domingo, 10 de febrero de 2008

La audiencia perfecta


Ella: Isabel
El: Miguel

Ella entra en casa, bastante cansada, agobiada, con la respiración furiosa y la boca abierta.

I.- Ha vuelto a estropearse el ascensor. Todo el día dejándome la piel en el trabajo, y cuando llego a casa, se ha estropeado el puto ascensor.

El la mira desde el sofá. Sujeta el mando de la televisión como si se tratara de un revólver.

M.- Lo siento, cariño. Yo he tenido un poco más de suerte. Cuando llegué todavía funcionaba. Hoy me he escapado un poco antes. Mi jefe se ha ido a una reunión a Londres.

Mientras deja el bolso y se quita el pañuelo del cuello, Isabel mira a la pantalla de cuarenta y seis pulgadas de su televisor de alta definición y última generación, tan fino que se puede adosar a la pared como si de un póster se tratara. El centro de la pantalla a la altura de los ojos del espectador, en este caso Miguel, cómodamente recostado en el magnífico sofá italiano de cuero negro que le regalaron sus padres cuando se casó con Isabel.

I.- Pero bueno...¿Se puede saber qué estás viendo?.
M.- Un documental buenísimo sobre la India.
I.- Pero vamos a ver, Miguel...¿Es que quieres volverme loca?. ¿Cuántas veces voy a tener que decirte que nos la estamos jugando?. Me pones de los nervios en cuanto me descuido. Voy a ponerme cómoda. En cuanto venga, la vamos a tener, así que más te vale que vayas cambiando de canal.

Miguel resopla mientras el sonido de los tacones de Isabel se alejan por el pasillo. Se permite todavía unos minutos de placer, fascinado con esa vaca sagrada que se ha colocado en el centro de lo que parece ser una gran avenida, provocando un atasco de proporciones descomunales. Los viandantes sonríen al pasar a su lado y la saludan agachando la cabeza con las manos juntas. No se escucha ni un solo claxon. Miguel se pregunta cómo es posible que los automovilistas hindúes más alejados del epicentro vacuno conozcan la naturaleza del atasco hasta el extremo de no pitar, cuando Isabel aparece, arrastrando las zapatillas de felpa y vestida con el pijama de invierno. Antes de sentarse en el sofá, mira de nuevo la pantalla. Una supermaquillada presentadora, de pelo suelto y bien cuidado, blusa blanca con puntillas en el cuello y chaqueta de color azul con irisaciones en rojo, sonríe mientras habla, arreglándoselas con grandes esfuerzos para conseguir que se entienda lo que dice y mostrar al mismo tiempo sus deslumbrantes y perfectos dientes.

I.- Ah, bueno. Esto ya es otra cosa. Has puesto a la Carmencita Bosques. Muy bien cariño.
M.- Todavía no me explico como te puede gustar esta solemne tontería, cariño.
I.- Sabes de sobra que no puedo soportar este programa, cariño, pero creo que es el menos malo de los que se pueden considerar aceptables.
M.- Claro, y un documental sobre la India, no es aceptable, ¿verdad?.
I.- Los niveles de audiencia de los documentales bajaron hace ya muchos años, Miguel, y no quiero arriesgarme. Ya sabes lo que se rumorea.

La presentadora está sentada frente a una anciana diminuta, ataviada con un vestido estampado de indefinibles colores, a cual más chillón. La mandíbula inferior le baila de una manera dislocada, como si careciera por completo de dentadura. La presentadora habla: “En esta nueva edición de vidas deplorables, tengo el gusto de presentarles a Casilda Castrillo, de Pontedeume, en la provincia de Coruña. Casilda está hoy con nosotros porque le gustaría decirle cuatro verdades, según nos explicaba en su carta, a todas esas personas a las que no se ha atrevido a decirles nada nunca, ¿no es así, Casilda?”. “Sí, así es”. “¿Y porqué ha esperado usted tanto tiempo, Casilda, a desahogarse de esa manera?”. “Pues mire usted, guapa, porque ahora ya soy mayor, tengo a mis nueve hijos criados y colocados, y no me duelen prendas de decirles cuatro cosas sinceras, de corazón, a los cuatro vagazos de mi pueblo que me han estado tocando las narices durante toda mi vida”.

Miguel protesta, bufa, rebufa, se remueve en el sofá, mira de vez en cuando a Isabel con cara de odio. Isabel tampoco parece disfrutar demasiado con la surrealista conversación establecida entre Carmencita Bosques y Casilda Castrillo. Bosteza ostensiblemente y cierra los ojos cada vez con más convencimiento.

I.- Creo que esta noche me voy a ir prontísimo a la cama. He tenido un día agotador.
M.- Si no me dejas cambiar esto, yo también me voy. Es vergonzoso este programa. ¿Me dejas que me la cargue?.

Isabel se encoge de hombros y pone gesto de aburrimiento.

I.- Inténtalo, pero ya te adelanto que no vas a conseguir nada.

Miguel aprieta de forma compulsiva, con cara de sádico, un botoncito del mando a distancia de color negro, con una calaverita dibujada sobre el. En la esquina inferior izquierda de la pantalla de plasma, aparece un cuadradito de color verde fosforito. Diminuto, de apenas medio centímetro de lado. Al poco tiempo, aparece otro cuadradito, pegado al anterior. Poco a poco, cada vez de una forma más rápida, va creciendo la línea verde en la línea inferior de la pantalla. Cuando llega al lado derecho, sube otro medio centímetro, y se dirige entonces hacia la izquierda. La franja verde crece a un ritmo cada vez más rápidamente, desde abajo hacia arriba. Cuando apenas llega a un cuarto de la altura de la pantalla, la velocidad de crecimiento empieza a bajar, momento en el cual aprieta con más rabia el botón negro, hasta que empieza a dolerle el dedo pulgar. La línea se para de repente, y al poco tiempo empieza a ir hacia atrás, desandando lo andado y disminuyendo el grosor de la franja verde hasta que termina por desaparecer.

I.- Ya te lo dije. Las cosas han cambiado mucho.
M.- Parece mentira. Con lo sencillo que resultaba hace unos cuantos años cargarse a uno de estos incompetentes...La gente se animaba al ver el cursor verde, ¿Te acuerdas?. Cuando se llenaba la pantalla de verde...!Bum!. El espectáculo. Dicen por ahí que ellos no se enteraban, que recibían simplemente una descarga de no se sabe donde que los desintegraba en un suspiro.
I.- Miguel, tienes que reconocer que era una auténtica salvajada. Nadie se libraba, pasado más o menos tiempo, cuando ya empezaba a aburrir a la audiencia, de tostarse en el limbo. Las familias de los presentadores se descomponían de dolor y tristeza por el capricho o la moda de una audiencia salvaje.
M.- Era un juego, cariño. También tenían la oportunidad de gustar, y entonces ganaban más pasta que un presidente de gobierno. Arriesgarse a morir o a forrarse, esa era la cuestión. Lo que no tiene sentido es lo de ahora. Es patético. Nos tenemos que tragar bodrios como este por cojones. No es justo. Mira, ya se va la pobre Casilda. A ver a quien nos mete ahora esta pazguata.

“Tenemos ahora con nosotros a Manuel Borreguillo. Un fuerte aplauso para el”. Mientras suenan los aplausos, hace su entrada en el plató un individuo rechoncho, calvo, de rostro ajado por la experiencia y brazos y piernas torcidos, como un cowboy abarcando con sus brazos un florero de la Dinastía Ming. Camina bamboleante, recorriendo con gran lentitud la distancia que le separa de la presentadora. Cuando por fin se sienta y logra colocarse, después de varias intentonas, el micrófono en el cuello de la camisa, la presentadora se vuelve a la cámara, y le saluda sin mirarle. “Buenas noches, Manuel. Me ha dicho un pajarito que tu historia es bastante peculiar. Cuéntanos, mi vida”. “Pues verás, Carmencita. El caso es que yo llevo ya varios años viviendo en un hipermercado. Duermo en la sección de muebles, me afeito en la sección de perfumería, me ducho en la sección de duchas, me alimento en las promociones de productos que se hacen todos los días...Una vida de lo más normal, vaya, pero resulta que desde hace un par de meses me he enamorado de una mujer...Una mujer...Guapísima, Carmencita, y resulta que yo no quiero vivir en otra parte, y ella no hace ningún gesto que me demuestre que quiera vivir conmigo, y pues eso, que estoy en un sinvivir, y desde aquí quisiera decirle a esta buena moza...”.

Ahora es Isabel la que bufa y se rebulle inquieta en el sofá. Miguel la observa con cara de resignación.

I.- Joder, esto sí que es inaguantable.
M.- Venga, mujer, vamos a tratar de acostarnos esta noche con la mente sosegada. Unas cuantas vacas sagradas y encontraremos la paz, ya verás. La India es apasionante, créeme. Antes de que tú llegaras, han hablado casi durante diez minutos del Taj Mahal, una maravilla del mundo.
I.- Claro que me gustaría verlo, Miguel, pero entiéndeme. No quiero arriesgarme. Ya sabes lo que se cuenta por ahí.
M.- Todo eso no son más que bulos, cariño. Nadie conoce a nadie al que le haya sucedido.
I.- Hace muchos años, tampoco nadie conocía a nadie que tuviera en su casa un aparato de esos para medir la audiencia, y sin embargo los había.
M.- ¿Quién sabe eso seguro?. Puede que sea mentira.
I.- Si, como lo de poder cargarte a un presentador con el mando a distancia, no te digo...¿Quién te dice a ti que, si era posible desarrollar una tecnología tan avanzada como para poder suprimir a un tío por el simple hecho de que te aburriera, no iba a ser posible desarrollar una tecnología superior, incorporada a los televisores de última generación, capaz de eliminar a la audiencia rebelde?.
M.- Eso no son más que bulos, mujer.
I.- Pues díselo a Mari, la del cuarto. Ella conoce a un chico que se quedó sin padres de la noche a la mañana. Al parecer eran de esos que solo ven películas antiguas.
M.- La vecina que conoce a un chico...Eso no son más que leyendas urbanas. Dile a Mari que te presente al chico, a ver si es verdad que ha perdido a sus padres.
I.- Pero bueno, ¿es que tu estás seguro de que no podría inventarse una cosa así?. Pues cosas más extraordinarias se han visto en los últimos años. No sé porqué te obcecas en arriesgarte, cuando en realidad no te cuesta ningún trabajo seguir un poco a la mayoría.
M.- Isabel, mujer, no me digas que este bodrio le puede gustar a la mayoría, porque no me lo creo. Y en cualquier caso, yo me he comprado esta televisión para ver lo que a mi me dé la gana, no lo que me impongan. Estaría bonito, no te digo...
I.- En primer lugar, esta televisión la hemos comprado entre los dos, y en segundo lugar, no se trata de ver lo que tu quieras, sino lo que decidamos de mutuo acuerdo.

Miguel se arrodilla en el sofá y tiende los brazos hacia su mujer.

M.- Pero si me acabas de confesar hace un momento que este programa te parecía una soberbia tontería. Mira, Isabel, lo que me revienta de verdad es que te tengas que tragar esta verdadera tortura por la sencilla razón de que es el programa que más audiencia ha tenido en los últimos meses. ¿Dónde está el criterio personal, la libertad de elección, la integridad?.
I.- Mira, valoro en mucho mi integridad, pero valoro muchísimo más mi integridad física, y cuando existe una sospecha social, cada vez más difundida, de que están ocurriendo cosas raras, me parece una temeridad jugar a la ruleta rusa, por un asunto, en definitiva, que no tiene la más mínima importancia, como es el de distraerte un poco antes de irte a la cama después de una agotadora jornada laboral.
M.- Miedo. Actúas por miedo. Nos tienen cogidos por los cojones por el miedo. Pues quiero que sepas que yo ya estoy harto, y voy a demostrarte que no va a ocurrir absolutamente nada. Además, nosotros somos de los mejores. Todos los días vemos una media de seis horas de televisión, y de esas seis horas, estoy seguro de que al menos cinco las dedicamos a tragarnos bazofias como esta. Nadie con criterio, si es que existe alguien, como tu piensas, que controle este asunto, se atrevería a castigarnos por no cumplir las normas.

Isabel negaba lentamente con la cabeza

I.- Yo no estaría tan segura. No sé que decirte. Tu siempre llegas antes que yo, y escoges siempre programas que ni siquiera aparecen en los índices.
M.- Si a alguien le importara que el público viera esos programas, los eliminarían de la programación, ¿no te parece?. Resultaría bastante más sencillo que cargarse a los espectadores.
I.- Posiblemente, pero eliminarían también la sensación de falsa libertad que tenemos desde tiempo inmemorial. Y muy probablemente se quejarían las multinacionales dedicadas a fabricar televisores. No sé, lo veo muy complicado todo, estoy demasiado confusa.
M.- Así no te puedes ir a la cama, cariño. Luego no descansas, y mañana te levantarías hecha unos zorros. Hazme caso. Una sesión de meditación trascendental a lo Hindi nos vendrá de perlas, ya verás.

Miguel se aproxima a Isabel con movimientos lentos y estudiados. Adelanta el brazo derecho, y le arrebata suavemente el mando a su mujer. Suave, suave, y lento, muy lento. Cuando se hace con el cetro de poder, apunta hacia la pantalla. La altísima tecnología hace que hasta las pequeñas manchitas provocadas por la rapidez con que se maquilla Carmencita antes de salir a antena parezcan cráteres lunares. La eterna sonrisa de la presentadora deja paso a un paisaje de altos juncos moviéndose suavemente al ritmo del viento. Tanto Miguel como Isabel sonríen cautivados, completamente hipnotizados por la incomparable belleza de las imágenes que llenan la pantalla, a las que acompaña, perfectamente acompasada, la siempre fascinante melodía de un sitar.

El fogonazo apenas dura una milésima de segundo. La altísima y perfecta tecnología consigue que sobre el sofá italiano no quede ni siquiera una miserable arruga.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajaja, está claro, la mejor solución es no ver la tele. Yo cada vez la veo menos y la culpa la tenéis vosotros, amigos foreros.

Felixón, ¿te has presentado alguna vez a un concurso de relatos breves?. Un día visitando una página de premios literarios vi que hay un montón de concursos, ¿no te animas?. Yo no soy quién para hacer críticas literias, pero te puedo decir que me gusta lo que leo.

Saludos.

Anónimo dijo...

Casi siempre me he estado presentando, pero llevo un par de años que me da pereza. Gané una vez, creo que en el 98 o en el 99, y me he quedado finalista varias, recientemente en el de relatos de "yoescribo", pero supone muy poca satisfacción para lo mucho que mando.

Creo que todavía me falta bastante que pulir, aunque anima mucho que personas como tu me digan que les gusta lo que escribo. Es muy posible que empiece una nueva tanda de envíos con los relatos de este blog, a ver qué pasa.

Gracias, y saludos.

Anónimo dijo...

¿Ganaste una vez, qué premio y con qué, novela o relato?.
Y ¿qué es eso de que te da pereza?, no me lo creo, porque escribir escribes.
Venga perezoso, yo te animo desde aquí, y espero que tengas suerte.
También te pido disculpas por mis errores cuando escribo, es la manía de no releer.

Saludos.

Anónimo dijo...

Vaya, me has hecho tener que levantarme a buscar el libro en cuestión. Gané el premio "Villa de Rentería" en 1994, con un cuento de diez páginas titulado "El instante eterno", y hasta tengo un libro, que me enviaron los patrocinadores, con todos los relatos ganadores desde 1961 hasta 2000. Fue una gozada, porque era la primera vez que ganaba algo, y sin duda me motivó para seguir juntando letras. Todavía conservo la llamada para comunicarme el premio (me dejaron un mensaje en el contestador automático), y cada vez que veo el relato publicado, siento ganas de coger el bolígrafo. Una chorrada, porque posiblemente ese libro lo tengan cien personas o menos, pero ver un relato tuyo publicado...Hostia, es una sensación...Una sensación, y punto.

No me da pereza escribir, sino enviar a concursos. Ya te digo que he enviado a muchos, y llega un momento en que te cansas, pero bueno, cuando cae algo, como el ser finalista en Yoescribo, me pongo otra vez a la tarea. Te haré caso, venga, voy a enviar otra tanda, y en cuanto gane, si gano, serás la primera en saberlo.

"El instante eterno" es probablemente lo mejor que haya escrito. Me gustaría dejártelo para que lo leyeras, pero no quiero publicarlo en el blog. Ha ganado un premio, y digamos que decidí retirarlo de la circulación, no por imperativo legal, sino porque considero que se lo debo a los señores de Rentería que me dieron el premio. Si te apetece darme una dirección de correo, te lo mando, a ver qué te parece. Es de una etapa muy anterior a estos, y creo que se nota, pero tiene fuerza y un final como ningún otro de los que haya escrito.

Gracias por animarme, y otra cosa: ¿a qué te refieres con eso de los errores cuando escribes?. Creo que todavía no he leído ninguno.

Saludos