sábado, 21 de junio de 2008

Que bonito es el amor...


Fabiola miró por la ventanilla situada a su izquierda. La gente seguía entrando en el avión, cada vez más lentamente. Miró su Raymond Weil de la serie cuarzo. Apenas faltaban quince minutos para el despegue del aparato. Quince minutos para dejar atrás todo su mundo. Quince minutos para que su vida diera un vuelco de ciento ochenta grados. Miró otra vez por la ventanilla.

Y entonces le vio.

Si. Estaba segura. Era Estéfano, sin duda. Alto, moreno, repeinado, le vio a través de las ventanas de la sala de espera que comunicaba con el pasillo de embarque al avión. No podía creerlo. ¡Había venido!. Después de dos semanas de crisis, de apenas verse, de haberse tirado los trastos a la cabeza, Estéfano estaba allí, corriendo en la sala de espera, con un ramo de flores en la mano. Fabiola se levantó del asiento como impulsada por un resorte. Los otros pasajeros de business class se asustaron ligeramente al ver a aquella chica lanzarse de nuevo a la puerta de salida.

- Tengo que salir del avión.

La azafata se dirigió a ella con la mejor de sus sonrisas.

- Señorita, ya no se puede salir del avión. Vamos a despegar. Señorita, por favor...

Fabiola, sin intención, tuvo que darle un empellón a la azafata, para poder salir entre ella y una señora gruesa con camisa hawaiana que entraba en aquel momento. Fabiola no escuchó los gritos que dejaba a su espalda. Su corazón, que latía desbocado, no le permitía escuchar nada. Estéfano había venido a buscarla, y eso era lo único que le importaba en la vida.

- ¡!! Fabiola ¡!!

El desesperado y desgarrador grito de Estéfano le puso alas en los pies. Corrió por el pasillo de embarque, ante la sorpresa de los últimos pasajeros que subían al avión, que tenían que apartarse para dejar paso a aquel huracán femenino que corría desesperadamente hacia el amor de su vida.

Allí estaba. Fabiola saltó ágilmente la barrera que habían colocado para cerrar el pasillo de embarque. Estéfano, con sonrisa radiante, visiblemente alterado a causa de la carrera, la recibió con los brazos abiertos.

- ¡!! Fabiola ¡!!. Te quiero, Fabiola.
- Estéfano. Estéfano...
- Por favor, no te vayas. No puedo vivir sin ti, Fabiola.
- Pues claro que no, Estéfano, pues claro que no me voy. Yo también te quiero, Estéfano, amor mío

Fabiola y Estéfano se fundieron en un interminable abrazo. Estéfano la cogió entre sus fuertes y bronceados brazos, y giraron, giraron mientras sus labios se fundían en un beso de amor eterno.
Un beso que se interrumpió cuando se escucharon, fuertes y claras, las palmadas que estaba dando el comandante del avión. Unas palmadas sonoras, secas, lentas. Estéfano y Fabiola miraron extrañados sin dejar de abrazarse.

- Bravo, bravo –dijo el comandante. A su lado estaban el copiloto, con los brazos cruzados, y dos azafatas. Una de ellas se frotaba el hombro derecho-. Estoy radiante de felicidad. Que bonito es el amor.

- Ha sido ella, comandante –la azafata que se frotaba el hombro señalaba a Fabiola con la mano-. Al salir me ha dado un empujón, me he ido hacia atrás y me he golpeado el hombro con el extintor.

- Muy bonito, muy bonito –dijo el comandante-. Y ahora, después de este espectáculo, ¿qué vamos a hacer, señorita?.

Fabiola dejó de abrazar a Estéfano. Este se alejó ligeramente, con el ramo todavía en la mano. Cuando se dio cuenta, se adelantó y se lo entregó a Fabiola, que lo recibió con una sonrisa. Una sonrisa que se borró al instante de su cara cuando empezó a responder al comandante.
- ¿Cómo que qué vamos a hacer?. No le entiendo.
- Pues eso, que qué vamos a hacer, que qué va a pasar. Que si sale el avión o no sale, vaya.
- Bueno, yo me quedo, y el avión sale, supongo...
- Pues supone usted mal. Vamos a ver como está la situación. Por favor, sobrecargo, dígame qué ha facturado esta señorita.
El sobrecargo miró la lista que llevaba en la mano.

- Tres trolleys grandes y un baul de cuero.

El comandante hizo un gesto de fastidio.

- Vaya por Dios. La señorita...-miró la lista que le enseñó el sobrecargo- Fabiola de la Peña viaja con cuatro bultos. No podía llevar solo el equipaje de mano, no. Es de las que salen con toda la casa a cuestas.

Fabiola cogió de la mano a Estéfano.

- Estéfano, cariño, vámonos. No entiendo nada.

El comandante avanzó un par de pasos, hasta ponerse a la altura de la pareja. Por la puerta del pasillo apareció la cabeza de una señora con gafas de montura de carey.

- ¿Pasa algo, comandante?. Ya llevamos unos cuantos minutos de retraso.

El comandante se volvió irritado hacia la pasajera.

- Usted vuelva a su asiento, señora, por favor. Nadie le ha dado vela en este entierro.
La mujer desapareció para volver al avión.

- Mira, Fabiola –el comandante hablaba en voz baja, conciliador-. La situación es la siguiente: tú te quedas, pero tienes cuatro bultos bastante grandes en el avión, y hay que sacarlos, y eso nos va a retrasar más de lo deseado. Hay pasajeros en ese vuelo que tienen que tomar otros aviones en su destino, que viajan con hora, ¿entiendes, Fabiola?.

A Fabiola se le iluminó el rostro.

- Pero eso tiene una solución muy sencilla. ¡!!Quédense con mis maletas!!!: No me importa en absoluto. Tengo a Estéfano, y con eso me basta.

La pareja volvió a fundirse en un abrazo.

- Te quiero, Fabiola –dijo Estéfano a punto de estallar de alegría-.
- Ya, ya -dijo el comandante colocando tímidamente una mano en el hombro de Fabiola. La pareja volvió a separarse-, pero es que resulta que no es tan sencillo. No podemos permitir que nadie que haya facturado se quede en tierra. Compréndalo, amiga. Sería muy sencillo que cualquier terrorista hiciera eso para volar un avión. Las nuevas normativas aéreas no nos permiten hacer eso.

En esta ocasión fue Estéfano el que se encendió. Su rostro se enrojeció, lo que unido a su tratamiento de rayos UVA, le proporcionaba un aspecto bastante raro, como si su cara se hubiera puesto en technicolor.

- ¿Está usted insinuando que Fabiola podría ser una terrorista?. Mire, no le consiento...
- Que me consienta usted o no me la trae bastante floja –dijo el comandante sin levantar la voz-. Les estoy contando las cosas como son.

En aquel momento se presentó en la escena un hombre gordo, medio calvo, con la camisa sudada y con visibles manchas de grasa fuera del pantalón. Al llegar a la altura de la pareja preguntó.

- ¿Qué ha pasado?.

Estéfano se volvió sonriendo y abrazó a Fabiola.

- Me quiere.
- ¿Quién es este hombre? –preguntó Fabiola-.
- El taxista que me ha traído hasta aquí. Ha tardado quince minutos desde Serrano hasta el aeropuerto. Un figura.

Fabiola sonrió.
- Encantada. Pues si, le quiero.
- Pues entonces –dijo el taxista-, todo arreglado. Qué bonito es el amor. ¿Les llevo a algún sitio?.
- Usted –intervino airado el comandante- váyase a cuidar su huerto (1), y déjese de historias.

El taxista miró a Estéfano.
- ¿Pero qué dice este tío?.

Estéfano se encogió de hombros.

- No es tan fácil. Fabiola tiene sus maletas en el avión, y hay que esperar a que las saquen.
- ¿Pero qué cojones les están contando?. ¿Es que son ustedes tontos?. Ustedes están enamorados, salen del aeropuerto y comienzan a vivir una vida feliz juntos, y fin de la historia.
- Usted vaya a cuidar su huerto –volvió a decir el comandante-.
- El huerto que lo cuide su puta madre –los ojos del taxista se convirtieron en dos brasas-. No te jode...Después de la carrera que me ha dado este tío, que venga, que corra, que corra, que no llegamos, que venga, que si Fabiola por aquí, que si Fabiola por allá...Por culpa de Fabiola es muy posible que me haya pegado un subidón de adrenalina de puta madre, y a ver quien que me compensa a mi si me pega un infarto, no te jode... Y resulta que na, que todo eso, pa na, que por un capricho del piloto, se va a joder una historia de amor como esta.
- Es que da la puñetera casualidad de que no es la primera vez.

La voz procedía del pasillo de embarque. Un hombre alto, joven pero con el pelo canoso, situado al lado de la mujer con gafas de montura de carey, se dirigía decidido hacia el grupo.

- Venga, Fabiola, diles la verdad a estos señores.

Fabiola enrojeció sin poderlo evitar.

- ¿Qué haces tu aquí?
- Pues lo mismo que pretendías hacer tu. Rehacer mi vida. Comandante, esta mujer ha parado ya, en lo que lleva de vida, tres aviones, siete trenes y un barco. Le encanta eso. Once hombres completamente enamorados, que han jurado amor eterno, han llegado a última hora para cogerla entre sus brazos. Eso, sin contar los efectos colaterales de esos once hombres y los respectivos taxis que tuvieron que jugarse la vida entre las calles para poder hacerles llegar a tiempo. Yo fui uno de esos hombres. Fuimos felices durante casi cuatro meses, pero la cosa se acabó. Supongo que porque ya no tenía sentido que siguiéramos paralizando medios de transporte. Lo siento, Fabiola, pero cada vez te va a resultar más complicado seguir jugando a esto. Las normas son cada vez más estrictas, las puertas de los trenes ya no se pueden abrir para saltar en el último momento, los andenes son cada vez más cortos, y no te dejan correr mientras gritas tu amor...Esta cuestión se está complicando. Cuando había que bajar a la pista para subir al avión, o cuando los aviones eran tan pequeños como el de “Casablanca”, el amor resultaba sencillo. A veces, hasta el comandante del avión oficiaba la boda, pero hoy en día es imposible. Lo siento, Fabiola.

Estéfano soltó la mano de Fabiola. Parecía entristecido.

- Fabiola, ¿es eso verdad?.
- Si, Estéfano, pero yo te quiero.
- Y yo a ti, Fabiola, pero podré sobreponerme. Anda, coge ese avión. Hoy serías feliz a mi lado, pero mañana te arrepentirías. Lo importante es que seas feliz durante toda tu vida.
- Gracias por comprenderme, Estéfano. Adiós.
- Adiós, Fabiola. Hasta la vista. Perdona. ¿Te importa devolverme el ramo?.
- A, no. Claro, perdona. Toma.

Estéfano se alejó con el taxista.

- ¿Quiere que le lleve a algún sitio?.
- Si. Al club de tenis Chamartín. Es posible que Purita Cepeda todavía no haya empezado sus clases y quiera tomar una copa conmigo.

El taxista sonrió.
- Qué bonito es el amor.

El comandante puso una mano amable en el hombro de Fabiola mientras enfilaban el pasillo de embarque.

- No se preocupe. Ya verá como todo se arregla.

Fabiola sonrió y le dirigió una tierna mirada al hombre del pelo blanco, que se había puesto a su lado.

- ¿Sigues con Amalia Tejedor?.
- No. Aquello se terminó. Amalia se enamoró de su profesor de Pilates.
- A, vaya. Que interesante.

Cerrando el grupo caminaba el copiloto con la azafata del hombro dolorido, que no podía contener unos gruesos lagrimones.

- ¿Porqué lloras? –preguntó el copiloto-.
- No puedo soportar las historias de amor con final feliz.

(1) Verídico. Los taxistas de la T4 del aeropuerto de Barajas cuidan un pequeño huerto para amenizar la espera.

10 comentarios:

HijaDelAndasolo dijo...

Amor express...

HijaDelAndasolo dijo...

Y lo dicho...cada relato escrito por vos y que leo, resulta mágico...es que qué facilidad para decir las cosas tal cual!

Saludos, Juana.

Unknown dijo...

¡Anda! ¿Así que ese es el motivo de tantos retrasos en los vuelos?
Muy bueno felixon, muy bueno y original, tienes una mente prodigiosa. ¿Sabes? Yo metería este relato en una comedia, seguro que tiene más éxito que algunas que andan por ahí, Sería una comedia romántica algo irregular y divertida.
Un saludo

Anónimo dijo...

He pensado que voy a escribir una serie de relatos que traten de lo que ocurre después de todos los topicazos cinematográficos y literarios que nos han acosado durante toda nuestra vida. ¿Os imaginais lo que les ocurrió a la Cenicienta y al principe después de casarse?. ¿Os imaginais la monótona vida de Ingrid Bergman y Viktor Lazslo después de dejar tirado al pobre Bogart en Casablanca?. Puede ser un filón, amigas.

Gracias por vuestros comentarios. Un beso muy fuerte.

Unknown dijo...

¡Fantástica idea! será divertido leerlo.
Un saludo

ty dijo...

Sí señor, mucha soltura para explicar las cosas, sin tecnicismos ni palabruscas que entorpezcan el sentido del relato.
Por otra parte, un relato con mucho mucho humor. Enhorabuena, me ha encantado. Leeré el resto de relatos de tu blog, ya que mi escasa economía impide comprarlos.
Un saludo!
Sara.

PD.: Se te ha escapado un "a" de admiración al que le falta una "h" a la derecha, y alguna palabra sin acentuar.

Anónimo dijo...

Hola, llego tarde, pero gracias una vez más por hacerme sonreir.

Y la idea de saltarse los topicazos es genial, ya veremos lo que se te ocurre que imaginación no te falta.

Un beso.

TdeL dijo...

¡Hola!
Pues llego más tarde que Edda....
Pero me uno al animo para que escribas esos relatos.
Y yo entraba por otra cosa: Me acabo de enterar que hoy, 30 de Agosto, se celebra la onomástica de todos los FELIX, así que me he venido a felicitar a mi amigo FELIXÓN.
También te he dejado una felicitación en el foro, ya sabes, ese que tienes tan abandonadito.....
Besos.AlmaLeonor

Anónimo dijo...

Sara yooo, Edda, Alma Leonor...Gracias por vuestras palabras de apoyo y de ánimo. Alma, lo de mi santo ya huele un poco. Resulta que hay San Felix repartidos por casi todos los meses del año, y nunca sé cual es el bueno, pero bueno, si tu dices que este es el oficial, pues te haré caso, y lo celebraré conmigo mismo y con la familia. En cuanto a lo del foro, tienes toda la razón, pero es que al principio del verano me metí en unos cuantos foros, y los vi tan abandonaditos, con todo el mundo de vacaciones, que he esperado a que termine Agosto para retomar la buena costumbra de visitaros, a vosotros y a todos los demás, así que nada, a partir de la próxima semana estaré otra vez dando el coñazo, no te preocupes, que en eso ya sabes que soy todo un campeón.

Besos a las tres, y gracias otra vez por vuestros comentarios

TdeL dijo...

¡Hola!

Felixón, estamos en septiembre..........

Besos.AlmaLeonor