucha confianza. Cuando viene a vernos, le llevamos a restaurantes caros, y echamos moscas en la sopa para armar el pollo, así, a voces, a ver si se le quitan los complejos. El año pasado ya fue el el que se la lió al maitre de un restaurante francés muy famoso. La chica es más lanzada, y como la única motivación que tiene es la de salir con el ombligo al aire, pues le va muy bien. Precisamente, en la asignatura “Ombligo al aire”, de segundo, sacó matrícula de honor. Normal, dijimos su madre y yo cuando nos enteramos. Si esta chica siempre ha estado con el ombligo al aire, pues normal...<br />- Tendrán buenas perspectivas de trabajo una vez que acaben sus estudios, supongo.<br />- Pues las que ellos mismos se labren, porque mi mujer me tiene la cabeza como un bombo diciéndome que, si no consiguen plaza, que compre yo el programa, pero no me da la gana. De facilitarles las cosas, nada, que luego ganan el concurso, se les sube a la cabeza, y no hay quien les aguante. Si no son los primeros de su promoción, no entrarán en los grandes concursos, pero siempre tienen la posibilidad de empezar en un concursillo de una televisión local, y en esta cosas, ya se sabe: la fama la ganan rápido, y luego a vivir del cuento. Mire ahora como están los concursantes de las primeras ediciones de “Gran hermano”, sin ir más lejos: de presidente del Fondo Monetario Internacional, nada menos, creo que está Roberto Balmaseda.<br />- No, no. El presidente del Fondo es Carlitos Boyantes, el chulo aquel que pegaba a las concursantes.<br />- Bueno, quien sea. Pues ahí le tiene. Hombre, no digo yo que a mi chico no le cueste, sobre todo al principio, pero muy lerdo tiene que ser para no levantar cabeza en un par de años. La chica, fíjese usted, despegará mucho antes, porque es muy espabilada y tiene mucho palmito y mucho estilazo. Es un pedazo de hembra, y no es porque sea mi hija.<br />- Bueno, Secundino, estamos hablando más de su familia que de usted, y no es de eso de lo que se trata. Háblenos un poquito de su arte, de esa característica tan personal y tan suya que le ha elevado a los altares de la fama y la fortuna. Es usted el único en el mundo que lo practica, y le han llovido imitadores, pero ninguno ha conseguido jamás igualarle. Supongo que su secreto estará a buen recaudo, ¿no, Secundino?.<br />- Está aquí, en la pelota, y no pienso compartirlo con nadie. Cuando empecé, ya no se empleaba. Quedaban solo dos maestros, y uno de ellos de mi pueblo, pásmese. El maestro Bermejo, que en Gloria esté, fue el que me enseñó los secretos de este arte milenario. Porque es milenario, aunque ya nadie lo sepa. Antiguamente era lo único que se empleaba.<br />- ¿Utiliza usted algún método de concentración, alguna técnica especial, para desarrollarlo?.<br />- Es que ya hace mucho tiempo que no lo practico. Me sirvió para forrarme, pero luego fui dejándolo para ocuparme en otros menesteres y para invertir mi dinerillo en cosas que me permitieran trabajar cada vez menos.<br />- Secundino, el arte no se olvida.<br />- Bueno, es verdad. Pues no, no utilizaba ninguna técnica especial. Concentración, concentración, y más concentración. Y un gran sentido del equilibrio, claro. Eso era fundamental para el resultado final de la obra. Se han escrito un montón de tratados sobre mi arte, y hasta una enciclopedia entera en Islandia, por lo que sé, pero le puedo asegurar que para mi resulta muy sencillo, supongo que será porque lo he mamado desde muy jovencito.<br />- Si, me consta que su arte ha provocado miles y miles de libros. ¿Con cual de ellos se quedaría?. ¿Cuál le recomendaría a un profano que quisiera introducirse en ese fascinante universo suyo?.<br />- Pues, si le digo la verdad, no soy capaz de destacar ninguno sobre los demás, entre otras cosas porque no he leído ninguno. Ya le dije antes que no creo que un arte como el mío sea digno de tanta tinta derramada, pero bueno, si me tengo que decidir por alguno...Mi mujer me habló de uno muy bueno, escrito por un tipo que me estuvo siguiendo, como embobado, durante más de tres meses por todo el país. Creo que se llamaba “La invención y la cuadrícula”, o algo así.<br />- “La eternidad cuadriculada”, de Ernesto Salvatieri. Si, sin duda es uno de los más famosos.<br />- La última vez lo vi en la librería del Louvre.<br />- ¿Viaja mucho, Secundino?.<br />- No, nada. Aquella vez me llevaron a rastras. Se casaba una sobrina mía en París, y no me quedaron más cojones. ¿Para qué voy a viajar, si lo tengo todo en casa?.<br />- Eso mismo decía un personaje de la película “El nadador”.<br />- Pues no lo sabía. No veo cine.<br />- Secundino, no puedo resistirlo más. Le hemos preparado una sorpresa. Acompáñeme, por favor.<br /><br />El presentador y Secundino se dirigen a un rincón del plató. Cuatro focos diferentes iluminan una pila de ladrillos, un montón de arena con una pala, un saco de cemento y tres cubos de agua.<br /><br />- Secundino Pallarés, artista universal. Tengo el honor de entregarle esta paleta catalana de platino, y esta medalla concedida por el ministro de grandes artistas y el ministro de vivienda conjuntamente. Y le pido, aquí y ahora, que deleite a nuestro estimado público con una pequeña demostración de ese arte que encierra en el cuerpo.<br />- Bueno...Yo...Menuda sorpresa. Van a conseguir que me emocione. En fin...<br /><br />Secundino se arremanga, agarra la pala, hace un círculo en el suelo con la arena, echa cemento y agua, y mezcla lentamente el conjunto. El presentador le observa con las manos cruzadas por delante.<br /><br />- Esto es lo más difícil. La dosis justa. Más de un ingrediente que de otro, y la mezcla se nos va a hacer puñetas.<br /><br />A continuación, Secundino coloca cuatro ladrillos alineados en el suelo, vierte un poco de mezcla sobre ellos con la paleta de platino, coloca encima otros cuatro, vierte otro poco de mezcla y coloca la última fila.<br /><br />- Y así, hasta donde haga falta.</span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-87913554466335266702008-03-11T14:29:00.000-07:002008-03-17T13:13:37.390-07:00Al viento le pregunto...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgjvlwvI8ii3AMqfMGjSxgTc2M8XJQtzN8zqUFMn3Hu3iEcXNDBnQsGeadnO_nlHTPxJQnOE9I9GHOIhRM3zxRL97u5K2ZTy_Qfuw_9O7R6N7L1LbkYGIoVHifHA1DrvpmjwGdDQoAVqo7c/s1600-h/Ojos_anciano.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5176601303106482834" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgjvlwvI8ii3AMqfMGjSxgTc2M8XJQtzN8zqUFMn3Hu3iEcXNDBnQsGeadnO_nlHTPxJQnOE9I9GHOIhRM3zxRL97u5K2ZTy_Qfuw_9O7R6N7L1LbkYGIoVHifHA1DrvpmjwGdDQoAVqo7c/s400/Ojos_anciano.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">Miré los muros de la patria mía,</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;"></span></div><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">si un tiempo fuertes, ya desmoronados</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;"></span></div><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">de la carrera de la edad cansados</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;"></span></div><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">por quien caduca ya su valentía.<br /><br />Recuerdo estas bellas palabras, difusas y muy lejanas en el tiempo. De la época en la que hasta incluso algunas pocas palabras, como estas, podían considerarse bellas.<br /><br />¿Cómo pudimos llegar a esto?. ¿Cómo es posible haber descendido, en tan pocos años, a este infierno gris, tan estúpido como merecido?.<br /><br />Lo teníamos todo. Eramos tan felices...Teníamos todas nuestras necesidades primarias cubiertas. Después de algunos desajustes sin importancia, cada vez menos marcados, habíamos llegado a un estado de equilibrio prácticamente perfecto. Las empresas ganaban dinero, los obreros ganaban lo suficiente, no ya para vivir, sino incluso para desarrollarse como personas. Viajes, cultura...Los gobiernos no tenían que preocuparse por sus ciudadanos. Se trabajaban treinta horas a la semana, y algunos, los menos necesitados, podían permitirse el lujo de trabajar incluso menos. El estatus del rico se había igualado más o menos con el del pobre. No existían esas gigantescas fracturas que todavía se daban, cada vez con menor virulencia, al comienzo del tercer milenio. Paulatinamente, gracias por un lado a la masiva llegada de pobladores del tercer mundo al próspero primer mundo, y por otro lado a la instauración del sistema democrático en prácticamente el cien por cien de los gobiernos mundiales, unos y otros, unos más deprisa que otros, pero todos al final, conseguimos alcanzar un estado de perfección imposible de imaginar en otros tiempos. Con todas las necesidades primarias cubiertas, no teníamos que preocuparnos más que de desarrollar el alma.<br /><br />Llevo conduciendo toda la noche. Mis ojos ya no son, ni mucho menos, tan agudos como antes, como cuando era joven. Se cansan, se cierran de vez en cuando, se crispan cuando se cruzan con algún esporádico faro...Es curioso. Recuerdo cuando las carreteras eran más anchas. Bastante más anchas. No era necesario frenar cuando veías una luz de frente. Tampoco era necesario, ni mucho menos, llevar un detector de vacas. Este año han subido las muertes por encontronazos con vacas en la carretera. Una lástima. Y una ruina para la familia del accidentado, por supuesto.<br /><br />Me duelen las cervicales. La postura, sin duda. Y los huesos, cada vez más sensibles a la humedad y al frío de la noche. Hace horas que se estropeó el sistema de aire acondicionado. En realidad, nunca llegó a funcionar del todo. Me muero de sueño, y tengo hambre. Tenía que haber comprado un bocadillo en aquel bar, pero me daba asco. Me estoy volviendo viejo. Viejo y caprichoso. A los dos años de estallar el conflicto, habría devorado sin siquiera mirarlo un bocadillo como los que se mostraban en aquel bar, por muy nauseabundo que fuera su aspecto.<br /><br />Algunos nos dedicábamos a cultivarnos, a leer palabras tan bellas como las que apenas recuerdo, a pensar. Cada vez menos. Eramos tan felices...Con el tiempo, hasta leer, ver una película, imaginar, nos parecía una actividad agotadora. La televisión dejó de emitir películas, series, culebrones...Nada que incitara a utilizar la imaginación. Las librerías desaparecieron, cediendo su lugar a bingos o casas de masajes. En realidad, a nadie le importó un carajo. Mejor. Menos esfuerzo. Los programas estrella, los líderes de audiencia, estaban compuestos por sketches cortos, sin sentido, de cámara oculta, de golpes que provocaban la risa de quien los veía. No hacía falta desarrollar ninguna otra emoción. Solo la risa. Se lo pasaba bien uno riendo. ¿Para que iba a preocuparse de otro sentimiento?.<br /><br />Con la inactividad mental llegó el aburrimiento, y con el aburrimiento, la idiotez y la frivolidad. Hasta los informativos desaparecieron. ¿Qué nos importaba lo que pudiera ocurrirle a gente a la que no conocíamos de nada?. Era absurdo preocuparse. La gente nacía, vivía más o menos bien, y moría. Eso era todo. ¿Para qué complicarse la vida?.<br /><br />La violencia empezó a constituir otra forma de divertirse. Cada vez eran más numerosos los grupos de gentuza que reivindicaban, para justificar su violencia, prehistóricas ideas políticas, de uno y otro signo. Creo que mataron gente, pero no nos enterábamos. No había informativos. Solo un periódico, un superviviente, mostraba cada día en su portada el rostro del muerto correspondiente, pero casi nadie lo leía. Aquello, sin embargo, fue suficiente para encender otra vez la llama del odio, que jamás se apaga del todo. Nos enzarzamos en otra confrontación casi sin darnos cuenta. Sin ningún motivo, por simple aburrimiento, estimulado por esa perpetua e insana envidia al prójimo, que nos ha envenenado a los españoles desde siempre, y por esa desbocada imaginación para la calumnia, destinada a poder dar cumplida satisfacción a la envidia antes mencionada. El foco fue España, pero la sinrazón se extendió por toda Europa como la pólvora, como había ocurrido en el siglo anterior.<br /><br />¿Cómo pueden cambiar tanto las personas cuando cambia la situación?. ¿Cuál es el proceso de la mente humana que le convierte a uno en bestia cuando estalla una guerra?. Puede que fuera la necesidad, la falta repentina de suministros, el sonido continuo de las bombas, cayendo durante las veinticuatro horas del día, o el miedo que te embargaba el espíritu desde que despertabas, si es que dormías, hasta que lograbas conciliar el sueño otra vez. Nos habíamos acostumbrado, antes de la guerra, a la hipocresía, a mantener una postura neutra, a no mostrar nunca los sentimientos en público. Hasta una pareja de enamorados mirándose a los ojos resultaba ridícula. En la calle éramos máquinas frías, sin sentimientos. Disfrutábamos en casa con lo que más nos gustara. Por eso resultaba más curioso enterarte de que tu vecino del octavo, ese individuo calvo con gafas de sonrisa beatífica y con el saludo siempre a punto, había destripado sin contemplaciones al vecino del segundo, simplemente porque era de otro equipo de fútbol. O María, esa eterna amiga de Teresa, la del quiosco de periódicos. En un arrebato de odio demencial, María había quemado con gasolina el quiosco de Teresa con ella dentro. Gente que te saludaba antes por la calle con una sonrisa, y se interesaba por tu salud, era capaz de darle un tiro a tu hijo para quitarle un trozo de pan. Un padre, conocido por reivindicar los derechos de los minusválidos, no había dudado un momento antes de pisotear a su hijo, en silla de ruedas, para salir corriendo cuando se quemó el centro comercial. La eterna hipocresía daba paso al terror más demencial y absurdo.<br /><br />Los acontecimientos se precipitaron. EEUU intervino, como siempre. China respondió con toda su artillería, y la guerra se prolongó durante veinte largos años. Las dos superpotencias se desgastaron mutuamente, y fue entonces cuando el nuevo imperio, agazapado desde siglos, desde antes de los siglos incluso, en la enorme extensión de su territorio, comenzó una expansión tan implacable como eficaz. Los ánimos estaban demasiado cansados, las conciencias demasiado adormecidas como para hacerle frente. El gigante avanzaba desde Oriente como una marea de ciego terror, rápida y eficazmente. El nuevo orden, integrado por personas educadas en el culto a la muerte, y dominado por un imperturbable e inamovible sistema de castas, comenzó invadiendo Pakistán, y a continuación se extendió como un reguero de pólvora, de forma exponencial, cargándose a los ineptos árabes, que desde siempre habían vivido en su mundo medieval, y penetrando, sin compasión, como un nuevo Atila, en Europa, para derribar, poco después, a los agotados chinos y a los sempiternos y en el fondo inocentes americanos. Invocando milenarias deidades sedientas de sangre, los soldados no dudaban un momento a la hora de rebanar los pescuezos de los que ofrecieran resistencia, que eran los menos. La decadencia de Occidente se había consumado, y un nuevo imperio se hacía con los mandos: La India.<br /><br />Llevo toda la noche conduciendo, pero ya estoy a punto de llegar a mi destino. A la hora justa. Es la única forma de intentar acabar con el invasor. A las diez y media de la mañana, una delegación llegará a la sede del gobierno indio en Madrid. Ese será el momento de mi llegada.<br /><br />En ese sentido, hemos mejorado mucho con respecto a los bárbaros árabes. Ahora somos los ancianos los que nos quemamos a lo bonzo. Al fin y al cabo, ¿qué importa la muerte de un pobre viejo, que ni siquiera es capaz de recordar más que cuatro frases de palabras bellas?. </span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-3829820480013264642008-03-02T14:40:00.000-08:002008-03-02T14:58:41.979-08:00Después del desayuno<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEht7lxhXU7uXroBI3n377aps4UNUFXmGG54XHqJb6klA6ukTRz7Rr8F9V51SdxJf0T0UENt4ld8p7J1X3M-I0cwTgG0X5cNNKy8YXh9fbEOCx691vEwwi8a5NwMj6gzU_fH-_zbY-pmnxS1/s1600-h/Barbados_2.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5173282550617825394" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEht7lxhXU7uXroBI3n377aps4UNUFXmGG54XHqJb6klA6ukTRz7Rr8F9V51SdxJf0T0UENt4ld8p7J1X3M-I0cwTgG0X5cNNKy8YXh9fbEOCx691vEwwi8a5NwMj6gzU_fH-_zbY-pmnxS1/s400/Barbados_2.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">Cantantes: Dibla, Melva, Hotson y Peldoff<br /><br />La escena se desarrolla en el vestíbulo de un hotel de lujo situado en el centro de la capital de un país africano. Los diálogos se desarrollan en inglés, pero he tenido la deferencia de traducirlos para que resulten más comprensibles. Cuatro grandes sillones de mimbre rodean una mesa de teka con tapa de cristal. Dibla y Melva, cantantes de moda, salen del salón donde se sirve el desayuno y se sientan, una al lado de la otra. Melva saca un cigarrillo y lo enciende.<br /><br />Melva.- Buff...Estoy llena. Creo que me he pasado con el desayuno. Está todo tan bueno, y preparado con tanto arte, que me inflo como una vaca. Y no debo engordar, ya lo sé. No estaría muy bien visto, en un viaje como este, pero es que no me puedo resistir.<br />Dibla.- Yo también me he pasado. Ese yogurt artesano de leche de cabra está de muerte. Creo que me he comido diez o doce vasos.<br /><br />Las dos van vestidas al estilo grunge, con ropa que parece estrafalaria, pero de marca. Parecen ponerse de acuerdo para colocar las dos los pies cruzados sobre la mesa de teka. Un camarero uniformado se acerca a Melva y se coloca a su lado.<br /><br />C.- Señorita, aquí no se puede fumar. Disculpe, pero no está permitido.<br />M.- Creo que no sabe usted con quien está hablando. Soy Melva, la cantante mexicana, y si hablo con el director de este cuchitril, tenga la completa seguridad de que a los diez minutos está usted en la calle. ¿Quiere apostar algo?.<br /><br />El camarero la mira, mira después a recepción y se encoge ligeramente de hombros. Se incorpora lentamente y se aleja de la mesa.<br /><br />M.- Esta gentuza no se da cuenta de que venimos aquí para hacerles un favor.<br />D.- No tienen estilo. Están en las antípodas. No son capaces de asimilar el progreso occidental.<br />M.- Pues mira, en vez de darme la charla, tenía que haberme traído un cenicero, y no lo ha hecho, el muy estúpido. Ahora le tiro la ceniza a la alfombra. Que se joda. Tenían que obligarle a el a limpiarla.<br /><br />Melva arroja la ceniza con desprecio sobre la alfombra.<br /><br />D.- Mira, ya han acabado Hotson y Peldoff<br /><br />Los famosos cantantes Bob Hotson y Robin Peldoff salen del salón de desayunos. Meldoff hace gestos mientras se acerca a la mesa, tocándose el estómago, hinchando los carrillos y bufando. Se desploma, más que se sienta, en la silla de mimbre situada al lado de Melva.<br /><br />Peldoff.- Chicas, voy a explotar. Me he puesto hasta las narices de mango con nata y bizcocho. Esta gente me va a matar.<br /><br />Hotson le dirige una mirada furtiva a Dibla y se sienta en la silla que queda libre. Melva se levanta el cigarro y apaga el cigarro en un macetero. Ha esperado a que la mirara el camarero para hacerlo, clavando sus ojos en los del hombre. Después se mete las manos en los bolsillos y se tira, literalmente, en la silla de mimbre.<br /><br />Hotson.- Hola, Dibla.<br />Dibla.- ¿Cómo te va?.<br />H.- No del todo mal. Todavía tengo resaca. Anoche nos pasamos con el ron.<br />D.- Pues yo estoy como nueva.<br /><br />Peldoff golpea con la palma de la mano abierta el muslo de Hotson.<br /><br />P.- Parece mentira que un escocés de pelo en pecho aguante tan mal el alcohol.<br />H.- ¿Qué estás diciendo, tío?. Entre Dibla y yo nos bebimos casi dos botellas de ron y una de tequila.<br />P.- Tequila, tequila, hay, cuate, ándale, ándale...<br /><br />Melva observa a Peldoff con mirada asesina.<br /><br />M.- Si te estás riendo de los mexicanos, te coges tu risita y te la metes por el culo.<br />P.- No te cabrees, chamaca, que te pones muy fea.<br />M.- Como sigas en ese plan de gilipollas verás lo fea que me voy a poner cuando te suelte una somanta de hostias.<br /><br />Peldoff se inclina y acaricia la entrepierna de Melva.<br /><br />P.- No te pongas borde, encanto.<br /><br />Melva se inclina y le suelta una gran bofetada a Peldoff.<br /><br />M.- Ya te avisaré cuando quiera que me toques.<br />P.- Vale, vale, tranquila.<br />D.- Y tu, Hotson, ¿cuándo terminas?.<br />H.- Con un poco de suerte, hoy mismo. Ya estamos grabando la última canción. Si todo va bien, mañana me los llevo a Los Angeles a grabar mi disco.<br />D.- Lo mismo que con los Makela Singers, ¿no?.<br />H.- Bueno, lo mismo, lo mismo...Estos me salen un poco más caros. A los Makela Singers les produje un par de discos, y grabados aquí, además. A estos les tengo que llevar allí, pagarles la estancia...Espero grabar el disco en menos de un mes, o me arriesgo a que me coman los gastos.<br />P.- Venga, no digas tonterías. Sabes de sobra que con las ventas del disco recuperas de sobra. Grabar hoy en día un disco con un coro africano es una garantía de superventas. Beneficio asegurado. Y si te falta algo, un par de conciertos multitudinarios, en Wembley o el Madison, y a recoger pasta. No te hagas la víctima.<br />H.- No, si eso ya lo sé. Siempre ha salido bien, pero de un tiempo a esta parte, esta gente está subiéndose a las ramas, y a veces hasta te hablan de derechos de autor, de royalties y de cosas así, y claro, uno tiene que explicarles que les está haciendo un favor, que es la única forma de darse a conocer en esta aldea global en que se ha convertido el mundo, que si no fuera por el mundo occidental no se comerían una mierda...Pero los muy puñeteros, aún así, te miran raro, como si pensaran que les estamos estafando, o algo así.<br />P.- Es que les estamos estafando, tío, no me jodas. A ver quien nos iba a decir a nosotros, hace veinte años, que esto de la solidaridad con Africa podía convertirse en el inmenso negocio en que se ha convertido hoy en día. Un negocio y una necesidad para nosotros. Si no nos hacemos la ruta al menos cada dos años, no nos comemos una mierda, y lo sabemos. Total, un mes pasando calor y miserias, y hemos cumplido. Mírame. Solo me quedan dos sesiones de fotos, y a casa otra vez, tan de puta madre. Además, uno va aprendiendo, que duda cabe. Ayer, sin ir más lejos, debí volverme gilipollas, porque me puse la camisa blanca de Guzzi que me regaló Melva el año pasado. Cuando cogí en brazoa al niño desnutrido de turno, el muy cabrito me vomitó encima. Una masa nauseabunda, de color amarillo, asquerosa. Algún cabrón de Europ magacine se puso las botas sacando fotos. Me va a costar una pasta que me entregue los negativos, si es que me los entrega. Menos mal que no reaccioné mal. Me las arreglé para que la sonrisa no se borrara de mi cara, a pesar de que mi primera reacción había sido la de estampar al niño contra la pared<br />D.- Pobre criatura, que bestia eres.<br />P.- Tranquila, Dibla. Seguro que no era el niño que vas a adoptar tu.<br />D.- Ya me lo imagino. El mío tiene ocho años. Por muy delgado que esté, me extraña que tu pudieras cogerle en brazos, con esas chichillas que tienes.<br />H.- ¿Ocho años?. ¿Y no te parece un poco mayor?. Te va a costar hacerte con el.<br />D.- No pretendo hacerme con el. Prefiero que tenga su personalidad propia, su identidad africana. Que conserve sus raíces en un entorno menos agresivo.<br />M.- Claro, y que cuando se coloque en el salón de tu casa a ver la tele, haga juego con la estantería de ébano que te compraste el año pasado.<br />D.- No sé a qué te refieres, pero creo que no me está gustando demasiado lo que estás insinuando.<br />M.- Venga, Dibla, no me vengas con tonterías. Si lo que querías era adoptar un niño necesitado, podías haberlo hecho perfectamente en nuestro país.<br />D.- Lo estuve intentando, pero no me dejaron.<br />H.- Si, es verdad. Durante dos semanas. Creo que alguien te oyó, en la fiesta de Armani del mes pasado, cuando dijiste que adoptar a un niño africano dama más fama, que un niño mexicano te haría en México un poco más famosa de lo que ya eras, pero que no merecía la pena.<br /><br />Dibla enrojece de repente.<br /><br />M.- Y además, adoptar un niño en Africa te sale por cuatro duros, no nos engañemos. Y lo bien que queda en las fotografías de las revistas del corazón...Con un par de exclusivas amortizas el viaje, la adopción y los sobornos que has tenido que pagar para que te agilicen los trámites. Negocio redondo.<br />P.- Y además hay que hacerlo ahora. Este continente es un puto polvorín, y el país que hoy está más o menos estabilizado puede convertirse mañana mismo en un baño de sangre.<br />H.- Eso es verdad. No sé quien está jaleando todas esas guerras, pero le está saliendo de puta madre.<br />M.- Todo el mundo hace negocios con Africa. Traficantes de armas, compañías petroleras, Vendedores de diamantes...<br />P.- Esos negocios son muy impopulares en occidente. No hay más que ver la cantidad de gente que acude a los macroconciertos de solidaridad con Africa. El negocio redondo es el nuestro y el de algunas organizaciones humanitarias que no hacen más que recaudar un dinero que jamás llega a su destino, que se va diluyendo por el camino. No existe riesgo, porque siempre seguirá haciendo falta la ayuda humanitaria en Africa. Mientras nadie se preocupe de enseñarles a pescar, en vez de darles una sardina de vez en cuando...<br />H.- A Occidente no le interesa que esta gente levante cabeza. Al menos mientras sigan existiendo los inagotables recursos naturales que hay ahora mismo. Y mientras esa situación siga así, estamos en nuestro perfecto derecho de coger nuestra parte del pastel, y haciendo algo además que hace que la gente nos adore: denunciar la política de explotación de Occidente sobre Africa. El negocio perfecto, y muy sencillo de llevar. Unas cuantas fotografías con negros sonrientes, unas cuantas adopciones, conciertos multitudinarios, camisetas, discos, música étnica en dos o tres películas de éxito...Y vuelta a empezar. El chollo del siglo. Y además, alojándonos en los mejores hoteles, volando en los mejores aviones... Yo ya no puedo ser feliz sin mi campaña africana anual. Me he enviciado con esto.<br />P.- Sin duda. Esto engancha más que una droga de diseño. Resulta conmovedor llegar a una aldea y que te rodee una marea de gente sonriente. Es una sensación parecida al orgasmo. Se siente uno más que orgulloso de ser occidental.<br />M.- Y la luz. La luz africana, el crepúsculo y el amanecer...Son hermosos de verdad.<br />D.- Muy, muy hermosos.<br /><br />Al hotel entra un joven de color, vestido con cazadora de cuero entre negra y azulada, pantalones vaqueros y una camiseta negra. Lleva barba afilada de un par de días. Busca con la mirada hasta fijarla en el grupo. Saca del bolsillo interior una libreta y se dirige a la mesa.<br /><br />J.- Un autógrafo.<br /><br />Los cuatro famosos se tensan como ballestas en sus asientos al comprobar que el joven se les acerca muy deprisa. Melba observa rápidamente a su alrededor y le hace una seña al camarero que la había advertido de que no se podía fumar.<br /><br />H.- Tranquilos, chicos. No hay fotógrafos cerca.<br />J.- Un autógrafo, por favor.<br />D.- Déjeme en paz. Váyase de aquí. Esta es una zona restringida a clientes.<br /><br />El camarero llega y le pone al hombre una mano en el hombro.<br /><br />C.- Váyase, por favor. Esta es una zona privada.<br /><br />El camarero y el joven se alejan hacia la puerta del hotel. El grupo de famosos recupera la compostura.<br /><br />P.- Es increíble que dejen entrar en este hotel a gentuza como esa.<br />H.- Creo que voy a poner una reclamación. Les voy a amenazar con no volver a poner los pies aquí, y vosotros deberíais apoyarme.<br />D.- Cuenta conmigo. Estas situaciones son muy desagradables. Y los putos guardaespaldas todavía desayunando. Son unos tragaldabas.<br />M.- Es que se supone que aquí no nos va a molestar nadie. Es como si estuviéramos en la zona Vip del Madison Square Garden. No tiene porqué molestarnos nadie.<br />P.- A ver si va a resultar que no va a poder estar uno seguro en Africa aunque se aloje en el hotel más caro de la ciudad. Solo nos faltaría eso.<br />H.- ¿Sabeis que os digo?, que Africa ya no me parece tan atractiva como antes. Hace unos años, un tipejo de estos no se atrevería a acercarse a menos de cien metros de nosotros. Creo que Africa está empezando a ser diferente.<br />P.- Si, por supuesto. Estoy contigo, tío, pero sigue siendo una mina para nuestros negocios.<br />H.- Cada vez menos. Cada vez hay más famosillo que se apunta a la moda. Cada vez somos más a repartir.</span></div><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">M.- Pero no pasa nada, hombre. Ya lo habéis dicho antes, y con mucha razón: los recursos de este continente son inagotables.</span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-46330634682883605092008-02-24T13:44:00.001-08:002008-02-24T13:49:46.363-08:00El especialista<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi1f_MncG8jYR5EW22TEOHH8u4IDV9eWfDDbezZHkaDWrkkqSrjmQvmum-eqRXUMMYUEeO6dVSTRsTwH5IyernG0KewNPsXAmWn4wLt0_5vvvRNJI7ppdug_Lgn9kFegGhrFu0AJLqdbxm3/s1600-h/samurai.gif"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5170667050887165538" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi1f_MncG8jYR5EW22TEOHH8u4IDV9eWfDDbezZHkaDWrkkqSrjmQvmum-eqRXUMMYUEeO6dVSTRsTwH5IyernG0KewNPsXAmWn4wLt0_5vvvRNJI7ppdug_Lgn9kFegGhrFu0AJLqdbxm3/s400/samurai.gif" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">Entrevistador.- Tenemos el placer de presentarles esta noche a Oscar Player, conocido actor y un gran especialista cinematográfico en escenas de acción. Buenas noches, Oscar.<br />Oscar.- Buenas noches.<br />E.- Tenemos entendido que está a punto de rodar la tercera parte de Kill Bill, a las órdenes de Tarantino.<br />O.- Si, así es. Ya estoy casi completamente recuperado de mi última película, “Unas bofetadas en la ópera”. En mayo me traslado a Nuevo México, a rodar mis veintisiete escenas.<br />E.- Una carrera de lo más variada. Empezó usted de muy niño, allá por los setenta y pocos, ¿no es así?.<br />O.- Bueno, concretamente en el 82. Mi carrera comenzó con “Conan el bárbaro”, de John Millius. Yo era uno de los niños que destripaban los malos al entrar y quemar una de las aldeas. Pasaba el verano con mis padres en un pueblo cercano a la zona de rodaje, y cuando se enteraron de que estaban buscando extras, me vistieron con un saco de patatas de arpillera y me llevaron en volandas al set de rodaje. Cuatro añitos tenía por aquel entonces. Todavía me pica el gaznate cuando me acuerdo.<br />E.- ¿Del miedo que pasó?.<br />O.- No, del roce de la arpillera sobre las cervicales. Un auténtico calvario. Era como una etiqueta de una camisa, pero más a lo basto. Cuando me cogió un culturista americano para darme el espadazo, no se le ocurrió otra cosa que agarrar del borde del saco. Aparte de que casi me escurro y me salgo por debajo, la tela me hizo herida. ¿Comprende?.<br />E.- Perfectamente.<br />O.- Y para que luego cortara la escena, el Millius de los cojones. Menos mal que me dieron un bocadillo de calamares.<br />E.- Entonces, usted, ¿veraneaba en España?.<br />O.- Veraneaba, hibernaba, primaveraba...Yo soy español, señor mío.<br />E.- ¿Ah, si?. No lo sabía. Pensaba que, con su apellido...<br />O.- Es un nombre artístico. Nací en la Arganzuela, en Madrid, y de pequeño me tragaba tantas salchichas seguidas, que mis amigos me llamaban Oscar Mayer. Cuando empecé en esto del séptimo arte, decidí trasponer un poco el apellido, y cambiarlo por Player, jugador, ¿comprende?. Mi verdadero nombre es Raimundo Soplillos.<br />E.- No se parece mucho que digamos a su nombre artístico.<br />O.- Ryta Hayworth se llamaba en realidad Margarita Cansino y a nadie le importaba una mierda.<br />E.- Tiene usted toda la razón. Usted es un auténtico especialista. Ha participado en más de tres mil películas. Un profesional, un cascadeur, como dicen los franceses.<br />O.- Bueeeeeno...No exactamente. Verá, yo pertenezco a una rama muy concreta de especialistas. Digamos que me he especializado, que me he doctorado, vaya, en una rama que no tiene nombre, pero que algunos interesados en este complicado arte mío están empezando a llamar RH. Especialista en RH.<br />E.- ¿Recursos humanos?.<br />O.- No, bueno, sí, ja, ja, se podría llamar también así. Somos recursos humanos para las películas, pero no, no. Lo que quiere decir RH es Recibir Hostias:<br />E.- Ah, ya.<br />O.- Si, eso exactamente. Sin trampa ni cartón. Sin subterfugios. No hay nada mejor que denominar a las cosas por su nombre, ¿no le parece?. Recibir hostias con elegancia y con arte, es lo que sabemos hacer nosotros. El cascadeur al que hace mención está embarrado en muchos temas: tirarse desde una casa, prenderse fuego, arrojarse a un barranco con el coche...Nosotros digamos que somos bastante más elitistas. Recibir Hostias. Y punto. Hombre, se entiende: hostias, tiros, navajazos, bombazos... Todo lo relacionado con la violencia procedente del otro, ¿comprende la diferencia?.<br />E.- Bueno, creo que si.<br />O.- Además, los cascadeurs son básicamente conductores de coches, y yo ni siquiera tengo el carnet de conducir. Aunque realmente no es esa la razón, porque para ser especialista de coches no te hace falta, pero es que no me gusta conducir. No me gusta viajar en automóvil, vaya.<br />E.- ¿Y eso?. ¿Algún accidente?.<br />O.- Cuando era pequeño. Una cosa es saber encajar hostias, y que te saquen a puñetazos dientes de mentira de la boca, y otra muy distinta dejarte los dientes en el salpicadero, como me ocurrió a mi. Y justo cuando acababa de cambiarlos. Desde entonces le cogí un miedo cerval al coche.<br />E.- Ya. O sea, que lo suyo es recibir. ¿Hay que tener alguna característica especial para desarrollar su trabajo?. Aparte de un físico envidiable, claro.<br />O.- Pues creo que no. Ninguna. Saber recibir hostias, nada más. Mis compañeros de colegio se desesperaban cuando comprendían que eran incapaces de causarme daño con sus puñetazos. Yo era como de goma, como un junco. Es un don natural que me ha otorgado...no se quien, y que me ha proporcionado mi forma de vivir. Yo no les respondía a sus golpes, pero acababan tan cansados de intentar tumbarme en el suelo, que el efecto era el mismo que si les hubiera dado una paliza.<br />E.- Se entrenará usted a diario en el gimnasio.<br />O.- Pues no, para nada. Lo mío es simplemente agilidad felina, no fuerza bruta. Yo recibo. Hay otros que dan. Depende del tipo de película en la que intervenga cada uno. En las de Steven Seagal solo se recibe, porque a el nadie le toca ni un solo pelo. En cambio, para participar en una de Mickey Rourke, cuando el bueno de Mickey Rourke hacía películas, claro, era más importante dar que recibir, porque siempre se las apañaba para recibir palizas y acabar con la nariz rota. Eran otros tiempos, claro. A lo mejor participábamos cuatro o cinco especialistas en RH, y un par de especialistas culturistas expertos en dar somantas al protagonista. Ahora es diferente. En películas como Kill Bill podemos participar hasta mil especialistas. Uno detrás de otro. Pim, pam. Hostia, navajazo. Todo muy rápido. Y todos vestidos igual, para que se nos reconozca todavía menos. En Matrix, idem de idem, y encima a cámara lenta. En esa, el director estaba muy obsesionado. “Quiero una coreografía, por favor, una coreografía”, repetía cada dos minutos. Estábamos nosotros para coreografías, con el calor que estábamos pasando con las gabardinas negras en pleno mes de agosto. No se le ocurre ni al más tonto. Lo mismo que en 300. Yo era persa, en diez o doce escenas, y siempre me daban el espadazo por el mismo lado del cuello. En una de las escenas, le metí la lanza a un espartano, un buen chaval que era de Carabanchel, hasta los omoplatos. Lo de Kill Bill su lado bueno y su lado malo. Dos segundos, y a cobrar, pero cada vez te hundes más en el anonimato. Y además, con esta chorrada actual de colocar ninjas hasta en una película rodada en Alpedrete, pues te hacen la puñeta, porque no te conoce ni tu mujer. Alguna vez, en el cine, le digo “mira, ese soy yo”, y la pobre se encoge de hombros, porque claro, no se me ve la cara.<br />E.- Claro. Es una pena. Y dígame una cosa. ¿Tiene que ensayar su papel?.<br />O.- Hombre, pues casi nunca. Yo no tengo diálogo, como no sea algún que otro grito de dolor, pero suelen estar enlatados, y se usa el mismo grito, procedente de una antigua película de Trazan, por ejemplo, en más de veinte películas. Es acojonante lo que hacen los técnicos de sonido. Pues eso, que no tengo que memorizar nada.<br />E.- Pero sí le habrán pedido alguna vez que se tire para un determinado lado.<br />O.- En eso los directores suelen ser bastante tolerantes con nosotros. La experiencia es un grado, y ellos lo saben. Suelen ponerse en nuestras manos a la hora de rodar una pelea.<br />E.- Y el vestuario. También resultará importante saber pelear con una determinada ropa.<br />O.- Hombre, eso es lo más complicado, y sobre todo al principio. Con aquel saco de arpillera empezó todo. He recibido hostias vestido de romano, de vikingo, de moro, de gladiador, de mosquetero, de nazi, de persa, como ya le he dicho antes, de ninja, de samurai, de soldado japonés, de sicario marciano, de esbirro colombiano...Yo que sé, yo que sé... Si me hubieran dejado quedarme con todos los trajes que he utilizado en mis películas, ahora estaría en condiciones de montar un museo del ejército completito.<br />E.- Es que son más de veinte años. Y tres mil películas, Oscar. Una media de ciento cincuenta películas al año. Casi una película cada dos días, vamos. ¿Cómo es posible poder desarrollar tanto trabajo?.<br />O.- Hombre, porque a veces, en el mismo plató se ruedan veinte escenas para veinte películas diferentes, y a veces sin cambiar de traje. Cada vez se ha unificado más el aspecto del esbirro. Algunos hasta nos estamos operando los ojos, para parecer orientales. Ahora se lleva mucho. A pesar de que te pongan luego el pasamontañas. Ante todo, hay que ser un profesional, y si se lleva el esbirro occidental, pues venga, esbirro occidental.<br />E.- ¿Y está usted contento con el papel que representa en el cine?. No sé si me entiende. Sale un momento, plaf, le matan, y a nadie le importa un carajo.<br />O.- Hombre, yo ya soy un profesional. Llevo ya muchos años en esto, pero conozco a muchos compañeros que han tenido más de una depresión, y de las gordas. Toda la vida representando el papel de perdedor...Es que es muy fuerte, si lo piensas un poco. Es lo que dice usted. A nadie le importa un carajo la muerte de un esbirro más o menos. En “Gladiator” al menos se nos veía la cara, al principio, en la batalla con los bárbaros. Uno moría, si, pero al romano de turno casi nos lo cargábamos, también. Era una lucha...No sé, más justa. Ridley Scott nos dejaba en esa película mostrar un poco más de nosotros mismos, de nuestro arte. Acabábamos muriendo como chinches, como en cada título, pero no sé, con cierto arte. Quitando al tío ese que nada más salir, en el circo de Marruecos, le atiza con una maza en todo el centro de la cara un tío vestido con una cabeza de toro. Pobrecillo. Ese lo pasó mal. Era un chavalito de Valladolid, muy majete. Su novia se mosqueó con el por haberse dejado dar aquella hostia, ya ve usted, pura ignorancia. El chiquito venga a decirla que el no podía hacer nada, que aquello estaba en el guión, y todo eso, y ella nada, dura como una piedra. Estuvieron una temporada larga sin hablarse, pero al final volvieron. Pues eso, que en gladiator se nos veía más, pero en Kill Bill... Hijo mío, como no te coloques algún rasgo distintivo que se le escape al director...Si te fijas bien, uno de los ninjas a los que mata la Uma Thurman, que por cierto, está buenísima en persona, lleva un pañuelito de los San Fermines en el cuello. Muy pequeño, pero que se nota que es de los San Fermines, porque quería que le reconociera su madre. Ya ve usted, menuda ilusión, una madre que reconoce a su hijo un segundo antes de que le rebanen el pescuezo con una katana. Pero bueno, es humano. Nosotros también tenemos nuestro corazoncito.<br />E.- ¿Y no han pensado algo para reivindicar la figura del esbirro?.<br />O.- Bueno, se están empezando a dar pasos importantes, pero claro, por otro lado, la gente pide más violencia, más sangre, y cada vez somos más los que acabamos jodidos en las películas. Es un pez que se muerde la cola. Para intentar paliar un poco la cuestión, se ruedan escenas a cámara lenta, que nos permiten, quieras que no, lucirnos un poquillo más antes de hincar la rodilla en tierra. También hay directores que han intentado mostrar su sensibilización con este asunto. Usted recordará una película de Austin Powers en la que los amigos de un esbirro, que están preparándole una fiesta de cumpleaños, se enteran de que acaba de morir a manos del protagonista, o de la familia de otro esbirro, la mujer y los niños, que se enteran también de la muerte de su padre. Son intentos muy dignos que tratan de hacer ver que detrás de un tío que se deja degollar hay toda una historia, toda una vida, con sus ilusiones, sus esperanzas, sus frustraciones... Todo un mundo que se viene abajo porque al protagonista se le ha ocurrido pasar por ahí, ya ve usted, que bien podría haber ido por otro lado, pero no, se le ocurre siempre pasar por donde está el pobre soldadillo haciendo guardia, pensando a lo mejor en su novieja, o en la amiga de la novieja, esa rubia que está tan buena, que le miró en los mayos del año pasado, con esas piernas largas, que se yo, pero el caso es que el soldadillo empieza a emocionarse, y piensa que después de la guardia se va a aliviar a sí mismo, y en esas estamos, cuando de repente llega un tío con el pelo repeinado hacia atrás, tipo Mario Conde, o una tía con un chándal amarillo de Armani, y zas, se acabó la novieja, la amiga de la novieja y la puta madre que parió al que le regaló una katana al tío del pelo engominado, o a la tía del chándal. El soldadillo ni siquiera se ha enterado de nada el pobre, y el tío o la tía ni siquiera se paran un momento a decirle algo, no sé, a disculparse...Sería muy bonito ver al Rambo dedicarle unas palabras amables a los tipos que manda al otro barrio sin que le vean. Vale, me dirá usted, pero es que entonces la película duraría más de cuatro horas. Pues bueno, que se cargue menos gente, digo yo, porque tampoco es normal que haya trescientos muertos en una película, ¿no cree?. Y es que además, esa gente le coge a fición a eso de rebanar pescuezos, y con el tiempo, les da igual rebanárselo a un vietnamita o a un camboyano que a uno de Zurcí, porque es que le han cogido el gustillo, que la sangre es peor que la marihuana, que crea adicción. Esa gente, el rambo o la Kill Bill, el día que no maten a nadie se pondrán insoportables, y matarán al tipo que les lleva la pizza para la cena, y si no al tiempo. Se lo digo yo. Que vamos a acabar volviendo al circo romano, y eso no es normal.<br />E.- Pues no, no es normal, pero es lo que le gusta a la gente.<br />O.- Lo que le gusta a la gente, lo que le gusta a la gente...También le gustan a la gente las películas de Jane Austen, y ahí no muere nadie.<br />E.- Hombre, perdone, pero no me imagino yo a un fan del Van Damme viendo una película basada en una novela de Jane Austen.<br />O.- Ni a un fan del Van Damme, ni a nadie en su sano juicio, hombre de Dios. No era más que un ejemplo, pero creo que me he pasado con la comparación. Y menos mal, porque nos quedaríamos sin trabajo de la noche a la mañana. Si en realidad me quejo de vicio. Trabajo no solo no me falta, sino que cada vez tenemos más, a pesar de esos listillos gafitas que contratan ahora los grandes estudios, que te cogen el ordenador y te ponen cien mil persas o cien mil troyanos esperando a la orilla del mar. Pura filfa, hombre. Donde esté el movimiento de extras de “Los diez mandamientos” o “El Cid”...Aquello sí que era buen cine.<br />E.- Bueno, pero para los primeros planos se necesitarán siempre personajes reales, y ahí estarán ustedes.<br />O.- Claro, como los verdaderos profesionales que somos. Al pie del cañón, recibiendo hostias en nombre del séptimo arte. Es que una cosa así tienes que vivirla. Tienes que tener vocación para eso, para morir más de tres mil veces en veinte años, porque esa es otra, he hecho películas en las que he muerto más de veinte veces. En la serie de “Lorca” me fusilaron como republicano un par de veces, me mataron como falangista otras dos o tres... Y así en muchas otras ocasiones. En 300 me perdí la oportunidad de hacer de espartano y salir así, medio en pelotillas, porque claro, demasiado cachas no es que esté, y el director no me dejó mostrar mi arte.<br />E.- Bueno, Oscar, ¿y en lo que se refiere a su vida personal?.<br />O.- Lo normal. Estoy casado, y ahora tengo un hijo de cuatro años que se parece un montón a su padre.<br />E.- ¿Le gustaría que siguiera sus pasos?.<br />O.- Hombre, esto es muy sacrificado, y a veces un poquito humillante. Te tienes que guardar el orgullo en los huevos, y claro, uno puede sobrellevarlo con más o menos finura, pero el hijo de uno...Me resultaría muy duro ver a mi propio hijo degollado por una tía buena. Aunque sea de mentira, creo que eso te va dejando un poso, una pequeña herida en el alma que se puede hacer cada vez más grande.<br />E.- Si, no cabe duda, en eso estoy de acuerdo con usted, pero ya sabe, la sangre es la sangre, y de casta le viene al galgo.<br />O.- Eso es lo que me tiene más preocupado. El otro día se cayó de la litera de arriba, el muy mariconazo, y se levantó riendo del suelo.<br /></span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-974059981259805522008-02-17T13:16:00.000-08:002008-02-17T13:28:24.222-08:00Esta casa es un puñetero desastre<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh-cwqfMCsFJz0Ximn6-tNWpX0XKp8BxWfQJYCsdXd_feSAFFs24y9IcehmM2KgvOgd409m7wgC2U_95lRGc6DqoH3IkUZPHmtKjWArvlVcOneZ5qGA9Ks5aHCKNdd_aKCEFdsobK40R5LL/s1600-h/pag296.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5168064103137293666" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh-cwqfMCsFJz0Ximn6-tNWpX0XKp8BxWfQJYCsdXd_feSAFFs24y9IcehmM2KgvOgd409m7wgC2U_95lRGc6DqoH3IkUZPHmtKjWArvlVcOneZ5qGA9Ks5aHCKNdd_aKCEFdsobK40R5LL/s400/pag296.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">Parece mentira que para cincuenta miserables metros cuadrados que tengo de casa, esté todo desmadrándose de la forma en que lo está haciendo. Y eso contando con las zonas comunes, que vaya usted a saber a qué avispado listillo se le ocurrió eso de las zonas comunes, la superficie construida, la superficie útil y la madre que parió a todas las superficies. Porque a ver, vamos a ver si nos vamos aclarando: yo ocupo un espacio en el mundo, una superficie, y mi piso tiene una superficie útil, que es la que yo piso, por supuesto, y que debe de andar por los cuarenta metros, supongo, pero es que yo necesito, como todo el mundo, una serie de accesorios para poder vivir, como por ejemplo, yo que sé: mesas, sillas, cama, taza de báter, o wc si me quiero hacer el fino... Porque dicho así suena extraño, deslabazado, ambiguo. Habría que matizar un poco más: no se trata de mesa de billar, por ejemplo, porque a nadie en su sano juicio se le ocurriría colocar una mesa de billar en un cuchitril como este. No. Se trata más bien de mesita, de esas de formica que tanto utilizábamos cuando éramos niños. Tampoco las sillas son estilo modernista, tipo Mies Van der Rohe o cualquier otro espabilado de esos que se han pasado toda su vida tumbados, viéndolas venir, y claro, en cualquier silla que diseñen se encuentra uno como tumbado, espatarrado, sin saber si apoyarse mucho, no sea que se vayan a escoñar esas patitas tan estilizadas y nos demos una hostia en el santo suelo. Muy sensual, la postura, ciertamente, pero peligrosa a más no poder.<br /><br />Pues eso, a lo que iba: que yo ocupo una superficie en el mundo, ciertamente, y hay que joderse, pero es que ocupo menos superficie cuanto más cansado estoy. Esto no es muy complicado de entender: si estoy de pie, ocupo menos que si me tumbo en el suelo como la bestezuela de mi sobrino, y si además me pongo a la pata coja, ocupo todavía menos, pero acabo hasta los mismísimos. Mi cama es grande, porque me gusta dormir haciendo el egipcio, espatarrado, en posición lo más abierta posible, a veces tipo aspa. No necesito volver al útero de mi madre para nada, aunque se estaba bastante bien, creo recordar. Mi cama ocupa más que yo, y se siente importante, la muy jodida. Cuando no la hago, que es la mayor parte de las veces, protesta.<br /><br />- ¿Es que te vas a ir otra vez sin ni siquiera extender la sábana?.<br />- Si. ¿Pasa algo?.<br />- Si luego cojo frío y tiritas por la noche, no se te ocurra decirme nada.<br /><br />Rebufa y protesta, pero ya me he acostumbrado a sus tonterías. Los dos satélites que tiene al lado, las dos mesitas, la pican para que me insulte, con su voz chillona, y las dos siempre al mismo tiempo, como Zipi y Zape. Estoy pensando deshacerme de una de ellas, pero rompería la simetría y el Feng Shui de los cojones que me recomendó un decorador después de cobrarme una pasta. Es una putada, pero cada vez que cambio algún mueble de sitio, aunque sea el puñetero perchero de madera que me encontré en un contenedor, pienso que se va a destrozar el Feng Shui y que me va a caer un rayo o alguna desgracia por el estilo.<br /><br />Cada habitación de mi casa es como una autonomía. El salón es la zona noble, la rancia nobleza, con los cuadros, las fotos enmarcadas de mis padres en sepia, el plasma y los cuatro muebles aristocráticos, los únicos que no son de Ikea. El baño es como el extrarradio, los bajos fondos, el único lugar en el que me muestro como soy, yo mismo, en pelotas, vaya. El dormitorio es el poder central, donde sucede lo mejor y lo peor de cada día, cuando me acuesto y cuando me levanto, por ese orden. La cocina es el motor, la industriosa comunidad, la más cercana a Europa, aunque solo sea porque la mayoría de mis electrodomésticos son Siemens o Bosch. Existen nacionalismos muy marcados, sobre todo por parte de los productos perecederos que guardo en la nevera. Se escucha mucho catalán en esa zona, supongo que porque últimamente me ha dado por comprar en el Caprabo.<br /><br />- Escolti, ¿qué va fer vosté?<br /><br />La botella de vino me habla con una mezcla de valenciano y catalán bastante cutre. Por otro lado, los productos perecederos suelen ser bastante educados: no les da tiempo a coger confianza, de no ser esos veteranos a los que nunca les meto mano, que acaban envejeciendo y son arrojados a la escoria, al barrio bajo del cubo del tendedero, como ese chorizo que trajo una vez mi hermana, y que no hay quien se lo coma, o el medio calabacín, ya blando y amarillento, que compré una vez para hacerme verduritas a la plancha. Esos sí, esos me hablan de tu, con una voz muy parecida a la de Vito Corleone.<br /><br />- Pues beber un poco de vino. ¿Qué voy a hacer si no?.<br />- Sacó usted marisco, y yo soy tinto y además del penedés. Hosti, amigo, yo no pego con el marisco ni con Araldit.<br />- Pues es que no tengo vino blanco, y el caso es que me apetece irme a la cama con un poco de mareíllo.<br />- Pues péguele un tiento al orujo este cabezón que guarda usted en el congelador, hombre de Deu, pero a mi déjeme en paz, que esta noche he quedado con una lata de paté de Canard.<br />- No hay problema. Me como también el paté, y se montan ustedes una juerga en mi estómago.<br /><br />Me pareció que la botella vibraba por un momento en mi mano. Debe de ser la manera que tiene de reír una botella de cristal.<br /><br />- Es usted muy amable, caballero.<br /><br />En el armario del dormitorio vive la mayor parte de la población de mi casa. A un lado, los más elegantes, las chaquetas con botones dorados de antiguas reminiscencias aristocráticas, que apenas salen del armario, las pobres, como los pantalones de pinzas que tanto se llevaban en la época bailonga, pero que apenas utilizo ahora, y las impolutas camisas con mangas para gemelos. Al otro lado, escandalosas cazadoras de lana, jerséis estampados y camisetas con la efigie del Che Guevara, al más puro estilo universitario. Existe una continua discusión, un desencuentro absoluto, entre las dos mitades de mi armario. Cada día, cuando abro la puerta, escucho los abucheos y los insultos que se dirigen unos a otros, en un a irreconciliable atmósfera que no cambia jamás, a pesar del absurdo hecho de que tanto a unos como a los otros no les queda más remedio que convivir en el mismo espacio, y a veces, cuando se me cruzan los cables, en la misma situación, como cuando me da por encasquetarme una chaqueta de botones dorados y unas sandalias, por ejemplo, o un fulard morado que me compré en Ibiza y que siempre está amodorrado al lado de las corbatas, que protestan con voz chillona por tener que mezclarse con semejante chusma.<br /><br />Existen temporadas en las que los habitantes del armario se ponen de acuerdo, y en contra de los nacionalismos. Sucede, por ejemplo, cuando saco un pantalón vaquero para ir a trabajar.<br /><br />- Ya está. Ya la hemos jodido otra vez con el foca este –escucho a la chaqueta azul marino, que es la más veterana y por tanto la que cree que tiene más derecho para protestar-. Ya ha estado liado estos días atrás con esos separatistas de la nevera, y ha engordado doce kilos. Mirad como está torturando al pobre Levis, el muy sádico. Mirad, mirad como se le estira la piel, al pobre.<br /><br />Suelo sentirme deprimido cuando me sucede esto. A la depresión normal que le suele entrar a uno ante sus ataques de bulimia, hay que unir la provocada por una ropa que se siente herida. Me parece escuchar los gemidos del Levis cuando me los incrusto. Al agarrar el botón para tratar de meterlo en el ojal, el pobre protesta como si lo estuviera degollando. Los dos blusones tipo Demis Roussos que me compré en Turquía son los únicos que me apoyan en esos momentos difíciles.<br /><br />- Lo que os pasa a vosotros –dice el morado con ribetes dorados- es que sois unos tiquismiquis. Tampoco pasa nada por sentir un poco más el calor humano.<br />- ¿El calor humano? –comenta despectiva la chaqueta-. Ya me hablareis de calor humano cuando el cenutrio este engorde tanto que se tenga que deshacer de nosotros y os tenga que sacar a la luz todos los días. Ya me lo contareis, ya, cuando el puto suavizante os ataque un par de veces por semana con su arma esponjosa, y tengáis que estar colgados al sol mucho más de lo que estáis ahora.<br /><br />La verdad es que me hacen recapacitar más los lamentos de mi ropa que los sabios consejos de mi madre. Ante declaraciones como la de mi chaqueta, suelo ponerme un poco a régimen, con lo que aumenta la población de los perecederos. Es curioso, pero mi ropa sufre cuando los perecederos desaparecen, como una especie de relación parasitaria, pero a la inversa.<br /><br />La parte baja del armario está habitada por dos poblaciones muy diferenciadas, yo diría que incompatibles. La zona izquierda, por la promiscua ropa interior, calzoncillos, calcetines y algunas camisetas de manga corta. La parte derecha, por los zapatos, entre los cuales también hay categorías. Por un lado los finos, simpatizantes del lado izquierdo del armario, y por otro lado los pintorescos, sandalias de cuero, babuchas y una extraña mezcolanza de razas en general, como un Lavapies particular (y nunca mejor dicho, lo de Lavapies).<br /><br />La ropa interior es la población más golfa de la casa. Los calzoncillos no se mezclan con las camisetas. Los calcetines, que permanecen juntos la mayor parte del tiempo, no tienen ningún inconveniente en divorciarse y volverse a juntar tantas veces como haga falta. Son lo más modernos, muy lejos de esos pantalones, siempre juntos, sacramentados, para lo bueno y para lo malo y caiga quien caiga. Los pantalones suelen meterse desde arriba con los calcetines, antes de que se eclipsen a causa de los zapatos.<br /><br />- Vosotros no sois más que unos pervertidos. Y no se os ocurra llamar matrimonio a vuestra unión.<br /><br />Los calcetines pasan de todo. Son los que entran y salen más veces, los que más mundo ven cada día, aunque una zona esté oculta en las profundidades. Los calzoncillos también se remuevan mucho, pero los pobres no ven nada, oprimidos como están por los pantalones. Tienen una existencia efímera, del armario a la oscuridad. A veces, uno de ellos, un privilegiado, tiene el gran honor de pasearse por el resto de la casa durante todo un día, sin ataduras, con libertad y abriendo los ojos de par en par para tratar de asimilar esos estímulos que le rodean. Una vez mantuve una conversación muy profunda con un calzoncillo. Uno muy moderno, que me trajo mi hermana de Nueva York. Me hablaba con un susurro, con un tono de voz muy parecido al de Robert de Niro. Solo le faltaba fumarse un puro. De haber tenido manos, seguro que lo hubiera hecho.<br /><br />- Lo que ocurre en este país es que se folla muy poco. La prueba está aquí mismo. Míranos. Todos machos, todos chulos y todos sin comernos una puñetera rosca desde hace años. Ese cajón en el que nos tienes –Si, la ropa interior tiene más confianza. Mucha más confianza, de hecho- es un puto monasterio. Deberíamos estar mezclados con algunas bragas, un tanga guapo, unos cuantos sujetadores, algún que otro Wonder bra...<br />- Lo llevas claro. No los ibas a ver ni de lejos. Estarían en otro cajón. No íbamos a ser tan torpes como para mezclar nuestra ropa interior.<br /><br />El calzoncillo miró a los dos lados medio de reojo.<br /><br />- En la lavadora, capullo. En la lavadora nos mezclaríamos con nuestras amiguitas, en plan orgía. Antes de que le dieras al botón, nos daría tiempo a olisquearnos, a intercambiar ideas, fluidos...<br />- No eres más que un puto cerdo. Tú si que vas a acabar hoy en la lavadora.<br />- Bueno, pero sin suavizante, por favor. La última vez me inflé como un gato de Angora.<br /><br />En el baño viven extraños seres con los que casi nunca hablo. Aparte de los perecederos, como la pasta de dientes, la espuma de afeitar o el papel higiénico, hay otros, como un bote medio oxidado de polvos de talco de color rosa con una rubia sonriente tipo Kim Novak, que me obligó a traer mi madre cuando me mudé aquí, un bote, también metálico y también medio oxidado, de gasas cuadradas liofilizadas, y un frasco de colonia que me regalaron para mi primera Comunión, y que solo me pongo cuando coincido con el primo segundo que me la regaló, osea, tres veces en treinta y cinco años. Acojonante, pero debe ser tan buena que no ha perdido ni una micra de olor. Estos tres elementos del baño, ya veteranos, hablan y confabulan en voz baja, desde la parte más alta de la estantería de cristal del Ikea, mientras dejo que mi cepillo de dientes me suelte una parrafadita.<br /><br />- A ver, abre más, más, Vale, un poco más. ¡Joder, tío, otra vez has fumado!. La próxima vez te va a raspar esta mierda amarilla tu puñetera madre...<br /><br />Los cuadros y los muebles del salón viven en otro mundo. Parece que no va nada con ellos. Siempre que paso hago lo mismo. Me arrellano en el sofá, pongo los pies en la mesa de centro y enciendo el plasma con el mando a distancia. Y a esperar. Al cabo de poco tiempo, los cuadros con las fotos de mis padres protestan airadamente.<br /><br />- No sé como puedes ver estas porquerías, hijo.<br /><br />Una parte, aproximadamente la mitad, de los habitantes de la casa, invocan a algo, a un ente sobrenatural que, según ellos, gobierna sus vidas con mano de hierro. Normal. Sucede a veces que se estropea la lavadora, causando accidentes, o que la temperatura del agua hace que se mezclen los colores, cosa que al parecer les irrita mucho -cada uno con su color, sin mezclas, dice la chaqueta de botones dorados-, o que se estropee la nevera y mueran unos cuantos perecederos nacionalistas. Cuando algo de esto sucede, se ponen todos muy nerviosos, y me miran consternados, totalmente convencidos de que yo soy incapaz de controlar nada, de que no puedo asegurarles un mínimo bienestar. Yo me carcajeo de ellos, y les demuestro, cuando viene el técnico correspondiente, que no hay un ente superior que gobierne nuestras vidas, que todo está controlado y que todo tiene solución, pero no me hacen ni puñetero caso. Al siguiente accidente, vuelven a adoptar esa actitud entre mística y temerosa, de la que no hay forma de hacerles salir. Imposible. Porque la lavadora, el lavavajillas y la nevera tratan de infundirles confianza, a pesar de estar en ocasiones muy malheridos, pero cuando se jode alguno de esos tres. Joder, cuando se jode alguno de esos tres...<br /><br />Es entonces cuando me veo a los pobres tan desvalidos, tan dispersos y tan temblorosos, que tengo que convocar elecciones generales para que elijan la marca de otra lavadora, otro lavavajillas y otra nevera. </span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-46442514731968090522008-02-10T13:50:00.000-08:002008-02-10T13:55:47.794-08:00La audiencia perfecta<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhoNebZs3Zcxd_gV_RERKXieOC-Ozu57vXkHTaU_3XlV1mFqspd_eFPJGikipadwZS3oC_lGILQ8ZyFByB3d9fRU5WDhs9PmYG0c4Jqc9Ha6MpuxfJKmgV0NkENyO1GoltrTr4QdPEBUcbL/s1600-h/family-tv.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5165473408929117346" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhoNebZs3Zcxd_gV_RERKXieOC-Ozu57vXkHTaU_3XlV1mFqspd_eFPJGikipadwZS3oC_lGILQ8ZyFByB3d9fRU5WDhs9PmYG0c4Jqc9Ha6MpuxfJKmgV0NkENyO1GoltrTr4QdPEBUcbL/s400/family-tv.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">Ella: Isabel<br />El: Miguel<br /><br />Ella entra en casa, bastante cansada, agobiada, con la respiración furiosa y la boca abierta.<br /><br />I.- Ha vuelto a estropearse el ascensor. Todo el día dejándome la piel en el trabajo, y cuando llego a casa, se ha estropeado el puto ascensor.<br /><br />El la mira desde el sofá. Sujeta el mando de la televisión como si se tratara de un revólver.<br /><br />M.- Lo siento, cariño. Yo he tenido un poco más de suerte. Cuando llegué todavía funcionaba. Hoy me he escapado un poco antes. Mi jefe se ha ido a una reunión a Londres.<br /><br />Mientras deja el bolso y se quita el pañuelo del cuello, Isabel mira a la pantalla de cuarenta y seis pulgadas de su televisor de alta definición y última generación, tan fino que se puede adosar a la pared como si de un póster se tratara. El centro de la pantalla a la altura de los ojos del espectador, en este caso Miguel, cómodamente recostado en el magnífico sofá italiano de cuero negro que le regalaron sus padres cuando se casó con Isabel.<br /><br />I.- Pero bueno...¿Se puede saber qué estás viendo?.<br />M.- Un documental buenísimo sobre la India.<br />I.- Pero vamos a ver, Miguel...¿Es que quieres volverme loca?. ¿Cuántas veces voy a tener que decirte que nos la estamos jugando?. Me pones de los nervios en cuanto me descuido. Voy a ponerme cómoda. En cuanto venga, la vamos a tener, así que más te vale que vayas cambiando de canal.<br /><br />Miguel resopla mientras el sonido de los tacones de Isabel se alejan por el pasillo. Se permite todavía unos minutos de placer, fascinado con esa vaca sagrada que se ha colocado en el centro de lo que parece ser una gran avenida, provocando un atasco de proporciones descomunales. Los viandantes sonríen al pasar a su lado y la saludan agachando la cabeza con las manos juntas. No se escucha ni un solo claxon. Miguel se pregunta cómo es posible que los automovilistas hindúes más alejados del epicentro vacuno conozcan la naturaleza del atasco hasta el extremo de no pitar, cuando Isabel aparece, arrastrando las zapatillas de felpa y vestida con el pijama de invierno. Antes de sentarse en el sofá, mira de nuevo la pantalla. Una supermaquillada presentadora, de pelo suelto y bien cuidado, blusa blanca con puntillas en el cuello y chaqueta de color azul con irisaciones en rojo, sonríe mientras habla, arreglándoselas con grandes esfuerzos para conseguir que se entienda lo que dice y mostrar al mismo tiempo sus deslumbrantes y perfectos dientes.<br /><br />I.- Ah, bueno. Esto ya es otra cosa. Has puesto a la Carmencita Bosques. Muy bien cariño.<br />M.- Todavía no me explico como te puede gustar esta solemne tontería, cariño.<br />I.- Sabes de sobra que no puedo soportar este programa, cariño, pero creo que es el menos malo de los que se pueden considerar aceptables.<br />M.- Claro, y un documental sobre la India, no es aceptable, ¿verdad?.<br />I.- Los niveles de audiencia de los documentales bajaron hace ya muchos años, Miguel, y no quiero arriesgarme. Ya sabes lo que se rumorea.<br /><br />La presentadora está sentada frente a una anciana diminuta, ataviada con un vestido estampado de indefinibles colores, a cual más chillón. La mandíbula inferior le baila de una manera dislocada, como si careciera por completo de dentadura. La presentadora habla: “En esta nueva edición de vidas deplorables, tengo el gusto de presentarles a Casilda Castrillo, de Pontedeume, en la provincia de Coruña. Casilda está hoy con nosotros porque le gustaría decirle cuatro verdades, según nos explicaba en su carta, a todas esas personas a las que no se ha atrevido a decirles nada nunca, ¿no es así, Casilda?”. “Sí, así es”. “¿Y porqué ha esperado usted tanto tiempo, Casilda, a desahogarse de esa manera?”. “Pues mire usted, guapa, porque ahora ya soy mayor, tengo a mis nueve hijos criados y colocados, y no me duelen prendas de decirles cuatro cosas sinceras, de corazón, a los cuatro vagazos de mi pueblo que me han estado tocando las narices durante toda mi vida”.<br /><br />Miguel protesta, bufa, rebufa, se remueve en el sofá, mira de vez en cuando a Isabel con cara de odio. Isabel tampoco parece disfrutar demasiado con la surrealista conversación establecida entre Carmencita Bosques y Casilda Castrillo. Bosteza ostensiblemente y cierra los ojos cada vez con más convencimiento.<br /><br />I.- Creo que esta noche me voy a ir prontísimo a la cama. He tenido un día agotador.<br />M.- Si no me dejas cambiar esto, yo también me voy. Es vergonzoso este programa. ¿Me dejas que me la cargue?.<br /><br />Isabel se encoge de hombros y pone gesto de aburrimiento.<br /><br />I.- Inténtalo, pero ya te adelanto que no vas a conseguir nada.<br /><br />Miguel aprieta de forma compulsiva, con cara de sádico, un botoncito del mando a distancia de color negro, con una calaverita dibujada sobre el. En la esquina inferior izquierda de la pantalla de plasma, aparece un cuadradito de color verde fosforito. Diminuto, de apenas medio centímetro de lado. Al poco tiempo, aparece otro cuadradito, pegado al anterior. Poco a poco, cada vez de una forma más rápida, va creciendo la línea verde en la línea inferior de la pantalla. Cuando llega al lado derecho, sube otro medio centímetro, y se dirige entonces hacia la izquierda. La franja verde crece a un ritmo cada vez más rápidamente, desde abajo hacia arriba. Cuando apenas llega a un cuarto de la altura de la pantalla, la velocidad de crecimiento empieza a bajar, momento en el cual aprieta con más rabia el botón negro, hasta que empieza a dolerle el dedo pulgar. La línea se para de repente, y al poco tiempo empieza a ir hacia atrás, desandando lo andado y disminuyendo el grosor de la franja verde hasta que termina por desaparecer.<br /><br />I.- Ya te lo dije. Las cosas han cambiado mucho.<br />M.- Parece mentira. Con lo sencillo que resultaba hace unos cuantos años cargarse a uno de estos incompetentes...La gente se animaba al ver el cursor verde, ¿Te acuerdas?. Cuando se llenaba la pantalla de verde...!Bum!. El espectáculo. Dicen por ahí que ellos no se enteraban, que recibían simplemente una descarga de no se sabe donde que los desintegraba en un suspiro.<br />I.- Miguel, tienes que reconocer que era una auténtica salvajada. Nadie se libraba, pasado más o menos tiempo, cuando ya empezaba a aburrir a la audiencia, de tostarse en el limbo. Las familias de los presentadores se descomponían de dolor y tristeza por el capricho o la moda de una audiencia salvaje.<br />M.- Era un juego, cariño. También tenían la oportunidad de gustar, y entonces ganaban más pasta que un presidente de gobierno. Arriesgarse a morir o a forrarse, esa era la cuestión. Lo que no tiene sentido es lo de ahora. Es patético. Nos tenemos que tragar bodrios como este por cojones. No es justo. Mira, ya se va la pobre Casilda. A ver a quien nos mete ahora esta pazguata.<br /><br />“Tenemos ahora con nosotros a Manuel Borreguillo. Un fuerte aplauso para el”. Mientras suenan los aplausos, hace su entrada en el plató un individuo rechoncho, calvo, de rostro ajado por la experiencia y brazos y piernas torcidos, como un cowboy abarcando con sus brazos un florero de la Dinastía Ming. Camina bamboleante, recorriendo con gran lentitud la distancia que le separa de la presentadora. Cuando por fin se sienta y logra colocarse, después de varias intentonas, el micrófono en el cuello de la camisa, la presentadora se vuelve a la cámara, y le saluda sin mirarle. “Buenas noches, Manuel. Me ha dicho un pajarito que tu historia es bastante peculiar. Cuéntanos, mi vida”. “Pues verás, Carmencita. El caso es que yo llevo ya varios años viviendo en un hipermercado. Duermo en la sección de muebles, me afeito en la sección de perfumería, me ducho en la sección de duchas, me alimento en las promociones de productos que se hacen todos los días...Una vida de lo más normal, vaya, pero resulta que desde hace un par de meses me he enamorado de una mujer...Una mujer...Guapísima, Carmencita, y resulta que yo no quiero vivir en otra parte, y ella no hace ningún gesto que me demuestre que quiera vivir conmigo, y pues eso, que estoy en un sinvivir, y desde aquí quisiera decirle a esta buena moza...”.<br /><br />Ahora es Isabel la que bufa y se rebulle inquieta en el sofá. Miguel la observa con cara de resignación.<br /><br />I.- Joder, esto sí que es inaguantable.<br />M.- Venga, mujer, vamos a tratar de acostarnos esta noche con la mente sosegada. Unas cuantas vacas sagradas y encontraremos la paz, ya verás. La India es apasionante, créeme. Antes de que tú llegaras, han hablado casi durante diez minutos del Taj Mahal, una maravilla del mundo.<br />I.- Claro que me gustaría verlo, Miguel, pero entiéndeme. No quiero arriesgarme. Ya sabes lo que se cuenta por ahí.<br />M.- Todo eso no son más que bulos, cariño. Nadie conoce a nadie al que le haya sucedido.<br />I.- Hace muchos años, tampoco nadie conocía a nadie que tuviera en su casa un aparato de esos para medir la audiencia, y sin embargo los había.<br />M.- ¿Quién sabe eso seguro?. Puede que sea mentira.<br />I.- Si, como lo de poder cargarte a un presentador con el mando a distancia, no te digo...¿Quién te dice a ti que, si era posible desarrollar una tecnología tan avanzada como para poder suprimir a un tío por el simple hecho de que te aburriera, no iba a ser posible desarrollar una tecnología superior, incorporada a los televisores de última generación, capaz de eliminar a la audiencia rebelde?.<br />M.- Eso no son más que bulos, mujer.<br />I.- Pues díselo a Mari, la del cuarto. Ella conoce a un chico que se quedó sin padres de la noche a la mañana. Al parecer eran de esos que solo ven películas antiguas.<br />M.- La vecina que conoce a un chico...Eso no son más que leyendas urbanas. Dile a Mari que te presente al chico, a ver si es verdad que ha perdido a sus padres.<br />I.- Pero bueno, ¿es que tu estás seguro de que no podría inventarse una cosa así?. Pues cosas más extraordinarias se han visto en los últimos años. No sé porqué te obcecas en arriesgarte, cuando en realidad no te cuesta ningún trabajo seguir un poco a la mayoría.<br />M.- Isabel, mujer, no me digas que este bodrio le puede gustar a la mayoría, porque no me lo creo. Y en cualquier caso, yo me he comprado esta televisión para ver lo que a mi me dé la gana, no lo que me impongan. Estaría bonito, no te digo...<br />I.- En primer lugar, esta televisión la hemos comprado entre los dos, y en segundo lugar, no se trata de ver lo que tu quieras, sino lo que decidamos de mutuo acuerdo.<br /><br />Miguel se arrodilla en el sofá y tiende los brazos hacia su mujer.<br /><br />M.- Pero si me acabas de confesar hace un momento que este programa te parecía una soberbia tontería. Mira, Isabel, lo que me revienta de verdad es que te tengas que tragar esta verdadera tortura por la sencilla razón de que es el programa que más audiencia ha tenido en los últimos meses. ¿Dónde está el criterio personal, la libertad de elección, la integridad?.<br />I.- Mira, valoro en mucho mi integridad, pero valoro muchísimo más mi integridad física, y cuando existe una sospecha social, cada vez más difundida, de que están ocurriendo cosas raras, me parece una temeridad jugar a la ruleta rusa, por un asunto, en definitiva, que no tiene la más mínima importancia, como es el de distraerte un poco antes de irte a la cama después de una agotadora jornada laboral.<br />M.- Miedo. Actúas por miedo. Nos tienen cogidos por los cojones por el miedo. Pues quiero que sepas que yo ya estoy harto, y voy a demostrarte que no va a ocurrir absolutamente nada. Además, nosotros somos de los mejores. Todos los días vemos una media de seis horas de televisión, y de esas seis horas, estoy seguro de que al menos cinco las dedicamos a tragarnos bazofias como esta. Nadie con criterio, si es que existe alguien, como tu piensas, que controle este asunto, se atrevería a castigarnos por no cumplir las normas.<br /><br />Isabel negaba lentamente con la cabeza<br /><br />I.- Yo no estaría tan segura. No sé que decirte. Tu siempre llegas antes que yo, y escoges siempre programas que ni siquiera aparecen en los índices.<br />M.- Si a alguien le importara que el público viera esos programas, los eliminarían de la programación, ¿no te parece?. Resultaría bastante más sencillo que cargarse a los espectadores.<br />I.- Posiblemente, pero eliminarían también la sensación de falsa libertad que tenemos desde tiempo inmemorial. Y muy probablemente se quejarían las multinacionales dedicadas a fabricar televisores. No sé, lo veo muy complicado todo, estoy demasiado confusa.<br />M.- Así no te puedes ir a la cama, cariño. Luego no descansas, y mañana te levantarías hecha unos zorros. Hazme caso. Una sesión de meditación trascendental a lo Hindi nos vendrá de perlas, ya verás.<br /><br />Miguel se aproxima a Isabel con movimientos lentos y estudiados. Adelanta el brazo derecho, y le arrebata suavemente el mando a su mujer. Suave, suave, y lento, muy lento. Cuando se hace con el cetro de poder, apunta hacia la pantalla. La altísima tecnología hace que hasta las pequeñas manchitas provocadas por la rapidez con que se maquilla Carmencita antes de salir a antena parezcan cráteres lunares. La eterna sonrisa de la presentadora deja paso a un paisaje de altos juncos moviéndose suavemente al ritmo del viento. Tanto Miguel como Isabel sonríen cautivados, completamente hipnotizados por la incomparable belleza de las imágenes que llenan la pantalla, a las que acompaña, perfectamente acompasada, la siempre fascinante melodía de un sitar.<br /><br />El fogonazo apenas dura una milésima de segundo. La altísima y perfecta tecnología consigue que sobre el sofá italiano no quede ni siquiera una miserable arruga.</span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-813627062212233392008-02-04T13:57:00.000-08:002008-02-04T13:59:34.518-08:00Una canción de Bob Marley cambió mi vida<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgdaE4IC5RKUqoP4N5zb6L3gP55TT30yqPPEMgVQWQBTUVHqkU1ndUODpMwkz7ebARZ-yU37NZMfiy6x-Kq-WBPXKBk6Cs0_JfklFPSf22I4aCNhHLh9qB1s05Q8lhRbxa-5ch29Btfl9Az/s1600-h/BobMarley.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5163248005567864178" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgdaE4IC5RKUqoP4N5zb6L3gP55TT30yqPPEMgVQWQBTUVHqkU1ndUODpMwkz7ebARZ-yU37NZMfiy6x-Kq-WBPXKBk6Cs0_JfklFPSf22I4aCNhHLh9qB1s05Q8lhRbxa-5ch29Btfl9Az/s320/BobMarley.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">Una jornada de trabajo como todas las demás. Triste, anodina, pesada...Volvía a casa por la carretera de Barcelona, a las siete de la tarde de un tórrido día de verano. Atasco, sudor y cansancio, un gran cansancio. Un cansancio resignado, de esos que sientes cuando piensas que te queda todavía toda la semana por delante.<br /><br />Sin mucha convicción, por hacer algo y tratar de que el tiempo pasara más rápido, encendí la radio. Busqué una emisora de canciones más o menos antiguas, y entonces comenzó a sonar.<br /><br />Se trataba de “No woman no cry”, de Bob Marley, en la versión que aparecía en “Natty Dread”, un disco que grabó el rey del reggae cuando todavía era un perfecto desconocido. Una canción que habíamos escuchado mi primo y yo hasta la saciedad, antes incluso de que se hiciera famosa, allá por el año 1978. El sensual ritmo de la canción me fue invadiendo poco a poco. Como pude y me dejaron, de forma suave pero constante, me fui acercando al arcén, y al llegar paré el coche, cerré los ojos, y me dejé invadir por la fascinante y sugerente música del amigo Bob.<br /><br />Decidí en aquel momento que tanto mi primo como yo estábamos haciendo el payaso, desperdiciando nuestras vidas, metidos en una vorágine de consumismo y falta de vitalidad que no nos iba a conducir a ninguna parte. Me metí de nuevo en la carretera, con una idea fija que retumbaba en mi cabeza. Estaba decidido. Me dirigí hacia la parte sur de la M-40, en vez de hacia el norte, hacia mi casa.<br /><br />Llegué a casa de mi primo a eso de las ocho y media de la tarde. Llamé a su puerta excitado, sudoroso, con el corazón a punto de reventar en mi pecho. Solo tenía un pensamiento, obsesivo, machacón, que casi me dolía. Me recibieron, el y Clara, su mujer, en la puerta de su piso. Con Clara no me he llevado nunca demasiado bien, así que no debió de extrañarle mucho que ni siquiera la mirara cuando entré, cogí a mi primo del brazo y medio le arrastré hasta el salón.<br /><br />- ¿Ha pasado algo –me preguntó con los ojos abiertos como platos-. ¿Está bien Isabel? –Isabel es mi mujer, que tampoco se lleva ni medio bien ni con Clara ni con Matías, mi primo-.<br />- Si, si, ni es nada de eso. Todos están bien. Ven, vamos a hablar a solas –cuando dije ese “a solas” miré a Clara, que se eclipsó a la cocina.<br />- ¿Quieres tomar algo?. Fanta, Coca...Clara no me deja comprar cerveza, ya lo sabes. No me sienta bien.<br />- Bueno, venga, una Fanta. Ya vendrán tiempos mejores. Matías, trae la guitarra, por favor.<br />- ¿La guitarra?. Ni siquiera sé si funciona todavía. Hace más de veinte años que no la toco.<br />- Vale, vale, ya veremos, tu tráela. Y los bongos.<br /><br />Matías salió un momento. Clara se acodó en el quicio de la puerta del salón, con los brazos cruzados sobre el pecho y un gesto de mala leche que daba miedo.<br /><br />- Ni por lo más remoto se te ocurrirá liarle.<br /><br />No tenía respuesta para una respuesta tan directa, así que me dediqué a mirarme las uñas tratando de disimular, rezando para que Matías encontrase pronto la puñetera guitarra. Apareció a los pocos minutos. La funda de cuero negro estaba llena de polvo, pero al sacarla, la muy bastarda relucía como el primer día.<br /><br />- Bueno, aquí está. Me ha costado un poco encontrarla, pero aquí está.<br />- Venga, empieza a tocar. Trae los bongos.<br /><br />Clara parecía cada vez más nerviosa. Se sentó a nuestro lado. Matías enchufó el cable al equipo de música, cerró los ojos, y comenzó a tocar una de nuestras preferidas, “Mary Lamour”. Sentí una punzada en el corazón al escuchar los primeros compases. Mis manos volaron rápidamente sobre los bongos. No había perdido en absoluto el sentido del ritmo. Mis dedos se desesperezaban de repente, golpeando ágiles y rápidos, ahora sobre los laterales, ahora sobre el centro de los círculos de piel. La fantasmagórica melodía compuesta por mi primo casi quince años atrás nos envolvió a los tres como si se tratara del primer día que la tocamos, allá por los primeros ochenta, en una fiesta del barrio de San Blas. Al principio, los que nos escuchaban nos pedían marcha, marcha, y nos tiraron incluso algunas piedras, que esquivamos con la sabiduría habitual. Popi y Ferdi, los otros miembros del grupo, tocaban con maestría la batería y el bajo, mientras mi primo y yo desgranábamos sonidos de la guitarra eléctrica y del teclado que me habían regalado mis padres al aprobar BUP. Poco a poco, los gritos de marcha, marcha, dejaron de escucharse. La gente bailaba alucinada al ritmo suave que nosotros tocábamos, como si de una extraña congregación se tratara. El ritmo hipnótico se metía en la sangre, empujándote a bailar. Habíamos conseguido un sonido a caballo entre “Suzie Q”, de los Credence, y el enigmático “Singing Winds, crying beasts” de Santana, con un toque del “Man on the moon” de Rem. Cuando acabó la canción, la gente aplaudió hasta dislocarse las manos. Era la primera vez que tocábamos para un público que no fueran nuestros padres o nuestros amigos del barrio. Empezábamos a saborear las mieles del éxito. En ese momento, Matías terminó la canción. Clara se levantó y salió de puntillas del salón, como intuyendo, como resignada a lo que iba a suceder a continuación.<br /><br />- ¿No te das cuenta, Matías?. Hay que volver a reunir al grupo.<br />- ¿De qué estás hablando?. ¿A estas alturas?. Popi y Ferdi ya están casados, como nosotros, y trabajando...<br />- Si, si, y trabajando, como nosotros, y llevando una vida de mierda, como nosotros, y pagando la hipoteca de un piso hasta más allá de que se jubilen, y sin amor, y...Y además, ninguno de los cuatro tiene hijos, así que lo tenemos más o menos fácil.<br />- Vale, no sigas. Ahora mismo les llamo. Me has convencido.<br /><br />A la media hora estábamos en el coche. Matías había conseguido localizar a Ferdi, y Ferdi a Popi. Tres llamadas bastaron para ponernos de acuerdo. Nos alojaríamos en el mismo local de ensayo, en Carabanchel, y no saldríamos de ahí hasta tener preparado un repertorio rompedor.<br /><br />Mientras cruzábamos Madrid para recoger a Popi y a Ferdi, Matías y yo rememoramos los tiempos gloriosos, aquel concierto de teloneros de Radio Futura, cuando todavía no los conocía nadie, en el Sanjuán Evangelista, y el apretón de manos de un Javier Gurruchaga, vestido de obispo y también desconocido, después del primer concierto de la Orquesta Mondragón en Madrid. Recordamos también el famoso concierto en un colegio de monjas de la zona de Bilbao, en la calle Fuencarral, para ser más exactos, en el que nuestras inocentes letras nos hacían sentir la impresión, dado el lugar y el público asistente, de que éramos unos transgresores. Popi bufaba y rebufaba, al tiempo que no daba una con el ritmo, cuando una rubia despampanante se sentó en el bombo de su batería durante los ensayos y le colocó literalmente las tetas en la cara. Una de las primeras groupies, de las que más tarde nos tendríamos que deshacer casi a bofetadas.<br /><br />Recordamos también nuestras noches en Rockola, en esos conciertos de cuero y zapatos negros terminados en punta unas veces, y de trajes siderales, gafas de colores y antenas brillantes en otras, como cuando tocaban el Avidor Dro y sus obreros especializados. Y recordamos el concierto de Depeche Mode, para promocionar su primer album, “Speak and Spell”, cuando todavía eran unos perfectos desconocidos, y el concierto de Fischer Z en el Cheminade o en el San Juan Evangelista, eso no lo recordamos bien, con un público enfervorizado gritando, con una sola garganta, “el currante, el currante”, para que el grupo repitiera una y otra vez, que lo hizo, su famoso éxito “The worker”. Recordamos la pota que le echó encima a Matías por la espalda una tía con el pelo a lo Paloma Chamorro, con una cara casi tan alucinada como la de la presentadora, y los saltos que dábamos en el concierto de Ian Dury, y el LP que nos dedicó de su puño y letra en Discoplay, en los sótanos de la Gran Vía, la misma tarde del concierto, y lo salao que parecía, el tío, que después nos saludó desde el coche que le llevaba al hotel. Recordamos también las fiestas de primavera de la Politécnica, en la que tocaban grupos como Alaska y los Pegamoides, Sindicato Malone, Nacha Pop, Ramoncín y muchos otros, y el concurso de Rock Villa de Madrid de no sé que año en el que se llevó el primer premio “El Gran Wyoming”, y en el que participaron también “Johnny Komomolo y los gangsters del ritmo”, de los que nunca más se supo, y recordamos a grupos como Mermelada, Cucharada o Burning, que precedieron y llegaron a participar en los orígenes de aquella incierta movida, a causa de la cual perecieron devorados. Y recordamos también los cabreos que nos pillábamos cuando nos hacíamos amigos en algún concierto de chicas de provincias, que pensaban que todos los madrileños éramos como Almodóvar, porque identificaban la movida madrileña con la estética ultracolorista y popinaif de sus primeras películas. Y recordamos también el entierro de Tierno Galván, tan entrañable y multitudinario, suceso precursor de la tristeza en que se fue sumiendo la movida hasta casi desaparecer.<br /><br />Recordamos todo aquello que habíamos vivido prácticamente como espectadores, ya que nuestra experiencia como grupo no pasó nunca de la periferia, en busca de un éxito que nunca llegaba, de un empujón que nadie quería darnos, a causa, sospecho, de nuestra naturaleza de barrio, que entroncaba directamente con la pluma y el oropel que se respiraba en el ambiente modernillo. Nuestras canciones, nos dijo en una ocasión un conocido productor musical, eran buenísimas, de una gran calidad musical, y además muy pegadizas, pero el problema era nuestro aspecto. A menos que nos buscáramos unos actores, como lo de Milli Vanilli, que nos sustituyeran en el escenario, no nos comeríamos una rosca, como realmente sucedió. Creo que fue Ferdi el primero en echarse novia, una chica medio pija, hija de un militar, muy guapa, que trabajaba en una agencia de publicidad. Esa misma chica le presentó a Popi a una prima suya, morena, altísima, guapísima, inteligente y rica, y allí cayó nuestro batería. Matías conoció a Clara, yo conocí a Isabel, seguimos viéndonos los cuatro durante una temporada, un par de años, de vez en cuando ensayábamos con Popi y Ferdi, pero cada vez con saltos en el tiempo más grandes. Después, una tarde, Clara le dijo a Matías que no le gustaba Isabel, Isabel me dijo a mi lo mismo de Clara... Y se acabó la relación. Unicamente nos veíamos en compromisos familiares como bodas y bautizos. Un saludo frío, un para de besos, el típico “a ver si quedamos más a menudo”, y si te he visto no me acuerdo. La guitarra cogiendo polvo, los teclados amarilleando como la dentadura de un caballo viejo, y las ilusiones canjeadas por un hipotético bienestar conseguido a base de brazos en Mercamadrid por parte de Matías, y a base de disgustos con los clientes en el Carrefour de Alcalá de Henares por mi parte. Cuando estábamos seguros de que a Popi y a Ferdi les iba infinitamente mejor que a nosotros, nos enteramos, como de casualidad, de que los respectivos padres habían desheredado a sus respectivas hijas, y que la base rítmica de nuestro grupo estaba pasándola tan canutas como nosotros.<br /><br />Recogimos a Popi y a Ferdi, y nos dirigimos al local de ensayo. Allí estaban todavía nuestros instrumentos, salvo la guitarra de Matías y mis teclados, que había recogido de mi casa mientras media hora antes ante la cara de estupor de Isabel al encontrarse, después de tantos años, con el bueno de Matías. Popi se sentó en su amada batería, Ferdi desembaló el bajo, lo enchufó...Y la magia volvió a envolvernos en su manto de ensoñación.<br /><br />No hizo falta que ensayáramos más de dos días. Los temas salían, uno tras otro, con la fluidez de un río, con la energía de un caballo desbocado. Grabamos una maqueta, la colgamos en Youtube...Y a los cuatro días teníamos encima de la mesa siete ofertas de grandes empresarios musicales. La fama nos envolvió rápidamente, como en un torbellino. Nuestra edad no suponía un obstáculo, ya que los revivals estaban otra vez de plena actualidad. El sonido de los ochenta rompía moldes de ventas y de conciertos, y nosotros llevábamos dentro ese sonido. Habíamos contribuido años antes a crearlo, y eso nos colocaba en la vanguardia. Dimos seis conciertos multitudinarios en plazas de toros y campos de fútbol de la península, hasta que cruzamos el charco y nos hicimos los amos de todo el cono sur. Tocábamos con los cantantes y grupos más famosos del momento, enviábamos dinero a casa, a unas esposas que cada vez estaban más contentas y orgullosas de nosotros, aunque nos tuvieran lejos, o quizás precisamente por eso.<br /><br />Resultaba difícil digerir la fama que cayó de repente sobre nosotros como una losa. Poco a poco empezamos a distanciarnos como personas, aunque nos volcábamos y nos convertíamos en una sola persona, en un solo espíritu, en cada uno de nuestros conciertos. Las disensiones entre Popi y Matías eran cada vez más frecuentes. Las peleas, los malos rollos, las borracheras casi continuas nos sumísn en un estado de semi depresión del que solo nos sacaban los conciertos y las ruedas de prensa. Derrochábamos dinero a raudales, tanto en ropas cada vez más caras como en imposibles fiestas, de hasta dos y tres días, en las que fundíamos ingentes cantidades de drogas de diseño, luces y espectaculares montajes. La fama nos dolía. No habíamos sabido adaptarnos a ella, aunque por otro lado dábamos gracias por no haberla conseguido en nuestra etapa anterior, porque entonces, a causa de nuestra corta edad y nuestra innegable inexperiencia, podría haber resultado el asunto bastante peor.<br /><br />El comienzo del fin nos vino de la mano de un grupo de fans que nos arrinconaron a la salida de uno de nuestros multitudinarios conciertos. Tanto Matías como yo caímos en brazos de dos auténticas top models, de desbordante personalidad y larguísimas piernas. Sin saber muy bien como, nos vimos en la lujosa suite de un conocido hotel de renombre del centro de Madrid, cada uno en una habitación, con el cuerpo embadurnado de champán y los calzoncillos y sujetadores colgados de la lámpara, como al desgaire. Isabel y Clara se presentaron en tan bucólico escenario en compañía de un par de periodistas, que mientras hacían fotos se servían vasos de champán, al tiempo que Isabel y Clara nos arrojaban a la cara los papeles del divorcio.<br /><br />Así que nos casamos con las top models, que no se podían ver entre ellas. El público empezó a cansarse de nuestros temas con la misma fuerza que los había adorado, por lo que terminamos por disgregar el grupo, recoger los pedacitos del patrimonio que no habíamos dilapidado, y empezar una nueva vida. Una nueva vida de mierda, con una hipoteca por pagar, un trabajo de mierda en el que encima se reían de nosotros por haber sido una vez famosos, y una desazón terrible por haber alcanzado la gloria y haberla dejado escapar.<br /><br />Una desazón que me despertó, justo en el momento en el que finalizaba, en la radio, la canción “No woman no cry”. Me dirigí, contento por haber salido de la pesadilla, a la zona derecha de la M-40.</span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-50851188653165132332008-01-27T12:24:00.000-08:002008-01-27T12:31:38.874-08:00La vida propia<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiL9_12ol0InJObALZtvFlYbKyV8Ys9BZaV2K1GOrCE2sKYi0YJ8nHvowSyoyBgiHod1xke27nfHXYmnW30FthuS7CP1z3MMXIfD_qORfbMwdrsN8iRJuHX9vxSbEcn6cJtnzBhD1IuSojS/s1600-h/kosmo40301_03.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5160256638155611410" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiL9_12ol0InJObALZtvFlYbKyV8Ys9BZaV2K1GOrCE2sKYi0YJ8nHvowSyoyBgiHod1xke27nfHXYmnW30FthuS7CP1z3MMXIfD_qORfbMwdrsN8iRJuHX9vxSbEcn6cJtnzBhD1IuSojS/s400/kosmo40301_03.jpg" border="0" /></a><br /><div><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMfMNgAm0jbHOv9yxG4Ja3hsakiS_WWykntIqqo-e2Nvm2i-31w_uD8AGEEjx_Ovgme3dcKZzXLW9pnJ8E0qYlyj9q4IdHyhcAyYbjF-sBGSC_jEwRa8l-WEQo_kykFwqaRSlqP02eUXb7/s1600-h/kosmo40301_03.jpg"></a><br /><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">Mujer: Carmina<br />Marido: Joaquín<br /><br />Los tacones de Carmina resuenan en el largo pasillo oscuro, hasta llegar al dormitorio principal. Nada más entrar, se quita el pañuelo con adornos brillantes y lo deja sobre la cama. Joaquín se ha entretenido un rato en la puerta, cerrándola con llave. Cuando enciende la luz del pasillo, Carmina le habla desde el dormitorio.<br /><br />C.- No enciendas. No hace falta. Ya estoy en el dormitorio.<br /><br />Joaquín recorre a oscuras el pasillo. Cuando llega, Carmina ya se ha desembarazado también de la chaqueta de Pedro del Hierro que se compró el mes pasado para la ocasión, y está empezando a quitarse el vestido.<br /><br />C.- Bueno, pues ya está. Se acabó la boda. Todos tan contentos.<br /><br />Joaquín se desviste rápidamente. Cuelga el traje en la percha que ha sacado del armario mientras Carmina entra al baño. Saca un vaquero y una camisa de rayas, y comienza a vestirse, a una velocidad visiblemente más lenta de la que ha utilizado para desvestirse. Cuando Carmina sale del baño, con el pelo recogido y la bata azul guateada que utiliza para estar por casa, Joaquín está vestido otra vez, de manera informal.<br /><br />C.- ¿Qué haces?. ¿Es que vas a salir?.<br />J.- Si.<br />C:- Al cine, claro. Todavía es pronto. Pues yo no pienso ir contigo. Estoy cansada después de tanto trajín.<br />J.- Tampoco te lo he pedido.<br /><br />Carmina va a la cocina. Los fritos del cocktail le han dado una sed rabiosa. Se sirve un vaso de agua grande, y lo bebe casi sin respirar. Cuando vuelve al dormitorio, se encuentra con un gran trolley abierto encima de la cama.<br /><br />C.- Pero bueno, Joaquín, ¿se puede saber qué mosca te ha picado?. ¿Qué hace ese trolley encima de la cama<br /><br />Joaquín la mira durante un segundo sin dejar de sacar camisas del armario.<br /><br />J.- Creo que está muy claro, Carmina. Me voy.<br />C.- ¿A dónde?. No me has avisado de que tuvieras que salir de viaje tan rápido. ¿Es que te han mandado otra vez a Cádiz.<br />J.- No, Carmina, sigo en Madrid, pero me voy.<br />C.- ¿Por cuánto tiempo?. ¿Algún problema en la delegación de Barcelona?.<br />J.- Vamos a ver, Carmina: que no, que el trabajo sigue donde está, pero yo, me voy de casa. Me voy, Carmina. Para siempre. ¿Entiendes?.<br /><br />Carmina se cruza de brazos, y abre la boca como para decir algo, pero no puede. Las palabras de su marido la han dejado clavada.<br /><br />C.- Espera. Espera un poco. Es una broma, ¿verdad?<br />J.- No, Carmina. No es ninguna broma. Simplemente, por fin ha llegado el día. Hemos casado hoy a nuestra segunda hija, o la has casado tu, más bien. Ya no me ata nada en este lugar. Mientras la ayudaba esta mañana a ponerse los zapatos, estaba pensando en este momento.<br />C.- Estás desvariando. Tu no puedes irte y dejarme sola en esta casa. ¿Qué va a ser de ti?.<br />J.- No te preocupes por mi. Al fin y al cabo, jamás lo has hecho. No vas a empezar ahora a pensar en lo que le pueda pasar a un miembro de tu familia. Ya me las arreglaré.<br />C.- No puede ser. Estoy soñando.<br />J.- No. Soy yo el que está a punto de salir de una pesadilla. Ya has conseguido lo que querías, como siempre. Has casado a tu segunda hija con un joven de buena familia, tan buena o mejor que la del marido de tu primera hija, que se casó hace dos años, según lo previsto. Has conseguido tus objetivos. Lo único que estoy haciendo es dejarte el campo libre, para que sigas viviendo tu propia vida tu sola. Si es que puedes, claro.<br />C.- ¿Qué quieres decir?.<br />J.- Que no vas a poder hacerlo, por la simple y llana razón de que tú no tienes vida propia, Carmina. Has vivido desde niña marcada por el qué dirán, y no has sido capaz de desarrollarte en ningún sentido, ni como persona, ni como esposa, ni mucho menos como madre.<br /><br />Carmina se sienta en la cama y coloca las manos cruzadas sobre las rodillas. Joaquín empieza a sacar su ropa interior del tercer cajón de la cómoda.<br /><br />C.- Eso que dices no son más que tonterías. He trabajado como una mula para sacar adelante a mi marido y a mi familia.<br />J.- Si a quedarte en casa todo el santo día haciendo las faenas de la casa le llamas trabajar como una mula, pues tienes razón, pero nos hubiera ido igual con una criada más o menos experimentada. No existe diferencia entre eso y lo que has hecho tu, con el agravante de que tú nos has mangoneado a los tres a tu antojo, y a una criada no se le hubiera ocurrido.<br />C.- A ti te ha venido bien tenerme en casa como una esclava.<br />J.- Carmina, por favor, eso ni lo menciones, porque lo que se está desarrollando como una huida sin tambores ni trompetas, podría llegar a convertirse en una tragedia. Jamás, repito, jamás te he insinuado siquiera que adoptaras el papel de señora y criada que de forma tan exitosa has interpretado a lo largo de todos estos años. Todo lo contrario. Cuando dejaste de trabajar, nada más casarte conmigo, insistía todos los días para que te buscaras algo, aunque solo fuera para valorarte a ti misma como persona, pero te negaste una y otra vez de forma machacona, alegando que la casa te necesitaba. Ya ves... Un piso de sesenta y cinco metros cuadrados, que le pasas un plumero y ya está listo. Yo insistía, cada vez con menos fuerza, hasta que nació Marta y se esfumó cualquier atisbo de sensatez. Tenías que cuidarla, claro, ya no te ibas a poner a trabajar, y además. Según tus palabras, ya tenías una edad, se te estaba olvidando mecanografiar... Poco a poco eliminaste cualquier esperanza que pudiera yo tener para que salieras al mundo, al mercado laboral. A los dos años, como un reloj, nació Maribel, y ya olvídate, por supuesto. Ahí comenzó a ir todo cada vez más cuesta abajo.<br />C.- Tu nunca has soportado que me volcara en mi casa y en mi familia. Pensabas que habías pasado a un segundo plano, y jamás me ayudaste con las niñas.<br />J.- Esa es tu visión. Jamás te ayudé, no. Yo solo me dedicaba a jugar con ellas, a sacarlas al parque, a pesar de que llegaba hecho polvo a casa cada día, a ponerles música y enseñarlas a bailar, a leerles cuentos cuando se iban a la cama, a corregirles los deberes del colegio. Por no contar las veces que he llorado de dolor con ellas, en las urgencias de un hospital, mientras tu te dedicabas en cuerpo y alma a llamar a tus amigas para contarles lo sucedido. No, nunca te he ayudado con ellas. Esa es la conclusión a la que has llegado tu solita, la que has intentado siempre transmitirle a todo el mundo, incluso a tu familia y a la mía, y que jamás cambiarás, porque tu cerrazón mental te impide reconocer la labor que han hecho los que te han rodeado. Todo esto, la boda de las niñas, tu casa, tus vestidos...Es una cosa que has logrado tu, y los demás hemos actuado como simples comparsas. Según tu, es mucho más importante saber coger un cuchillo o colocar los cubiertos, que forjarse como persona. Todo encaminado, siempre, a que los demás no hablen de ti, no murmuren. Eres tu la que has forjado el carácter de nuestras hijas, su personalidad, inculcándoles una educación y un saber estar que les ha servido para cazar marido, ¿no es así?.<br />C.- Gustavo y Damián son dos chicos de muy buena familia. Nunca te han gustado, pero es lo mejor que les ha podido suceder a nuestras hijas.<br />J.- Desde luego. Es lo mejor, después de que las obligaras a dejar sus estudios, en los que destacaban con facilidad, para ponerlas a trabajar y seguir conservando tu ese nivel de vida que ni te correspondía ni te merecías.<br />C.- ¿Qué quieres decir?.<br />J.- Lo que te he dicho antes. Que siempre nos has mangoneado a tu antojo, y que hasta que no viste a Marta, ese primer día, llorando como una descosida en la agencia de viajes, no paraste. Y claro, naturalmente, como no podía ser menos, Maribel fue detrás. Un golpe maestro, y dos posibles buenas carreras, truncadas por tu cerrazón y tu avaricia. Por esa vocación de parásito que te metió tu madre en la sesera Jamás he comprendido tus razones, porque me resultaría tan mezquino que todo lo que has hecho en esta vida estuviera encaminado a joderme, que no podría soportarlo. Recuerdo cuando bailábamos los tres, muertos de risa, y tu aparecías en el cuarto para apagar el tocadiscos porque se podían quejar los vecinos. Recuerdo la rebeldía adolescente de Marta, que tu te encargaste concienzudamente de eliminar con tenacidad militar, y contra cualquier opinión por mi parte. De todo eso tu ya no te acuerdas, por supuesto. Tienes una capacidad increíble para eliminar tus errores y para magnificar los de los demás.<br />C.- Me estás poniendo como si yo hubiera sido un monstruo. He casado a mis hijas, y son felices.<br />J.- Si, pero no por lo que te imaginas. Gran parte de su felicidad está basada en el hecho de salir de la tenebrosa mazmorra medieval en que has convertido esta casa. Han elegido su camino como vía de escape, no como meta.<br />C.- Eso es una tontería.<br />J.- Mira, Carmina, una de las cosas que no se pueden evitar con la tristeza y la represión, es que los reprimidos hablen entre si. Por suerte o por desgracia, tus hijas y yo hemos mantenido siempre una vía de comunicación muy fluida. En contra de tu infame principio de que es mejor no comentar y dejar que el tiempo cicatrice las heridas, tus hijas y yo hemos preferido siempre hablarlo todo. Lo siento, pero no entendieron el mensaje que trataste de inculcarles desde pequeñas, en el sentido de que eras tu la que llevabas las riendas de la familia, y mis únicos papeles eran el de chofer y el de pagador de facturas. La mentira tiene las patas muy cortas, ya lo sabes, y tus hijas han tenido una gran carga genética por mi parte. Se dieron cuenta muy pronto de que el verdadero motor de esta casa no eran las cortinas, la vajilla de tu bisabuela y la tarima de roble que colocó tu tío, sino su padre. No estaban muy de acuerdo con tus tonterías, con tus manías, con tu inflexibilidad interna y tu semiimbecilidad ante los demás. No comprendían que te dejaras embaucar por el pescadero o por el vendedor de tomates, o por la vecina del cuarto, con una sonrisa en la boca, y que después fueras tan hija de puta dentro de casa. No comprendían que antepusieras no ya tus intereses, sino los de esa absurda sociedad que siempre has ensalzado, a los intereses de ellas o míos. Estaban deseando escapar de esta locura, de esta frivolidad absurda y suicida que no lleva a ningún lado excepto a la rutina, al cansancio y a la desesperación. Ya no soportaban, ni por un día más, que les obligaras a ver esos programas de famosillos frívolos y absurdos que tanto te gustan. Ya no soportaban volver a coger una revista del corazón y encontrarse una carta de su madre, alabando la decisión de fulanito de enrollarse con menganita. ¿Es que no se da cuenta –me dijo un día Maribel- de que ese mundo es completamente falso, de que ese tipo de gente no puede tener, ni de lejos, los sentimientos de la gente normal, que están movidos por las exclusivas y la absurda fama otorgada por personas precisamente como mamá?. Te preocupaba más la relación del torero con la marquesa que el bienestar de tu marido.<br />C.- Eso no es cierto. En algo tenía que distraerme, pero siempre os he querido.<br />J.- Hay amores que matan, y el tuyo es uno de ellos. Nunca has sabido amar. Siempre has pensado que era más importante el envoltorio que el contenido. La casa limpia, la ropa inmaculada, pero tu familia desgraciada, con la sensación continua de estar viviendo una farsa.<br />C.- Nunca me habéis mostrado vuestros sentimientos.<br />J.- Nunca te has preocupado por verlos. Te dábamos continuas señales de descontento, pero tú pasabas por encima de ellas con tu apisonadora de educación, rutina y falso bienestar.<br />C.- He llevado la casa de la forma más conveniente.<br />J.- Eso es mentira, y lo sabes. Jamás te has preocupado de administrar nada. El dinero te quema en el bolsillo. Si hemos tratado de ahorrar algo para un viaje, o lo que sea, tu siempre te has encargado de encontrar motivos para gastarlo. Como lo de pintar la casa cada cuatro años. Eso es de enfermedad, Carmina. Seguro que un psicólogo habría podido escribir una estupenda tesis con tu caso.<br />C.- De todas maneras, con todo lo que me estás diciendo, no me parece normal que me abandones a estas alturas.<br />J.- A mi tampoco. Tenía que haberte pedido el divorcio muchísimo antes, casi al principio de nuestra relación. Me habría evitado este infierno, pero hipotequé mi felicidad a la de mis hijas. Me aterraba pensar en la idea de dejarte sola con ellas. Al menos han salido ligeramente normales, y con criterio propios. De no haber estado yo, serían un completo desastre, tanto humano como laboral. Las habrías convertido en marionetas moviéndose al son que les tocaras, y siempre a tu servicio. Tu enfermizo egoísmo ha encontrado en mi a un catalizador. He sufrido, pero ya no tengo porqué seguir aguantando.<br />C.- No sé que vas a hacer fuera de aquí. Sabes de sobra que eres un completo desastre. Dentro de una semana estás aquí otra vez llorando para que te deje entrar.<br />J.- No descarto nada, pero de momento me voy. No me aportas nada. De momento me voy a casa de Marta. Alquilaré un apartamento, y contrataré a una mujer para que ,e limpie la casa y me lave y me planche la ropa. Lo mismo que lo que me aportas tu, pero sin aguantar tus desdenes y tus continuos reproches. Lo mismo, pero sin tener esa sensación de mueble inservible que tan concienzudamente te has dedicado a tratar de inculcar en mi cerebro desde el momento en que nos conocimos. Lo mismo, porque en un momento dado, hace ya muchos años, decidiste de repente que ya no era necesario hacer el amor, aunque fuera de vez en cuando. Tu vida es un continuo paso hacia atrás. En vez de alimentar la relación, tanto con tus hijas como conmigo, te has dedicado en cuerpo y alma a banalizarla, a convertirla en pura rutina, a anular cualquier signo de pasión. Tienes esa mentalidad anticuada y pacata, por muy de izquierdas que te creas ser, que considera como un pecado mantener relaciones sexuales, y eso también ha pesado mucho en nuestra relación.<br />C.- No te puedes ir. Tu me quieres.<br />J.- Siempre te he querido, pero es absurdo querer a alguien que responde con la frialdad. Al final te acabas aburriendo, y eso es lo que me ha pasado.<br /><br />Joaquín ha terminado de hacer el equipaje. Se pone una chaqueta de ante y enfila el pasillo hasta la puerta de la calle, seguido por Carmina.<br /><br />C.- Tu siempre me has querido.<br /><br />Joaquín abre la puerta y sale al descansillo.<br /><br />J.- Esa es la gran diferencia entre tu y yo. Jamás sabré si tu has llegado a quererme a mi en algún momento.</span> </div></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8278891736127287193.post-12877669763735816912008-01-20T03:38:00.000-08:002008-01-20T03:40:07.113-08:00La charla informal<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjySVtId6e9kM_BQBmDigTZ1a7XnFyBpRvpfxjSplLs7gScaLD7GL7N5l98WQSd5fQQK8QiQ6_3nOdibQsVM360URsxxIhXYFAiTaBrP1PqPWd2B1sDblU0qGRUSqSDdWywrKji_V9oeeKa/s1600-h/charla+informal.gif"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5157522053728179570" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjySVtId6e9kM_BQBmDigTZ1a7XnFyBpRvpfxjSplLs7gScaLD7GL7N5l98WQSd5fQQK8QiQ6_3nOdibQsVM360URsxxIhXYFAiTaBrP1PqPWd2B1sDblU0qGRUSqSDdWywrKji_V9oeeKa/s320/charla+informal.gif" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;">Director: Fermín<br />Empleado: Emilio<br /><br />Emilio empuja la puerta del despacho de Fermín después de llamar. Un despacho grande, de unos cuarenta metros cuadrados, con una amplia cristalera de suelo a techo en el lado sur desde la que se divisa una impresionante panorámica de la ciudad. Fermín se levanta sonriente de su silla de cuero negro, y le tiende la mano a Emilio antes de que este recorra, de tres zancadas, la distancia que le separa de la mesa.<br /><br />F.- Bienvenido, Emilio.<br />E.- Gracias, Don Fermín. Creo que me ha llamado.<br />F.- Así es, así es. Siéntese. Ya tenía ganas de mantener con usted una charla informal. Hace bastante tiempo que no me paso por su departamento, y creo que este es un buen momento para cambiar impresiones. He mirado la agenda, por supuesto. Ninguna reunión a la vista, el informe mensual de resultados entregado...<br />E.- Si. Parece que este es el momento más oportuno, Don Fermín.<br />F.- Bueno, Emilio, por favor. Deje de llamarme don Fermín. Lleva usted en esta empresa bastantes más años que yo, y casi me dobla la edad, así que vamos a dejarnos de formulismos y hablemos como un par de amigos que navegan en el mismo barco, ¿no le parece?.<br /><br />Emilio sonríe y se deja caer en la silla, abandonando la tensión que había mantenido hasta el momento.<br /><br />E.- Claro, Fermín, claro. Como a usted le parezca.<br />F.- Además hoy es viernes, quedan un par de horas para salir...Ya nos podemos relajar y afrontar con alegría el agotador fin de semana. Vamos a tutearnos, Emilio.<br />E,. Vale, de acuerdo. Como tu digas.<br /><br />Fermín gira su silla, y saca una carpeta negra del primer cajón de la estantería situada a su espalda.<br /><br />F.- Los resultados del informe son inmejorables. Tu departamento ha desarrollado, gracias a tus conocimientos técnicos, una tecnología puntera para elaborar electrodos láser. Eres un profesional indiscutible, Emilio. He recibido más de treinta llamadas esta semana felicitándonos por nuestra gestión en el mercado, y hasta el presidente del consejo en persona se ha interesado por conocerte personalmente. Es muy posible que dentro de muy poco seas invitado al palco de honor en el estadio, y ya sabes lo que eso significa, lo que puede suponer en tu trayectoria personal y profesional un espaldarazo proporcionado por el presidente de la compañía en persona. Estamos muy orgullosos de ti.<br />E.- Bueno. Me dejas de piedra. Esta es una gran sorpresa para mi. No merezco ese privilegio. Tengo un buen equipo, eso es todo.<br />F.- Emilio, tu y yo sabemos de sobra que el estómago no funciona si la cabeza falla. Eres un técnico con mayúsculas, y además de eso, eres un líder nato, que maneja a su equipo como quiere. ¿Sabes que hemos hablado con todos los miembros del equipo, y que no hay uno solo que no considere un honor trabajar bajo tu ala protectora?. Te consideran poco menos que un padre, y rinden más precisamente por tu facilidad para crear un ambiente cordial en el puesto de trabajo. Han formado una piña humana que se mueve al son que tu les toques, y eso es muy importante, Emilio. Tu gestión roza la perfección.<br />E.- Bueno, Fermín, creo que te estás pasando. Me estás adulando demasiado. Yo no hago otra cosa que cumplir con mi deber.<br />F.- Haces algo más que cumplir con tu deber. Trabajar a tu lado supone un placer para los que te rodean. Más de uno me ha comentado, cuando ha tenido ocasión, que todos deberíamos aprender de ti, asimilar tu filosofía de vida, tu ética, tu rectitud y tu integridad ante los retos que surgen día a día en el sector en el que nos movemos. Estarás de acuerdo conmigo en que es difícil encontrar hoy en día profesionales de tu categoría, y quería preguntarte precisamente algo relacionado con este tema. Dime una cosa, Emilio. ¿Estás contento con lo que ganas?.<br />E.- Por supuesto. Tengo un buen sueldo, acorde con la labor que desempeño y bastante por encima de la media de mercado. No me puedo quejar. Y eso sin contar con los incentivos que tan generosamente repartís de vez en cuando.<br /><br />Los dos hombres ríen durante unos segundos.<br /><br />F.- ¿Y tu horario?. ¿Qué te parece tu horario?. ¿Crees que necesitarías más tiempo libre para estar con tu familia?. Tienes dos hijos, ¿no?. Recuerdo haberlos visto en la jornada del verano pasado. Uno de quince y otro de trece.<br />E.- Adrian y Héctor. Así es.<br />F.- Y tu mujer, tu mujer...Espera. Sí, Maribel. Ya recuerdo. Mi mujer se hizo instantáneamente amiga de ella. Creo que han quedado incluso un par de veces para ir de compras. Me ha hablado muy bien de ella.<br />E.- Estás muy bien informado. Maribel, en efecto. Lo que no sabía es que había quedado con la tuya. Lleva bastante en secreto sus salidas sociales.<br /><br />Nuevas risas<br /><br />F.- ¿Echas de menos estar más tiempo con tu familia?.<br />E.- No. Creo que no. Gracias a mi horario he conseguido conciliar perfectamente mi vida laboral y mi vida personal. Me puedo permitir el lujo de llevar a mis hijos al colegio, y de recogerlos por la tarde. Cualquier padre amante de sus hijos mataría por estar en mi lugar.<br />F.- Podría decirse, entonces, que estás bastante satisfecho con tu situación laboral, ¿no es así?.<br />E.- Si, creo que si.<br />F.- Entonces, Emilio, dime una cosa. ¿Porqué estás tratando de joder a la compañía?.<br /><br />La entrañable complacencia y aparente felicidad se ha borrado de repente de la cara de Fermín. Se inclina hacia delante y apoya los brazos sobre el tablero de cristal de su mesa de despacho. Emilio ha empalidecido de repente.<br /><br />E.- ¿Cómo?. No te entiendo, Fermín.<br />F.- Sabes de sobra de lo que hablo, Emilio. El informe Cornel no deja lugar a dudas.<br />E.- ¿El informe Cornel?. ¿Qué es eso?. Se habla, se rumorea más bien sobre el, pero nadie sabe a ciencia cierta de su existencia. Todo el mundo cree que no es más que una leyenda urbana.<br />F.- Pues no lo es, Emilio. Lo que ocurre es que nunca se saca a la luz, salvo que el caso lo requiera, y tu caso es uno de los más singulares de los últimos tiempos, créeme.<br />E.- Pues no entiendo nada.<br />F.- Voy a intentar explicártelo muy claro, para que lo entiendas. Ni que decir tiene que nada de lo que hablemos ahora en este despacho puede llegar a oídos de ningún empleado de la compañía. El informe Cornel es confidencial para cada persona, y en la elaboración del mismo están implicadas organismos e instituciones al más alto nivel, tanto nacional como internacional. Eres un profesional, y sé de sobra que llevas en la sangre el concepto de honestidad, así que no tengo ningún reparo en ponerte al corriente de tu ficha en Cornel.. No me quedaría más remedio que crujirte el alma si rompieras la confidencialidad.<br /><br />Fermín saca del interior de la carpeta negra una pequeña hoja plastificada.<br /><br />F.- Veamos... Sí, aquí está. Básicamente es sencillo. Se trata más o menos de analizar tu grado de consumismo con relación a lo que ganas. Aquí dice que tu grado está muy por debajo de lo que se considera la media. Sin ninguna razón aparente, todo hay que decirlo, porque terminaste de pagar la hipoteca de tu casa hace más de diez años, así que no existe ningún atenuante que pudieras alegar ante una situación como la tuya.<br /><br />E.- ¿Ningún atenuante?. ¿Es que se me considera culpable de no consumir?<br /><br />Fermín sonríe<br /><br />F.- No, hombre, tanto como culpable...Digamos que, en una sociedad tan difusa como la nuestra, en la que se han borrado todas las etiquetas, se valora más un comportamiento mas...Mas acorde con los tiempos que vivimos, para que lo entiendas. Existen personas en la compañía que ganan bastante menos dinero que tu, y sin embargo consumen más.<br /><br />E.- ¿Y como se sabe lo que consume cada uno?<br />F.- Eso es muy sencillo, Emilio. Hay un entramado de comunicación que lo conecta todo. Mira, te voy a poner un ejemplo. Emilio Sánchez, ¿no es así?.<br />E.- Si, si. Sánchez es mi apellido.<br /><br />Fermín teclea el nombre, y casi al instante, aparece en el monitor un listado de videos. Elige uno al azar y lo visualiza. Emilio observa con expresión de incredulidad.<br /><br />F.- Mira. Eres tu, entrando en Zata el día...Si, el día 18 de Enero. Esa es tu mujer, ¿verdad?. Bueno, voy a pasarlo un poco rápido...Así. ¿Ves?. Sales del local sin comprar nada. Una pequeña muestra. Estos videos los manda a Cornel la tienda que sea, o los graba Cornel, no lo sé, pero todo está conectado. En esas ocasiones, lo que estaría mejor visto es que compraras algo, aunque fuera simbólico. Al parecer también tienes la tarjeta del Corte Galés, y en los tres últimos meses no tuviste ningún movimiento. Cornel recibió una notificación del Corte de las más peligrosas. Etiqueta roja, no te digo más. Tu mujer, cuando salió con la mía, tampoco compró nada. En realidad, aquello fue un poco el detonante, el motivo para que me fijara un poco más en ti. Joder, Emilio, es que vas a cenar por tu aniversario de bodas, y ni siquiera pides vino, coño. Aquí tengo tu cuenta del Tatarfi. Y no voy a entrar en el local que escogiste. El Tatarfi. Un aniversario se merece un poco más de categoría, ¿no te parece?.<br />E.- Pero vamos a ver...No sé por donde empezar. ¿Estás diciéndome que se investiga la vida privada, los movimientos y los gastos de cada empleado de esta compañía?.<br />F.- No, no, Emilio, no te equivoques...De esta, y de todas, las compañías –Fermín enfatiza la palabra todas-. Es muy simple. Se empieza con los índices de audiencia. ¿Qué trabajo cuesta dar un pasito más?. Lo que ves, lo que te gusta, lo que más lees...Una cosa lleva a la otra. Lo que consumes, lo que ahorras. Vamos a ser sinceros, Emilio: existen serias sospechas de que estás ahorrando, y eso está muy, muy mal visto. Se te ha visto en varias ocasiones saliendo de la ciudad, y los satélites te han localizado en escenarios idílicos, a la orilla de un río, cerca de la provincia de Guadalajara. Sabes de sobra que está bastante en desuso la actitud rural. Hubo una época en la que ese comportamiento estuvo a punto de terminar con los pilares básicos de convivencia que las compañías habían conseguido levantar, pero todo eso se acabó, ¿me oyes?. Se acabó. Ya no hay lugar para la emotividad, para lo arcaico, y el mundo rural es anticuado, antieconómico y contraproducente.<br /><br />E.- Bueno, estoy ahorrando una pequeña cantidad cada mes, si. Quiero comprarme una barca y una buena caña de pescar.<br /><br />Fermín da una palmada y levanta las manos.<br /><br />F.- ¿Ves?. Ahí lo tienes. ¿Eres consciente del peligro real que supone ese salto a lo bucólico?. Soledad, misoginia, depresión, falta de rendimiento...Os venden la moto de la paz interior, del placer de no hacer nada, de la quietud y la paz, y caéis como moscas. Cada vez menos, afortunadamente, pero todavía sois muchos los trogloditas en potencia a los que no os importa que esta sociedad, levantada con esfuerzo e ilusión, pueda venirse abajo. Por suerte, el sistema no se ha aborregado tanto como las personas que lo integran, y ha sabido crear los medios, los mecanismos precisos para defenderse de la innata insensatez del ser humano. El informe Cornel es una muestra de ese eficaz sistema, pero existen muchos otros. Tenemos también constancia de que te llamaron los de Seguros Petra para ofrecerte un seguro de vida, y rechazaste la oferta, cuando era una de las más ventajosas.<br />E.- ¿También escucháis las llamadas privadas?.<br />F.- No todas. Las relacionadas con asuntos comerciales, solamente. Las privadas, solo si la persona a escuchar es sospechosa de mantener actitudes inconformistas.<br />E.- Bueno, está bien. No voy a intentar cuestionar la legalidad de todo esto...<br />F.- Puedes cuestionarla si quieres, pero no te valdría de nada. La mitad de la plantilla de Cornel está compuesta por ingenieros abogados.<br />E.- Ya, ya, lo supongo. Lo que no se me ocurre intuir es qué va a pasar ahora.<br /><br />Fermín se encoge de hombros y abre los brazos.<br /><br />F.- Pues en tus manos está, Emilio. O formas parte del sistema, o te sales de el. Así de sencillo. A la compañía no le interesa tener un disidente, y más cuando tienes personas a tu cargo, y personas que además te respetan, te aman...Y podrían convertirte en una referencia, no sé si me entiendes. Con el tiempo y su acercamiento personal y emotivo hacia ti, hasta podría darse el caso de que acabaran pensando como tu, y eso, Emilio, es un reguero de pólvora que podría llegar a hacer daño. Un daño ligero, pero engorroso.<br />E.- Pero soy un técnico inmejorable. He ganado premios, estoy en los primeros puestos del ranking interempresas... Supongo que a la Compañía le dolería desprenderse de alguien como yo.<br />F.- Todo eso son falacias, Emilio. Salpicaduras al ego de los empleados, para que tampoco se adormezcan en los laureles. Créeme. A la compañía le interesa más el más fiel y acomodado al sistema, que el más completo de los profesionales.<br />E.- El más borrego, querrás decir.<br />F.- Míralo como quieras, pero esa forma de verlo no dice mucho en tu favor.<br /><br />El teléfono móvil de Emilio comienza a sonar.<br /><br />E.- ¿Si?... Ah, sí, sí, soy yo, Maribel... Ya, ya, ya me acuerdo. No... Escucha... No, es que no va a poder ser... No, verás, es que el lunes tenemos que entregar un proyecto, y voy a tener que trabajar en casa el fin de semana...Si, si, algo urgente...Pues nada, anúlalo, ya iremos en otra ocasión... –Emilio enrojece de repente y mira a Fermín-. Ya, ya, pues dile que ya estrenaremos en otra ocasión la caña de pescar que se ha comprado...Vale, vale, cariño...Te tengo que dejar. Estoy a punto de entrar en una reunión.<br /><br />Fermín se levanta y se coloca al lado de Emilio, colocando una mano amigable encima de su hombro. Emilio guarda el móvil y se levanta.<br /><br />F.- Bueno, no está mal. Podría considerar la llamada que acabas de tener como una declaración de intenciones.<br />E.- Si, sin duda. Puedes considerarlo como te de la gana. Si no tienes nada más, me gustaría rematar un listado antes de salir.<br />F.- Por supuesto, Emilio, por supuesto. Por cierto: supongo que os acercareis al Plutonio este sábado, ¿no?. Lo inauguraron el miércoles pasado. Dicen que es el Centro Comercial más grande de Europa.<br /><br />Emilio se encoge de hombros<br /><br />E.- Supongo...<br /><br />Fermín tiende su mano. El otro la mira sin demasiado entusiasmo un momento antes de estrecharla.<br /><br />F.- Muy bien, Emilio. Me ha alegrado mucho mantener esta charla informal contigo. Te deseo un gran fin de semana. Que te diviertas.</span></div>FELIX JAIMEhttp://www.blogger.com/profile/04311777712275631746noreply@blogger.com2