domingo, 27 de enero de 2008

La vida propia




Mujer: Carmina
Marido: Joaquín

Los tacones de Carmina resuenan en el largo pasillo oscuro, hasta llegar al dormitorio principal. Nada más entrar, se quita el pañuelo con adornos brillantes y lo deja sobre la cama. Joaquín se ha entretenido un rato en la puerta, cerrándola con llave. Cuando enciende la luz del pasillo, Carmina le habla desde el dormitorio.

C.- No enciendas. No hace falta. Ya estoy en el dormitorio.

Joaquín recorre a oscuras el pasillo. Cuando llega, Carmina ya se ha desembarazado también de la chaqueta de Pedro del Hierro que se compró el mes pasado para la ocasión, y está empezando a quitarse el vestido.

C.- Bueno, pues ya está. Se acabó la boda. Todos tan contentos.

Joaquín se desviste rápidamente. Cuelga el traje en la percha que ha sacado del armario mientras Carmina entra al baño. Saca un vaquero y una camisa de rayas, y comienza a vestirse, a una velocidad visiblemente más lenta de la que ha utilizado para desvestirse. Cuando Carmina sale del baño, con el pelo recogido y la bata azul guateada que utiliza para estar por casa, Joaquín está vestido otra vez, de manera informal.

C.- ¿Qué haces?. ¿Es que vas a salir?.
J.- Si.
C:- Al cine, claro. Todavía es pronto. Pues yo no pienso ir contigo. Estoy cansada después de tanto trajín.
J.- Tampoco te lo he pedido.

Carmina va a la cocina. Los fritos del cocktail le han dado una sed rabiosa. Se sirve un vaso de agua grande, y lo bebe casi sin respirar. Cuando vuelve al dormitorio, se encuentra con un gran trolley abierto encima de la cama.

C.- Pero bueno, Joaquín, ¿se puede saber qué mosca te ha picado?. ¿Qué hace ese trolley encima de la cama

Joaquín la mira durante un segundo sin dejar de sacar camisas del armario.

J.- Creo que está muy claro, Carmina. Me voy.
C.- ¿A dónde?. No me has avisado de que tuvieras que salir de viaje tan rápido. ¿Es que te han mandado otra vez a Cádiz.
J.- No, Carmina, sigo en Madrid, pero me voy.
C.- ¿Por cuánto tiempo?. ¿Algún problema en la delegación de Barcelona?.
J.- Vamos a ver, Carmina: que no, que el trabajo sigue donde está, pero yo, me voy de casa. Me voy, Carmina. Para siempre. ¿Entiendes?.

Carmina se cruza de brazos, y abre la boca como para decir algo, pero no puede. Las palabras de su marido la han dejado clavada.

C.- Espera. Espera un poco. Es una broma, ¿verdad?
J.- No, Carmina. No es ninguna broma. Simplemente, por fin ha llegado el día. Hemos casado hoy a nuestra segunda hija, o la has casado tu, más bien. Ya no me ata nada en este lugar. Mientras la ayudaba esta mañana a ponerse los zapatos, estaba pensando en este momento.
C.- Estás desvariando. Tu no puedes irte y dejarme sola en esta casa. ¿Qué va a ser de ti?.
J.- No te preocupes por mi. Al fin y al cabo, jamás lo has hecho. No vas a empezar ahora a pensar en lo que le pueda pasar a un miembro de tu familia. Ya me las arreglaré.
C.- No puede ser. Estoy soñando.
J.- No. Soy yo el que está a punto de salir de una pesadilla. Ya has conseguido lo que querías, como siempre. Has casado a tu segunda hija con un joven de buena familia, tan buena o mejor que la del marido de tu primera hija, que se casó hace dos años, según lo previsto. Has conseguido tus objetivos. Lo único que estoy haciendo es dejarte el campo libre, para que sigas viviendo tu propia vida tu sola. Si es que puedes, claro.
C.- ¿Qué quieres decir?.
J.- Que no vas a poder hacerlo, por la simple y llana razón de que tú no tienes vida propia, Carmina. Has vivido desde niña marcada por el qué dirán, y no has sido capaz de desarrollarte en ningún sentido, ni como persona, ni como esposa, ni mucho menos como madre.

Carmina se sienta en la cama y coloca las manos cruzadas sobre las rodillas. Joaquín empieza a sacar su ropa interior del tercer cajón de la cómoda.

C.- Eso que dices no son más que tonterías. He trabajado como una mula para sacar adelante a mi marido y a mi familia.
J.- Si a quedarte en casa todo el santo día haciendo las faenas de la casa le llamas trabajar como una mula, pues tienes razón, pero nos hubiera ido igual con una criada más o menos experimentada. No existe diferencia entre eso y lo que has hecho tu, con el agravante de que tú nos has mangoneado a los tres a tu antojo, y a una criada no se le hubiera ocurrido.
C.- A ti te ha venido bien tenerme en casa como una esclava.
J.- Carmina, por favor, eso ni lo menciones, porque lo que se está desarrollando como una huida sin tambores ni trompetas, podría llegar a convertirse en una tragedia. Jamás, repito, jamás te he insinuado siquiera que adoptaras el papel de señora y criada que de forma tan exitosa has interpretado a lo largo de todos estos años. Todo lo contrario. Cuando dejaste de trabajar, nada más casarte conmigo, insistía todos los días para que te buscaras algo, aunque solo fuera para valorarte a ti misma como persona, pero te negaste una y otra vez de forma machacona, alegando que la casa te necesitaba. Ya ves... Un piso de sesenta y cinco metros cuadrados, que le pasas un plumero y ya está listo. Yo insistía, cada vez con menos fuerza, hasta que nació Marta y se esfumó cualquier atisbo de sensatez. Tenías que cuidarla, claro, ya no te ibas a poner a trabajar, y además. Según tus palabras, ya tenías una edad, se te estaba olvidando mecanografiar... Poco a poco eliminaste cualquier esperanza que pudiera yo tener para que salieras al mundo, al mercado laboral. A los dos años, como un reloj, nació Maribel, y ya olvídate, por supuesto. Ahí comenzó a ir todo cada vez más cuesta abajo.
C.- Tu nunca has soportado que me volcara en mi casa y en mi familia. Pensabas que habías pasado a un segundo plano, y jamás me ayudaste con las niñas.
J.- Esa es tu visión. Jamás te ayudé, no. Yo solo me dedicaba a jugar con ellas, a sacarlas al parque, a pesar de que llegaba hecho polvo a casa cada día, a ponerles música y enseñarlas a bailar, a leerles cuentos cuando se iban a la cama, a corregirles los deberes del colegio. Por no contar las veces que he llorado de dolor con ellas, en las urgencias de un hospital, mientras tu te dedicabas en cuerpo y alma a llamar a tus amigas para contarles lo sucedido. No, nunca te he ayudado con ellas. Esa es la conclusión a la que has llegado tu solita, la que has intentado siempre transmitirle a todo el mundo, incluso a tu familia y a la mía, y que jamás cambiarás, porque tu cerrazón mental te impide reconocer la labor que han hecho los que te han rodeado. Todo esto, la boda de las niñas, tu casa, tus vestidos...Es una cosa que has logrado tu, y los demás hemos actuado como simples comparsas. Según tu, es mucho más importante saber coger un cuchillo o colocar los cubiertos, que forjarse como persona. Todo encaminado, siempre, a que los demás no hablen de ti, no murmuren. Eres tu la que has forjado el carácter de nuestras hijas, su personalidad, inculcándoles una educación y un saber estar que les ha servido para cazar marido, ¿no es así?.
C.- Gustavo y Damián son dos chicos de muy buena familia. Nunca te han gustado, pero es lo mejor que les ha podido suceder a nuestras hijas.
J.- Desde luego. Es lo mejor, después de que las obligaras a dejar sus estudios, en los que destacaban con facilidad, para ponerlas a trabajar y seguir conservando tu ese nivel de vida que ni te correspondía ni te merecías.
C.- ¿Qué quieres decir?.
J.- Lo que te he dicho antes. Que siempre nos has mangoneado a tu antojo, y que hasta que no viste a Marta, ese primer día, llorando como una descosida en la agencia de viajes, no paraste. Y claro, naturalmente, como no podía ser menos, Maribel fue detrás. Un golpe maestro, y dos posibles buenas carreras, truncadas por tu cerrazón y tu avaricia. Por esa vocación de parásito que te metió tu madre en la sesera Jamás he comprendido tus razones, porque me resultaría tan mezquino que todo lo que has hecho en esta vida estuviera encaminado a joderme, que no podría soportarlo. Recuerdo cuando bailábamos los tres, muertos de risa, y tu aparecías en el cuarto para apagar el tocadiscos porque se podían quejar los vecinos. Recuerdo la rebeldía adolescente de Marta, que tu te encargaste concienzudamente de eliminar con tenacidad militar, y contra cualquier opinión por mi parte. De todo eso tu ya no te acuerdas, por supuesto. Tienes una capacidad increíble para eliminar tus errores y para magnificar los de los demás.
C.- Me estás poniendo como si yo hubiera sido un monstruo. He casado a mis hijas, y son felices.
J.- Si, pero no por lo que te imaginas. Gran parte de su felicidad está basada en el hecho de salir de la tenebrosa mazmorra medieval en que has convertido esta casa. Han elegido su camino como vía de escape, no como meta.
C.- Eso es una tontería.
J.- Mira, Carmina, una de las cosas que no se pueden evitar con la tristeza y la represión, es que los reprimidos hablen entre si. Por suerte o por desgracia, tus hijas y yo hemos mantenido siempre una vía de comunicación muy fluida. En contra de tu infame principio de que es mejor no comentar y dejar que el tiempo cicatrice las heridas, tus hijas y yo hemos preferido siempre hablarlo todo. Lo siento, pero no entendieron el mensaje que trataste de inculcarles desde pequeñas, en el sentido de que eras tu la que llevabas las riendas de la familia, y mis únicos papeles eran el de chofer y el de pagador de facturas. La mentira tiene las patas muy cortas, ya lo sabes, y tus hijas han tenido una gran carga genética por mi parte. Se dieron cuenta muy pronto de que el verdadero motor de esta casa no eran las cortinas, la vajilla de tu bisabuela y la tarima de roble que colocó tu tío, sino su padre. No estaban muy de acuerdo con tus tonterías, con tus manías, con tu inflexibilidad interna y tu semiimbecilidad ante los demás. No comprendían que te dejaras embaucar por el pescadero o por el vendedor de tomates, o por la vecina del cuarto, con una sonrisa en la boca, y que después fueras tan hija de puta dentro de casa. No comprendían que antepusieras no ya tus intereses, sino los de esa absurda sociedad que siempre has ensalzado, a los intereses de ellas o míos. Estaban deseando escapar de esta locura, de esta frivolidad absurda y suicida que no lleva a ningún lado excepto a la rutina, al cansancio y a la desesperación. Ya no soportaban, ni por un día más, que les obligaras a ver esos programas de famosillos frívolos y absurdos que tanto te gustan. Ya no soportaban volver a coger una revista del corazón y encontrarse una carta de su madre, alabando la decisión de fulanito de enrollarse con menganita. ¿Es que no se da cuenta –me dijo un día Maribel- de que ese mundo es completamente falso, de que ese tipo de gente no puede tener, ni de lejos, los sentimientos de la gente normal, que están movidos por las exclusivas y la absurda fama otorgada por personas precisamente como mamá?. Te preocupaba más la relación del torero con la marquesa que el bienestar de tu marido.
C.- Eso no es cierto. En algo tenía que distraerme, pero siempre os he querido.
J.- Hay amores que matan, y el tuyo es uno de ellos. Nunca has sabido amar. Siempre has pensado que era más importante el envoltorio que el contenido. La casa limpia, la ropa inmaculada, pero tu familia desgraciada, con la sensación continua de estar viviendo una farsa.
C.- Nunca me habéis mostrado vuestros sentimientos.
J.- Nunca te has preocupado por verlos. Te dábamos continuas señales de descontento, pero tú pasabas por encima de ellas con tu apisonadora de educación, rutina y falso bienestar.
C.- He llevado la casa de la forma más conveniente.
J.- Eso es mentira, y lo sabes. Jamás te has preocupado de administrar nada. El dinero te quema en el bolsillo. Si hemos tratado de ahorrar algo para un viaje, o lo que sea, tu siempre te has encargado de encontrar motivos para gastarlo. Como lo de pintar la casa cada cuatro años. Eso es de enfermedad, Carmina. Seguro que un psicólogo habría podido escribir una estupenda tesis con tu caso.
C.- De todas maneras, con todo lo que me estás diciendo, no me parece normal que me abandones a estas alturas.
J.- A mi tampoco. Tenía que haberte pedido el divorcio muchísimo antes, casi al principio de nuestra relación. Me habría evitado este infierno, pero hipotequé mi felicidad a la de mis hijas. Me aterraba pensar en la idea de dejarte sola con ellas. Al menos han salido ligeramente normales, y con criterio propios. De no haber estado yo, serían un completo desastre, tanto humano como laboral. Las habrías convertido en marionetas moviéndose al son que les tocaras, y siempre a tu servicio. Tu enfermizo egoísmo ha encontrado en mi a un catalizador. He sufrido, pero ya no tengo porqué seguir aguantando.
C.- No sé que vas a hacer fuera de aquí. Sabes de sobra que eres un completo desastre. Dentro de una semana estás aquí otra vez llorando para que te deje entrar.
J.- No descarto nada, pero de momento me voy. No me aportas nada. De momento me voy a casa de Marta. Alquilaré un apartamento, y contrataré a una mujer para que ,e limpie la casa y me lave y me planche la ropa. Lo mismo que lo que me aportas tu, pero sin aguantar tus desdenes y tus continuos reproches. Lo mismo, pero sin tener esa sensación de mueble inservible que tan concienzudamente te has dedicado a tratar de inculcar en mi cerebro desde el momento en que nos conocimos. Lo mismo, porque en un momento dado, hace ya muchos años, decidiste de repente que ya no era necesario hacer el amor, aunque fuera de vez en cuando. Tu vida es un continuo paso hacia atrás. En vez de alimentar la relación, tanto con tus hijas como conmigo, te has dedicado en cuerpo y alma a banalizarla, a convertirla en pura rutina, a anular cualquier signo de pasión. Tienes esa mentalidad anticuada y pacata, por muy de izquierdas que te creas ser, que considera como un pecado mantener relaciones sexuales, y eso también ha pesado mucho en nuestra relación.
C.- No te puedes ir. Tu me quieres.
J.- Siempre te he querido, pero es absurdo querer a alguien que responde con la frialdad. Al final te acabas aburriendo, y eso es lo que me ha pasado.

Joaquín ha terminado de hacer el equipaje. Se pone una chaqueta de ante y enfila el pasillo hasta la puerta de la calle, seguido por Carmina.

C.- Tu siempre me has querido.

Joaquín abre la puerta y sale al descansillo.

J.- Esa es la gran diferencia entre tu y yo. Jamás sabré si tu has llegado a quererme a mi en algún momento.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Las relaciones personales son complicadas, las de pareja, a veces, más. En tu relato lo fácil es ponerse del lado del marido, pero, en realidad, no sé cual de los dos me da más pena. El comportamiento de la mujer, aunque dañino, puede ser no intencionado. No la defiendo, pero conozco personas que son así inconscientemente y no se dan cuenta del daño que hacen.

Anónimo dijo...

Se puede hacer daño al que acepta el daño. Es cierto lo que dices, pero solo ocurre cuando el que sufre el daño es incapaz de comunicar el daño que está sufriendo. Sí, puede que sea más patético el que acepta el daño que el que lo inflige. Es un punto de vista muy respetable. Uno de los temas que quería reflejar precisamente era ese, el de la incomunicación. Es muy probable que si el marido o las hijas hubieran protestado desde el principio, no se hubiera llegado a la situación extrema que describo.

Gracias por el comentario, Edda. No sabes como los agradezco.

Anónimo dijo...

Uf que relato tan duro. Es cierto que las relaciones son complicadas, pero aguantar esa situación durante tantos años, marido e hijas parece claustrofóbico. Al final la mujer se sale con la suya en cuestiones importantes para la vida de sus hijas (matrimonios no muy claros)y deja a un hombre amargado para siempre. ¿no sería más fácil ir acotando situaciones en el día a día e ir frenándola entre los tres para no llegar a una situación tan triste para todos?. De cualquier forma es verdad que la convivencia es difícil y la comunicación aún más, pero mi humilde opinión es que no se deben perpetuar estas situaciones cuando la familia es importante y ante todo existen lazos de amor. Muy buen relato Felixón, me siento muy orgullosa de la persona en la que te has convertido.