lunes, 31 de marzo de 2008

Amaretto mortal


Es extraña la amistad entre dos mujeres, si es que existe tal concepto. De niña me costaba hacer migas con alguien. Enseguida me sentía traicionada, sobre todo cuando veía a mi amiga de toda la vida, a mi amiga “de la muerte”, como decíamos en el colegio, del brazo de otras dos chicas, normalmente enemigas del alma. La hasta entonces amiga me miraba, me señalaba con el dedo, y se reía de mi, se descojonaba, hasta el punto de que a más de una le salía el aparato bucal despedido por la risotada, y así una y otra vez, un par de amigas del alma por curso, más o menos, que no me duraban ni cuatro meses.

Con la edad, una va aprendiendo, entendiendo la naturaleza humana, tan sencilla en los tíos y tan complicada entre tías. Tu amiga del alma al principio te soporta, después te lleva de compras, sales con ella de copas un par de veces, y ya se puede decir que es tu amiga para toda la vida. Hasta que le dices que ese grano en el culo la hace muy fea, o que tiene el mismo pelo que un paso de una procesión. Todas las confidencias que le hayas hecho hasta ese momento pasarán automáticamente al capítulo de armas en tu contra, y por una simple apreciación fruto de la sinceridad que se supone que tiene que existir entre dos amigas.

Para eso de la amistad, los hombres son más simples. Mi Tono, por ejemplo, es íntimo amigo de Juanmi, el de la pescadería, y cada sábado por la noche, después de la sexta copa, más íntimo todavía. En ese momento, con la boca pastosa y los ojos lacrimosos, Juanmi y mi Tono se abrazan, emocionados, diciéndose esa frase que tantas veces he escuchado: “Eres un tío...Eres un tío...De puta madre, coño. Eres un colega de verdad. Pídeme lo que quieras, tío. Eres auténtico, joder, tío. Dame un beso...” y aquí es donde ya nos interponemos Charo, la novia de Juanmi, y yo, porque si no, aquello puede acabar como el rosario de la aurora.

Y fíjate, con Charo no me llevo ni medio bien, porque es una tía demasiado fashion, demasiado Holiday gim, qué se yo. Solo sabe hablar de Pantenes y de Loreales, “porque yo lo valgo...”, parece que te está diciendo a cada momento, y ya me tiene harta, siempre con la misma cantinela, cansina ella.

Con la que me llevo fenomenal es con Puri, la farmacéutica. Y la cosa empezó como si nada, por un par de veces que quedamos para tomar café, porque cuando yo salía de la peluquería, ella cerraba también la farmacia, y nos cruzábamos, y un día me dijo eso, que si quería tomar un café, y yo accedí, y resultó que era una tía de lo más simpática. No es que sea guapa, que no lo es, sino más bien fea, pero es que le importa un carajo. Tiene un novio majísimo, según las fotos que me ha enseñado, y siempre está abriendo la boca, exagerada, cuando le enseño fotos de los abdominales de mi Tono, que es que se los curra todos los días. Bueno, pues así empezó la cosa, y de ahí no ha pasado todavía, y no sé porqué, pero me da la impresión que la amistad con la Puri va a continuar, porque la amistad, la amistad de verdad, entre dos mujeres, empieza con las confidencias, y confidencia más grande que la que le hice yo a la Puri, hace ya tres meses...Confidencia más grande que esa, es complicada de imaginar

- ¿Porqué no te pones las gafas en la cabeza? –me preguntó la Puri mientras nos tomábamos un frapuccino con chocolate- con lo bien que te quedan, mujer.

Ahí sentí algo. Sentí un impulso que no había sentido desde que le enseñaba, a mi amiga del alma de turno del colegio, mi colección de tebeos de “Esther” y mis libros de los “Hollister”. Y sentí también que en aquella ocasión, la Puri no me iba a abandonar agarrada a los brazos de las dos tías más pedorras del colegio.

Claro, que había una diferencia: lo que le enseñé a Puri tampoco tenía mucho que ver con los tebeos de “Esther” o los libros de “Los Hollister”. Me levanté el lado derecho de las gafas. Solo un poquito, y sin decir nada. Puri empalideció tanto, que el colorete que se había dado antes de salir de la farmacia pareció que se ponía en tres dimensiones.

- ¡Madre del amor hermoso!. Pero criatura, ¿quién te ha puesto el ojo así?. Y no me digas que te has dado contra una puerta, que no me lo creo.
- No, hija, que más quisiera yo. Con un armario, si acaso. Ha sido mi Tono –cuando dije “mi Tono” gimoteé un poquillo, como unas verdadera profesional-.
- Pues menudo hijo de puta que está hecho.
- Lo sé. Ya no aguanto más.
- ¿Te pega desde hace mucho tiempo.
- No. Desde ayer, pero ya no aguanto más. Cada día está más violento. Todos los días viene mamado a casa. Sale del parking, encabronado, porque a todo el que entra le ascienden a los dos días y se lo llevan de segurata a un banco o a un hotel, y el sigue ahí, chupando monóxido, que lleva ya más de veinte años bebiendo de la manguera del garaje y vomitando después, que esa agua no hay quien se la beba, y claro, sale y se emperejila, porque tiene la moral por los suelos, y la tiene que poner otra vez en su sitio, y se enrolla con uno y con otro, y se coge una cogorza de padre y muy señor mío.
- Y llega a casa y te da una paliza.
- No. Hasta ayer no. Ayer discutimos, y me soltó una leche. Yo le solté a el otra, y se echó a llorar. Después hicimos el amor, como siempre, como ya te he contado –la forma en que hacemos el amor con nuestra pareja creo que es una de las cosas que primero se le cuentan a una amiga, por muy reciente que sea-, en plan sesenta y nueve, el amorrado al pilón, después de embadurnármelo de Amaretto di Saronno, y yo a su picha, a palo seco. Es lo que más le gusta, y a mi también la verdad.
- Ese licor es muy caro.
- El oficial. El que tenemos nosotros lo compramos de oferta en el Lidl. Sale muy bien de precio.
- Bueno, pues con Amaretto o sin Amaretto, con sesenta y nueve o sin el, no se lo puedes consentir, Carmen, mujer, que esto siempre va a más.
- Le voy a dar una oportunidad, y ninguna más. La próxima vez que me toque, me divorcio.

Y así quedó la cosa. Y el hijo de puta del Tono, que cada vez estaba más cabreado con su jefe, pero no se atrevía a levantarle la voz porque, en el fondo, el Tono, mucho musculito y mucho gimnasio, pero era un auténtico gilipollas, me respetó durante un par de días, pero al tercero me volvió a amoratar un ojo, esta vez el izquierdo, para compensar, y cuando lo vio, la Puri se puso hecha una fiera.

- ¿Pero es que se ha atrevido a tocarte otra vez?.
- Ya lo ves, mujer.

La Puri cada vez empalidecía menos. La fuerza de la costumbre de verme hostiada cada día, supongo. Porque, a las tres semanas, los moratones se repetían diariamente. Para aquel entonces, Puri y yo éramos ya amigas para toda la vida, íntimas, pero de verdad, así que no dudé ni un momento en decirle lo que le dije, mientras ella sorbía ruidosamente (Puri es muy viajada y sabe perfectamente que sorber es un signo de educación en Japón) su frapuccino de fresa.

- Ya estoy hasta el mismísimo moño. Voy a cargarme a Tono. Ya no puedo aguantarlo más. Entre el puñetazo y el sesenta y nueve regado en Amaretto, me tiene hasta las narices.
- ¿Y como vas a hacerlo?. Tono es muy fuerte.

Probablemente, otra cualquiera me hubiera dicho “no, tía, eso es una barbaridad”, o “ni se te ocurra, que luego vas tu a la cárcel”, o incluso “venga, mujer, dale otra oportunidad”, pero Puri no. Ahí, Puri me demostró que era una amiga de verdad. No dejó ni de sorber mientras me preguntó eso con toda naturalidad, sin levantar siquiera la vista del vaso. La verdad es que me descolocó un poco, porque no tenía nada pensado.

- Pues la verdad es que no tengo nada pensado.
- Pues yo si. Desde que me contaste la situación, desde el principio, se me ocurrió la idea. Venga, tómate tu Brownie, y acompáñame un momento a la farmacia.

Aquella noche, Tono llegó a casa más pasado de vueltas que de costumbre. Su jefe había decidido, así, el solito, que Tono no tenía porqué llevar hombreras en su uniforme de segurata, y Tono se había mostrado arisco. Todo esto me lo contó Tono mamado perdido, con la parte de debajo de la mandíbula para un lado y la de arriba para el otro, como un auténtico engendro. Después, se fue calentando el solo, como todos los días desde hacía poco tiempo, y me soltó dos bofetadas, a las que le respondí con una patada en los huevos que le dejó tirado y llorando en el suelo. Hasta me dio un poco de pena, pero se lo merecía, el muy cabrón.

Me tumbé en la cama mientras Tono aullaba de dolor, y me embadurné con el Amaretto. Esa noche me había puesto un sujetador de cuero negro que habíamos comprado a través de un catálogo que le había dejado Juanmi a Tono. Era el que más le gustaba. Poco a poco, los bufidos de dolor cedieron su lugar a bufidos a secas, a bufidos de camionero en celo. Poniendo la voz más putanesca que pude, y pasándome la lengua por los labios, le dije:

- Ven a la cama, cariño. Te estoy esperando.

Tono iba tan salido, que aquella noche terminamos pronto. Por un momento tuve miedo de que no le hubiera dado tiempo a lamer todo el Amaretto, pero no fue así. El ansia le perdió.

Se puso boca arriba, como siempre, pero esta vez, en lugar de sonreir como un abúlico, como hacía siempre, se le crispó la boca, se puso, por este orden, blanco, amarillo, azul celeste, y cuando llegó al morado (un tono muy bonito de morado, todo hay que decirlo. Seguro que el próximo bolso que me compre lo busco de ese tono), se retorció como una rama de olivo, que parecía que se iba a partir por la mitad, se cayó de la cama, se le pusieron los ojos como platos, y dejó de respirar, la criatura. Por un momento me dio un poco de pena, pero ya no había vuelta atrás.

Puri tenía razón. La cosa había sido bastante rápida. Me fui al baño, y me lavé bien los restos de Tono y de Amaretto. Supuse que también tendría razón Puri, por la cuenta que me traía, cuando me dijo que el brebaje que me había dado no dejaba huellas, y que en cualquier caso, siempre podría decir que Tono se había suicidado, aunque fuera sin darse cuenta, el pobre.

Al fin y al cabo, resultaba muy sencillo equivocarse. Tanto el brebaje como el Amaretto despedían un fortísimo aroma a almendras amargas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta el estilo del relato. Me recuerda a Elvira Lindo pero mucho más directo y salvaje. Que pena que no se publique en ámbitos de mayor audiencia. La receta serviría a muchas para acabar con una lacra social que no tiene visos de resolverse. Escribes genial, tal y como hablas: directo, cachondo e inteligente

Anónimo dijo...

Eso tu, que me ves con buenos ojos. Me cuesta menos escribir que hablar, y tú lo sabes. Solo me explayo un poco más con los que me conocen de toda la vida, como es el caso, guapetona.

Anónimo dijo...

Buenísimo,la verdad que no es fácil tocar un tema tan duro como el maltrato con humor, y tú lo has bordado, me he quedado admirada de la fluidez de tus letras, encantada leerte Felixon!!!

Anónimo dijo...

Gracias, Hechicera. Me agrada mucho que te haya gustado. A mi me ocurre lo mismo con tus escritos y tus poemas.