martes, 18 de marzo de 2008

El otro especialista


- Tenemos esta noche el placer de presentarles a Secundino Pallarés. No creo que haga mucha falta presentarle. Secundino es un personaje de fama mundial. Hace poco se colocó por méritos propios en el número tres de la revista “JORDES”, por detrás únicamente del emir Satrapi y del líder mundial de la informática, el noruego Olaf Gandersen. Una gran alegría, ¿no es verdad, Secundino?.
- Pues si. Así es. Una gran alegría. Después de estar toda una vida trabajando, uno agradece que se le reconozca el esfuerzo.
- Bueno, Secundino, “JORDES” no reconoce nada. Se limita a sacar una lista de los más ricos del mundo, sin comentarios y sin premios añadidos. Faltaría más, que encima de ser usted el tercero más rico, le dieran un premio.
- No, no me han dado un premio, pero como si me lo hubieran dado. Solo salir en la revista ya es un premio para mi. Aunque solo sea para darles en los morros a los cuatro desgarramantas, que eran más de cuatro, que se descojonaban en mi pueblo cuando era yo nada más que un zagal.
- Así es, amigo Secundino, y llegamos así al principio de toda esta historia, la historia de su vida, de su lucha por la vida, más bien, porque dice la leyenda que usted, de joven, pasaba hambre.
- Yo y mis catorce hermanos. En mi casa no había de nada, como en ninguna.
- Usted es de Catastrillo, un pequeño pueblo de la provincia de Toledo. Por aquel entonces, claro, porque ahora tiene más de doscientos mil habitantes, y se va a construir un aeropuerto que lleva su nombre.
- Claro, hombre. Había cuatro desgarramantas que no me podían ver, pero el resto de la gente era buena. Empecé hace treinta años a hacer casas, y la gente me lo agradecía. El pueblo está en una zona muy bonita, con río, montaña y coto de caza, y no era cosa de desaprovechar un paraje tan bien agradecido.
- Transformó Catastrillo hace treinta años, cuando ya er arico gracias a su arte.
- Si. Ya era yo muy ducho en esto.
- ¿Y como empezó?. ¿Cómo fueron sus comienzos?.
- Pues jodidos. Muy jodidos, como los de todo el mundo. Yo era la oveja negra de la familia. Todos mis hermanos iban al colegio, pero yo me escapaba. Aquello no era para mi. Me dolía la cabeza cuando el maestro me metía en la sesera más de tres números seguidos. No estaban los tiempos para pensar, con el hambre que pasábamos. Mientras mis hermanos se sorbían los mocos, yo me pasaba el día por los alrededores, cogiendo frutas silvestres y cazando conejos muertos para alimentar a la familia.
- ¿Cazando conejos muertos?. ¿Y era muy complicado?.
- No me sea irónico, que a mi, ironías, las justas.
- No, Secundino, hablo en serio. ¿Cómo podía ser, eso de cazar conejos muertos?.
- Pues muy sencillo. Los conejos se morían por el sol, y porque tampoco tenían nada para comer, así que yo aprovechaba y los cogía. Pues gracias a eso que hemos salido toda la familia adelante. Ahora, mis hermanos no dejan un solo día de agradecerme que cogiera aquellos conejos.
- Claro, no es para menos. Porque además, sus hermanos trabajan ahora para usted. Ha montado usted un holding familiar en toda regla, Secundino. Cualquiera que lo viera desde fuera le compararía con un auténtico clan. Y así, además, la continuidad está garantizada. Sus hijos seguirán con su negocio.
- No lo crea. Mis hijos, y los hijos de mis hermanos, van por otros derroteros. No dan un palo al agua. Se han matriculado todos en la Universidad, y a verlas venir.
- ¿En que Universidad?. ¿En la arcaica, o en la moderna?.
- Quite, quite, por el amor de Dios. Pues en la moderna, ¿dónde si no?. La Universidad arcaica no sirve absolutamente para nada. Ya me dirá usted el dinero o la fama que da entender de filosofías, historias, físicas o matemáticas, o tener una cultura. Eso no sirve para nada hoy en día. La prueba está en que solo los hijos de los iluminados se matriculan en la arcaica, y que solo un cinco por ciento de estudiantes eligen esa Universidad.
- Pero los iluminados juran y perjuran que son felices.
- Nos ha jodido. Eso dirán ellos, pero la mayoría no llega a fin de mes, y además muchos no se casan. Y mejor, en realidad, porque sus pobres hijos, si es que los tienen, no tienen la culpa del vicio de sus padres.
- Hombre, Secundino, adquirir cierta cultura tampoco es tan malo.
-Las cuatro reglas, y para de contar, porque luego le da a uno por meterse en más berenjenales, y se acabó lo que se daba. Conozco a un matrimonio de iluminados, y no hay quien les aguante. No se puede mantener una conversación con ellos. Solo saben hablar de arte, de libros, de películas...Cuando me da por invitarles a una barbacoa en mi casa, porque en el fondo soy bueno, y me dan mucha pena, los pobres, se quedan ahí, en un rincón, sin ser capaces de hacer migas con nadie, sin saber de qué hablar, porque no están en el mundo, esa es la verdad. Están en su mundo, con sus libros, con sus tonterías, y nunca llegan a nada. Esa es la pura realidad.
- Algunos ocupan buenos cargos en empresas de renombre.
- Pero no por su vicio, amigo, y eso tiene que reconocerlo. Todo el que está en un buen cargo es porque se lo ha trabajado desde pequeño, como es mi caso, o porque tiene algún conocimiento entre la gente importante. Yo, por mi parte, jamás metería a un iluminado a trabajar en una de mis empresas. Dios me libre. Una vez se me ocurrió meter a una chica, por hacer una gracia, y a las tres semanas tenía a todo el departamento leyendo libros, unos que si el Cervantes, otros que si el Auster, otros que si su puta madre... Quite, quite, Dios nos guarde de los iluminados y de sus tonterías. El mundo es de los currantes o de los que van a la Universidad moderna. De ahí salen pocos, pero los que salen salen muy preparados.
- ¿Sus dos hijos van a la Universidad?.
- Si. El chico a “Great House” y la niña, que es dos años más pequeña, pero mucho más espabilada que el gañán, a “Sweet Island Paradise”.
- Ah, claro, los tiene usted estudiando en Yale.
- Bueno, para mi la educación de los hijos es fundamental, y cuando me dejaron muy claro que no les apetecía seguir mi camino, les obligué a que estudiaran. A lo que no estoy dispuesto es a que se pasen todo el santo día en casa, mano sobre mano. En ese sentido, tanto mi mujer como yo lo tenemos muy claro. Y si además dispone uno de un poco de dinerillo de sobra...Pues si, mire usted. Creemos que en EEUU están a años luz de nosotros en esto de la Universidad moderna, así que nos liamos la manta a la cabeza y les largamos del nido. Además, estar fuera les viene muy bien. Así se espabilan y aprenden a desenvolverse en la vida, que buena falta les hace.
- Podrían haber ido a estudiar juntos, ¿no?. “Great House” es muy diferente a “Sweet Island Paradise”, y además, una facultad está muy lejos de la otra. Casi ni se verán en todo el día.
- Pues no. Casi, no. Es que no se ven. Para nada. El chico está alojado en una hermandad de chicos, y la chica con las chicas, como tiene que ser. Ya tendrán tiempo, cuando se gradúen y empiecen con lo suyo, a hacer todas las cochinadas que quieran pero ahora, de momento, no. O al menos, eso es lo que queremos mi mujer y yo. Ya son mayorcitos para saber lo que hacen, así que ellos verán, y además hay mucha distancia entre Catrastillo y Yale, así que, ya lo dice el refrán, ojos que no ven, corazón que no siente.
- ¿Y a que se debe que cada uno haya elegido una facultad diferente?.
- Pues mire, eso tiene una explicación. De niño, mi hijo se quedaba conmigo viendo un programa que se llamaba “Gran hermano”, y de ahí le vino la afición. Ya de muy pequeño imitaba a los concursantes, ponía los pies en la mesa, eructaba, gritaba a todo el que se le pusiera por delante, y se paseaba por toda la casa mirando a las esquinas, como si hubiera cámaras. Su hermana, que le veía en esas, le imitaba, pero le gustaba más el programa ese de famosos en una isla, “Supervivientes”, que además era el que le gustaba a mi mujer. Fíjese que tontería: en cuanto nos descuidábamos mi mujer y yo, la muy puñetera agarraba un tizón de la chimenea de mármol yugoeslavo y se tiznaba todo el cuerpo, los muslines y los brazos, como las participantes de ese programa. Iba al colegio con la camisa abrochada con un nudo, y el ombligo al aire. Mi hija, con el ombligo al aire, desde que era una cría. Otra cosa no tendrá, pero estilo, un rato largo.
- ¿Y en qué fase están de sus estudios?.
- El chico casi acabando. Está un poco jodido con la asignatura de “Diálogo”, del último curso, pero seguro que la aprueba. Es que es muy tímido, y claro, le cuesta poner a parir a un compañero delante de las cámaras, pero bueno, va a clases particulares, y su madre y yo tenemos mucha confianza. Cuando viene a vernos, le llevamos a restaurantes caros, y echamos moscas en la sopa para armar el pollo, así, a voces, a ver si se le quitan los complejos. El año pasado ya fue el el que se la lió al maitre de un restaurante francés muy famoso. La chica es más lanzada, y como la única motivación que tiene es la de salir con el ombligo al aire, pues le va muy bien. Precisamente, en la asignatura “Ombligo al aire”, de segundo, sacó matrícula de honor. Normal, dijimos su madre y yo cuando nos enteramos. Si esta chica siempre ha estado con el ombligo al aire, pues normal...
- Tendrán buenas perspectivas de trabajo una vez que acaben sus estudios, supongo.
- Pues las que ellos mismos se labren, porque mi mujer me tiene la cabeza como un bombo diciéndome que, si no consiguen plaza, que compre yo el programa, pero no me da la gana. De facilitarles las cosas, nada, que luego ganan el concurso, se les sube a la cabeza, y no hay quien les aguante. Si no son los primeros de su promoción, no entrarán en los grandes concursos, pero siempre tienen la posibilidad de empezar en un concursillo de una televisión local, y en esta cosas, ya se sabe: la fama la ganan rápido, y luego a vivir del cuento. Mire ahora como están los concursantes de las primeras ediciones de “Gran hermano”, sin ir más lejos: de presidente del Fondo Monetario Internacional, nada menos, creo que está Roberto Balmaseda.
- No, no. El presidente del Fondo es Carlitos Boyantes, el chulo aquel que pegaba a las concursantes.
- Bueno, quien sea. Pues ahí le tiene. Hombre, no digo yo que a mi chico no le cueste, sobre todo al principio, pero muy lerdo tiene que ser para no levantar cabeza en un par de años. La chica, fíjese usted, despegará mucho antes, porque es muy espabilada y tiene mucho palmito y mucho estilazo. Es un pedazo de hembra, y no es porque sea mi hija.
- Bueno, Secundino, estamos hablando más de su familia que de usted, y no es de eso de lo que se trata. Háblenos un poquito de su arte, de esa característica tan personal y tan suya que le ha elevado a los altares de la fama y la fortuna. Es usted el único en el mundo que lo practica, y le han llovido imitadores, pero ninguno ha conseguido jamás igualarle. Supongo que su secreto estará a buen recaudo, ¿no, Secundino?.
- Está aquí, en la pelota, y no pienso compartirlo con nadie. Cuando empecé, ya no se empleaba. Quedaban solo dos maestros, y uno de ellos de mi pueblo, pásmese. El maestro Bermejo, que en Gloria esté, fue el que me enseñó los secretos de este arte milenario. Porque es milenario, aunque ya nadie lo sepa. Antiguamente era lo único que se empleaba.
- ¿Utiliza usted algún método de concentración, alguna técnica especial, para desarrollarlo?.
- Es que ya hace mucho tiempo que no lo practico. Me sirvió para forrarme, pero luego fui dejándolo para ocuparme en otros menesteres y para invertir mi dinerillo en cosas que me permitieran trabajar cada vez menos.
- Secundino, el arte no se olvida.
- Bueno, es verdad. Pues no, no utilizaba ninguna técnica especial. Concentración, concentración, y más concentración. Y un gran sentido del equilibrio, claro. Eso era fundamental para el resultado final de la obra. Se han escrito un montón de tratados sobre mi arte, y hasta una enciclopedia entera en Islandia, por lo que sé, pero le puedo asegurar que para mi resulta muy sencillo, supongo que será porque lo he mamado desde muy jovencito.
- Si, me consta que su arte ha provocado miles y miles de libros. ¿Con cual de ellos se quedaría?. ¿Cuál le recomendaría a un profano que quisiera introducirse en ese fascinante universo suyo?.
- Pues, si le digo la verdad, no soy capaz de destacar ninguno sobre los demás, entre otras cosas porque no he leído ninguno. Ya le dije antes que no creo que un arte como el mío sea digno de tanta tinta derramada, pero bueno, si me tengo que decidir por alguno...Mi mujer me habló de uno muy bueno, escrito por un tipo que me estuvo siguiendo, como embobado, durante más de tres meses por todo el país. Creo que se llamaba “La invención y la cuadrícula”, o algo así.
- “La eternidad cuadriculada”, de Ernesto Salvatieri. Si, sin duda es uno de los más famosos.
- La última vez lo vi en la librería del Louvre.
- ¿Viaja mucho, Secundino?.
- No, nada. Aquella vez me llevaron a rastras. Se casaba una sobrina mía en París, y no me quedaron más cojones. ¿Para qué voy a viajar, si lo tengo todo en casa?.
- Eso mismo decía un personaje de la película “El nadador”.
- Pues no lo sabía. No veo cine.
- Secundino, no puedo resistirlo más. Le hemos preparado una sorpresa. Acompáñeme, por favor.

El presentador y Secundino se dirigen a un rincón del plató. Cuatro focos diferentes iluminan una pila de ladrillos, un montón de arena con una pala, un saco de cemento y tres cubos de agua.

- Secundino Pallarés, artista universal. Tengo el honor de entregarle esta paleta catalana de platino, y esta medalla concedida por el ministro de grandes artistas y el ministro de vivienda conjuntamente. Y le pido, aquí y ahora, que deleite a nuestro estimado público con una pequeña demostración de ese arte que encierra en el cuerpo.
- Bueno...Yo...Menuda sorpresa. Van a conseguir que me emocione. En fin...

Secundino se arremanga, agarra la pala, hace un círculo en el suelo con la arena, echa cemento y agua, y mezcla lentamente el conjunto. El presentador le observa con las manos cruzadas por delante.

- Esto es lo más difícil. La dosis justa. Más de un ingrediente que de otro, y la mezcla se nos va a hacer puñetas.

A continuación, Secundino coloca cuatro ladrillos alineados en el suelo, vierte un poco de mezcla sobre ellos con la paleta de platino, coloca encima otros cuatro, vierte otro poco de mezcla y coloca la última fila.

- Y así, hasta donde haga falta.

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