lunes, 31 de marzo de 2008

Amaretto mortal


Es extraña la amistad entre dos mujeres, si es que existe tal concepto. De niña me costaba hacer migas con alguien. Enseguida me sentía traicionada, sobre todo cuando veía a mi amiga de toda la vida, a mi amiga “de la muerte”, como decíamos en el colegio, del brazo de otras dos chicas, normalmente enemigas del alma. La hasta entonces amiga me miraba, me señalaba con el dedo, y se reía de mi, se descojonaba, hasta el punto de que a más de una le salía el aparato bucal despedido por la risotada, y así una y otra vez, un par de amigas del alma por curso, más o menos, que no me duraban ni cuatro meses.

Con la edad, una va aprendiendo, entendiendo la naturaleza humana, tan sencilla en los tíos y tan complicada entre tías. Tu amiga del alma al principio te soporta, después te lleva de compras, sales con ella de copas un par de veces, y ya se puede decir que es tu amiga para toda la vida. Hasta que le dices que ese grano en el culo la hace muy fea, o que tiene el mismo pelo que un paso de una procesión. Todas las confidencias que le hayas hecho hasta ese momento pasarán automáticamente al capítulo de armas en tu contra, y por una simple apreciación fruto de la sinceridad que se supone que tiene que existir entre dos amigas.

Para eso de la amistad, los hombres son más simples. Mi Tono, por ejemplo, es íntimo amigo de Juanmi, el de la pescadería, y cada sábado por la noche, después de la sexta copa, más íntimo todavía. En ese momento, con la boca pastosa y los ojos lacrimosos, Juanmi y mi Tono se abrazan, emocionados, diciéndose esa frase que tantas veces he escuchado: “Eres un tío...Eres un tío...De puta madre, coño. Eres un colega de verdad. Pídeme lo que quieras, tío. Eres auténtico, joder, tío. Dame un beso...” y aquí es donde ya nos interponemos Charo, la novia de Juanmi, y yo, porque si no, aquello puede acabar como el rosario de la aurora.

Y fíjate, con Charo no me llevo ni medio bien, porque es una tía demasiado fashion, demasiado Holiday gim, qué se yo. Solo sabe hablar de Pantenes y de Loreales, “porque yo lo valgo...”, parece que te está diciendo a cada momento, y ya me tiene harta, siempre con la misma cantinela, cansina ella.

Con la que me llevo fenomenal es con Puri, la farmacéutica. Y la cosa empezó como si nada, por un par de veces que quedamos para tomar café, porque cuando yo salía de la peluquería, ella cerraba también la farmacia, y nos cruzábamos, y un día me dijo eso, que si quería tomar un café, y yo accedí, y resultó que era una tía de lo más simpática. No es que sea guapa, que no lo es, sino más bien fea, pero es que le importa un carajo. Tiene un novio majísimo, según las fotos que me ha enseñado, y siempre está abriendo la boca, exagerada, cuando le enseño fotos de los abdominales de mi Tono, que es que se los curra todos los días. Bueno, pues así empezó la cosa, y de ahí no ha pasado todavía, y no sé porqué, pero me da la impresión que la amistad con la Puri va a continuar, porque la amistad, la amistad de verdad, entre dos mujeres, empieza con las confidencias, y confidencia más grande que la que le hice yo a la Puri, hace ya tres meses...Confidencia más grande que esa, es complicada de imaginar

- ¿Porqué no te pones las gafas en la cabeza? –me preguntó la Puri mientras nos tomábamos un frapuccino con chocolate- con lo bien que te quedan, mujer.

Ahí sentí algo. Sentí un impulso que no había sentido desde que le enseñaba, a mi amiga del alma de turno del colegio, mi colección de tebeos de “Esther” y mis libros de los “Hollister”. Y sentí también que en aquella ocasión, la Puri no me iba a abandonar agarrada a los brazos de las dos tías más pedorras del colegio.

Claro, que había una diferencia: lo que le enseñé a Puri tampoco tenía mucho que ver con los tebeos de “Esther” o los libros de “Los Hollister”. Me levanté el lado derecho de las gafas. Solo un poquito, y sin decir nada. Puri empalideció tanto, que el colorete que se había dado antes de salir de la farmacia pareció que se ponía en tres dimensiones.

- ¡Madre del amor hermoso!. Pero criatura, ¿quién te ha puesto el ojo así?. Y no me digas que te has dado contra una puerta, que no me lo creo.
- No, hija, que más quisiera yo. Con un armario, si acaso. Ha sido mi Tono –cuando dije “mi Tono” gimoteé un poquillo, como unas verdadera profesional-.
- Pues menudo hijo de puta que está hecho.
- Lo sé. Ya no aguanto más.
- ¿Te pega desde hace mucho tiempo.
- No. Desde ayer, pero ya no aguanto más. Cada día está más violento. Todos los días viene mamado a casa. Sale del parking, encabronado, porque a todo el que entra le ascienden a los dos días y se lo llevan de segurata a un banco o a un hotel, y el sigue ahí, chupando monóxido, que lleva ya más de veinte años bebiendo de la manguera del garaje y vomitando después, que esa agua no hay quien se la beba, y claro, sale y se emperejila, porque tiene la moral por los suelos, y la tiene que poner otra vez en su sitio, y se enrolla con uno y con otro, y se coge una cogorza de padre y muy señor mío.
- Y llega a casa y te da una paliza.
- No. Hasta ayer no. Ayer discutimos, y me soltó una leche. Yo le solté a el otra, y se echó a llorar. Después hicimos el amor, como siempre, como ya te he contado –la forma en que hacemos el amor con nuestra pareja creo que es una de las cosas que primero se le cuentan a una amiga, por muy reciente que sea-, en plan sesenta y nueve, el amorrado al pilón, después de embadurnármelo de Amaretto di Saronno, y yo a su picha, a palo seco. Es lo que más le gusta, y a mi también la verdad.
- Ese licor es muy caro.
- El oficial. El que tenemos nosotros lo compramos de oferta en el Lidl. Sale muy bien de precio.
- Bueno, pues con Amaretto o sin Amaretto, con sesenta y nueve o sin el, no se lo puedes consentir, Carmen, mujer, que esto siempre va a más.
- Le voy a dar una oportunidad, y ninguna más. La próxima vez que me toque, me divorcio.

Y así quedó la cosa. Y el hijo de puta del Tono, que cada vez estaba más cabreado con su jefe, pero no se atrevía a levantarle la voz porque, en el fondo, el Tono, mucho musculito y mucho gimnasio, pero era un auténtico gilipollas, me respetó durante un par de días, pero al tercero me volvió a amoratar un ojo, esta vez el izquierdo, para compensar, y cuando lo vio, la Puri se puso hecha una fiera.

- ¿Pero es que se ha atrevido a tocarte otra vez?.
- Ya lo ves, mujer.

La Puri cada vez empalidecía menos. La fuerza de la costumbre de verme hostiada cada día, supongo. Porque, a las tres semanas, los moratones se repetían diariamente. Para aquel entonces, Puri y yo éramos ya amigas para toda la vida, íntimas, pero de verdad, así que no dudé ni un momento en decirle lo que le dije, mientras ella sorbía ruidosamente (Puri es muy viajada y sabe perfectamente que sorber es un signo de educación en Japón) su frapuccino de fresa.

- Ya estoy hasta el mismísimo moño. Voy a cargarme a Tono. Ya no puedo aguantarlo más. Entre el puñetazo y el sesenta y nueve regado en Amaretto, me tiene hasta las narices.
- ¿Y como vas a hacerlo?. Tono es muy fuerte.

Probablemente, otra cualquiera me hubiera dicho “no, tía, eso es una barbaridad”, o “ni se te ocurra, que luego vas tu a la cárcel”, o incluso “venga, mujer, dale otra oportunidad”, pero Puri no. Ahí, Puri me demostró que era una amiga de verdad. No dejó ni de sorber mientras me preguntó eso con toda naturalidad, sin levantar siquiera la vista del vaso. La verdad es que me descolocó un poco, porque no tenía nada pensado.

- Pues la verdad es que no tengo nada pensado.
- Pues yo si. Desde que me contaste la situación, desde el principio, se me ocurrió la idea. Venga, tómate tu Brownie, y acompáñame un momento a la farmacia.

Aquella noche, Tono llegó a casa más pasado de vueltas que de costumbre. Su jefe había decidido, así, el solito, que Tono no tenía porqué llevar hombreras en su uniforme de segurata, y Tono se había mostrado arisco. Todo esto me lo contó Tono mamado perdido, con la parte de debajo de la mandíbula para un lado y la de arriba para el otro, como un auténtico engendro. Después, se fue calentando el solo, como todos los días desde hacía poco tiempo, y me soltó dos bofetadas, a las que le respondí con una patada en los huevos que le dejó tirado y llorando en el suelo. Hasta me dio un poco de pena, pero se lo merecía, el muy cabrón.

Me tumbé en la cama mientras Tono aullaba de dolor, y me embadurné con el Amaretto. Esa noche me había puesto un sujetador de cuero negro que habíamos comprado a través de un catálogo que le había dejado Juanmi a Tono. Era el que más le gustaba. Poco a poco, los bufidos de dolor cedieron su lugar a bufidos a secas, a bufidos de camionero en celo. Poniendo la voz más putanesca que pude, y pasándome la lengua por los labios, le dije:

- Ven a la cama, cariño. Te estoy esperando.

Tono iba tan salido, que aquella noche terminamos pronto. Por un momento tuve miedo de que no le hubiera dado tiempo a lamer todo el Amaretto, pero no fue así. El ansia le perdió.

Se puso boca arriba, como siempre, pero esta vez, en lugar de sonreir como un abúlico, como hacía siempre, se le crispó la boca, se puso, por este orden, blanco, amarillo, azul celeste, y cuando llegó al morado (un tono muy bonito de morado, todo hay que decirlo. Seguro que el próximo bolso que me compre lo busco de ese tono), se retorció como una rama de olivo, que parecía que se iba a partir por la mitad, se cayó de la cama, se le pusieron los ojos como platos, y dejó de respirar, la criatura. Por un momento me dio un poco de pena, pero ya no había vuelta atrás.

Puri tenía razón. La cosa había sido bastante rápida. Me fui al baño, y me lavé bien los restos de Tono y de Amaretto. Supuse que también tendría razón Puri, por la cuenta que me traía, cuando me dijo que el brebaje que me había dado no dejaba huellas, y que en cualquier caso, siempre podría decir que Tono se había suicidado, aunque fuera sin darse cuenta, el pobre.

Al fin y al cabo, resultaba muy sencillo equivocarse. Tanto el brebaje como el Amaretto despedían un fortísimo aroma a almendras amargas.

domingo, 23 de marzo de 2008

La segunda cena


Luis y María, pareja 1
Jose y Pilar, pareja 2

Luis.- No, Pilar, por favor, no saques más cosas, que voy a reventar, mujer.
Pilar.- Anda, no te hagas la víctima, que tu eres de buen comer. Venga, estas morcillitas de burgos me las han traído especialmente para mi unos amigos que tienen familia allí. Les he puesto un pimiento de piquillo con un trocito de ventresca, por la cosa del adorno.
Luis.- es que estos dos no ayudan nada, hay que joderse. Al final soy yo el que se pone como un cerdo.
P.- Luis tiene toda la razón. Jose, María, es que no coméis nada. Vaya dos.
Jose.- Mujer, claro que hemos comido. Lo que pasa es que eres una exagerada. Tu, la del pobre, antes reventar que sobre, y venga a hacer comida, venga a hacer comida. Te lo digo todos los días, que te pasas cuatro pueblos haciendo comida.
L.- Nada, Pilar, olvídate, que estos no saben comer. María tampoco. Cuando llego a casa, se ha comido un par de sanwichs de jamon york y queso, y con eso tiene bastante. Yo me tengo que preparar algo más sustancioso si no quiero morirme de hambre. Menos mal que estoy aprendiendo a cocinar.
P.- ¿A, sí?. ¿Y eso?.
María.- Se ha apuntado en una academia del barrio. Nada del otro mundo, no te creas. Un individuo con ínfulas de ferrán Adriá, que les está enseñando a hacer unos platos extrañísimos.
J.- Anda, que curioso.
L.- Ferrán Adriá, Ferrán Adriá...No tienes ni puta idea. Ferrán Adriá hace decostrucciones, y este se dedica a las espiritaciones.
M.- Lo que tu digas, pero yo lo único que sé es que te has gastado una gasta en probetas y cosas de laboratorio. Mira, Luisito, los útiles de cocina se compran en el Carrefour, en la sección de menaje. No conozco a nadie que se haya tenido que desplazar a una fábrica en un polígono industrial para comprarse una redoma para caldificar, por el amor de Dios.
L.- El Carrefour, el Carrefour...Estás más anticuada que la Chelito.
M.- Sí. Será eso
P.- Pues a mi me parece muy bien que un hombre se meta a aprender a cocinar. Ya era hora de que se dieran cuenta de que eso no es una actividad exclusiva de las mujeres.
J.- De eso nos hemos dado cuenta hace mucho tiempo, cariño. De hecho, los mejores chefs del mundo son hombres.
P.- Ya, ya, pero la que cocina en casa soy yo.
J.- Porque te gusta y porque lo haces muy bien. Si no fuera así, cambiaríamos el tercio.
P.- Si, pero tu serías incapaz de aprender a cocinar. Mira a Luis. Cuando se propone algo, lo consigue. No me negarás que tiene mucho mérito apuntarse a una academia de cocina.
J.- No, no lo niego.
P.- No lo niegas, pero tu no lo harías.
J.- Si tuviera que hacerlo, probablemente lo haría.
P.- No, tu no lo harías, porque no tienes espíritu.
L.- Pilar, estas morcillas están de muerte.
M.- Es verdad, Pilar, me he comido un trocito y están de muerte.
L.- Un trocito, un trocito...Esta sí que no tiene espíritu.
J.- Vaya. Menos mal. Pensaba que era yo solo.
M.- ¿En qué plato estamos?. A, sí, en el segundo. Ya le tocaba salir al tema del espíritu.
J.- Bienvenida al limbo de los que no tenemos espíritu.
L.- Jose tiene más espíritu que María, pero vamos, de aquí a Lima. Esta es tan tonta, que cuando va a comprar algo la engañan, porque no revisa las vueltas que le dan.
M.- Claro. Eso es verdad. ¿Para que?. Me da pereza ponerme a contar la calderilla con la bolsa de la fruta en la mano.
J.- Estás de coña.
M.- ¿Tú que crees?.
P.- Eso no es nada comparado con Jose. Cuando vamos de viaje, soy yo la que tiene que hacer las maletas, meterle los calzoncillos, los calcetines, porque es que a el no se le ocurre. Se tumba en la cama hasta el crítico momento de salir de casa. Es increíble.
L.- Bueno, bueno, no saques el tema de los viajes, porque en ese tema, a María hay que echarla de comer aparte. Es una inútil integral. Cuando salimos, soy yo el que tiene que marcar la ruta, mirar el plano, preguntar las direcciones de los monumentos. Esta se desorienta hasta en la pescadería del barrio. Desde luego, tiene toda la razón el que dijo que los hombres son de Marte y las mujeres no entienden los mapas.
M.- No es así, Luis, querido. Es “porqué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas”. Se trata de un libro.
L.- O que las mujeres son de Venus, me parece. Algo así.
M.- ¿Veis?. La prueba viviente de que los hombres no escuchan. No me ha hecho ni puñetero caso a lo que le he dicho.
J.- A ver si va a tener razón el libro...
P.- Pues no, no tiene razón, porque en nuestro caso pasa justo lo contrario. Soy yo la que organiza, la que hace la maleta, la que contrata los viajes. Jose no se ocupa absolutamente de nada. Hasta soy yo la que compra los carretes para las fotografías.
L.-¿Carretes?. ¿Es que todavía hacéis fotos en papel?.
J.- Pilar es una maniática de la fotografía tradicional. Aborrece las cámaras digitales.
P.- Es que es un coñazo eso de poner el dvd, ahora no funciona el sonido, con este sistema de televisión no se ven...No. Donde esté un álbum de fotografías tradicional, con sus fotos amarillas, esas esquinas que se despegan, sus plastiquitos para cubrir las hojas...
M.- Pero mujer, eso mismo lo puedes hacer con una digital, y con la ventaja de que puedes tirar todas las fotografías que te de la gana, sin temor a equivocarte, y luego elegir las que más te gusten. Y con los programas informáticos que hay ahora, te curras un álbum en sepia en un pis pas, si te da la gana.
P.- Si, pero yo no me convenzo. Es que además tenemos una cámara estupenda, y sería una pena desecharla.
J.- No os molestéis, que no la vais a convencer. Yo no tengo espíritu, pero es que Pilar no tiene evolución.
L.- Osea, que eres tu la que organiza los viajes, ¿no es así, Pilar?. Oye, voy a dejar de comer morcilla, porque voy a terminar poniéndome como un auténtico cerdo. Es que están buenísimas.
P.- Pues si. La última vez, el año pasado, en verano, nos fuimos a Port Aventura, y fui yo la que se encargó de todo.
L.- A, Port Aventura. Que bonito. Nosotros estuvimos hace un par de años, y lo pasamos de fábula. La verdad es que se lo han montado muy bien, el parque. Montamos en casi todas las atracciones. En las suaves, claro, porque no me iba a montar yo solo en el Dragon Khan, por ejemplo. Es que María es muy cobardona para eso. No le gusta nada desgastar adrenalina. Se la debe de estar guardando en un bidón para cuando le haga falta.
P.- Igual que Jose. A veces me da un poco de vergüenza montar el número cuando quiero que se suba a algo. La gente nos mira, extrañada de que sea yo la que empuje a un hombre a subirse a una atracción de más o menos riesgo.
J.- No tengo ninguna necesidad de arriesgarme a vomitar dando vueltas como una peonza.
M.- Eso es lo que pienso yo. Exactamente lo mismo. Y estoy convencida de que a Luis le viene bien la excusa de que a mi no me guste pasar un mal rato, porque si quisiera, montaría el solo. Lo que ocurre es que el está tan acojonado como yo, y me pone a mi de pantalla, porque sabe que, cuando me propone subir a una cosa de esas, voy a decirle que no. El día menos pensado voy a darle una sorpresa, y le voy a decir que si, que me apetece un montón subir a la lanzadera. A ver entonces si es tan valiente como lo que presume de serlo.
L.- Eso no lo verán mis ojos, querida. Sería yo el primero en no dejarte subir a la lanzadera, no fuera que te diera un infarto. Con lo acostumbrada que estás a moverte, a hacer algo de deporte...
P.- Yo estoy apuntada a clases de aeróbic, y la verdad es que me siento genial. El ejercicio viene muy bien. Intento que Jose haga algo de deporte, pero no hay manera.
L.- Yo me he apuntado a pádel. María se vino conmigo un par de días, pero se aburrió y lo dejó. Es que no hay manera de meterle en la cabeza que el deporte es vital para mantenerse en forma.
M.- Tus clases de pádel no eran más que una reunión de pijos. De dos horas que estabais, jugabais veinte minutos, y el resto del tiempo lo malgastabais hablando del último modelo de raqueta o de lo bien que le sentaba la faldita a aquella rubia de las tetas grandes.
L.- ¿Rubia de las tetas grandes?. No la recuerdo...
M.- Venga ya, Luis, que nos conocemos. Si quieres hacerte el gracioso delante de tus amigos del pádel, hazlo, pero sin que esté yo delante.
L.- Lo que pasa es que tu eres anti deporte. Nunca lo has practicado, y no te gusta nada.
P.- Igualita, igualita que Jose. Ni siquiera lo ve por televisión. Cuando ponen un partido, cambia de canal refunfuñando.
L.- Si, es que tu marido es muy culto.
J.- No tiene nada que ver una cosa con la otra. No me gusta el fútbol, y punto.
L.- Pues le gusta a todo el mundo.
J.- ¿Y por eso me tiene que gustar a mi?. Vaya una razón simple que me das.
L.- Es que si le gusta a todo el mundo es porque es bueno.
J.- No es ni bueno ni malo. Simplemente, o te gusta, o no te gusta, y a mi no me gusta. No creo que por eso sea ni bueno ni malo el fútbol
L.- Claro, no te gusta por lo que dice Pilar, porque eres antideportivo.
J.- Si porque no juegue al pádel o no vaya a mover el culo a una clase de aeróbic soy antideportivo, pues si, soy antideportivo.
L.- Como María.
M.- Si, Luis, cariño. Lo que tu digas.
P.- Bueno, y volviendo al tema de los viajes, ¿cuál es el que más os ha gustado de todos los que habéis hecho hasta ahora?.
L.- La costa Da morte, y toda la parte esa de Galicia. Lo pasamos estupendamente. Además fuimos con un grupo muy bueno. No se despistaba ninguno. Todos a la hora para salir del hotel, y todos en el autocar a la hora de volver. Es la vez en la que más suerte hemos tenido. En otras ocasiones nos ha tocado alguno que siempre llegaba tarde, o que armaba jaleo en el restaurante a la hora de comer.
M.- Es que nosotros siempre viajamos más o menos de la misma manera. Por España, y en grupo. Viaje organizado. A Luis le encanta esa forma de viajar.
L.- Porque es una tontería hacerlo de otra manera. A ver. Es lo que yo digo. Si no conoces tu país, ¿para que vas a salir fuera?.
J.- Si, visto así, tiene su sentido.
L.- Y no digas que no hemos salido de España, María, porque el año pasado estuvimos en Lanzarote.
M.- Eso es España, querido. Al menos de momento.
L.- Pero no es la península.
M.- Yo no he dicho que no hayamos salido de la península. He dicho que no hemos salido de España.
P.- Yo estoy de acuerdo con Luis. Donde esté la facilidad de que te lo den todo hecho. Te llevan, te traen, y te enseñan lo más interesante de cada sitio. Es muy cómodo viajar así. Nosotros tampoco hemos salido de España, pero el año que viene a lo mejor busco algo por el sur de Francia, o algo así.
L.- Buscas, claro, porque Jose no se moja.
P.- A, no, no, por supuesto.
J.- Yo voy donde diga mi mujercita.
L.- Joder, Jose, que fácil lo tienes todo. Como se nota quien es la que organiza la casa. Porque todo lo que estamos hablando no es más que eso, que uno de los dos es el que tiene que organizar, y en vuestro caso es Pilar.
M.- Y en el nuestro tu, querido.
L.- Hombre, yo creo que está claro.
P.- Vosotros dos os vais al lado cómodo. Os dejáis llevar.
J.- Claro. Es lo más cómodo. Y si intentáramos otra cosa, no nos dejaríais.
M.- Eso dalo por hecho.
P.- Bueno, Jose, hoy os toca fregar a María y a ti. Pon la cafetera, que Luis y yo nos vamos a repanchingar en el sofá.
J.- A tus órdenes, jefa. Vamos, María. Ayúdame a fregar y a preparar el café para los señores.

María y Jose se levantan y entran a la cocina, cerrando la puerta. Inesperadamente, Jose coge la cabeza de María y le estampa un largo beso en la boca. Su mano izquierda se desliza por la espalda de ella y se introduce, con la palma abierta, por el ajustado pantalón de cuero.

J.- Te has puesto el tanga que te regalé en Estocolmo, hija de puta.
M.- Sabía que te ibas a dar cuenta. Se le marca un poco la hebilla en cualquier cosa que te pongas.
J.- No he podido resistirme a besarte. Me moría de ganas. Espero que tu marido no lo note.
M.- No te preocupes. Mi pintura de labios es indeleble. No se corre.
J.- Estoy deseando que llegue el lunes. Yo salgo por la mañana, voy al congreso, doy un par de charlas, y el resto de la semana para nosotros. Lo vamos a pasar de vicio.
M.- ¿Has reservado ya el hotel?.
J.- Claro, mujer.
M.- ¿Dónde?.
J.- En Avoriaz, en los Alpes franceses, al lado del hotel de hace dos años.
M.- ¿Y hay nieve?.
J.- Claro, mujer. Eso está asegurado en esta época del año.
M.- ¿Vas a llevar las tablas de snowboard?.
J.- No. Sería una cantada. Es preferible alquilarlas allí. Y he concertado también un vuelo en ala delta.
M.- Woau...Lo vamos a pasar fenomenal.
J.- Pues si. Casi una semana entera para nosotros, cariño.
M.- Es una suerte que sea yo la que organice mis propios viajes en mi empresa, ¿no te parece?.
J.- Vaya si lo es.

Jose vuelve a besar a María. La cafetera empieza a sonar.

J.- Venga, vamos a servir el café, fregamos rápido y volvemos con estos dos. Ya llevan mucho rato sin ponernos a parir.

martes, 18 de marzo de 2008

El otro especialista


- Tenemos esta noche el placer de presentarles a Secundino Pallarés. No creo que haga mucha falta presentarle. Secundino es un personaje de fama mundial. Hace poco se colocó por méritos propios en el número tres de la revista “JORDES”, por detrás únicamente del emir Satrapi y del líder mundial de la informática, el noruego Olaf Gandersen. Una gran alegría, ¿no es verdad, Secundino?.
- Pues si. Así es. Una gran alegría. Después de estar toda una vida trabajando, uno agradece que se le reconozca el esfuerzo.
- Bueno, Secundino, “JORDES” no reconoce nada. Se limita a sacar una lista de los más ricos del mundo, sin comentarios y sin premios añadidos. Faltaría más, que encima de ser usted el tercero más rico, le dieran un premio.
- No, no me han dado un premio, pero como si me lo hubieran dado. Solo salir en la revista ya es un premio para mi. Aunque solo sea para darles en los morros a los cuatro desgarramantas, que eran más de cuatro, que se descojonaban en mi pueblo cuando era yo nada más que un zagal.
- Así es, amigo Secundino, y llegamos así al principio de toda esta historia, la historia de su vida, de su lucha por la vida, más bien, porque dice la leyenda que usted, de joven, pasaba hambre.
- Yo y mis catorce hermanos. En mi casa no había de nada, como en ninguna.
- Usted es de Catastrillo, un pequeño pueblo de la provincia de Toledo. Por aquel entonces, claro, porque ahora tiene más de doscientos mil habitantes, y se va a construir un aeropuerto que lleva su nombre.
- Claro, hombre. Había cuatro desgarramantas que no me podían ver, pero el resto de la gente era buena. Empecé hace treinta años a hacer casas, y la gente me lo agradecía. El pueblo está en una zona muy bonita, con río, montaña y coto de caza, y no era cosa de desaprovechar un paraje tan bien agradecido.
- Transformó Catastrillo hace treinta años, cuando ya er arico gracias a su arte.
- Si. Ya era yo muy ducho en esto.
- ¿Y como empezó?. ¿Cómo fueron sus comienzos?.
- Pues jodidos. Muy jodidos, como los de todo el mundo. Yo era la oveja negra de la familia. Todos mis hermanos iban al colegio, pero yo me escapaba. Aquello no era para mi. Me dolía la cabeza cuando el maestro me metía en la sesera más de tres números seguidos. No estaban los tiempos para pensar, con el hambre que pasábamos. Mientras mis hermanos se sorbían los mocos, yo me pasaba el día por los alrededores, cogiendo frutas silvestres y cazando conejos muertos para alimentar a la familia.
- ¿Cazando conejos muertos?. ¿Y era muy complicado?.
- No me sea irónico, que a mi, ironías, las justas.
- No, Secundino, hablo en serio. ¿Cómo podía ser, eso de cazar conejos muertos?.
- Pues muy sencillo. Los conejos se morían por el sol, y porque tampoco tenían nada para comer, así que yo aprovechaba y los cogía. Pues gracias a eso que hemos salido toda la familia adelante. Ahora, mis hermanos no dejan un solo día de agradecerme que cogiera aquellos conejos.
- Claro, no es para menos. Porque además, sus hermanos trabajan ahora para usted. Ha montado usted un holding familiar en toda regla, Secundino. Cualquiera que lo viera desde fuera le compararía con un auténtico clan. Y así, además, la continuidad está garantizada. Sus hijos seguirán con su negocio.
- No lo crea. Mis hijos, y los hijos de mis hermanos, van por otros derroteros. No dan un palo al agua. Se han matriculado todos en la Universidad, y a verlas venir.
- ¿En que Universidad?. ¿En la arcaica, o en la moderna?.
- Quite, quite, por el amor de Dios. Pues en la moderna, ¿dónde si no?. La Universidad arcaica no sirve absolutamente para nada. Ya me dirá usted el dinero o la fama que da entender de filosofías, historias, físicas o matemáticas, o tener una cultura. Eso no sirve para nada hoy en día. La prueba está en que solo los hijos de los iluminados se matriculan en la arcaica, y que solo un cinco por ciento de estudiantes eligen esa Universidad.
- Pero los iluminados juran y perjuran que son felices.
- Nos ha jodido. Eso dirán ellos, pero la mayoría no llega a fin de mes, y además muchos no se casan. Y mejor, en realidad, porque sus pobres hijos, si es que los tienen, no tienen la culpa del vicio de sus padres.
- Hombre, Secundino, adquirir cierta cultura tampoco es tan malo.
-Las cuatro reglas, y para de contar, porque luego le da a uno por meterse en más berenjenales, y se acabó lo que se daba. Conozco a un matrimonio de iluminados, y no hay quien les aguante. No se puede mantener una conversación con ellos. Solo saben hablar de arte, de libros, de películas...Cuando me da por invitarles a una barbacoa en mi casa, porque en el fondo soy bueno, y me dan mucha pena, los pobres, se quedan ahí, en un rincón, sin ser capaces de hacer migas con nadie, sin saber de qué hablar, porque no están en el mundo, esa es la verdad. Están en su mundo, con sus libros, con sus tonterías, y nunca llegan a nada. Esa es la pura realidad.
- Algunos ocupan buenos cargos en empresas de renombre.
- Pero no por su vicio, amigo, y eso tiene que reconocerlo. Todo el que está en un buen cargo es porque se lo ha trabajado desde pequeño, como es mi caso, o porque tiene algún conocimiento entre la gente importante. Yo, por mi parte, jamás metería a un iluminado a trabajar en una de mis empresas. Dios me libre. Una vez se me ocurrió meter a una chica, por hacer una gracia, y a las tres semanas tenía a todo el departamento leyendo libros, unos que si el Cervantes, otros que si el Auster, otros que si su puta madre... Quite, quite, Dios nos guarde de los iluminados y de sus tonterías. El mundo es de los currantes o de los que van a la Universidad moderna. De ahí salen pocos, pero los que salen salen muy preparados.
- ¿Sus dos hijos van a la Universidad?.
- Si. El chico a “Great House” y la niña, que es dos años más pequeña, pero mucho más espabilada que el gañán, a “Sweet Island Paradise”.
- Ah, claro, los tiene usted estudiando en Yale.
- Bueno, para mi la educación de los hijos es fundamental, y cuando me dejaron muy claro que no les apetecía seguir mi camino, les obligué a que estudiaran. A lo que no estoy dispuesto es a que se pasen todo el santo día en casa, mano sobre mano. En ese sentido, tanto mi mujer como yo lo tenemos muy claro. Y si además dispone uno de un poco de dinerillo de sobra...Pues si, mire usted. Creemos que en EEUU están a años luz de nosotros en esto de la Universidad moderna, así que nos liamos la manta a la cabeza y les largamos del nido. Además, estar fuera les viene muy bien. Así se espabilan y aprenden a desenvolverse en la vida, que buena falta les hace.
- Podrían haber ido a estudiar juntos, ¿no?. “Great House” es muy diferente a “Sweet Island Paradise”, y además, una facultad está muy lejos de la otra. Casi ni se verán en todo el día.
- Pues no. Casi, no. Es que no se ven. Para nada. El chico está alojado en una hermandad de chicos, y la chica con las chicas, como tiene que ser. Ya tendrán tiempo, cuando se gradúen y empiecen con lo suyo, a hacer todas las cochinadas que quieran pero ahora, de momento, no. O al menos, eso es lo que queremos mi mujer y yo. Ya son mayorcitos para saber lo que hacen, así que ellos verán, y además hay mucha distancia entre Catrastillo y Yale, así que, ya lo dice el refrán, ojos que no ven, corazón que no siente.
- ¿Y a que se debe que cada uno haya elegido una facultad diferente?.
- Pues mire, eso tiene una explicación. De niño, mi hijo se quedaba conmigo viendo un programa que se llamaba “Gran hermano”, y de ahí le vino la afición. Ya de muy pequeño imitaba a los concursantes, ponía los pies en la mesa, eructaba, gritaba a todo el que se le pusiera por delante, y se paseaba por toda la casa mirando a las esquinas, como si hubiera cámaras. Su hermana, que le veía en esas, le imitaba, pero le gustaba más el programa ese de famosos en una isla, “Supervivientes”, que además era el que le gustaba a mi mujer. Fíjese que tontería: en cuanto nos descuidábamos mi mujer y yo, la muy puñetera agarraba un tizón de la chimenea de mármol yugoeslavo y se tiznaba todo el cuerpo, los muslines y los brazos, como las participantes de ese programa. Iba al colegio con la camisa abrochada con un nudo, y el ombligo al aire. Mi hija, con el ombligo al aire, desde que era una cría. Otra cosa no tendrá, pero estilo, un rato largo.
- ¿Y en qué fase están de sus estudios?.
- El chico casi acabando. Está un poco jodido con la asignatura de “Diálogo”, del último curso, pero seguro que la aprueba. Es que es muy tímido, y claro, le cuesta poner a parir a un compañero delante de las cámaras, pero bueno, va a clases particulares, y su madre y yo tenemos mucha confianza. Cuando viene a vernos, le llevamos a restaurantes caros, y echamos moscas en la sopa para armar el pollo, así, a voces, a ver si se le quitan los complejos. El año pasado ya fue el el que se la lió al maitre de un restaurante francés muy famoso. La chica es más lanzada, y como la única motivación que tiene es la de salir con el ombligo al aire, pues le va muy bien. Precisamente, en la asignatura “Ombligo al aire”, de segundo, sacó matrícula de honor. Normal, dijimos su madre y yo cuando nos enteramos. Si esta chica siempre ha estado con el ombligo al aire, pues normal...
- Tendrán buenas perspectivas de trabajo una vez que acaben sus estudios, supongo.
- Pues las que ellos mismos se labren, porque mi mujer me tiene la cabeza como un bombo diciéndome que, si no consiguen plaza, que compre yo el programa, pero no me da la gana. De facilitarles las cosas, nada, que luego ganan el concurso, se les sube a la cabeza, y no hay quien les aguante. Si no son los primeros de su promoción, no entrarán en los grandes concursos, pero siempre tienen la posibilidad de empezar en un concursillo de una televisión local, y en esta cosas, ya se sabe: la fama la ganan rápido, y luego a vivir del cuento. Mire ahora como están los concursantes de las primeras ediciones de “Gran hermano”, sin ir más lejos: de presidente del Fondo Monetario Internacional, nada menos, creo que está Roberto Balmaseda.
- No, no. El presidente del Fondo es Carlitos Boyantes, el chulo aquel que pegaba a las concursantes.
- Bueno, quien sea. Pues ahí le tiene. Hombre, no digo yo que a mi chico no le cueste, sobre todo al principio, pero muy lerdo tiene que ser para no levantar cabeza en un par de años. La chica, fíjese usted, despegará mucho antes, porque es muy espabilada y tiene mucho palmito y mucho estilazo. Es un pedazo de hembra, y no es porque sea mi hija.
- Bueno, Secundino, estamos hablando más de su familia que de usted, y no es de eso de lo que se trata. Háblenos un poquito de su arte, de esa característica tan personal y tan suya que le ha elevado a los altares de la fama y la fortuna. Es usted el único en el mundo que lo practica, y le han llovido imitadores, pero ninguno ha conseguido jamás igualarle. Supongo que su secreto estará a buen recaudo, ¿no, Secundino?.
- Está aquí, en la pelota, y no pienso compartirlo con nadie. Cuando empecé, ya no se empleaba. Quedaban solo dos maestros, y uno de ellos de mi pueblo, pásmese. El maestro Bermejo, que en Gloria esté, fue el que me enseñó los secretos de este arte milenario. Porque es milenario, aunque ya nadie lo sepa. Antiguamente era lo único que se empleaba.
- ¿Utiliza usted algún método de concentración, alguna técnica especial, para desarrollarlo?.
- Es que ya hace mucho tiempo que no lo practico. Me sirvió para forrarme, pero luego fui dejándolo para ocuparme en otros menesteres y para invertir mi dinerillo en cosas que me permitieran trabajar cada vez menos.
- Secundino, el arte no se olvida.
- Bueno, es verdad. Pues no, no utilizaba ninguna técnica especial. Concentración, concentración, y más concentración. Y un gran sentido del equilibrio, claro. Eso era fundamental para el resultado final de la obra. Se han escrito un montón de tratados sobre mi arte, y hasta una enciclopedia entera en Islandia, por lo que sé, pero le puedo asegurar que para mi resulta muy sencillo, supongo que será porque lo he mamado desde muy jovencito.
- Si, me consta que su arte ha provocado miles y miles de libros. ¿Con cual de ellos se quedaría?. ¿Cuál le recomendaría a un profano que quisiera introducirse en ese fascinante universo suyo?.
- Pues, si le digo la verdad, no soy capaz de destacar ninguno sobre los demás, entre otras cosas porque no he leído ninguno. Ya le dije antes que no creo que un arte como el mío sea digno de tanta tinta derramada, pero bueno, si me tengo que decidir por alguno...Mi mujer me habló de uno muy bueno, escrito por un tipo que me estuvo siguiendo, como embobado, durante más de tres meses por todo el país. Creo que se llamaba “La invención y la cuadrícula”, o algo así.
- “La eternidad cuadriculada”, de Ernesto Salvatieri. Si, sin duda es uno de los más famosos.
- La última vez lo vi en la librería del Louvre.
- ¿Viaja mucho, Secundino?.
- No, nada. Aquella vez me llevaron a rastras. Se casaba una sobrina mía en París, y no me quedaron más cojones. ¿Para qué voy a viajar, si lo tengo todo en casa?.
- Eso mismo decía un personaje de la película “El nadador”.
- Pues no lo sabía. No veo cine.
- Secundino, no puedo resistirlo más. Le hemos preparado una sorpresa. Acompáñeme, por favor.

El presentador y Secundino se dirigen a un rincón del plató. Cuatro focos diferentes iluminan una pila de ladrillos, un montón de arena con una pala, un saco de cemento y tres cubos de agua.

- Secundino Pallarés, artista universal. Tengo el honor de entregarle esta paleta catalana de platino, y esta medalla concedida por el ministro de grandes artistas y el ministro de vivienda conjuntamente. Y le pido, aquí y ahora, que deleite a nuestro estimado público con una pequeña demostración de ese arte que encierra en el cuerpo.
- Bueno...Yo...Menuda sorpresa. Van a conseguir que me emocione. En fin...

Secundino se arremanga, agarra la pala, hace un círculo en el suelo con la arena, echa cemento y agua, y mezcla lentamente el conjunto. El presentador le observa con las manos cruzadas por delante.

- Esto es lo más difícil. La dosis justa. Más de un ingrediente que de otro, y la mezcla se nos va a hacer puñetas.

A continuación, Secundino coloca cuatro ladrillos alineados en el suelo, vierte un poco de mezcla sobre ellos con la paleta de platino, coloca encima otros cuatro, vierte otro poco de mezcla y coloca la última fila.

- Y así, hasta donde haga falta.

martes, 11 de marzo de 2008

Al viento le pregunto...


Miré los muros de la patria mía,


si un tiempo fuertes, ya desmoronados


de la carrera de la edad cansados


por quien caduca ya su valentía.

Recuerdo estas bellas palabras, difusas y muy lejanas en el tiempo. De la época en la que hasta incluso algunas pocas palabras, como estas, podían considerarse bellas.

¿Cómo pudimos llegar a esto?. ¿Cómo es posible haber descendido, en tan pocos años, a este infierno gris, tan estúpido como merecido?.

Lo teníamos todo. Eramos tan felices...Teníamos todas nuestras necesidades primarias cubiertas. Después de algunos desajustes sin importancia, cada vez menos marcados, habíamos llegado a un estado de equilibrio prácticamente perfecto. Las empresas ganaban dinero, los obreros ganaban lo suficiente, no ya para vivir, sino incluso para desarrollarse como personas. Viajes, cultura...Los gobiernos no tenían que preocuparse por sus ciudadanos. Se trabajaban treinta horas a la semana, y algunos, los menos necesitados, podían permitirse el lujo de trabajar incluso menos. El estatus del rico se había igualado más o menos con el del pobre. No existían esas gigantescas fracturas que todavía se daban, cada vez con menor virulencia, al comienzo del tercer milenio. Paulatinamente, gracias por un lado a la masiva llegada de pobladores del tercer mundo al próspero primer mundo, y por otro lado a la instauración del sistema democrático en prácticamente el cien por cien de los gobiernos mundiales, unos y otros, unos más deprisa que otros, pero todos al final, conseguimos alcanzar un estado de perfección imposible de imaginar en otros tiempos. Con todas las necesidades primarias cubiertas, no teníamos que preocuparnos más que de desarrollar el alma.

Llevo conduciendo toda la noche. Mis ojos ya no son, ni mucho menos, tan agudos como antes, como cuando era joven. Se cansan, se cierran de vez en cuando, se crispan cuando se cruzan con algún esporádico faro...Es curioso. Recuerdo cuando las carreteras eran más anchas. Bastante más anchas. No era necesario frenar cuando veías una luz de frente. Tampoco era necesario, ni mucho menos, llevar un detector de vacas. Este año han subido las muertes por encontronazos con vacas en la carretera. Una lástima. Y una ruina para la familia del accidentado, por supuesto.

Me duelen las cervicales. La postura, sin duda. Y los huesos, cada vez más sensibles a la humedad y al frío de la noche. Hace horas que se estropeó el sistema de aire acondicionado. En realidad, nunca llegó a funcionar del todo. Me muero de sueño, y tengo hambre. Tenía que haber comprado un bocadillo en aquel bar, pero me daba asco. Me estoy volviendo viejo. Viejo y caprichoso. A los dos años de estallar el conflicto, habría devorado sin siquiera mirarlo un bocadillo como los que se mostraban en aquel bar, por muy nauseabundo que fuera su aspecto.

Algunos nos dedicábamos a cultivarnos, a leer palabras tan bellas como las que apenas recuerdo, a pensar. Cada vez menos. Eramos tan felices...Con el tiempo, hasta leer, ver una película, imaginar, nos parecía una actividad agotadora. La televisión dejó de emitir películas, series, culebrones...Nada que incitara a utilizar la imaginación. Las librerías desaparecieron, cediendo su lugar a bingos o casas de masajes. En realidad, a nadie le importó un carajo. Mejor. Menos esfuerzo. Los programas estrella, los líderes de audiencia, estaban compuestos por sketches cortos, sin sentido, de cámara oculta, de golpes que provocaban la risa de quien los veía. No hacía falta desarrollar ninguna otra emoción. Solo la risa. Se lo pasaba bien uno riendo. ¿Para que iba a preocuparse de otro sentimiento?.

Con la inactividad mental llegó el aburrimiento, y con el aburrimiento, la idiotez y la frivolidad. Hasta los informativos desaparecieron. ¿Qué nos importaba lo que pudiera ocurrirle a gente a la que no conocíamos de nada?. Era absurdo preocuparse. La gente nacía, vivía más o menos bien, y moría. Eso era todo. ¿Para qué complicarse la vida?.

La violencia empezó a constituir otra forma de divertirse. Cada vez eran más numerosos los grupos de gentuza que reivindicaban, para justificar su violencia, prehistóricas ideas políticas, de uno y otro signo. Creo que mataron gente, pero no nos enterábamos. No había informativos. Solo un periódico, un superviviente, mostraba cada día en su portada el rostro del muerto correspondiente, pero casi nadie lo leía. Aquello, sin embargo, fue suficiente para encender otra vez la llama del odio, que jamás se apaga del todo. Nos enzarzamos en otra confrontación casi sin darnos cuenta. Sin ningún motivo, por simple aburrimiento, estimulado por esa perpetua e insana envidia al prójimo, que nos ha envenenado a los españoles desde siempre, y por esa desbocada imaginación para la calumnia, destinada a poder dar cumplida satisfacción a la envidia antes mencionada. El foco fue España, pero la sinrazón se extendió por toda Europa como la pólvora, como había ocurrido en el siglo anterior.

¿Cómo pueden cambiar tanto las personas cuando cambia la situación?. ¿Cuál es el proceso de la mente humana que le convierte a uno en bestia cuando estalla una guerra?. Puede que fuera la necesidad, la falta repentina de suministros, el sonido continuo de las bombas, cayendo durante las veinticuatro horas del día, o el miedo que te embargaba el espíritu desde que despertabas, si es que dormías, hasta que lograbas conciliar el sueño otra vez. Nos habíamos acostumbrado, antes de la guerra, a la hipocresía, a mantener una postura neutra, a no mostrar nunca los sentimientos en público. Hasta una pareja de enamorados mirándose a los ojos resultaba ridícula. En la calle éramos máquinas frías, sin sentimientos. Disfrutábamos en casa con lo que más nos gustara. Por eso resultaba más curioso enterarte de que tu vecino del octavo, ese individuo calvo con gafas de sonrisa beatífica y con el saludo siempre a punto, había destripado sin contemplaciones al vecino del segundo, simplemente porque era de otro equipo de fútbol. O María, esa eterna amiga de Teresa, la del quiosco de periódicos. En un arrebato de odio demencial, María había quemado con gasolina el quiosco de Teresa con ella dentro. Gente que te saludaba antes por la calle con una sonrisa, y se interesaba por tu salud, era capaz de darle un tiro a tu hijo para quitarle un trozo de pan. Un padre, conocido por reivindicar los derechos de los minusválidos, no había dudado un momento antes de pisotear a su hijo, en silla de ruedas, para salir corriendo cuando se quemó el centro comercial. La eterna hipocresía daba paso al terror más demencial y absurdo.

Los acontecimientos se precipitaron. EEUU intervino, como siempre. China respondió con toda su artillería, y la guerra se prolongó durante veinte largos años. Las dos superpotencias se desgastaron mutuamente, y fue entonces cuando el nuevo imperio, agazapado desde siglos, desde antes de los siglos incluso, en la enorme extensión de su territorio, comenzó una expansión tan implacable como eficaz. Los ánimos estaban demasiado cansados, las conciencias demasiado adormecidas como para hacerle frente. El gigante avanzaba desde Oriente como una marea de ciego terror, rápida y eficazmente. El nuevo orden, integrado por personas educadas en el culto a la muerte, y dominado por un imperturbable e inamovible sistema de castas, comenzó invadiendo Pakistán, y a continuación se extendió como un reguero de pólvora, de forma exponencial, cargándose a los ineptos árabes, que desde siempre habían vivido en su mundo medieval, y penetrando, sin compasión, como un nuevo Atila, en Europa, para derribar, poco después, a los agotados chinos y a los sempiternos y en el fondo inocentes americanos. Invocando milenarias deidades sedientas de sangre, los soldados no dudaban un momento a la hora de rebanar los pescuezos de los que ofrecieran resistencia, que eran los menos. La decadencia de Occidente se había consumado, y un nuevo imperio se hacía con los mandos: La India.

Llevo toda la noche conduciendo, pero ya estoy a punto de llegar a mi destino. A la hora justa. Es la única forma de intentar acabar con el invasor. A las diez y media de la mañana, una delegación llegará a la sede del gobierno indio en Madrid. Ese será el momento de mi llegada.

En ese sentido, hemos mejorado mucho con respecto a los bárbaros árabes. Ahora somos los ancianos los que nos quemamos a lo bonzo. Al fin y al cabo, ¿qué importa la muerte de un pobre viejo, que ni siquiera es capaz de recordar más que cuatro frases de palabras bellas?.

domingo, 2 de marzo de 2008

Después del desayuno


Cantantes: Dibla, Melva, Hotson y Peldoff

La escena se desarrolla en el vestíbulo de un hotel de lujo situado en el centro de la capital de un país africano. Los diálogos se desarrollan en inglés, pero he tenido la deferencia de traducirlos para que resulten más comprensibles. Cuatro grandes sillones de mimbre rodean una mesa de teka con tapa de cristal. Dibla y Melva, cantantes de moda, salen del salón donde se sirve el desayuno y se sientan, una al lado de la otra. Melva saca un cigarrillo y lo enciende.

Melva.- Buff...Estoy llena. Creo que me he pasado con el desayuno. Está todo tan bueno, y preparado con tanto arte, que me inflo como una vaca. Y no debo engordar, ya lo sé. No estaría muy bien visto, en un viaje como este, pero es que no me puedo resistir.
Dibla.- Yo también me he pasado. Ese yogurt artesano de leche de cabra está de muerte. Creo que me he comido diez o doce vasos.

Las dos van vestidas al estilo grunge, con ropa que parece estrafalaria, pero de marca. Parecen ponerse de acuerdo para colocar las dos los pies cruzados sobre la mesa de teka. Un camarero uniformado se acerca a Melva y se coloca a su lado.

C.- Señorita, aquí no se puede fumar. Disculpe, pero no está permitido.
M.- Creo que no sabe usted con quien está hablando. Soy Melva, la cantante mexicana, y si hablo con el director de este cuchitril, tenga la completa seguridad de que a los diez minutos está usted en la calle. ¿Quiere apostar algo?.

El camarero la mira, mira después a recepción y se encoge ligeramente de hombros. Se incorpora lentamente y se aleja de la mesa.

M.- Esta gentuza no se da cuenta de que venimos aquí para hacerles un favor.
D.- No tienen estilo. Están en las antípodas. No son capaces de asimilar el progreso occidental.
M.- Pues mira, en vez de darme la charla, tenía que haberme traído un cenicero, y no lo ha hecho, el muy estúpido. Ahora le tiro la ceniza a la alfombra. Que se joda. Tenían que obligarle a el a limpiarla.

Melva arroja la ceniza con desprecio sobre la alfombra.

D.- Mira, ya han acabado Hotson y Peldoff

Los famosos cantantes Bob Hotson y Robin Peldoff salen del salón de desayunos. Meldoff hace gestos mientras se acerca a la mesa, tocándose el estómago, hinchando los carrillos y bufando. Se desploma, más que se sienta, en la silla de mimbre situada al lado de Melva.

Peldoff.- Chicas, voy a explotar. Me he puesto hasta las narices de mango con nata y bizcocho. Esta gente me va a matar.

Hotson le dirige una mirada furtiva a Dibla y se sienta en la silla que queda libre. Melva se levanta el cigarro y apaga el cigarro en un macetero. Ha esperado a que la mirara el camarero para hacerlo, clavando sus ojos en los del hombre. Después se mete las manos en los bolsillos y se tira, literalmente, en la silla de mimbre.

Hotson.- Hola, Dibla.
Dibla.- ¿Cómo te va?.
H.- No del todo mal. Todavía tengo resaca. Anoche nos pasamos con el ron.
D.- Pues yo estoy como nueva.

Peldoff golpea con la palma de la mano abierta el muslo de Hotson.

P.- Parece mentira que un escocés de pelo en pecho aguante tan mal el alcohol.
H.- ¿Qué estás diciendo, tío?. Entre Dibla y yo nos bebimos casi dos botellas de ron y una de tequila.
P.- Tequila, tequila, hay, cuate, ándale, ándale...

Melva observa a Peldoff con mirada asesina.

M.- Si te estás riendo de los mexicanos, te coges tu risita y te la metes por el culo.
P.- No te cabrees, chamaca, que te pones muy fea.
M.- Como sigas en ese plan de gilipollas verás lo fea que me voy a poner cuando te suelte una somanta de hostias.

Peldoff se inclina y acaricia la entrepierna de Melva.

P.- No te pongas borde, encanto.

Melva se inclina y le suelta una gran bofetada a Peldoff.

M.- Ya te avisaré cuando quiera que me toques.
P.- Vale, vale, tranquila.
D.- Y tu, Hotson, ¿cuándo terminas?.
H.- Con un poco de suerte, hoy mismo. Ya estamos grabando la última canción. Si todo va bien, mañana me los llevo a Los Angeles a grabar mi disco.
D.- Lo mismo que con los Makela Singers, ¿no?.
H.- Bueno, lo mismo, lo mismo...Estos me salen un poco más caros. A los Makela Singers les produje un par de discos, y grabados aquí, además. A estos les tengo que llevar allí, pagarles la estancia...Espero grabar el disco en menos de un mes, o me arriesgo a que me coman los gastos.
P.- Venga, no digas tonterías. Sabes de sobra que con las ventas del disco recuperas de sobra. Grabar hoy en día un disco con un coro africano es una garantía de superventas. Beneficio asegurado. Y si te falta algo, un par de conciertos multitudinarios, en Wembley o el Madison, y a recoger pasta. No te hagas la víctima.
H.- No, si eso ya lo sé. Siempre ha salido bien, pero de un tiempo a esta parte, esta gente está subiéndose a las ramas, y a veces hasta te hablan de derechos de autor, de royalties y de cosas así, y claro, uno tiene que explicarles que les está haciendo un favor, que es la única forma de darse a conocer en esta aldea global en que se ha convertido el mundo, que si no fuera por el mundo occidental no se comerían una mierda...Pero los muy puñeteros, aún así, te miran raro, como si pensaran que les estamos estafando, o algo así.
P.- Es que les estamos estafando, tío, no me jodas. A ver quien nos iba a decir a nosotros, hace veinte años, que esto de la solidaridad con Africa podía convertirse en el inmenso negocio en que se ha convertido hoy en día. Un negocio y una necesidad para nosotros. Si no nos hacemos la ruta al menos cada dos años, no nos comemos una mierda, y lo sabemos. Total, un mes pasando calor y miserias, y hemos cumplido. Mírame. Solo me quedan dos sesiones de fotos, y a casa otra vez, tan de puta madre. Además, uno va aprendiendo, que duda cabe. Ayer, sin ir más lejos, debí volverme gilipollas, porque me puse la camisa blanca de Guzzi que me regaló Melva el año pasado. Cuando cogí en brazoa al niño desnutrido de turno, el muy cabrito me vomitó encima. Una masa nauseabunda, de color amarillo, asquerosa. Algún cabrón de Europ magacine se puso las botas sacando fotos. Me va a costar una pasta que me entregue los negativos, si es que me los entrega. Menos mal que no reaccioné mal. Me las arreglé para que la sonrisa no se borrara de mi cara, a pesar de que mi primera reacción había sido la de estampar al niño contra la pared
D.- Pobre criatura, que bestia eres.
P.- Tranquila, Dibla. Seguro que no era el niño que vas a adoptar tu.
D.- Ya me lo imagino. El mío tiene ocho años. Por muy delgado que esté, me extraña que tu pudieras cogerle en brazos, con esas chichillas que tienes.
H.- ¿Ocho años?. ¿Y no te parece un poco mayor?. Te va a costar hacerte con el.
D.- No pretendo hacerme con el. Prefiero que tenga su personalidad propia, su identidad africana. Que conserve sus raíces en un entorno menos agresivo.
M.- Claro, y que cuando se coloque en el salón de tu casa a ver la tele, haga juego con la estantería de ébano que te compraste el año pasado.
D.- No sé a qué te refieres, pero creo que no me está gustando demasiado lo que estás insinuando.
M.- Venga, Dibla, no me vengas con tonterías. Si lo que querías era adoptar un niño necesitado, podías haberlo hecho perfectamente en nuestro país.
D.- Lo estuve intentando, pero no me dejaron.
H.- Si, es verdad. Durante dos semanas. Creo que alguien te oyó, en la fiesta de Armani del mes pasado, cuando dijiste que adoptar a un niño africano dama más fama, que un niño mexicano te haría en México un poco más famosa de lo que ya eras, pero que no merecía la pena.

Dibla enrojece de repente.

M.- Y además, adoptar un niño en Africa te sale por cuatro duros, no nos engañemos. Y lo bien que queda en las fotografías de las revistas del corazón...Con un par de exclusivas amortizas el viaje, la adopción y los sobornos que has tenido que pagar para que te agilicen los trámites. Negocio redondo.
P.- Y además hay que hacerlo ahora. Este continente es un puto polvorín, y el país que hoy está más o menos estabilizado puede convertirse mañana mismo en un baño de sangre.
H.- Eso es verdad. No sé quien está jaleando todas esas guerras, pero le está saliendo de puta madre.
M.- Todo el mundo hace negocios con Africa. Traficantes de armas, compañías petroleras, Vendedores de diamantes...
P.- Esos negocios son muy impopulares en occidente. No hay más que ver la cantidad de gente que acude a los macroconciertos de solidaridad con Africa. El negocio redondo es el nuestro y el de algunas organizaciones humanitarias que no hacen más que recaudar un dinero que jamás llega a su destino, que se va diluyendo por el camino. No existe riesgo, porque siempre seguirá haciendo falta la ayuda humanitaria en Africa. Mientras nadie se preocupe de enseñarles a pescar, en vez de darles una sardina de vez en cuando...
H.- A Occidente no le interesa que esta gente levante cabeza. Al menos mientras sigan existiendo los inagotables recursos naturales que hay ahora mismo. Y mientras esa situación siga así, estamos en nuestro perfecto derecho de coger nuestra parte del pastel, y haciendo algo además que hace que la gente nos adore: denunciar la política de explotación de Occidente sobre Africa. El negocio perfecto, y muy sencillo de llevar. Unas cuantas fotografías con negros sonrientes, unas cuantas adopciones, conciertos multitudinarios, camisetas, discos, música étnica en dos o tres películas de éxito...Y vuelta a empezar. El chollo del siglo. Y además, alojándonos en los mejores hoteles, volando en los mejores aviones... Yo ya no puedo ser feliz sin mi campaña africana anual. Me he enviciado con esto.
P.- Sin duda. Esto engancha más que una droga de diseño. Resulta conmovedor llegar a una aldea y que te rodee una marea de gente sonriente. Es una sensación parecida al orgasmo. Se siente uno más que orgulloso de ser occidental.
M.- Y la luz. La luz africana, el crepúsculo y el amanecer...Son hermosos de verdad.
D.- Muy, muy hermosos.

Al hotel entra un joven de color, vestido con cazadora de cuero entre negra y azulada, pantalones vaqueros y una camiseta negra. Lleva barba afilada de un par de días. Busca con la mirada hasta fijarla en el grupo. Saca del bolsillo interior una libreta y se dirige a la mesa.

J.- Un autógrafo.

Los cuatro famosos se tensan como ballestas en sus asientos al comprobar que el joven se les acerca muy deprisa. Melba observa rápidamente a su alrededor y le hace una seña al camarero que la había advertido de que no se podía fumar.

H.- Tranquilos, chicos. No hay fotógrafos cerca.
J.- Un autógrafo, por favor.
D.- Déjeme en paz. Váyase de aquí. Esta es una zona restringida a clientes.

El camarero llega y le pone al hombre una mano en el hombro.

C.- Váyase, por favor. Esta es una zona privada.

El camarero y el joven se alejan hacia la puerta del hotel. El grupo de famosos recupera la compostura.

P.- Es increíble que dejen entrar en este hotel a gentuza como esa.
H.- Creo que voy a poner una reclamación. Les voy a amenazar con no volver a poner los pies aquí, y vosotros deberíais apoyarme.
D.- Cuenta conmigo. Estas situaciones son muy desagradables. Y los putos guardaespaldas todavía desayunando. Son unos tragaldabas.
M.- Es que se supone que aquí no nos va a molestar nadie. Es como si estuviéramos en la zona Vip del Madison Square Garden. No tiene porqué molestarnos nadie.
P.- A ver si va a resultar que no va a poder estar uno seguro en Africa aunque se aloje en el hotel más caro de la ciudad. Solo nos faltaría eso.
H.- ¿Sabeis que os digo?, que Africa ya no me parece tan atractiva como antes. Hace unos años, un tipejo de estos no se atrevería a acercarse a menos de cien metros de nosotros. Creo que Africa está empezando a ser diferente.
P.- Si, por supuesto. Estoy contigo, tío, pero sigue siendo una mina para nuestros negocios.
H.- Cada vez menos. Cada vez hay más famosillo que se apunta a la moda. Cada vez somos más a repartir.

M.- Pero no pasa nada, hombre. Ya lo habéis dicho antes, y con mucha razón: los recursos de este continente son inagotables.